domingo, 27 de diciembre de 2020

Joe Biden en el país del coronavirus

 

Creo que me he equivocado; el verdadero peligro (para Occidente) no es el Islam, sino China. Habrá que profundizar en el tema.

Las palabras de Samuel Huntington, el padre y pope del controvertido ensayo El choque de civilizaciones, sorprendieron a los participantes en el multitudinario acto celebrado en la Universidad Complutense de Madrid en mayo de 1995. Con razón; los diplomáticos, periodistas, universitarios y agentes de los servicios de inteligencia occidentales esperaban una evaluación objetiva del recién estrenado conflicto ente Occidente y el Islam, publicitado por los medios de comunicación estadounidenses en 1992, fecha en la que el peligro islámico tomó el relevo de la ya anacrónica amenaza comunista. Obviamente, el mundo libre, las democracias occidentales, no podían vivir sin enemigos.

Pese a las alegaciones de Huntington, el mundo islámico se convirtió – a partir de 2001 – en el verdadero quebradero de cabeza de las Cancillerías del primer mundo. El famoso choque anunciado por el politólogo estadounidense degeneró en un auténtico enfrentamiento armado, del que la guerra de Afganistán resultó ser un mero preludio. Tres presidentes norteamericanos – George Bush, Barack Obama y Donald Trump – se tornaron en adalides de la guerra sin cuartel contra el islamismo radical, un combate que todavía no ha cesado. La presencia del Estado Islámico y al Qaeda en Oriente Medio y el Norte de África es una muestra de ello. De hecho, el radicalismo islámico cuenta actualmente con importantes ramificaciones políticas y económicas que impiden la elaboración de estrategias coherentes y eficaces por parte del Primer Mundo. Las ofensivas ideológicas y militares de los radicales islámicos ya no se fraguan en las cuevas de Bora Bora, sino en las lujosas mansiones de los potentados del Máshreq. Aparentemente, la clase política occidental ha perdido la ocasión de idear o de crear un frente común ante el mal llamado, aunque siempre inquietante, peligro islámico.

Al finalizar el primer año de la pandemia provocada por el COVID 19 – inicio de la era de la seguridad sanitaria – los políticos tratan de escamotear los estragos causados por el virus chino – expresión ésta acuñada por Donald Trump – para centrar el interés de la opinión pública en otro desafiante fenómeno: la incipiente guerra fría entre China y Occidente.

El conflicto se percibía de manera completamente distinta en la década de los 90 del pasado siglo, cuando Huntington lanzó su primera advertencia. En aquel entonces, los politólogos barajaban la posibilidad de un conflicto bélico entre Washington y Pekín, esgrimiendo argumentos de índole estratégica, invocando la superioridad numérica de los ejércitos y la capacidad de destrucción de los arsenales balísticos. Error, grave error; en este caso concreto, la rivalidad se ha trasladado al plano económico.

En realidad, los chinos empezaron a desvelar sus planes en la década de los 80 del pasado siglo, al iniciar una gran ofensiva comercial en los mercados de Occidente. A la expansión de los intercambios – algunos acusan a los chinos de practicar el dumping – venta de productos por debajo del precio normal, prohibida por las normas del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio - se sumaba la compra masiva de bienes inmuebles y terrenos en los países industrializados: Estados Unidos, Francia, Inglaterra, España. Menos éxito tuvieron los inversores chinos en la región de Oriente Medio, donde su expansión quedó obstaculizada por la presencia nipona.

La guerra comercial entre Estados Unidos y China estalló en 2018, cuando Washington optó por aprobar un paquete de sanciones económicas que afectan seriamente las exportaciones de Pekín. Si bien el promotor de dichas sanciones fue el presidente Obama, la aplicación concreta de las medidas de retorsión resultó ser obra del multimillonario Donald Trump, quien no oculta, por otra parte, sus intereses económicos en China.

