Quién hubiese podido imaginar,
allá por la década de los 90 del siglo pasado, que a un alto cargo del ejército
hebreo le incumbiría el desagradable deber de informar a sus colegas y aliados
norteamericanos que los chinos iban a hacerse cargo de la gestión de los grandes
puertos israelíes: Haifa y Ashdod. Es lo
que sucedió hace apenas unas semanas, durante una reunión de expertos en
seguridad marítima organizada por la Universidad de Haifa, cuando el general en
la reserva Shaul Horev, antiguo jefe del Estado Mayor de la Marina de Guerra
del Estado Judío y ex Presidente de la Comisión Israelí para la Energía Nuclear
facilitó detalles sobre la construcción y gestión de las instalaciones navales
clave para el comercio y ¡la seguridad! del Estado de Israel. Sus palabras causaron un impacto parecido al
de una deflagración nuclear: “Señores, los chinos están aquí. Han venido para
quedarse…”
En efecto, dos grandes compañías chinas
se encargarán, a partir de 2021, de administrar las principales dársenas
israelíes. Los multimillonarios contratos contemplan la gestión de la
infraestructura portuaria durante un período de 25 años. La firma de los
contratos fue acogida con inusual júbilo en los despachos gubernamentales de Tel Aviv. “Es una fecha
memorable para Israel”, afirmó sin rodeos un alto cargo del Gabinete Netanyahu.
¿Memorable? Sí, por supuesto. Sin
embargo, los artífices del acuerdo – el Ministerio de Transportes y la
Autoridad Portuaria – pasaron por alto un detalle clave: el indispensable
dictamen del Consejo Nacional de Seguridad. El puerto de Haifa se halla en las
inmediaciones de una base naval ultrasecreta que alberga la flotilla de
submarinos nucleares israelíes. Según los expertos militares, la armada del
Estado judío, dotada con artefactos atómicos, sería la segunda en capacidad de fuego después de la
marina de los Estados Unidos.
Pero hay más: Haifa suele servir
de puerto de amarre para los navíos de la Sexta Flota norteamericana durante sus
operativos en la zona: Líbano, Siria, etc. Obviamente, a los mandos del
Pentágono les resulta inconcebible utilizar unas instalaciones portuarias gestionadas
por… empresas chinas. Fue esta una de las razones por la que la marina de
guerra americana abandonó el puerto griego de Pireo, también gestionado por los
chinos.
Conviene señalar que los chinos entraron
subrepticiamente en los países de Oriente Medio. Preocupados por la
conflictividad de la zona y la innegable exigüidad de los mercados, trataron de
establecer, en la primera etapa, cabezas de puente poco ostensibles. Con el
paso del tiempo, apostaron por una estrategia más agresiva. En el caso concreto
de Israel, los chinos controlan actualmente
la mayor compañía de productos alimentarios, TNUVA, el túnel del Monte Carmelo
de Haifa, así como la red de metro ligero de Jerusalén. Se rumorea que no
descartan la posibilidad de adquirir acciones en empresas de alta tecnología
que cooperan con el sector de defensa.
Aparentemente, el control de los
puertos israelíes se inscribe en la política de añadir eslabones a la nueva
“ruta de la seda”, ideada para facilitar el transporte de mercancías chinas a los
países de Asia y Oriente Medio. Pero los intereses geoestratégicos de Pekín en
la región son múltiples y muy complejos. De hecho, sus aliados iraníes, que han
desplegado tropas en Siria, interfieren en la vida política de Líbano a través
de sus socios del movimiento chiita Hezbollah. Israel, hasta ahora interlocutor
privilegiado de Washington, se encuentra en las inmediaciones de la zona del
conflicto.
Cabe preguntarse, pues, qué
pasaría si algún día, tal vez no demasiado lejano, la marina estadounidense se
viera obligada a abandonar definitivamente el puerto de Haifa. Porque eso de
tener que compartir varaderos con los hombres de Pekín…
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