Afirman los analistas, excelentes
intermediarios cuando la clase política prefiere no dar la cara, que el
establishment nipón está preocupado por el alcance de las maniobras militares Vostok
18 (Oriente 18) que congregan en suelo siberiano a 300.000 soldados rusos,
alrededor de 3.200 militares chinos y un reducido contingente del ejército de
Mongolia. Las maniobras, que los
estrategas no dudan en calificar de “mayor ejercicio militar” en la historia de
Rusia, finalizarán el próximo sábado.
Pero, ¿qué es lo que de verdad inquieta
a los analistas, o mejor dicho, a las autoridades de Tokio? ¿La participación en esa gigantesca
simulación de enfrentamiento bélico de 297.000 efectivos rusos, 36.000 tanques,
alrededor de 1.000 aviones, unos 80 navíos de guerra y un número indefinido de
drones?
Los chinos, por su parte, anuncian
la presencia en la región militar oriental de la Federación rusa de 3.200
soldados, 900 blindados y 30 aviones de combate. Una participación más bien
simbólica, pero que reviste una gran importancia teniendo en cuenta las tensas
relaciones políticas entre Moscú y Pekín en las últimas décadas.
¿Los mongoles? Ese estado-tampón
entre las dos grandes potencias tiene que mentalizarse de que forma o formará
parte – voluntaria o involuntariamente – de la estrategia euroasiática de los
dueños del Kremlin. Este es, en realidad, en mensaje que rusos y chinos tratan
de mandar a sus adversarios occidentales – Norteamérica y la Alianza Atlántica
– y orientales – Japón.
Los chinos, con su habitual
astucia, no dudaron en “invitar” a los norteamericanos a… participar en las
maniobras. Una gentileza que podía haber molestado a los anfitriones rusos,
siempre y cuando…
Es obvio que tanto los chinos
como los mongoles forman parte del gigantesco proyecto euroasiático de Vladimir
Putin. Siberia, escenario de las maniobras militares, es una región rica en
materias primas, aunque despoblada. Los chinos, con su fama de gente
trabajadora, podrían convertirse en excelentes “colonos” de Siberia. Los
mongoles, poco numerosos y menos propensos a emigrar, podrían desempeñar el
papel de “personal de apoyo”.
De momento, se trata de una
iniciativa en ciernes. Todo depende, claro está, de la evolución de las relaciones
entre las dos superpotencias. Lo cierto es que Rusia necesita a China como aliado; la alianza entre Moscú y
Pekín podría (y debería) contrarrestar la estrategia de aislamiento del “oso
ruso” ideada por los estrategas de Washington tras el desmembramiento de la
Unión Soviética. La creación de BRICS, el acercamiento al régimen islámico de
Teherán, el reciente coqueteo con la Turquía de Erdogan, las beneficiosas
relaciones con la Canciller Ángela Merkel, forman parte de la compleja política
exterior llevada a cabo por el Kremlin en las última década. Algo que irrita
sobremanera al actual inquilino de la Casa Blanca, incapaz de comprender el
refinamiento de la diplomacia de los zares. Qué duda cabe de que el antiguo
agente de la KGB atrincherado en el Kremlin ha hecho sus deberes.
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