Hubo una época – durante los dos
primeros lustros de este siglo – en la que la nutrida presencia de
instituciones turcas en Tierra Santa se había convertido en un destacado
acontecimiento para los pobladores de la región. Nuestros nuevos amigos, los
turcos, solían decir los políticos de Tel Aviv; han vuelto los otomanos,
insinuaban los nacionalistas palestinos, nuestros nuevos aliados
musulmanes, argüían los estrategas jordanos, orgullosos de poder participar
en maniobras conjuntas con unidades del ejército de Ankara, segunda fuerza
militar de la Alianza Atlántica.
Los oficiales del reino hachemita
ponían cara de póker cuando se les recordaba que se trataba, en realidad, de
ejercicios de guerra tripartitos, en los que participaba también…Israel. Sí, también hubo presencia judía en las
maniobras, reconocían un tanto molestos por las inoportunas revelaciones de
sus interlocutores occidentales. No se trataba de revelar secretos militares;
las rotativas israelíes habían hecho hincapié en el carácter tripartito del
ejercicio. Sin embargo, en la otra orilla del Jordán, la percepción era
distinta. La prudencia desaconsejaba confundir el acercamiento entre Ammán y
Ankara con una iniciativa estratégica de los… ¡aliados regionales de los
Estados Unidos!
Ese extraño noviazgo se rompió el
31 de mayo de 2010, cuando unidades de élite del Ejército israelí atacaron los
barcos de la llamada Flotilla de la Libertad, embarcaciones de la
organización por palestina Free Gaza fletados por Turquía, que llevaban a
bordo un centenar de militantes comprometidos con la causa palestina. La
intervención israelí generó un sinfín de incidentes, que desembocaron en la
congelación de las relaciones diplomáticas entre Turquía e Israel. El Primer Ministro Erdogan exigió disculpas al
Estado judío por el ataque, amén de unas cuantiosas compensaciones – 20
millones de dólares - por los desperfectos causados durante el operativo. En
2016, turcos e israelíes firmaron la paz. Sin embargo, los embajadores no
volvieron a sus respectivos puestos. El conflicto continúa…
Al cumplirse diez años desde en
incidente de la Flotilla de la Libertad, llegamos fácilmente a la
conclusión de que Tel Aviv y Ankara no lograron recomponer el ambiente de
cordialidad que reinaba a comienzos del siglo. Turquía abandonó la política de
amistad con sus vecinos inmediatos – los países de la región mediterránea –
mientras que Israel dirigió sus miradas hacia la UE y las monarquías del Golfo
Pérsico – Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Bahréin – poco propensas a aceptar
el papel de una Turquía neo otomanista, dispuesta a resucitar el pasado del
Imperio otomano. Mientras, en Israel se están forjando nuevas alianzas
estratégicas. Esta vez, con Grecia y Chipre, enemigos declarados del Gobierno
de Ankara.
En enero de 2019, Israel pasó a
formar parte del Foro del Gas del Mediterráneo Oriental, integrado por
Grecia, Italia, Chipre, Jordania y la Autoridad Nacional Palestina, países que
pretenden compartir los recursos gaseísticos ubicados en la Zona Económica
Exclusiva de Chipre. Turquía, que ocupa la mitad norte de la isla, reclama a su
vez acceso a los yacimientos, pero tropieza con la tajante negativa de los europeos,
empeñados en no reconocer su soberanía sobre el territorio ocupado durante la
invasión de 1974.
Por otra parte, Israel se ha
adherido al acuerdo para la vigilancia de los drones turcos que sobrevuelan en
Mar Egeo. Para las autoridades de Atenas y Nicosia, la presencia de dichos aparatos
constituye un acto de piratería.
Más complicada aún es la situación
que reina en Jerusalén, donde las organizaciones benéficas turcas se han ido
adueñando de los locales situados en la Explanada de las Mezquitas. Bienvenidas
en la época del coqueteo entre Ammán, Ankara y Tel Aviv, esas embajadas del
islamismo turco se han convertido en un estorbo para las autoridades jordanas, que
custodian los Santos Lugares musulmanes de Palestina. Hace años, cuando los
palestinos introdujeron a los emisarios del Islam turco en la ciudad Tres Veces
Santa, los jordanos aceptaron muy a regañadientes su presencia. Con el paso del
tiempo, los turcos se fueron integrando en el Waqf, fundación islámica que
administra los bienes religiosos jerosolimitanos, provocando más quebraderos de
cabeza a los jordanos.
Tras la publicación del Plan
de paz de Donald Trump, otra potencia islámica – Arabia Saudita – manifestó
su interés en asociarse a la gestión de los bienes religiosos. Curiosamente,
los saudíes venían de la mano de las autoridades hebreas, que llevaban décadas negociando
un posible traspaso de la administración de la Explanada de las
Mezquitas al reino wahabita. Lo que parecía imposible en los años 90 del siglo
pasado, podría materializarse próximamente. Los jordanos estarían dispuestos a
aceptar un simulacro de cogestión de la fundación islámica a condición de que Riad
se comprometa a neutralizar la presencia turca en Jerusalén. Aparentemente, los
Estados Unidos avalarían el proyecto; Arabia Saudita es uno de sus más fieles aliados
de Washington en la zona y un firme valedor del Plan Trump. Además, la presencia
saudí abriría la puerta a otros Estados del Golfo Pérsico, los Emiratos Árabes Unidos
y Bahréin, países propensos a reconocer a Israel.
¿Y Turquía? Qué duda cabe de que el sultán Erdogan,
autoproclamado heredero de la relumbrante tradición imperial de los antepasados
de la Sublime Puerta, librará batalla por la tercera Ciudad Santa del Islam:
Jerusalén.
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