En el último trimestre de 2020, la economía china experimentó un importante nivel de recuperación. Pekín centra sus esfuerzos en incrementar la autonomía tecnológica. El presidente Xi Jinping utilizó las palabras innovación y tecnología más de veinte veces en su discurso ante el último Congreso del Partido Comunista Chino.

En cuanto a la globalización se refiere, Xi Jinping señaló que prefería centrarse en el mercado interno, ya que China ya no debería depender, para su desarrollo, únicamente de la inversión extranjera.

Estiman los analistas estadounidenses que la estrategia de Xi Jinping de incrementar su poder e imponer el control ferrero al sector privado podría conducir a una ruptura con Estados Unidos.

También hallamos intereses convergentes, como el deseo de las dos superpotencias de combatir la influencia de los gigantes de la informática, como Facebook y Google.

El equilibrio se rompe en el sector de la defensa y, muy concretamente, a la hora de comparar el poderío naval de los dos países.    

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, China ha experimentado en mayor crecimiento de sus embarcaciones de guerra. La Armada cuenta actualmente con una gran dotación de cruceros, destructores y barcos anfibios, a los que se suman dos primeros portaaviones, con un tercero ya en construcción.

En 1993, China tenía 47 submarinos, incluido un submarino de misiles balísticos clase Xia, cinco submarinos de ataque nuclear clase Han, 34 submarinos eléctricos diésel clase Romeo de la década de 1950 y seis submarinos del Clase Ming. 

Según el Servicio de Investigación del Congreso estadounidense, en 2019 la flota norteamericana consistía en cuatro submarinos de misiles balísticos, seis submarinos de ataque de propulsión nuclear y 50 submarinos de ataque eléctricos diésel. 

La flota de submarinos de EE. UU. se mantendrá bastante estática en la próxima década (2020-30), disminuyendo ligeramente de 68 a 66 el número de submarinos de todo tipo.

Los exhaustivos informes que obran en poder del presidente electo, Joe Biden, reflejan claramente las semejanzas y disparidades estructurales entre los dos países.

¿Serán éstas el punto de partida para la ansiada nueva Guerra Fría?  


lunes, 30 de noviembre de 2020

Que viene Biden


 ¿Victoria de Joe Biden? ¡Vamos! La verdad es que Bibi Netanyahu no se lo esperaba o, mejor dicho, no lo deseaba. El proyecto de anexión progresiva de Cisjordania, avalado por el actual inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, queda inconcluso, al igual que la creación de una alianza militar regional anti iraní, ideada por los estrategas de Tel Aviv y de Riad. Aparentemente, los intereses son convergentes, aunque no idénticos. Mientras Netanyahu denuncia el “peligro nuclear” iraní, auténtica pesadilla para el estamento castrense hebreo, la monarquía wahabita tiembla ante la expansión del chiismo en los países habitualmente controlados por el régimen feudal saudí. En efecto, en las últimas décadas, Teherán logró colocar sus peones en el tablero del Mashrek: Siria, Líbano, Yemen, la Franja de Gaza… Lo que podía haber parecido un mero enfrentamiento entre las dos grandes corrientes religiosas: chita y sunita, acabó convirtiéndose en una pugna geoestratégica. El régimen de los ayatolas propugna la revolución, la desaparición de estructuras obsoletas, mientras que la dinastía saudí apuesta por el inmovilismo. Sí, es cierto; la “joven generación” contempla algunos cambios sociales, compatibles con las rígidas estructuras monárquicas del país. Pero los ayatolas son partidarios de cambios radicales, del “borrón y cuenta nueva”.

Tras el anuncio de la derrota electoral de Donald Trump, los protagonistas del guion crematístico ultraconservador ideado por el clan presidencial decidieron acelerar el proceso iniciado hace un año en la conferencia de Bahréin. Algunos de los proyectos – la paz entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin – se han materializado. A última hora, el Secretario de Estado, Mike Pompeo, logró añadir al reciente “cuadro de caza” de la Casa Blanca un país que se hallaba en la lista negra de Washington: Sudán. Quedaba, sin embargo, una gran incógnita: Arabia Saudita.

