La ministra de Defensa alemana, Ursula von der Leyen, sorprendió a
propios y extraños al expresar públicamente su preocupación por la amenaza que representan los misiles
chinos para… ¡la Federación rusa!
En declaraciones formuladas recientemente a los medios de comunicación de
su país, la titular de Defensa sugirió que Moscú debería negociar con China un
tratado de desarme perecido al INF, denunciado el mes pasado por los dos
grandes de este mundo: Donald Trump y Vladimir Putin.
Si los misiles rusos
representan una amenaza para Europa, los chinos lo son para Rusia, manifestó la ministra, aparentemente inquieta
por la seguridad e integridad territorial de la antigua Unión Soviética.
Extraña aseveración por parte de un dignatario germano, cuyo país forma parte
de la OTAN, agrupación militar cuyas tropas están acantonadas en las
inmediaciones de la frontera occidental de Rusia.
Ni que decir que las palabras de von der Leyen provocaron un profundo
malestar en el Kremlin. Vladimir Djabarov, vicepresidente primero del Comité de
Relaciones Internacionales del Consejo de la Federación Rusa, se apresuró a
poner los puntos sobre las “íes”, señalando que los misiles chinos no representan
una amenaza real para Rusia. A su juicio, Alemania pretende resucitar el Tratado sobre la Limitación
de Armas de Alcance Intermedio, rescindido por las superpotencias nucleares.
Para la reactivación del Tratado INF, haría falta contar con varios
Estados miembros. De hecho, tanto China, como la India o Pakistán tienen
misiles de medio y corto alcance, señaló Djabarov, recordando que Putin manifestó
su deseo de entablar negociaciones sobre el hasta ahora hipotético porvenir de
un nuevo Tratado INF.
Cabe preguntarse si la amenaza
china es un simple estratagema destinado a ocultar en deseo de Berlín de
reactivar las consultas sobre desarme nuclear en Europa o una maniobra ideada
para desviar la atención de otros movimientos estratégicos que preocupan en
mayor medida a los estrategas de la Alianza.
De hecho, en estos momentos las miradas se
dirigen hacia Turquía, miembro fundador a la vez que enfant terrible de la OTAN, que acaba de celebrar las mayores
maniobras navales de su historia. En los ejercicios, llevados a cabo simultáneamente
en tres mares, el Mar Negro, el Mar Egeo y
el Mediterráneo, participaron más de cien navíos de guerra, aviones de combate,
helicópteros y drones. El objetivo de este espectacular despliegue: hacer
alarde del poderío militar y naval de Turquía, potencia regional emergente,
dispuesta a ocupar un lugar clave en los proyectos geoestratégicos de Oriente y
Occidente.
La Turquía de Erdogan sorprendió a los aliados occidentales
al anunciar la compra de sofisticados sistemas de defensa antiaéreos S 400 de
fabricación rusa y la adquisición, casi simultánea, de aviones de combate
norteamericanos F 35. La transacción irritó sobremanera tanto a los altos
mandos da la OTAN como al amigo estadounidense,
habitual suministrador de armamento destinado al Ejército turco.
Al progresivo acercamiento de Erdogan a Rusia se suma
otra iniciativa bélica que preocupa sobremanera a los aliados occidentales: la
decisión de Ankara y Teherán de lanzar una ofensiva conjunta contra las fuerzas
kurdas - aliadas de Washington - que combaten en suelo sirio. Para ambos regímenes,
los kurdos son… terroristas.
Cabe preguntarse, pues, si los misiles chinos que tanto inquietan
a la titular de Defensa alemana, constituyen una auténtica amenaza para la seguridad
mundial.
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