El problema de este país
es que hay muchos pueblos ocupando un territorio pequeño. Tenemos a los
israelitas y los israelíes, los judíos y los hebreos… Por cierto ¿hay alguna diferencia
entre ellos?
Trato de contestar con
calma y aparente serenidad.
Y del otro lado tenemos a
los cristianos musulmanes… ¿Verdad?
¡Tierra, trágame! Llevo
años aquí, en Tierra Santa, lidiando con la argumentación de los dos bandos –
árabes y judíos – y descubro – muy a mi pesar – que el consultor de
Bruselas, que acaba de aterrizar en el aeropuerto de Tel Aviv, me revela la
existencia de etnias y pueblos desconocidos, preguntándome, eso sí, si hay
alguna diferencia entre ellos. Pero prefiero callarme. Callarme y
reflexionar sobre la peculiaridad de los expertos comunitarios enviados
para misiones relámpago a Tierra Santa para fomentar el diálogo entre las dos
comunidades: palestinos e israelíes. Y
también me pregunto: ¿Será este el motivo – uno de los motivos – de la no
inclusión de la UE de las negociaciones de paz israelí-palestinas?
Donald Trump integró en
su equipo negociador a su yerno, Jared Kushner, judío ortodoxo que, al redactar
en borrador de los Acuerdos Abraham, hizo caso omiso de los palestinos; del pueblo
palestino. Aparentemente, no había encontrado ¡en las librerías
norteamericanas! información suficiente sobre ese pueblo. Lo acompaña Tony
Blair, exprimer ministro británico, condenado por ¡crímenes de guerra! en
Malasia en 2011. Blair, primer político occidental que avaló las alegaciones de
George Bush Jr. sobre la existencia de armas de destrucción masiva en
Iraq, aspira al cargo de virrey de Gaza o, en otras palabras, de
presidente de la Junta de Paz propuesta por Washington, merced a su
amistad que le une a la familia del actual inquilino de la Casa Blanca y, por
supuesto, a su correligionario, el británico Keir
Starmer.
Curiosamente, los
palestinos no lo quieren. El fantasma de Blair les recuerda la época
colonial, los años del mandato británico sobre Palestina, cuando la potencia
administradora se dedicaba a fomentar los roces entre árabes y judíos.
Recordaban los supervivientes de aquellos tiempos: El conflicto intercomunitario empezó con
los ingleses, en la década de los 30. La Administración colonial
suministraba fusiles a un bando y bidones de gasolina al otro. Que se maten
entre ellos, susurraban los oficiales de Su Graciosa Majestad. Y que no
interfieran con la política de la Administración colonial…
Pero esos molestos detalles
no figuran en la mayoría de los libros de Historia editados en Occidente, que
se limitan a describir una colonización amable y… civilizadora. Pero no; el
conflicto no empezó en 1948. Y para los árabes, los palestinos, sir Anthony
Blair es el exponente de aquél poco agradable periodo histórico.
Mientras la mayoría de
los rotativos europeos llevan estos días en las portadas rimbombantes titulares
– Paz en Gaza, Victoria de Donald Trump, Una ventana de Paz – la
evaluación de sus colegas orientales es mucho más moderada. La Paz ¿a qué
precio?, ¿Cumplirá Israel sus promesas? ¿Volverán todos los rehenes? ¿Y los
excarcelados? ¿Qué garantías de paz ofrece Israel? ¿Y los palestinos?
¿Desaparecerá Hamas?
En realidad, se trata de
preguntas sin contestar. Por ahora, ningún político se ha atrevido a ofrecer
respuestas claras. De momento, se nos incita a cantar loas al Presidente de los
Estados Unidos, que se ha quedado ¡ay! sin su ansiado Premio Nobel de la Paz.
Nadie se atreve a
comentar la estructura de la segunda fase del acuerdo, que contempla la
reconstrucción de Gaza, su sistema de Gobierno, las depuraciones en el
seno del movimiento integrista Hamas previstas o exigidas por Israel y las
potencias occidentales.
Sin olvidar otro detalle importante: durante los últimos meses, Turquía y Qatar se han convertido en potencias regionales aliadas de Estados Unidos. El mapa geoestratégico del nuevo Oriente Medio está cambiando. Será más completo y complejo. Aviso a los analistas todoterreno cuyo reloj histórico sigue parado en una fecha fatídica: 1948. Y a los expertos bruselenses.
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