El intento de acercamiento se produjo a finales de la pasada semana, cuando el Primer Ministro Netanyahu se desplazó a Neom, una localidad situada en las orillas del Mar Rojo, que los saudíes pretenden convertir, tras la edificación de un gigantesco puente, en… punto fronterizo con Egipto. El proyecto necesitaba el visto bueno de Israel. Los primeros contactos informales entre emisarios de Riad y Tel Aviv se celebraron en Washington, París y Roma. Tras la llegada de Trump a la Casa Blanca, las reuniones diplomáticas se convirtieron en discretos conciliábulos entre los jefes de los servicios de inteligencia de ambos países: el Príncipe heredero de la Corona saudí, Mohamed bin Salman, y el director del Mossad israelí, Yossi Cohen.

El desplazamiento de Netanyahu a Arabia Saudita, un “viaje secreto” anunciado con bombo y platillo por los medios de comunicación hebreos con… 24 horas de antelación, no dio los resultados esperados. Las reticencias del anciano monarca wahabita lograron contener el ímpetu de su hijo, partidario de establecer relaciones con el Estado judío. Mas el mensaje de Riad fue claro y conciso: “Abriremos una embajada en Tel Aviv cuando se solucione la cuestión palestina”. Bibi Netanyahu regresó a casa con una promesa. Y un desafío: su hipotético aliado en la guerra contra Irán reclamaba un precio excesivamente elevado.   

El Primer Ministro israelí, acosado por la justicia de su país, tendrá que hace frente a nuevas acusaciones relacionadas esta vez con irregularidades en la compra de submarinos alemanes para la marina israelí. Un escándalo que salpica también a los familiares de Netanyahu. Su único consuelo es la nominación, junto al príncipe heredero de los Emiratos árabes, para el Premio Nobel de la Paz. Una propuesta formulada el pasado fin de semana por el Lord David Trimble, quien participó directamente en el proceso de paz entre las dos Irlandas.  

Sin embargo, Bibi Netanyahu prefiere centrar su atención en asuntos prioritarios, como la construcción de nuevas colonias judías en Jerusalén Este, siguiendo la vieja y muy socorrida política de los hechos consumados, o imaginar toda clase de trabas a la normalización de las relaciones entre Washington y Teherán. El asesinato del cerebro del programa nuclear iraní, Mohsen Fakhrizadeh-Mahavadi, refleja claramente la opción del establishment de Tal Aviv.

El mensaje dirigido a Joe Biden es transparente:

Israel no permitirá que Irán tenga el arma nuclear y;

No hay vuelta atrás al acuerdo nuclear con Teherán.

“Si Bibi supo plantarle cara a Obama, más fácil resultará enfrentarse a Biden”, aseguran sus consejeros.

Eso… queda por ver.


jueves, 12 de noviembre de 2020

Nagorno Karabaj: a río revuelto...

 

Israel ha pactado con las fuerzas del mal, con Turquía, con los terroristas y los mercenarios sirios para respaldar a Azerbaiyán en el actual conflicto con Armenia; eventualmente, padecerá las consecuencias de esa alianza impía, vaticinó el primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, en una entrevista concedida al rotativo The Jerusalem Post unos días después de la retirada del embajador de Armenia en Tel Aviv.

Visiblemente molesto por la zigzagueante política exterior del Estado Judío – mayor proveedor de armas a Azerbaiyán - el político armenio llamó la atención sobre la ambición imperialista del actual Gobierno de Ankara, señalando que es sólo cuestión de tiempo antes de que Turquía se dirija contra Israel.

Contestando a la pregunta de los periodistas hebreos sobre si Armenia está dispuesta a recibir la ayuda humanitaria ofrecida por Israel, Pashinyan repuso vehementemente: ¿Ayuda humanitaria de un país que vende armas a mercenarios que atacan a civiles? Sugiero que Israel envíe esta ayuda a mercenarios y terroristas como una continuación lógica de sus actividades. Obviamente, el primer ministro armenio reprueba la ética de los mercaderes de la muerte.

