La discordancia ha sido, desde siempre, el común
denominador de la política exterior de los países miembros de la Unión Europea.
Las políticas exteriores, mejor dicho, ya que los socios del club de
Bruselas han sido incapaces de elaborar directrices unitarias para su actuación
a escala mundial. Y ello, pese a la creación de la figura del Alto
Representante de la Unión para Política Exterior, cargo desempeñado con mayor o
menor éxito por funcionarios de alto rango de los Estados comunitarios,
procedentes - en su gran mayoría - de
agrupaciones políticas de centroizquierda. ¿Ventaja o inconveniente? Difícil
decirlo. Lo cierto es que a la hora de la verdad algunos de los tenores que
llevan la voz cantante en las cancillerías europeas no dudan en censurar la
actuación de los Altos Representantes con un rotundo y solemne no nos
representan.
Sucedió hace poco en Berlín, durante la reunión anual
de los Embajadores alemanes, destinada a ultimar los preparativos para la
presidencia germana de la UE. El pasado 25 de mayo, los diplomáticos de la
República Federal escucharon estupefactos la intervención del español Josep
Borell, alto representante de la UE para política exterior, interpretada por
algunos como el preludio al declive de la supremacía estadounidense. Las
tesis defendidas por el político catalán, muy parecidas a las del presidente
galo, Emmanuel Macron, podrían resumirse de la siguiente manera:
· La UE debería adoptar una postura equidistante en el
conflicto entre Estados Unidos y China, tratando de defender sus propios
intereses.
· El Brexit constituye una bendición para el
proyecto europeo.
· Las relaciones con Rusia deberían edificarse
teniendo en cuenta los intereses comunes, sin descuidar los aspectos
estratégicos clave para Bruselas y Moscú.
· Las relaciones bilaterales Europa - China deben
estar basadas en la confianza, la transparencia y la reciprocidad, en la
disciplina colectiva.
En resumidas cuentas, unas líneas maestras un tanto
sorprendentes. Y si los alemanes no se inmutaron (por algo son alemanes), sus
vecinos de Europa oriental, miembros de la UE aunque también y ante todo de la
OTAN, se mostraron consternados por la intervención de Borell. ¿A quién se le ocurre hablar de intereses
comunes con Rusia, de aspectos estratégicos convergentes? ¿A quién
se le ocurre subestimar el peligro que reside en el flanco Este de la
OTAN? Rumanos y polacos están allí para recordarlo, para advertirle con mayor o
menor elegancia al catalán usted no nos representa.
Conviene señalar que uno de los temas que preocupa
actualmente al establishment político de Europa central y oriental es la
posible retirada de tropas estadounidenses acantonadas en suelo germano. La
Administración Trump amenaza con llevarse alrededor de 10.000 (de los 34.500)
soldados destinados en la RFA a bases de otros países. Ofrecimientos no faltan;
al contrario.
Polonia ha expresado el deseo de acoger algunos de los
efectivos que deben abandonar Alemania. El primer ministro polaco, Mateusz
Morawiecki, se apresuró en recordarle a su amigo Trump que el verdadero
peligro se halla en la frontera oriental y por consiguiente, el traslado de
fuerzas estadounidenses hacia los confines con Rusia supondría el
fortalecimiento de la seguridad para todo el continente europeo.
Morawiecki alega que la reciente expansión militar de
Rusia a territorios de Georgia y Ucrania (Crimea y Dombass) justifica la creación
de bases militares permanentes norteamericanas en su país.
No menos compleja es la situación en Rumanía, otro
aliado fiel del gigante transatlántico en el Viejo Continente, cuyo papel
estratégico se ha visto reforzado a raíz del coqueteo de Erdogan con el
Kremlin. Los rumanos, que sienten la misma animadversión hacia la madre
Rusia que sus socios polacos, acaban de adoptar una nueva Estrategia
de Defensa Nacional 2020 – 2024, que define a la Federación Rusa como estado
hostil y amenaza para la región, cuyo comportamiento agresivo inquieta
al estamento militar. Durante los últimos meses, las autoridades rumanas
reclamaron un incremento sustancial de la presencia de efectivos
estadounidenses, lo que irritó sobremanera a la cúpula castrense moscovita.
Rusia estima que la base militar norteamericana de Deveselu
dispone de sistemas Aegis Ashore, capaces de disparar misiles de crucero
Tomahawk. Deveselu se convierte, automáticamente, en blanco de la aviación
rusa.
Pero hay más; los estrategas del Kremlin creen que la
nueva Estrategia de defensa de Bucarest contempla también el aumento de la
presencia naval de la OTAN y los Estados Unidos en el Mar Negro, el lago vigilado
hasta ahora por la Marina turca. Con ello, la actuación de Bucarest contribuirá
a aumentar aún más las tensiones en la región y la falta de confianza, aseguran
los rusos.
Para las autoridades rumanas, se trata, pura y
simplemente, de la adecuación de los planes de defensa al cambio del paradigma
global, determinado por el deterioro de las relaciones entre la Alianza
Atlántica y la Federación Rusa. El principal artífice de este nuevo enfoque es,
sin duda, el actual inquilino de la Casa Blanca: Donald Trump.
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