Extraño
continente éste, la Vieja Europa, que se preocupa más por el equilibrio de
fuerzas en el lejano Brasil, cuando no por la elección multipresidencial de
Bosnia Herzegovina, que por las cuestiones de casa. ¿Cuestiones de casa? En efecto, la mayoría de
los medios de comunicación europeos hizo caso omiso de la celebración de las
elecciones generales de Bulgaria, país miembro de la Unión Europea y la Alianza
Atlántica, baluarte – tal vez muy a su pesar – de la defensa del Mar
Negro contra el avance de lo que algunos llaman, en su intrincado lenguaje
pseudoestratégico, la amenaza rusa. Una visión ésta que, digámoslo, poco
o nada tiene que ver con la percepción global de los búlgaros.
Cierto es
que Bulgaria pertenece a la casa común europea. En realidad, es el país
más pobre de los 27, el más hospitalario y, a la vez, el más afectado
por la inestabilidad política.
Las
elecciones del pasado fin de semana – las cuartas en 18 meses – pretendían
hallar un remedio contra la inestabilidad. La ciudadanía lo reclama a gritos,
pero…
La mayoría
de los actores clave de la vida política fueron acusados de haber introducido o
tolerado la corrupción, un mal que viene de muy antiguo y que ninguna fuerza
política ha sido capaz de erradicar.
Algunos
viajeros recuerdan las rocambolescas escenas de los primeros lustros de este
siglo, cuando las mafias turcas se instalaron en Bulgaria. Los capos solían
reunirse en los hoteles de lujo de Sofia, dialogando en presencia de los atemorizados
turistas que visitaban la exótica capital del país de las rosas. Algunos
mafiosos colocaban sus pistolas encima de las mesas. Otros, más discretos, la
guardaban en la cintura. Un espectáculo inolvidable para los visitantes de
Europa occidental.
La
corrupción no tardó en adueñarse de la vida política búlgara. Fue una de las
principales razones invocadas por las autoridades de Bruselas para frenar la
plena integración del país balcánico en el sistema comunitario.
En los
últimos años, la inestabilidad institucional provocó la caída de Gobiernos de
distinto signo. Sin embargo, conviene señalar que el deterioro empezó a
agudizarse a partir de 2014, tras la adhesión de Crimea a Rusia, cuando Occidente
se percató de la importancia estratégica de los países ribereños del Mar Negro.
Bulgaria fue el único país miembro de la Alianza Atlántica que se opuso a la
militarización de la zona. Concibo el Mar Negro como un mar pacífico, un mar
de veleros, no de destructores, manifestó en aquel entonces el presidente
búlgaro. Pero la nota disonante en el concierto atlantista se borró unos meses
más tarde, cuando los primeros cazas de la OTAN encargados de la vigilancia del
Mar Negro aterrizaron en una base situada en las inmediaciones de Varna. Los
efectivos de la Alianza se multiplicaron a partir del otoño de 2017, durante
los últimos meses del mandato de Barack Obama.
En las
elecciones generales celebradas el pasado fin de semana se enfrentaron dos
bloques: el centro derechas, capitaneado por
el ex primer ministro Boiko
Borisov, que recibió alrededor del 25 por ciento de los sufragios y tendría la
posibilidad de aliarse con el partido minoritario turco MDL e incluso
con el Vazrajdane (Renacimiento), ultranacionalista y cercano al Kremlin
y el centrista de Kiril Petkov, un
liberal partidario muy propenso a sellar alianzas con los socialistas (ex
comunistas) y alguna agrupación minoritaria.
Borisov,
acusado de corrupción en 2020, no descarta la posibilidad de formar un Gobierno
de coalición con otras fuerzas políticas indecisas, que defienden la
pertenencia de Bulgaria en la UE y la OTAN, mientras que algunos de los
partidarios del ex primer ministro Petkov parecen sucumbir a la cruzada del
Kremlin contra el liberalismo global.
Cierto es
que el partido de Petkov, Continuamos
el Cambio, está adscrito al Grupo Popular de Parlamento Europeo. También es
cierto que un tercio de la población búlgara es partidaria del paneslavismo,
doctrina que aglutina a los pueblos eslavos de Europa. Otro tercio – los
votantes de Borisov – se identifica más con los valores occidentales.
Petkov reconoció la victoria electoral de su rival. A su vez, Borisov se vio obligado a constatar que ninguna de las dos opciones cuenta con la mayoría necesaria para gobernar. Se abre, pues, la vía para las extrañas y frágiles alianzas postelectorales, que bien podrían desembocar en una nueva consulta popular.
Inestable Bulgaria…
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