Trato de hacer
memoria. Sucedió hace tiempo; hace más de tres décadas. Jerusalén, 18 de
octubre de 1988. El candidato del derechista Likud en las elecciones
legislativas, Isaac Shamir, celebraba su enésima rueda de prensa anterior a la
contienda electoral. Le preguntamos sobre iniciativa de la OLP de proclamar la
independencia de Palestina. El proyecto coincidía, recordémoslo, con el
innegable impacto mediático de la primera Intifada. ¿Un Estado Palestino? ¡No
habrá jamás un Estado Palestino! aseveró el líder conservador.
Argel, 15 de
noviembre de 1988. El Consejo Nacional Palestino (Parlamento de la OLP),
reunido en la capital argelina, proclama la independencia de Palestina. Las emisoras de los países árabes transmiten
en directo los debates del Parlamento: …ejerciendo el derecho del pueblo árabe palestino a la
autodeterminación, a la independencia política y a la soberanía sobre su
territorio, el Consejo Nacional Palestino, en nombre de Dios y del pueblo árabe
palestino, proclama la creación del Estado de Palestina sobre nuestra tierra
palestina, con su capital en Jerusalén, al-Quds al-Sharif.
No hubo grandes festejos en el
sector árabe de Jerusalén. Los pobladores palestinos de la urbe tuvieron que
contentarse con esporádicos fuegos artificiales, disparados tras el paso de las
patrullas del ejército israelí. La canción Biladi (mí país) convertida
en himno nacional, sonó en algunos vecindarios nacionalistas. Mas había que
enfrentar los hechos: la ciudad, capital eterna e indivisible de Israel,
seguía bajo ocupación. Palestina contaba con su territorio - las tierras
ocupadas por el Estado judío en la guerra de 1967 – pero sin soberanía
internacionalmente reconocida.
Después de la
euforia inicial, los pobladores de la ciudad Tres Veces Santa asistieron a la
puesta en marcha de la implacable maquinaria de propaganda israelí, que no
tardó en advertir a los países amigos de Tel Aviv sobre la temeridad de
posibles actuaciones unilaterales. En este caso concreto, la temeridad
consistía en el reconocimiento del Estado Palestino. A la ofensiva del Likud
se sumó la voz del recién elegido Presidente de los Estados Unidos, George
Bush, antiguo director de la CIA, que tenía sobradas razones para no
enemistarse con el establishment israelí.
La
proclamación del Estado Palestino fue el detonante de la puesta en marcha de
las consultas que desembocaron en la celebración, en 1992, de la Conferencia de
Madrid y las discretas negociaciones diplomáticas que llevaron a la firma de
los Acuerdos de Oslo. El propio Isaac Shamir decidió corregir su discurso,
pasando del no habrá jamás un Estado palestino al más presumible tal
vez en un plazo de diez años. Una postura posibilista, que permitía a los
sucesivos Gobiernos israelíes celebrar nuevas reuniones destinadas a vaciar de
contenido los Acuerdos de Oslo y el Memorando de Wye Plantation. Todos los
jefes de Gobierno conservadores - Shamir, Olmert, Sharon, Netanyahu – y sus
relevos laboristas - Barak, Ben Ami - navegaron en la misma dirección. La
extensión de tierras asignadas a la Autonomía palestina disminuyó
considerablemente tras la creación de nuevos asentamientos judíos en
Cisjordania. Por si fuera poco, tanto Ariel Sharon como Benjamín Netanyahu
manifestaron que el Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud
Abbas, había dejado de ser un interlocutor válido en el accidentado
diálogo con Tel Aviv. Curiosamente, los datos del problema cambiaron
radicalmente después del ataque de Hamas del 7 de octubre del pasado año,
cuando Washington y Tel Aviv llegaron a la conclusión de que el único elemento
moderado al que podían recurrir era… Mahmud Abbas. Para conquistarlo, israelíes
y norteamericanos optaron por recurrir tanto al coqueteo como al chantaje.
El chantaje se
ha convertido en la principal baza del actual maratón diplomático meso oriental
estadounidense. El Secretario de Estado Antony Blinken se empeñó en convencer
al Presidente Erdogan sobre la necesidad de apoyar la postura de Israel en la
pugna con los palestinos. ¿A cambio de la entrega de unos cazas F-16? Un error
garrafal, teniendo en cuenta la trayectoria ideológica del político turco, hábil
negociador y ferviente islamista. O de ofrecer un trato equitativo a
Benjamín Netanyahu, persuadiéndole de que Arabia Saudita costeará los gastos
para la reconstrucción de Gaza y normalizará sus relaciones con Tel Aviv a
cambio del plácet israelí para la creación de un Estado palestino. Tropezó, una
vez más, con la negativa rotunda del Primer Ministro hebreo, poco propenso a
aceptar la existencia de este Estado, liderado por los elementos moderados de
la OLP o por una coalición internacional integrada por saudíes, egipcios, palestinos
y… norteamericanos. Netanyahu dejó las cosas claras en su último discurso: El
día después de la era Netanyahu habrá un Estado gobernado por la Autoridad
Palestina. Él, Netanyahu, no tiene intención alguna de claudicar. Y ello, pese a la advertencia de Washington: La
paciencia de Joe Biden se ha agotado. Aviso a los políticos noveles y las
almas caritativas que acaban de descubrir la problemática del conflicto. No hay
que tratar de amenazar con la opción de dos Estados ni con la imposición
de un Estado creado por Occidente, por países que durante décadas hicieron suya
la estrategia de la no intervención unilateral en los asuntos de la
región.
En las últimas
semanas, la Administración Biden trató de eludir los contactos con Netanyahu a
la hora de sentar las bases para posibles soluciones del día después del
operativo bélico, recurriendo al diálogo con otros políticos israelíes o representantes
de la sociedad civil. Sin embargo, los altos cargos del Departamento de Estado
reconocen que, al término del conflicto, alguien tendrá que reconstruir Gaza,
alguien tendrá que gobernar Gaza, alguien tendrá que proporcionar seguridad en
Gaza. Israel se enfrenta a decisiones muy difíciles en los próximos meses, estiman
los jefes de la diplomacia estadounidense. ¿Simple
constatación o advertencia? Pero Israel no es una república bananera.
Tampoco los palestinos
parecen dispuestos a ceder: el precio pagado por los gazatíes desde el inicio
de la operación militar ha sido demasiado elevado.
Subsiste, pues, el doble dilema: Netanyahu
no tiene intención de dimitir; tiene cuentas pendientes con la Justicia israelí.
El Estado judío no quiere claudicar; tiene cuentas pendientes con… Hamas.
¿Acaso cederán los palestinos en un futuro cercano o lejano para desaparecer en el basurero de la historia? ¿Existe aún algo de aquella idílica "confraternidad" árabe de los tiempos del "Al Andalus" que les eche una mano? Me da la impresión de que los estados árabes no se dan cuenta en el profundo dilema en que se encuentran...
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