La República Francesa o, mejor
dicho, la “Francia imperial” del napoleónico Emmanuel Macron, conmemora esta semana el
centenario del final de la Primera Guerra Mundial, la gran deflagración
continental que sacudió los cimientos de los imperios que pretendían regir los
destinos de lo que antaño se conocía bajo el nombre de “civilización occidental”. De hecho, el mundo iba a cambiar. La caída de
las monarquías trajo consigo una remodelación del mapa geopolítico del Viejo
Continente; un cambio acompañado por una gran dosis de ingenuidad y optimismo.
En efecto, en aquél entonces, muchos
europeos esperaban el advenimiento de una era de paz duradera, la edificación
de un mundo mejor, un mundo de concordia, bienestar y fraternidad. Un sueño
para después de una guerra… ¿Acaso no se
pueden tener sueños utópicos después de un cataclismo?
La última guerra… Recuerdo el
diálogo de La Gran Ilusión, la famosa
película del cineasta francés Jean Renoir, rodada en 1937, en el umbral de otro
conflicto, que finalizaba con las palabras: “Esta guerra tiene que terminar; espero que sea la última”.
Apenas dos años
después del estreno de la película, estalló la Segunda Guerra Mundial, un enfrentamiento
aún más mortífero, que oponía dos ideologías totalitarias: el nazismo y el
comunismo. Ambas doctrinas se habían adueñado del vocablo socialismo, desvirtuando su significado y vaciándolo de contenido.
Pero resultaría sumamente peligroso tratar de comparar la estructura criminal
de los regímenes de terror instaurados por Adolf Hitler y José Stalin. Una vez
desaparecidas las causas, nosotros, los europeos, nos precipitamos en minimizar
los posibles efectos. No contábamos con la aparición de nostálgicos de las
dictaduras de todo signo…
Sin embargo,
durante el período de aparente paz que acompañó la Guerra Fría empezaron a
gestarse respuestas radicales. Al nacionalismo, difícil de erradicar, pese a
los esfuerzos de los “padres” de la Europa Unida, se sumaron los extremismos y
los mal llamados populismos de todo signo, que algunos no dudaron en calificar,
hace más de una década, de…
neofascismos. Pero la palabra “fascismo” queda vedada en el lenguaje “políticamente
correcto” de la sociedad occidental.
En Rusia o, mejor
dicho, en la antigua URSS, el nacionalismo ha sido la baza utilizada por los
gobernantes para mantener el miedo a Occidente, fomentando así los
antagonismos.
Sin bien los
argumentos esgrimidos por los populismos varían – encontramos al alimón consideraciones
tan dispares como crisis económica, paro,
xenofobia, terrorismo, guerra mundial o invasión del sagrado territorio de la
Patria, las respuestas desembocan forzosamente en la misma solución:
totalitarismo. Es el objetivo que los populistas, tanto de derechas como de
izquierdas, procuran ocultar.
El Occidente tiene
la desventaja de haber descubierto, en este desconcertante ambiente de crisis
y/o transición hacia un nuevo modelo de sociedad, un corrosivo mal común: la
corrupción. No es una lacra reciente, pero al parecer los escándalos brotan con
mayor facilidad en periodos de cambio.
Quo vadis, Europa?
A esta pregunta, más que lícita, no
hallamos una respuesta coherente. El fenómeno de la globalización debería
obligarnos a contemplar argumentos globales. Sin embargo, la política del Viejo
Continente sigue empleando los parámetros posbélicos: Estados Unidos, Alianza
Atlántica, Rusia, enemigos.
Si bien parece que
la nueva política exterior del Presidente Trump incita a los europeos a dirigir
sus miradas hacia el coloso ruso, posible (aunque por ahora poco probable) “socio
y vecino”, la Alianza Atlántica no duda en recordar a sus miembros, tanto occidentales
como orientales, que Rusia sigue siendo el “peligro potencial, el enemigo que
no se dejó doblegar”.
En ese contexto,
las recientes maniobras de la OTAN en el Árctico y en Escandinavia, donde se
pretende proteger a las democracias occidentales contra una hipotética invasión
de tropas procedentes del Este, tratan de poner los puntos sobre las “íes”.
Comentando la
nutrida presencia de tropas y material bélico de la Alianza Atlántica en el
Árctico – el mayor ejercicio militar organizado desde el final de la Segunda
Guerra Mundial – un importante rotativo español titulaba: La OTAN se prepara. ¿Para qué? ¿Quién es el enemigo?
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