El pasado sábado, pocas horas
después de finalizar el descanso de Sabbat, el primer ministro israelí,
Benjamín Netanyahu, realizó una visita relámpago a la frontera de Gaza. Su
propósito: espolear a los militares que esperaban la orden de batalla. ¿Estáis
listos para la próxima fase?, preguntó Bibi Netanyahu, el único político
hebreo que no había logrado ascender en el escalafón del ejército israelí. El
capitán Netanyahu, valiente pero indisciplinado, consiguió llevar a cabo varias
operaciones militares brillantes, que… no contaron con el aval de sus
superiores. Unas actuaciones excepcionales, dignas de un consejo de guerra o…
¡de una medalla merito!
Sí, las tropas congregadas en la línea
divisoria con Gaza estaban preparadas para entrar en combate. Sin embargo, el establishment
no había encontrado respuesta al sinfín de preguntas que acompañaban este
operativo de castigo. ¿Acabar con Hamas? Pero. ¿cómo? ¿Arrasar Gaza? ¿Y
después? ¿Quién custodiará los cadáveres? ¿Quién vigilará los camposantos?
¿Quién administrará las toneladas de escombros? ¿Quién será el vencedor de la
contienda? Muchos interrogantes y pocas respuestas. Y en eso, ¡llegó el tío
Joe!
No se sabe si a Joe Biden lo
llamó el propio Netanyahu, como insinúan los rotativos estadounidenses, su fiel
escudero, Antony Blinken, que navegaba entre las capitales de la zona, tratando
de negociar algún acuerdo con los líderes árabes – Oriente Medio estaba a rojo
vivo – o alguna advertencia de los servicios secretos: Míster President, Irán
parece dispuesto a tomar cartas en el asunto. De todos modos, el inquilino
de la Casa Blanca optó por desplazarse personalmente a la región para reiterar
su apoyo firme e incondicional al pueblo de Israel. Su visita fue
precedida por la llegada a la zona de os gigantescos
portaaviones de la flota norteamericana, el Gerald S. Ford y el Dwight
D. Eisenhower, que tomaron posiciones cerca de las costas de Siria y de
Líbano. A la fuerza naval se suman unos 2.000 a 4.000 efectivos terrestres.
Al ex
lugarteniente de Barack Obama, inmerecido Premio Nobel de la Paz, testigo
durante su mandato del mayor número de conflictos bélicos a escala mundial, lo
acompañaban los duendes de la política exterior estadounidense; la situación
creada por la intromisión de Teherán en el conflicto exigía la presencia de un
nutrido equipo de politólogos. La crisis corría el riesgo de inflamar toda la
zona.
Teherán había
advertido: si el ejército de Israel entra en Gaza, nos reservamos en derecho de
adoptar una serie de medidas preventivas. Si se desencadena un operativo
contra nuestros aliados libaneses de Hezbollah, será un auténtico casus
belli. Irán tiene los medios (¡y el deseo!) de afrontar el combate. Tremendo
y doloroso golpe para Washington, que acababa de desbloquear 6.000 millones de
dólares de los fondos iraníes congelados en los bancos americanos; un primer
gesto de apaciguamiento de la Administración Biden hacia el régimen de los
ayatolás. Duro golpe para Biden, que tampoco
pudo reunirse con los gobernantes árabes en la cumbre de Amman, auspiciada por
el rey Abdalá de Jordania. Los participantes – Egipto y la Autoridad Nacional
Palestina – cancelaron su participación. El lenguaje empleado por Biden no
encaja con la mentalidad de la clase dominante de la región.
Joe Biden tuvo
que añadir unos cuantos peros a sus palabras de apoyo incondicional a
Israel. Si bien no criticó la decisión de Tel Aviv de llevar a cabo una
operación de limpieza en Gaza, señaló que la intervención militar debía
ajustarse a las leyes de la guerra y a los cánones del derecho humanitario, es
decir, respetando los criterios de proporcionalidad. Para los juristas, ello se
traduce por otro eufemismo: intervenir de manera justa y fuerza adecuada.
Después del conflicto, se dirá que ello resultó ser… inviable. De momento…
De momento, Joe
Biden y Benjamín Netanyahu se dedican a deshojar margaritas. ¿Atacar? ¿No
atacar? Hamas bien merece un castigo ejemplar, estiman los israelíes,
sorprendidos por la incursión de los radicales gazatíes en su territorio.
El primer
ministro de Israel, partidario de castigar a Irán por su amenazante proyecto nuclear,
ha redescubierto esos días el viejo, aunque no anticuado, programa político del
ayatolá Jomeini, que finalizaba el ardoroso mensaje: nuestra lucha concluirá
cuando la bandera verde del Islam ondee en Jerusalén.
Espadas en alto. Malos augurios para los Nóbel de la Paz y sus secuaces…
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