Hace apenas unas horas, las
autoridades de Belgrado anunciaron la prohibición de la marcha paneuropea del
Orgullo Gay, que debía haberse celebrado en la capital serbia el próximo fin de
semana. Curiosamente, la noticia dio la vuelta al mundo. Curiosamente, puesto
que nadie habló del multitudinario desfile de los nacionalistas serbios, que exigían
el respeto a los valores tradicionales de la sociedad balcánica. ¿Simple
casualidad?
Otro detalle que nos llamó la
atención fue el apagón informativo decretado por los medios de comunicación
occidentales a la reciente comparecencia televisiva del Presidente de Serbia,
Alexander Vucic, quien informó a sus conciudadanos acerca de las presiones
ejercidas por dos de los tenores de la UE, Emmanuel Macron y Olaf
Scholtz, empeñados en que Belgrado, que había adoptado una postura neutral
frente al conflicto de Ucrania, se decante por el bando de los buenos. Los
buenos son, por supuesto los Estados Unidos y la UE, artífices de las
sanciones contra el Kremlin. Una iniciativa a la que Serbia no se sumó; el
Kremlin convirtió Belgrado en uno de los principales centros de distribución
del gas natural ruso en los Balcanes. Además, Moscú firmó importantes contratos
de defensa con Serbia, el país que celebra el paneslavismo, doctrina ideada por
los vecinos búlgaros, apartados de su fe primitiva por una generación de
políticos educados en universidades anglosajonas.
Alexander Vucic lo tenía
claro: la UE promete, se desdice, amenaza y, sobre todo, exige. El diálogo con
los candidatos balcánicos a la UE lleva años congelado. De vez en cuando,
Bruselas pisa el acelerador de las consultas de adhesión, pero no duda en
frenar en seco cuando se vislumbra un rayo de luz al final del túnel. Sin
embargo…
Los datos del problema parecen
haber cambiado en los últimos meses. Y no sólo a raíz de la guerra de Ucrania,
conflicto que requiere una inquebrantable solidaridad por parte de los países
comunitarios, sino también – y ante todo – por la aparición de inquietantes
grietas en la fachada del edificio europeo. De hecho, comunitarios y
extracomunitarios empiezan a poner en tela de juicio la validez de los
argumentos esgrimidos por Bruselas.
Un reciente informe elaborado
por la Carnegie Foundation señala que – además de Polonia y Hungría –
habituales aguafiestas de los debates comunitarios – el malestar con la
reciente política de la Comisión Europea se está trasladando a Bulgaria y
Rumanía, países discriminados desde su ingreso en el club de los ricos.
¿Qué hacer? ¿Deshacerse de
ellos, como lo recomienda el informe de Carnegie? ¿Tratar de contentarlos? Si a
la hora de la verdad Bruselas no duda en contemplar la posibilidad de eliminar
el derecho de veto, que ofrece a los rebeldes la posibilidad de disentir, las
respuestas constructivas brillan por su ausencia. A veces hay que prometer.
¿Prometer para no cumplir?
El debate sobre el estado de
la UE, celebrado esta semana, ha puesto de manifiesto la vacuidad de las
promesas de Bruselas. La presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen,
recibió a la primera dama d Ucrania, Olena Zelenska, vestida de azul y
amarillo, los colores nacionales ucranianos. Al igual que las Comisarias
europeas, que se sumaron a la folclórica acogida.
Von der Leyen se comprometió a hacer todo lo que
estaba en su poder para acelerar la adhesión de Kiev a la Unión. En realidad,
poco se puede hacer; las normas que rigen el proceso de adhesión son muy
estrictas y las negociaciones suelen durar años. La promesa más interesante de Von
der Leyen fue la oferta de llevar a Ucrania de forma permanente al área europea
de itinerancia libre. Poco, teniendo en cuenta la generosísima oferta de las
empresas de telecomunicaciones estadounidenses, que llevan meses cuidando al
cliente de Kiev.
Hubo un tiempo
en que los presidentes de la Comisión Europea evitaban hablar de la futura
ampliación del club por miedo a molestar a algunos Estados miembros, que
preferían hablar de reformas… Ya no. El camino hacia el fortalecimiento de
la democracia y el camino hacia nuestra unión son inseparables. Por eso quiero
que la gente de los Balcanes Occidentales, de Ucrania, Moldavia y Georgia sepa:
ustedes forman parte de nuestra familia, su futuro está en nuestra unión, que
no estará completa sin su presencia, dijo Von der Leyen, entreabriendo nuevamente la puerta
al proceso de ampliación.
Los países de los Balcanes Occidentales iniciaron sus trámites de adhesión
a la UE hace más de una década; sin embargo, fueron agrupados junto con Ucrania
y Moldavia, a los que se les otorgó oficialmente el estatuto de candidatos este
año.
Muchos Estados de Europa Central y Oriental nos han advertido
durante años sobre los graves peligros de la Rusia de Putin, que nosotros
rechazamos, tachándoles de histéricos y rusófobos, añadió la político
alemana, reconociendo que dichos países no se habían equivocado.
Donde sí se equivocó la UE fue a la hora de
infravalorar el peligro que representa la paulatina presencia china en los
Balcanes. Alguien tenía que llenar el vacío dejado por la UE. Y, ante la gran
desesperación del amo transatlántico, este alguien era el competidor
chino.
Tocaba, pues, a la Frau Doktor Von der Leyen coger su
bastón de mariscala y ordenar: Hay que acabar con esa anomalía, meine
Herren.
En circunstancias normales, la respuesta lógica sería: Zu Befehl, Frau Doktor!
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