En la primavera de 1995, el
politólogo norteamericano Samuel Huntington realizó una amplia gira por Europa.
Aparentemente, se trataba de una peregrinación destinada a promocionar su libro
El choque de civilizaciones, un éxito
editorial que se había convertido en tema de enardecidos debates en las
Cancillerías y las universidades de Oriente y Occidente. Con razón: la
publicación, en 1992, del ensayo de Huntington coincidió con el desmembramiento
del campo socialista de Europa
oriental y la posterior atomización de la Meca del comunismo: la Unión
Soviética.
El choque de civilizaciones irrumpió en el mundo editorial en el
momento en que los politólogos, estrategas y servicios de inteligencia
occidentales acababan de fabricar un nuevo enemigo: el Islam. La extensa mancha
verde, símbolo del mahometismo, competía en los mapas de Estado Mayor con el
antiguo bloque rojo que representaba
el imperio soviético. A enemigo muerto, enemigo… En unas semanas, Samuel
Huntington se convirtió en el nuevo profeta de los países industrializados.
Curiosamente, en mayo de 1995, el
profeta sorprendió a los catedráticos
y estudiantes de ciencias políticas que le acogieron en el Aula Magna de la
Universidad Complutense de Madrid con un inesperado mea culpa. Me preguntan ustedes por el Islam; en realidad, creo que la
amenaza proviene de China. Este será nuestro próximo enemigo…
El que esto escribe se acordó de
las palabras de Huntington el pasado fin se semana, al escuchar la perorata del
Secretario de Estado Mike Pompeo, quien aprovechó la tribuna de la prestigiosa Conferencia
de Seguridad celebrada en Múnich para tratar de convencer a sus aliados
europeos de la necesidad de acorralar al enemigo
chino. Un rival que se prepara a invadir el planeta con su tecnología
puntera, el sistema de comunicaciones 5G, capaz de descifrar los secretos
militares de la OTAN; un rival al que no hay que combatir empleando la fuerza destructora
de los cazas bombarderos o las cañoneras, sino la eficacia de torticeras
sanciones económicas. Este fue el camino escogido por Donald Trump, consciente
de que un enfrentamiento bélico con Pekín podría haber resultado contraproducente,
cuando no catastrófico.
De hecho, tras la supresión de
los acuerdos internacionales de control de armamentos, promovida y deseada por
el inquilino de la Casa Blanca, los Estados Unidos y China se convirtieron en
las superpotencias mundiales que más fondos destinan a la defensa. Los presupuestos militares de los dos gigantes
– 685.000 millones de dólares en al caso de Norteamérica y 181.000 millones
correspondientes a China – se traducen por un incremento del orden del 6,6 por
ciento en comparación con los ya de por sí abultados gastos de defensa de 2018.
Los principales clientes de la industria de armamentos de los grandes – Estados Unidos, China, Rusia,
Francia – son los países productores de petróleo o los llamados tigres asiáticos.
La carrera armamentista, pues ya
podemos volver a emplear este término, caído en desuso a finales del pasado
siglo, va de par con la constante e inquietante erosión de los valores democráticos
en la vieja Europa, blanco de los populismos y los extremismos de toda índole. Si
a ello sumamos las campañas de desestabilización y la guerra cibernética, el
impacto negativo del Brexit y la tentación de algunos países periféricos de la UE de emular el ejemplo
británico, llegamos fácilmente a la conclusión de que se avecinan tiempos
difíciles para la cohesión del proyecto europeo.
Alemania y Francia, las locomotoras de la economía del Viejo continente,
procuran acomodarse en un espacio demasiado amplio; la ausencia del Reino
Unido, la deriva populista de Italia y el incoherente rumbo de España, volcada
en peligrosos experimentos tercermundistas, ofrecen un triste y desconcertante
panorama de soledad. La incipiente guerra comercial con los Estados Unidos,
cuidadosamente planeada por el equipo de
Donald Trump, podría debilitar aún más el desarrollo económico de la UE. Cabe
suponer que en los próximos meses, las medidas proteccionistas estadounidenses
se centrarán en el aumento de los aranceles aplicables a las industrias
aeronáutica y de automoción, los productos alimentarios y las exportaciones
agrícolas. A la larga, el conflicto podría degenerar, convirtiéndose en un
enfrentamiento fútil, sin vencedores ni vencidos.
Curiosamente, el aliado norteamericano emplea un lenguaje
completamente distinto a la hora de abordar las cuestiones estratégicas. En
Múnich, el Secretario de Estado Pompeo volvió a enarbolar la bandera de la
democracia al anunciar una inversión de 1.000 millones de dólares para el
desarrollo de la Iniciativa de los tres
mares, ideada para contrarrestar la política energética del Kremlin en
Europa Central y Oriental.
La Iniciativa, diseñada por la Administración Obama, consiste en
reducir la dependencia de los miembros de la UE de las exportaciones de gas
natural ruso que – según Washington – convierte a los europeos en rehenes de
Moscú. Durante el último año de su mandato, Obama coqueteó con la idea de
exportar gas natural licuado de Norteamérica a los países miembros de la OTAN
del Norte y el Sur de Europa, es decir, desde el Mar Báltico al Adriático,
pasando por el imprevisible Mar Negro, cuartel general de la Marina de guerra
rusa.
El proyecto de Obama, abandonado
en un par de ocasiones por la Administración Trump, considerado inviable por
los economistas, se convierte, pues, en el caballo de batalla del segundo
mandato del multimillonario americano. ¿Sus ventajas? Occidente gana, la
libertad y la democracia ganan, afirma Mike Pompeo. Pero los grandes gasoductos rusos – North Stream y Türk Stream 2 – funcionan desde hace algún tiempo.
¿Qué interés tenemos en competir con unas
instalaciones ya existentes? preguntan los políticos germanos, poco
propensos a cambiar de suministrador. En definitiva, la relación comercial con
Rusia ha sido positiva.
Queremos estimular la inversión de la empresa privada en sus sectores
energéticos, con el fin de proteger la
libertad y la democracia en el mundo, argumenta el jefe de la diplomacia
estadounidense.
En resumidas cuentas, el objetivo
primordial de las guerras comerciales, de la guerra comercial global, podría
resumirse en pocas palabras: derrotar a China, sofocar a Rusia, controlar a los
europeos.
Samuel Huntington no aludió en
ningún momento a un posible choque entre Norteamérica y el Viejo Continente.
Este capítulo de la historia lo escribiremos sin él, aunque… pensando en él.
Esta claro. A guerra é comercial. Os EUA perderam terreno e investimentos nos ultimos anos.
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