Hace apenas unas semanas, el Estado de Israel impermeabilizó sus fronteras,
decretando el confinamiento de la población judía, árabe y, de paso, palestina.
Esta vez, la amenaza no procedía de las agrupaciones radicales integristas – los
Hezbolá libaneses o el Hamas gazatí – sino de un temible enemigo oculto,
originario del Irán de los ayatolas: el coronavirus.
La medida de las autoridades de Tel Aviv fue acogida con ironía por los
palestinos de Cisjordania. ¿Confinamiento? Nosotros lo hemos padecido
durante décadas. Ahora les toca a los israelíes comprender el significado de esta
palabra.
Israel es un país de contradicciones y contrastes. El advenimiento de la pandemia
ha sido interpretado en clave apocalíptica por los rabinos ultrarreligiosos,
quienes aseguran que la presencia del virus es un castigo divino, que
presagia la llegada del Mesías y en clave meramente política por el ciudadano
de a pie, cansado de las artimañas del Primer ministro saliente o al menos, derrotado
en las últimas elecciones, Benjamín Netanyahu. En hombre que dirigió los
destinos de Israel en los últimos once años, parece poco propenso a abandonar
el poder en vísperas de un juicio que logró posponer hasta ahora, pero que
debería dar comienzo el 24 de mayo próximo. Los cargos contra el líder conservador:
sobornos, fraude, trato de favor a los medios de comunicación amigos y
un sinfín de etcéteras.
Hasta ahora, Netanyahu se escudó en la inmunidad que le concedía en cargo
de jefe de Gobierno para eludir la acción legal. Sin embargo, tras la derrota en
las elecciones generales del pasado 2 de marzo, el incombustible premier comprendió
que hacía falta aprovechar cualquier resquicio para aplazar la comparecencia
ante la Justicia. Su primera cortada fue… el coronavirus o, mejor dicho, el
paquete de medidas excepcionales elaborado por el Gobierno saliente, su
Gobierno. Curiosamente, ninguna de las cláusulas de seguridad aprobadas el
pasado fin de semana sirve para blindar a Netanyahu. Obviamente, los ex Primeros
ministros no gozan de la ansiada inmunidad; pasan a ser ciudadanos normales y
corrientes. Había que encontrar, pues, otra vía. Netanyahu se decantó por una
estrategia que aprendió a controlar perfectamente: el regateo.
Bibi Netanyahu le ofreció a su rival, el general en la reserva
Benny Gantz, la posibilidad de formar un Gobierno de emergencia nacional, integrado
por todas las agrupaciones del espectro político israelí, exceptuando a los
legisladores de origen árabe, que representan actualmente la tercera fuerza en
la Knesset (Parlamento). Para el político conservador, los diputados árabes israelíes
no dejan de ser meros partidarios del terror.
¿Gobierno de emergencia nacional? Extraño ofrecimiento éste por parte del
Primer ministro en funciones, teniendo en cuenta que Gantz, quien acababa de
recibir el encargo de formar Gobierno, contaba con el apoyo de 61 legisladores,
es decir, con la mayoría necesaria para poder descartar la alternativa de una coalición
con los diputados del Likud. Aun así, Benny Gantz se mostró partidario de formar un gobierno de unidad nacional capaz
de eclipsar la preponderancia de los conservadores. Un proyecto inviable,
sabiendo positivamente que algunos de los partidos que habían adherido a su conglomerado,
como el ultranacionalista Israel Beiteynu o la Lista Conjunta de los árabes israelíes,
son aliados coyunturales que sólo persiguen un objetivo: desbancar a Netanyahu.
Consciente del peligro de inestabilidad
política que presupone un hipotético destierro de los conservadores de la vida
política, Gantz se apresuró en sugerir la formación de un Gobierno de unidad
que incluyera al Likud. La contrapropuesta de Netanyahu resultó por lo menos
sorprendente. Bibi se mostró partidario del sistema de rotación: el Likud
gobernaría durante dos años, y la formación de Gantz – Azul y Blanco – otros
dos. Permanecer en el poder suponía que el equipo de Netayahu, artífice de la
legislación de emergencia elaborada para combatir el coronavirus, podría
dedicarse a llevar a buen puerto la ofensiva contra la alerta sanitaria,
allanando el camino para la llegada de los liberales de Gantz, políticos
aparentemente… inexpertos. Al comprobar el comprensible malestar del general,
Netanyahu no dudó en dar el golpe de gracia, acusando al jefe de fila de Azul y
Blanco de … mezquindad.
Obviamente, el jefe de fila
del Likud perseguía otra meta. Al aceptar el mandato de formar Gobierno, Gantz
aludió veladamente a los esfuerzos del primer ministro saliente de… evadir la
justicia.
¿Busca Netanyahu otros dos años de tregua? O tal
vez, estima que la llegada del Mesías podría librarle definitivamente de la espada
de la Justicia. Porque la guerra contra el coronavirus es, en este caso concreto,
una simple excusa.
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