De cómo atenazar a Rusia. Este fue el extraño mensaje que recibieron los lectores de una prestigiosa revista de relaciones internacionales que se publica en Nueva York. Sucedió allá, a comienzos de la década de los 90 del siglo pasado, en pleno idilio entre Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov.
¿Atenazar a Rusia? Los tiempos habían cambiado y la
percepción del mudable coloso ruso poco tenía que ver con los estereotipos
empleados durante los primeros años de la Guerra Fría. En principio, el país de
la glasnost y la perestroika gozaba de la aún embrionaria simpatía
del mundo libre. Sin embargo…
Atenazar a Rusia. Eliminar al gigante soviético de la
lista de las superpotencias mundiales. Fue éste el sueño de varias generaciones
de mandatarios occidentales. El aliado de la Segunda Guerra Mundial
debía tornarse, forzosamente, en enemigo de nuestra civilización, en adversario
de nuestros valores. Aun así, aquel informe realizado por un equipo de
politólogos de la Universidad de Yale resultó más bien desconcertante.
¿Eliminar a Rusia (soviética) en el momento en que Gorbachov parecía dispuesto
a aceptar las exigencias de la Casa Blanca, a hacer un sinfín de concesiones? Obviamente,
los autores del documento habían elaborado una estrategia a largo plazo. ¿Se
trataba de relegar a Rusia al estatuto de simple potencia regional, como la
calificó años más tarde Barack Obama? El proceso, que implicaba la creación de
un cordón sanitario en las fronteras europeas y la asociación de China a la tenaza
contra Moscú, estaba en marcha. La primera fase – el acercamiento de la Alianza
Atlántica a los confines de la Federación Rusa – finalizó durante el mandato de
Obama. La segunda – la conquista de China – no llegó a materializarse.
En el Viejo Continente, se daban las condiciones para
un enfrentamiento con el oso ruso. Sin embargo, el Kremlin no movía
ficha. Joe Biden, que ostentó el cargo de vicepresidente de los Estados Unidos
durante el mandato de Obama, se estrenó en la presidencia empleando un lenguaje
agresivo para con Vladimir Putin. Las poco diplomáticas descalificaciones se
prolongaron hasta después de la cumbre celebrada en Ginebra en junio del pasado
año, durante la cual el presidente ruso rechazó la propuesta de sumarse al
proyecto globalista de los socios de Biden.
Obviamente, había que atenazar a Rusia. Para ello,
hacia falta encontrar un anzuelo. ¿Por qué no… Ucrania? Un país vecino de
Rusia, donde reinaba una corrupción galopante, donde el nacionalismo y la
rusofobia hallaron carta de naturaleza, donde habían surgido, con el
beneplácito de Occidente, movimientos neonazis, donde se hallaban doscientos
asesores militares estadounidenses, donde funcionaban bio-laboratorios
financiados por instituciones públicas y privadas norteamericanas. (Los nombres
y la ubicación de estos proyectos figuraban, hasta la invasión de las tropas
rusas, en la página web de la Embajada de los Estados Unidos en Kiev).
El Kremlin tardó en aceptar el reto de Biden, quien
había fijado incluso la fecha de la invasión.
En 2004, durante la revolución naranja que
propició la caída del Gobierno prorruso de Víktor Yanukóvich, la canciller
alemana Angela Merkel se negó a avalar al conglomerado de agrupaciones políticas
que protagonizaban el cambio. La identidad de los emisarios del movimiento Maidán
no le inspiraban confianza. Ello explica las recientes críticas contra la
excanciller formuladas por Volodímir Zelensky.
Pero la guerra entre Washington y Moscú, la auténtica
guerra de los globalistas contra los tradicionalistas, se libra en otro campo
de batalla. Las divisiones de la Alianza Atlántica y los misiles nucleares de
Rusia se desvanecen ante las sanciones impuestas a Moscú por Occidente. Se
trata de un arma de doble filo, cuya utilización no coge desprevenido a
Vladímir Putin. Hace tiempo que Rusia contempla la opción de llevar a cabo
cambios sustanciales en la estructura económica y financiera del planeta.
Cambios económicos: tratando de resucitar y reactivar
el bloque BRICS, compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que representa
al 40 por ciento de la población mundial y genera gran parte del PIB de nuestro
planeta. La decisión se produce una semana después de que el presidente Biden
dijera que se establecería un nuevo orden mundial liderado por los Estados
Unidos.
Cambio en el sistema financiero:
para los dignatarios rusos, el abandono del dólar y el euro como principales
reservas mundiales no parece un proyecto descabellado. Según ellos, un sistema
financiero renovado debería basarse en la preponderancia de las monedas
regionales – rublo, yuan, etc. – vinculados al patrón oro. Tanto Rusia como
China utilizan este sistema de compensaciones, ante la gran desesperación de la
banca tradicional, preocupada por la constante revaluación de dichas monedas.
Atenazar a Rusia. Cierto es que
China no ha seguido el guion escrito por los politólogos de Yale. Y ello, pese
a las concesiones de Washington a la hora de negociar nuevos acuerdos
comerciales con Pekín, a las inevitables sanciones económicas, los intentos de
soborno y, como no, la amenaza militar que supone la creación de la alianza militar
AUKUS, que los
chinos interpretan como un desafío directo.
Gracias. Habrá que reflexionar y, repensar las expectativas del futuro.
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