Es extraño, pero llevo
varios días, tal vez semanas, preguntándome si vivimos en la Edad Media o si
han vuelto a mi mente – voluntaria o involuntariamente - las viejas películas
de corsarios y piratas, de batallas navales entre reinos e imperios, de soberbios
monarcas de la Vieja Europa y megalómanos sultanes otomanos. Películas, eso sí,
en blanco y negro, relatando la interminable pugna entre la Liga Santa y la
Sublime Puerta, con un trasfondo de religión y de incitación a la cruzada, a la
yihad o cualquier dislate digno de la mentalidad de los hombres o superhombres
de los siglos XV o XVI. En resumidas cuentas, de un enfrentamiento
irracional, como todos los incidentes o accidentes que ahormaron nuestra
historia.
Los verdaderos protagonistas
de esa ensoñación, tal vez debería decir, pesadilla, son dos personajes modernos:
el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, y su homólogo turco,
Tayyip Recep Erdogan. Macron interpreta
el papel del reverenciado Rey Sol, mientras Erdogan asume el rol del no menos admirado
sultán Mehmed II. La trama podría ser el cerco de Constantinopla o bien la batalla
de Lepanto, según se mire. Pero en este caso concreto, los dos rivales pugnan por…
el control de los recursos energéticos del Mediterráneo.
Volvamos, pues,
al siglo XXI. Durante meses, los despachos de agencias se hicieron eco de la
disputa entre Atenas, Nicosia y Ankara por los aún no explotados yacimientos de
gas natural detectados en las inmediaciones de las costas de Chipre. Unas
reservas que tanto los griegos como los chipriotas consideran suyas. Pero la
distancia entre la plataforma continental helena y las costas de Chipre es de…
1.100 kilómetros, mientras que Turquía se halla a unos escasos 64 kilómetros de
la Isla de Afrodita (Chipre). Las autoridades de Ankara reclaman el derecho de
explotar los recursos del mar patrimonial, la zona económica exclusiva situada
en las inmediaciones de sus aguas territoriales. El Gobierno grecochipriota de
Nicosia se opone, mientras que Atenas, además de protestar, envía sus fragatas a
la zona. Ankara decide emular el ejemplo del archienemigo griego; las flotas de
los dos países miembros de la Alianza Atlántica están en posición de combate cuando
interviene el árbitro: la multinacional TOTAL, compañía de hidrocarburos francesa
encargada de la prospección ce los yacimientos. De repente, el conflicto se
internacionaliza. París manda una agrupación de aviones de combate Rafale a Chipre,
infringiendo las normas del acuerdo de desmilitarización de la isla rubricado en
vísperas de la declaración de independencia de la antigua posesión británica.
Por otra parte, París decide aumentar su presencia naval en la región y
aprovecha la oportunidad para renovar ¡cómo no! los acuerdos de suministros de
armas a Grecia.
Turquía no tarda en
acusar a los franceses de “matonismo”, invitando a los “valientes” galos a volver
a su casa. El tono sube: el sultán Erdogan toma el relevo a sus visires encargados
de defensa y asuntos exteriores. Por su parte, el rey Macron decide tomar
cartas en el asunto. Alemania, la OTAN y la Casa Blanca se disputan el papel de
salvavidas. El incendio está a punto de extinguirse, cuando entra en escena una
publicación humorística parisina: Charlie Hebdo.
El semanario francés,
conocido por su tono irreverente es, qué duda cabe, partidario de la acracia.
Su primera incursión controvertida en el mundo de la política internacional se
remonta al año 2011, cuando cambió su nombre en Charía Hebdo (ley
coránica). Al año siguiente, publicó caricaturas en las que el Profeta aparecía…
desnudo. El Gobierno francés tuvo que cerrar sus embajadas en los países
musulmanes, por miedo a represalias. Pero la riposta de los radicales llegó en enero
de 2015; en el atentado contra la redacción murieron 12 personas. Los franceses
y los europeos condenaron el ataque. Desde entonces, subsiste el interrogante:
¿ajuste de cuentas de los radicales islámicos u ofensiva contra la libertad de
prensa?
En el último acto de
este hilarante vodevil de reyes, sultanes e hidrocarburos, Charlie Hebdo se
colocó del lado del rey Sol Macron, poniendo en jaque al sultán Erdogan, que
aparece retratado en una postura completamente indecorosa, suscitando
nuevamente la indignación y la ira del mundo musulmán. Emmanuel Macron trató de
desvincularse de la actuación del semanario. Sin embargo, pocos musulmanes
parecen dispuestos a aceptar sus explicaciones. A lo que algunos llaman una “bofetada
al Islam” se contesta con campañas de boicot de las exportaciones francesas destinadas
al mundo árabe.
Pero sinceramente hablando: Charlie Hebdo no es responsable del envió de cazas franceses a la Isla de Afrodita. Ni tampoco… ¿la TOTAL?
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