Hace apenas unas semanas, las autoridades de vigilancia aduanera rumanas
optaron por cerrar el paso de un convoy militar ruso compuesto por una
treintena de tanques de combate destinados al ejército de Serbia. El “donativo”
de la Federación Rusa – es lo que especificaba el conocimiento de embarque
presentado por los inusuales transportistas moscovitas - no pudo atravesar el
territorio de Rumanía, país miembro de la Alianza Atlántica y, por
consiguiente, potencial adversario de la antigua URSS. De hecho, el Gobierno
rumano se escudó detrás de los estatutos de la OTAN, que prohíben el tránsito
de material bélico “enemigo” en los Estados miembros de la Alianza. Asunto aparentemente
zanjado…
Sin embargo, diez días después del extraño incidente fronterizo, los
blindados rusos llegaron a Serbia atravesando el suelo húngaro. Hungría, país
miembro de la OTAN, hizo caso omiso del veto de la Alianza. Su postura resultó
ser mucho más flexible; obviamente, los vecinos serbios necesitaban la treintena
de tanques de combate y los vehículos acorazados BRDM 2 obsequiados por el
Kremlin. Los seis cazas bombarderos MIG-29 destinados a la fuerza aérea de
Belgrado siguieron la misma ruta. Curiosamente, los húngaros se libraron de la
regañina de la cúpula atlantista esgrimiendo la socorrida baza de la “soberanía
nacional”. No es la primera vez que el Gobierno del conservador Viktor Orban
supedita la supuestamente rígida disciplina de la Alianza a sus inmejorables
relaciones con el dueño del Kremlin. Consciente de la fragilidad del compromiso
de algunos socios occidentales y centroeuropeos de la OTAN, Washington apuesta
por el traslado progresivo de las tropas estacionadas en Alemania hacia los
confines de Rusia, así como el fortalecimiento de los lazos con los Estados de
la “primera línea del frente” – Polonia,
Rumanía y los países bálticos – piezas clave para la política de
expansión de Occidente.
La rapidez de los cambios sociopolíticos y militares registrados en los
últimos lustros en la región de los Balcanes ha irritado sobremanera a la Madre Rusia, empeñada en aumentar su
influencia en la región, con miras a contrarrestar el peso de los Estados
Unidos y de sus aliados europeos. De hecho, Vladimir Putin está persuadido de
que la OTAN pretende convertirse en una especie de Ministerio de la Guerra del
mundo occidental. Los recientes acuerdos especiales de defensa sellados con
Brasil en América Latina y Australia en el área del Pacífico ponen de
manifiesto el creciente protagonismo de la estructura militar liderada por
Washington. Dadas las circunstancias,
Rusia necesita mover ficha.
Los politólogos estiman que la situación en los Balcanes podría volverse
explosiva. Si bien la OTAN se basa principalmente en alianzas con Albania,
Croacia y Kosovo, antiguos estados de la Federación yugoslava, Rusia centra su
interés en Serbia, cuyos habitantes recuerdan la agresión perpetrada por la
OTAN en la década de los 90 del pasado siglo, así como en las entidades eslavas
de la zona, concretamente en Bosnia y Herzegovina. Moscú podría edificar una gran
estructura militar en la República Srpska - República Serbia de Bosnia. Se trata de una
opción que se había barajado durante bastante tiempo, pero que parece cada vez
más plausible tras la decisión del Kremlin de donar equipo militar a Serbia.
Detalle interesante: en Bosnia, los militares rusos podrían contar con la
colaboración/complicidad de la población musulmana que comulga con el ideario
del nuevo aliado de Moscú, Recep Tayyip Erdogan.
Sin embargo, la situación podría complicarse, teniendo en cuenta que Estados
Unidos cuenta con una de sus mayores
bases militares - Camp Bondsteel
- en Kosovo, el Estado rebelde que Washington quería convertir en protectorado norteamericano
desde la década de los 90. A la habitual tirantez entre Serbia y Kosovo se suma
hoy en día la iniciativa de crear un ejército nacional kosovar, lo que
desencadenaría una inevitable respuesta militar por parte de Belgrado.
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