Tenía mis dudas. Empezar esta crónica con la muy
socorrida y dramática frase los cohetes de Hamas cubren el cielo de Israel o
recurrir a un titular más sencillo, más reposado como las noches de
Jerusalén. Finalmente, me decanté por la segunda variante. En realidad, las
buenas y malas nuevas siempre llegan de noche.
El 15 de noviembre de 1988, el Consejo Nacional
Palestino, reunido en Argel, proclamó la independencia de Palestina. Poco
antes de medianoche, los fuegos artificiales iluminaron el cielo de Jerusalén
Este. Fue una celebración muy austera, casi clandestina, en aquella capital
eterna e indisoluble del Estado de Israel. Al día siguiente, los amigos
árabes intercambiaban un discreto Mabruk (enhorabuena). El proclamado
Estado Palestino aún no existía, aún no existe.
El 20 de enero de 1996, poco antes de medianoche, un
eurócrata trajeado y encorbatado penetraba en la oficina jerosolimitana de la
Comisión que supervisaba las primeras elecciones generales del siempre
inexistente Estado Palestino. Desapareció tras una breve y discreta
conversación con el estadígrafo que comprobaba los resultados de la consulta.
Pazzzo! Este hombre está loco, estalló el informático italiano encargado de la
supervisión de los datos. Me pide que manipule las cifras; que cambie el
porcentaje de votos obtenidos por al Fatah.
Al día siguiente, nos enteramos que la agrupación
capitaneada por Yasser Arafat se alzó con la victoria en la consulta popular.
Años más tarde, Bruselas desmintió cualquier injerencia en el proceso
electoral. Sin embargo, en 2006, el partido liderado por Mahmud Abas, fue
incapaz de ganar las elecciones generales. El movimiento islámico Hamas, más
arraigado en la Franja de Gaza, logró imponerse a los candidatos de la OLP. La
inestabilidad política se instaló en la vida de los palestinos del siempre
inexistente Estado Palestino. Al Fatah gobernaba en Cisjordania; Hamas creó su
propia Administración en la Franja de Gaza. Detalle interesante: los gazatís
que formaban parte del nuevo Gobierno palestino no podían desplazarse a
Cisjordania. Las autoridades israelíes velaban por el… incumplimiento del
acuerdo de libre circulación negociado en Oslo. La ruptura entre las dos
entidades geográficas parecía inevitable. Se materializó con el paso del
tiempo; Gaza acabó convirtiéndose en un satélite del islamismo chiita de
Teherán, mientras que Cisjordania seguía la corriente de sus volubles
filántropos occidentales: Norteamérica y la Unión Europea. Los múltiples
intentos de reconciliación entre las partes fracasaron, gracias a la
intervención de los peones de Washington, París, Londres o Bruselas. Sin
olvidar, claro está, la corrupción que se fue adueñando a pasos agigantados de
la abultada administración del inexistente Estado.
Los intentos de llevar el barco a su puerto – la
independencia – fueron saboteados sistemáticamente por el establishment político
y militar de Tel Aviv. Pero los grandes titiriteros estaban empeñados en velar
por la supervivencia de la entidad palestina. Occidente, para no reconocer el
fracaso de su política; Israel, para contar con la constante amenaza del
terrorismo palestino.
La pantomima se prolongó durante lustros. La bomba de
relojería, las bombas, mejor dicho, estallaron en el momento menos oportuno. El
octogenario Mahmud Abas llevaba tiempo preparando su retirada de la vida
política. Mas la jefatura del no Estado tenía/tiene demasiados pretendientes.
Para librarse de la responsabilidad de una probable, por no decir, inevitable
elección errónea, el rais optó por convocar nuevas elecciones. Unas
consultas pospuestas durante 15 años. Pero el fantasma de Hamas, de una
aplastante victoria del crecido movimiento islámico, volvió a ensombrecer el
horizonte. El viejo militante de al Fatah educado en Moscú optó, pues, por una
nueva retirada estratégica. ¿Aplazar las elecciones? ¡Por qué no! Los
palestinos se habían acostumbrado a las maniobras dilatorias de su clase
política. Sin embargo, en esta ocasión, la oposición reaccionó violentamente: Abas
hace el juego de Israe; el único beneficiario de ese aplazamiento es… Benjamín
Netanyahu. Y no se equivocaba.
Los frecuentes titubeos de Abas, debidos ante todo a
las numerosas intrigas que acompañan su tortuoso final de reino, se habían
convertido en una baza para los políticos hebreos, muy propensos a justificar
su inacción en el terreno diplomático por la fluctuante situación en el campo
palestino. Sin embargo, las exigencias de la Autoridad Nacional Palestina no
habían variado. Mas Tel Aviv prefería hacer oídos sordos a las propuestas de
incluir a los habitantes de Jerusalén oriental en las listas del censo
electoral palestino o de celebrar consultas en el sector árabe de la ciudad.
Las otras exigencias, derivadas de los Acuerdos de Oslo o el sinfín de
documentos negociados y aprobados desde 1994, quedaron archivadas por la
eficacísima labor de zapa del auténtico dinamitero del proceso de paz: Benjamín
Netanyahu.
De hecho, el líder del Likud se halla en una situación
muy embarazosa. Ante la imposibilidad de formar un nuevo Gobierno de coalición
con las formaciones de centro-izquierda, el incombustible Bibi se vio
obligado a tirar la toalla, pasando en relevo a políticos centristas, poco
propensos a convertirse en sus encubridores ante una Justicia que pretende
inculparlo por cuatro delitos de corrupción y malversación. La única salvación
de Bibi, presidente en funciones del Gabinete hebreo, sería, pues, un
conflicto que le llevara a asumir el mando de las operaciones militares.
La respuesta llegó el 10 de mayo, de la mano de la
policía israelí, que protagonizó dos asaltos en la Explanada de las Mezquitas,
causando más de 300 heridos entre los palestinos que participaban en el llamado
Día Negro, que conmemora la anexión del sector árabe de Jerusalén por el
ejército israelí. La violencia se extendió al recinto de la mezquita de Al
Aqsa, el tercer lugar sagrado del Islam. A ello se sumó el desalojo de decenas de
familias palestinas del elegante barrio de Sheij Jarrah, donde residen habitualmente
los notables palestinos. La crisis estaba servida; el movimiento islámico Hamas
aprovechó la oportunidad para entrar en acción.
El resto es harto conocido: centenares de cohetes
fueron lanzados desde la Franja de Gaza. Sus objetivos: Jerusalén, Tel Aviv,
Ashkelon y Ashdod. La mayoría fueron interceptados y destruidos por el sistema
de defensa antimisiles Cúpula de Hierro. Pero al producirse las tres
primeras bajas, Israel ripostó con ataques de misiles y bombardeos aéreos. La
derecha israelí volvió a pedir la expulsión de los palestinos de sus tierras,
su reinserción en los países árabes, la… limpieza étnica.
Las Cancillerías de las grandes potencias condenaron
vehementemente la violencia. Palabras y frases que habíamos oído antes. Sin
embargo, el Gobierno de Tel Aviv se apresuró en pedir a la Administración estadounidense
que no tome cartas en la crisis.
La historia se repite. En las noches de Jerusalén, aguardan las mortíferas estrellas fugaces de Hamas.
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