La alarma saltó el 14 de
noviembre, escasas horas después del atentado perpetrado en la céntrica calle Istiklal
de Estambul por una mujer kurda procedente de Siria. La acción terrorista
dejó seis muertos y más de ochenta heridos. Nada nuevo bajo el sol, aseveraron
los analistas políticos de la antigua capital otomana. Turquía se había
acostumbrado a los ciclos de violencia provocados por el constante
enfrentamiento con los grupúsculos paramilitares kurdos, tachados de marxistas
a sueldo de Moscú o de Alemania del Este en los años 70 y 80 del siglo
pasado. Después de la desintegración de la URSS y la caída del Muro de Berlín,
los kurdos se quedaron sin padrinos, aunque no sin armas.
El ministro turco del Interior, Suleyman
Soylu, sorprendió a los diplomáticos extranjeros al rechazar, abierta y
públicamente, las condolencias de la Embajada estadounidense. Sabemos dónde
se coordinó el ataque. Hemos recibido el mensaje que nos han enviado. No
aceptamos las condolencias de la Embajada, manifestó el titular de
Interior, quien había criticado la postura de Estados Unidos frente al acto terrorista,
pero sin revelar el verdadero motivo del descontento de Ankara.
¿Cuál era el contenido oculto del
mensaje al que se refería Soylu? Pese a los múltiples y constantes roces
con Washington, Turquía había adoptado una postura pro occidental en el
conflicto de Ucrania. Al envío de los drones Bayraktar TB2, suministrados al
ejército de Kiev, se suma la presencia – aún no confirmada – de misiles de
medio alcance fabricados por la industria armamentística turca. Aparentemente,
este escabroso detalle no entorpece las bunas relaciones con Moscú. Turquía es
un buen cliente de Rusia. A las importaciones que van viento en popa, se suma
otro atractivo: desde la introducción de las sanciones occidentales, los
aeropuertos de Anatolia se han convertido en la única puerta de salida para los
viajeros rusos.
Comercio, turismo, cooperación en
materia de defensa, suministro de tecnología nuclear… Decididamente, el laxismo
de las autoridades de Ankara no es del agrado de Washington. Después de
todo, Turquía es uno de los miembros fundadores de la OTAN; uno de los
baluartes de la Alianza Atlántica, que coquetea descaradamente con Rusia y con
Irán, acérrimos enemigos de Occidente. ¡Incomprensible! ¡Intolerable!
¿Incomprensible? Olvidan los
detractores de Erdogan que, en el verano de 2016, cuando se gestó la
intentona golpista contra el presidente turco, los servicios de inteligencia
occidentales permanecieron mudos. Curiosamente, los únicos que le advirtieron al
sultán - presidente sobre el peligro inminente fueron los agentes de la
KGB destinados en Ankara. Obviamente, el sultán puede ser cruel, aunque
también… agradecido. La gratitud al Kremlin produjo un hondo malestar en la
Casa Blanca. El entonces presidente Obama y su mano derecha, Joe
Biden, trataron de recomponer los platos rotos. ¿La culpa? La culpa no es
de nadie; es de todos. Así lo comprendió, en su momento, Recep Tayyip
Erdogan.
Los Estados Unidos están
llevando a cabo una guerra hibrida contra Turquía e Irán, afirmaba la
pasada semana la prensa moscovita proclive al Kremlin, que no debería
llegar a manos del lector occidental. ¿Los motivos?
Muy sencillo: algunos rotativos
rusos aseguran que Estados Unidos participaron en la orquestación del reciente
ataque terrorista de Estambul e incitaron a los servicios secretos de Kiev a
sabotear, por segunda vez en menos un año, el gasoducto TurkStream, que
suministra gas natural ruso no sólo a Turquía, sino también a Europa del Este y
región balcánica. El intento de sabotaje se produjo poco después de la
propuesta de Vladímir Putin de convertir a Turquía en centro para
la distribución del gas ruso a Europa.
¿Se trata de castigar a Erdogan
por su empeño en buscar un equilibrio entre sus compromisos con la OTAN y el
deseo de cooperar con los BRIC y con la Organización de Cooperación
de Shanghái, de su voluntad de llevar a cabo una política asiática
independiente?
El periodista y politólogo turco Onur
Sinan Guzaltan, autor de varios libros sobre la geopolítica del
Mediterráneo y el Mundo Árabe, estima que Estados Unidos no tiene interés
alguno de contar con países fuertes en la región, recordando que
Washington intervino en Yugoslavia, Irak, Siria e Irán. Según él, Norteamérica dividió
Irak y tratará de emular el ejemplo en Siria y de desestabilizar a Irán.
¿Y Turquía? Turquía trata de hacer
frente a la ofensiva de Washington, lo que explica sus dificultosas relaciones con
la Casa Blanca. Pero de ahí hasta vaticinar una aparatosa salida de Ankara de
la OTAN hay un abismo. O… tal vez no.
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