Su café, señor. La muchacha rubia hablaba con un indeterminado acento extranjero.
¿Es usted rumana, Alina?
No señor, soy moldava.
Pero habla rumano o moldavo,
¿verdad?
No, sólo hablo ruso. Es mi
idioma materno. Mis padres hablaban rumano, pero como los trasladaron a la
región oriental de la República, los rusificaron; nos rusificaron. Era una
práctica bastante frecuente. Yo estudié magisterio; en ruso. Para lo que me ha
servido…
Alina, la moldava rubia rusificada
en la época de los soviets, sirve cafés en una terraza del madrileño Paseo de
la Castellana…
La República Moldova – el país
más pobre de Europa – volvió a la palestra recientemente, cuando los medios de
comunicación del Viejo Continente se hicieron eco de rumores sobre una posible
invasión de las tropas rusas que operan en Ucrania. Unos rumores destinados a
contrarrestar las informaciones, no menos fidedignas, sobre la también inminente
invasión de la región secesionista de Transnistria – feudo de la ortodoxia
soviética – por el ejército de Kiev.
Durante una semana, las
autoridades de Chișinău – la
capital de Moldova – vehicularon rumores sobre la existencia de una conjura del
Kremlin, destinada a derrocar al Gobierno legítimo de la república, deseoso de
preservar la neutralidad del país, consagrada en la Constitución.
Cierto es que los ataques de
Moscú no faltaron. El propio jefe de la diplomacia rusa, Seguéi Lavrov, afirmó
recientemente que Occidente quiere convertir a Moldova en otra anti-Rusia,
al poner al mando del país, mediante métodos poco democráticos, a una
presidenta – Maia Sandu – que tiene la ciudadanía rumana, desea ingresar en la
OTAN o fomentar la unión con Rumanía, país miembro de la Alianza, que patrocina
a las autoridades de Chișinău. Se
trata, claro está de un patrocinio paternalista; los rumanos jamás olvidaron que
el territorio les había sido arrebatado por José Stalin al final de la Segunda
Guerra Mundial.
En cuanto a las culpas o los pecados de Maia Sandu,
economista con una brillante hoja de servicios en la administración estatal moldava,
basta con recordar que cursó estudios en la Universidad de Harvard y trabajó
entre 2010 y 2012 en calidad de consejera de la dirección del Banco Mundal.
Si en algo no se equivoca Lavrov
es en la evaluación de los sentimientos de los moldavos. De hecho, una encuesta
realizada recientemente por un instituto local revela que el 60 por ciento de
la población estima que el Gobierno de Chișinău está manipulado por potencias extranjeras. El 59 por ciento considera
que el país está en la órbita de Washington o de la Unión Europea. Conviene
recordar que el junio de 2022 el Consejo Europeo otorgó a Moldova (y a Ucrania)
el estatuto de candidatos a la adhesión a la UE.
De momento, sólo hay indicios de
la integración paulatina de Moldova a la esfera de influencia rumana. Hace
apenas unos meses, el parlamento aprobó una ley que cambia el nombre del idioma
oficial – moldavo – al rumano. La decisión, impugnada por los partidos de
oposición, no fue cancelada por el legislativo.
La inmediatez de la guerra de
Ucrania suscitó recciones distintas en la opinión pública. Mientras las
agrupaciones políticas progubernamentales se dedican a organizar actos en apoyo
de Gobierno de Kiev – contra la guerra (de Moscú) – el prorruso Partido
Socialista organiza manifestaciones contra la participación de Moldova en el
conflicto. Los socialistas estiman que es preciso analizar la situación
socioeconómica del país, los niveles extremos de pobreza - antes de contemplar
el envío de armas a Ucrania.
La obsesión por un hipotético golpe
de Estado fomentado por el Kremlin generó la noticia del no menos
hipotético descubrimiento por parte del Servicio de Información y Seguridad de
una red de agentes (rusos) que se dedicaba al espionaje y a los intentos de
cambiar el orden constitucional. El Presidente del Parlamento, Igor Grosu,
miembro del partido en el que milita Maia Sandu, exigió a la Unión Europea
imponer sanciones contra el opositor Ilon Shor, un millonario de origen judío exiliado
en Israel, y el oligarca Vladimir Plahotniuc, banquero perseguido por fraude
fiscal, acusándolos de desestabilizar las instituciones republicanas.
Las salidas de tono de Grosu son
proverbiales. En vísperas de las elecciones generales para la Asamblea de la
región autónoma de Găgăuzia (Gagauzia),
territorio poblado por una minoría étnica turcomena que abrazó la fé cristiana,
pero mantiene las constumbres de sus antepasados selúycidas, el presidente del
Parlamento de Chișinău tachó a la gobernadora de Gagauzia, Irina Vlach,
de quintacolumnista y agente de Rusia. El crimen cometido
por los gagaúz: no haber apoyado el programa electoral del Gobierno moldavo. Irina
Vlach estima que el objetivo principal de la campaña de Grosu es provocar un
golpe de palacio. Obviamente, a los políticos de Chișinău les siguen gustando las intrigas
de los señores feudales.
Mas a las voces de los Grosu se
suman los llamamientos de codiciosos hermanos transfronterizos. La
pasada semana, el vicesecretario general de la OTAN y expresidente del Senado
rumano, Mircea Geoana, apareció ante las cámaras de la televisión moldava para
lanzar un patético mensaje: Ha llegado el momento de que Moldavia elija
entre la vía europea de desarrollo y Rusia, manifestó el número dos de la
Alianza Atlántica. Ya es hora de salir de la pobreza… si quieren quedarse como
están, es vuestra decisión. Pero si quieren venir con nosotros a Europa,
a un mundo democrático y civilizado y más próspero, es el momento de
tomar una decisión y temer menos a Rusia.
Las relaciones oficiales entre
Moldova y la OTAN se remontan a1992, cuando el país se unió al Consejo de
Cooperación del Atlántico Norte. Sin embargo, no hay planes para solicitar oficialmente
la adhesión a la Alianza.
Conviene recordar, sin embargo,
que Moldova está limitada por dos grandes vecinos: Rumanía, baluarte de la OTAN,
y… Ucrania.
Sería realmente superfluo insistir sobre su actual valor
estratégico.
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