¿Cómo
fue atacada la flota fantasma rusa y por qué el incidente de los petroleros
rusos del Mar Negro es una grave advertencia para la OTAN?
Desde
el inicio de la guerra en Ucrania, el Mar Negro se ha convertido en algo más
que un tramo de agua, en un tablero de ajedrez plagado de minas, donde las
reglas de la navegación internacional obedecen en gran parte, a la necesidad de
Rusia de financiar su intervención militar y también la incapacidad de la
comunidad internacional para detener este flujo de divisas.
Las
explosiones que sacudieron dos petroleros de la llamada flota fantasma
de Moscú el pasado fin de semana frente a la costa de Turquía y la entrada al estrecho
del Bósforo, no son un simple incidente naval. Son síntoma de un diagnóstico
mucho más grave: el riesgo inminente de que la guerra económica y convencional
se fusione en un desastre ecológico y/o de seguridad en la frontera de la OTAN.
Lo
que ocurrió con los barcos Kairos y Virat, ambos impactados por
explosiones sospechosas, muestra la extrema vulnerabilidad de las rutas de
exportación rusas.
Aunque
las autoridades turcas hablan diplomáticamente de una ingerencia extranjera
— eufemismo empleado para las minas marinas o los ataques con drones —, la
realidad es que estos barcos navegaban en una zona gris, tanto legal como
operativa.
El
hecho de que ambos petroleros estuvieran vacíos en el momento del impacto es
cuestión de suerte. Si los tanques hubieran estado cargados con crudo procedente
de los Urales, que transportan frecuentemente a la India o China, la noticia habría
girado en torno a una gran catástrofe medioambiental en las inmediaciones
de la metrópoli de Estambul.
Conviene
recordar que estos barcos no son meras víctimas colaterales, sino
herramientas clave del Kremlin para eludir las sanciones económicas impuestas
por Occidente. Kairos y Virat, sancionados por Estados Unidos, Inglaterra
y la Unión Europea, forman parte de esa flota de navíos obsoletos, con seguros
dudosos y propietarios ocultos tras empresas pantalla de Shanghái o de algunos paraísos
fiscales.
Operan
bajo banderas de conveniencia, cambiando su identidad desde Panamá hasta Gabón
o las Islas Comoras, con una facilidad que desafía cualquier regulación
marítima seria. Su objetivo único es mantener abierto el grifo de las divisas que
alimentan a Moscú, sin tener en cuenta los posibles riesgos que corren sus respectivas
tripulaciones.
El
incidente de la pasada semana plantea un importante dilema para Turquía e,
implícitamente, para la los demás miembros de la OTAN. El Bósforo es una
arteria vital para la navegación internacional; la creciente inseguridad marítima
ejerce, pues, presión sobre Ankara.
El
ministro turco de Transportes admitió la posibilidad de neutralizar las minas,
pero descartó la opción de combatir los ataques de drones. Esta ambigüedad no
resuelve el problema subyacente: el Mar Negro es una zona de guerra activa, y
los barcos que alimentan el esfuerzo bélico ruso son objetivos legítimos o, al
menos, víctimas predestinadas del caos reinante.
El
incidente ha puesto de manifiesto las limitaciones jurídicas de las sanciones
occidentales. En efecto, aunque el petrolero Virat, inactivo durante
meses a raíz de las sanciones occidentales, regresó a aguas internacionales tratando
de reintegrarse en el circuito de contrabando de petróleo.
Los
Estados Unidos reclaman hace ya algún tiempo la elaboración de una estrategia global
atlantista para el Mar Negro. Una misión imposible, teniendo en cuenta las
diferencias de pareceres y opciones estratégicas de los países ribereños. Rumania – miembro de la OTAN que tiene fronteras
tanto con Rusia como con Ucrania – no acaba de definir una política de defensa frente
a los agredidos y los agresores.
Bulgaria,
también miembro de la Alianza, está dividida entre los compromisos militares y
el deseo de mantenerse neutral frente al aliado eslavo – Rusia – con quien
comparte los criterios del paneslavismo.
Georgia
– eterno candidato al ingreso en la OTAN y victima de recientes agresiones de
Moscú – comparte los desfiles de marines USA en su capital con una política
de apaciguamiento frente al Kremlin.
Por ende, Turquía y Rusia, las dos expotencias imperiales, no dudan en conservar su aureola de antiguos dueños y señores del viejo Mar. Lejos quedan los tiempos del Tratado de Montreux, cuando los entonces dueños del Viejo Continente prestaban muy poca atención a la conflictividad en el Mar Negro.

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