Para
llegar a Tierra Santa, Antony Blinken no utilizó un bastón de peregrino; tuvo
la suerte o la desgracia de viajar en un lujoso Boeing perteneciente a
la presidencia de los Estados Unidos. La misión del jefe de la diplomacia
norteamericana consistía en allanar el terreno para la próxima gira de Joe
Biden a la zona. Una tarea nada fácil, teniendo en cuenta la explosiva
situación que reina en el Cercano Oriente. No se trata de un malestar
coyuntural, sino de un castigo crónico.
Estiman
los analistas que, sin bien el Secretario de Estado no pisó la Tierra Santa
cargado de malas intenciones, trajo consigo un sinfín de apriorismos. En
efecto, Antony Blinken llevaba en la cartera el abultado elenco de tensiones,
rivalidades y conflictos que afectan la región; un auténtico rompecabezas para
los expertos en relaciones internacionales, para los emisarios de las grandes
potencias que se disputan la supremacía en la región.
Rusia,
la superpotencia menguante tras la desintegración de la Unión Soviética,
regresó casi inesperadamente al Cercano Oriente durante el primer decenio del
nuevo siglo. Volvió con una impresionante potencia de fuego y con la firme
intención de ocupar un lugar privilegiado en el tablero geoestratégico de la
zona. Mas durante la ausencia de Moscú, China logró colocar sus peones en la
región. Su presencia – modesta en un principio – se tornó dinámica, cuando no,
agresiva a la larga.
Dos
potencias regionales – Turquía e Irán – no tardaron en ocupar su lugar en la
palestra. Finalmente, Arabia Saudita, que había limitado inicialmente su
involucramiento al conflicto libanés, optó por tomar bazas en la guerra civil
de Siria, primer paso antes de intervenir activamente en el Yemen.
Sí,
el panorama ha cambiado. El famoso Acuerdo Abraham, negociado por la
Administración Trump, no trajo la paz ni la seguridad a la región. Cierto es
que cuatro países árabe-musulmanes – Marruecos, Bahréin, Emiratos Árabes y
Sudán - establecieron relaciones diplomáticas con Tel Aviv, pero ello no
presupone el final del estado de beligerancia. Dos actores clave – Irán y
Arabia Saudita – no se adhirieron al Acuerdo. El país de los ayatolás, por
estar en guerra permanente con la llamada entidad sionista; Arabia Saudita,
por supeditar la paz con el Estado judío a la solución definitiva de la
cuestión palestina. En ambos casos, la solución política no se vislumbra.
No
hay que extrañarse, pues, si la gira de Blinken por la región finalizó con una
triste y decepcionante conclusión: El horizonte de esperanza se cierra,
afirmó el jefe de la diplomacia estadounidense después de comprobar in situ que
el nuevo Gobierno israelí presidido por Benjamín Netanyahu no parecía dispuesto
a renunciar a su postura intransigente sobre la anexión de nuevos territorios
en Cisjordania, la postura menos flexible de Tel Aviv en muchas décadas, y que la Autoridad Nacional Palestina no iba a
abandonar la línea dura adoptada después de la ruptura de negociaciones con Israel
sobre la seguridad en los dos grandes núcleos urbanos de Cisjordania: Nablus y
Jenín, controlados actualmente por grupos armados adscritos a la Yihad Islámica
y Hamas, a los que se sumaron células disidentes de Al Fatah.
En Nablus, las milicias armadas no afiliadas
a facciones políticas están ganando terreno especialmente entre los jóvenes
palestinos. Washington está buscando formas para reducir la escalada y evitar
que la caótica situación acabe desembocando en una nueva intifada.
Si bien los responsables israelíes
afirman que su ejército interviene en Cisjordania al comprobar la total
pasividad de las fuerzas de seguridad palestinas, la Autoridad Nacional Palestina
replica que las incursiones de las tropas hebreas erosionan la capacidad y
legitimidad de sus fuerzas de orden para actuar contra las milicias.
Preocupada
ante un posible deterioro de la situación en Cisjordania, la Autoridad Nacional Palestina suspendió su coordinación de seguridad con Israel hace dos semanas,
horas después de la incursión de los militares judíos al campo de refugiados de
Jenín, epicentro de los disturbios registrados en la zona.
Durante su encuentro con el presidente
de la ANP, Mahmúd Abbas, Blinken sugirió que uno de los pasos que debería tomar
la Autoridad Palestina para reducir la tensión sería la aplicación del plan de
seguridad ideado por un experto estadounidense, el teniente general Michael
Fenzel. El documento incluye el adestramiento de una fuerza especial palestina que
se desplegaría en la zona para neutralizar la actuación de las milicias. Para
los palestinos, se trata de una propuesta desequilibrada, ya que no incluye contrapartida
alguna por parte de Israel, como la disminución de las incursiones del ejército
en las localidades palestinas. Además, señalan que la seguridad palestina no
tiene la potestad para operar durante las redadas del ejército israelí.
El horizonte de esperanza se cierra, confiesa
Antony Blinken. Es cierto: la solución de dos Estados parece más alejada que
nunca. Pese a las advertencias de sus diplomáticos, la Administración Biden dejó
que el conflicto siguiera su curso. Las buenas palabras de los emisarios
internacionales ofrecieron a Israel una tapadera para continuar con la anexión
de facto de Cisjordania.
La política israelí ya no se centra en
la búsqueda de la paz; en la práctica, los sucesivos gobiernos han abandonado
las conversaciones con sus vecinos. Por su parte, los palestinos han dejado de
creer que podrán conseguir un Estado a través de las negociaciones.
El Acuerdo Abraham resultó ser una obra
maestra de ingeniería comercial. Una obra maestra ideada, negociada y llevada a
la práctica, recordémoslo, sin la participación de los palestinos.
En horizonte de esperanza… ¿Qué
esperanza?
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