En noviembre de 2002, cuando en
AKP se alzó con la victoria en las elecciones generales turcas, unos de los
primeros estadistas que abogó por el ingreso de Turquía en la Unión Europea
fue… el presidente Bush.
El mensaje del inquilino de la
Casa Blanca sorprendió a los analistas occidentales. Su contenido: “El Sr.
Erdogan es un islamista moderado; hay que facilitar el ingreso de su país en la
UE”. La recomendación de Bush causó sorpresa y malestar en Bruselas;
inquietud e incredulidad en los círculos académicos, acostumbrados a estudiar
con mayor detenimiento los programas de Gobierno de los partidos políticos, con
suma cautela las propuestas de las agrupaciones islámicas, la agenda oculta de
los lideres del mundo árabe musulmán.
Huelga decir que el AKP no disimulaba
las líneas maestras de gobernanza. El programa del partido de Erdogan hablaba
claramente de la necesidad de islamizar la diáspora y de remusulmanizar Turquía. ¿Los
medios para lograr ese objetivo? Obviamente, el nuevo equipo de Gobierno de
Ankara se guardaba varios ases en la manga.
Las sorpresas empezaron a aflorar en 2003, durante la invasión de Irak,
cuando Turquía, miembro de la Alianza Atlántica, decidió prohibir a la aviación
estadounidense sobrevolar su espacio aéreo a los cazas que iban a llevar a cabo
misiones en Irak. No se trataba de la primera advertencia: los aliados tropezaron
con las mismas reticencias en el verano de 1990, cuando el Gobierno del
socialdemócrata Bulent Ecevit expresó su profundo malestar por la utilización
del despacio aéreo turco por la aviación estadounidense. En ambos casos, Ankara
esgrimió el mismo argumento: un país musulmán no puede participar – directa o
indirectamente – en operativos bélicos contra otro país árabe. Argumentos que
Washington no parecía muy propenso a aceptar.
Durante la primera legislatura
del AKP (2002 – 2007) los islamistas trataron de aprovechar al máximo el legado
del anterior Gobierno – proyección internacional, relaciones de buena vecindad
con los Estados de la zona, cooperación económica y militar con los actores
cave del Cercano Oriente – Israel, Jordania, la Autoridad Nacional Palestina,
los Estados del Sudeste europeo.
Las relaciones con la Unión
Europea, aparentemente bien encauzadas, entran en crisis en 2013, cuando
Alemania y Holanda optan por congelar el dialogo con Ankara. Seguirá la
crisis de los refugiados (2015), el intento de golpe de Estado contra
Erdogan (2016), el distanciamiento de Washington (2016 – 2017) y acercamiento a
Moscú (2018).
En el plano interno, la caza
de brujas iniciada en 2016 permite el afianzamiento de grupos afines a Erdogan
en los ministerios de Justicia, Interior y Defensa, la depuración de los
llamados elementos terroristas, el control de los medios de comunicación
por parte del Gobierno.
El neo otomanismo, doctrina
en la que se sustenta el proyecto de la Nueva Turquía de Erdogan, contempla la
vuelta al Islam y al Califato. Ello implica, claro está, la ruptura con las
estructuras del Estado laico proclamado por Mustafá Kemal Atatürk en 1924.
La decisión de reconvertir la
basílica Santa Sofia – emblemático monumento de la Cristiandad – en lugar de
culto musulmán, se inscribe en la línea de los cambios radicales contemplados
por los islamistas turcos, reflejando su deseo de alejarse del legado del
kemalismo, cuando no de hacer borrón y cuenta nueva de las instituciones de la
Turquía contemporánea.
Santa Sofia volverá, pues, a ser
mezquita, al igual que en 1453, cuando Mehmet el Conquistador entró a caballo
en el templo cristiano, anunciando el final de una era. Erdogan sustituyó el caballo por las cámaras
de televisión. Su mensaje, más agresivo que el del que considera su antepasado,
reza así: la reconversión de Santa Sofia en lugar de culto musulmán augura la
liberación de la mezquita jerosolimitana de Al Aqsa, el resurgir del Islam en
Bukhara (Uzbekistán) y… al Ándalus. La mención a España no figura, sin embargo,
en la página web del Gobierno de Ankara.
Curiosamente, el discurso del moderado
Erdogan recuerda la doctrina de la monarquía wahabita, cuando no la
vehemente argumentación de uno de sus súbditos: Osama Bin Laden
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