 

Las autoridades de Ereván trataron en reiteradas ocasiones de normalizar sus relaciones con Turquía, el país al que consideran a la vez autor intelectual y ejecutor del Holocausto armenio. Los sucesivos Gobiernos de Ankara optaron por acercar posturas, negándose sin embargo a pedir disculpas por las masacres perpetrados en la época del Imperio Otomano y la revolución de los jóvenes turcos. El paréntesis histórico abierto en las primeras décadas del pasado siglo sigue, pues, sin cerrarse. Es este uno de los motivos – aunque no el único – de preocupación de la República de Armenia.

 

Convine señalar que otros actores de la zona comparten la preocupación de los jerarcas de Ereván. De hecho, la mayoría estima que los turcos llegaron al Cáucaso para… quedarse. Hace apenas unas horas, el Kremlin obligó a los Gobiernos de Armenia y Azerbaiyán a firmar una tregua, asumiendo Rusia la responsabilidad de supervisar el alto el fuego. Aparentemente, ambas partes lamentaron el ukase de Moscú; la fiebre nacionalista se había apoderado de las masas. Sin embargo, la perspectiva de la mediación rusa ofrecía ciertas garantías de ecuanimidad, al contrarrestar la influencia de los llamados factores externos. Pero los datos del problema cambiaron al día siguiente, al anunciar Ankara su participación en el operativo de vigilancia de los acuerdos. Bastó con una simpe llamada de teléfono del presidente Erdogan a su aliado Putin para restablecer el preponderante papel de Turquía en el conflicto transcaucásico. Obviamente, los turcos llegaron para quedarse.

 

El experimento de Nagorno Karabaj podría ser un simple anticipo de la política expansionista deseada por las agrupaciones islamistas de Ankara. De hecho, Igor Strelkov, ex ministro de Defensa de la República Popular de Donetsk, estado fantasma creado tras la invasión del Este de Ucrania por llamados elementos no identificados provenientes de la Federación rusa, se refirió a una posible expansión turca apuntando… a la península de Crimea. Strelkov formuló estas advertencias en el programa de televisión Intereses rusos, transmitido por el canal YouTube.

El éxito de las tropas azerís abre amplias oportunidades para que los turcos expandan su esfera de influencia a otras regiones, creando amenazas directas para la Federación de Rusia, señaló, haciendo especial hincapié en otra región en litigio: la península de Crimea. Los parlamentarios del AKP, el partido de Erdogan, sugirieron claramente que Crimea debería volver a ser turca. Al parecer, el presidente del país se ha adherido a su retórica, denunciando los instrumentos diplomáticos injustos que permitieron a Rusia quedarse con Crimea.

En este sentido, Strelkov concluye que el acuerdo de cooperación militar entre Ankara y Kiev sobre la producción de drones turcos en Ucrania es de vital importancia. Estamos siendo testigos de una alianza militar emergente entre Turquía y Ucrania, afirma

Ficticia o real, la amenaza se está abriendo camino en los círculos castrenses. Sin embargo, los estrategas están divididos. Algunos estiman que ya es hora de castigar la prepotencia del sultán Erdogan. Otros, probablemente más afines a la doctrina y los intereses de Ankara, se decantan por un análisis completamente distinto, que se resum en pocas palabras:

· Azerbaiyán utiliza armamento israelí y turco para ganar la guerra, pero depende de Putin a la hora de mantener el acuerdo de alto el fuego con Armenia;

· El primer ministro Pashinyán, a punto de ser defenestrado en Ereván. Putin se queda con el control de Armenia;

· Turquía gana un pasillo de seguridad que conduce a Azerbaiyán, pero tiene que confiar en Putin para mantener el trato.

En resumidas cuentas: Putin gana.

A río revuelto…


jueves, 5 de noviembre de 2020

Putin - Erdogan: un difícil noviazgo


 Durante la segunda mitad de 2016, las autoridades de Ankara iniciaron un rápido y sorprendente acercamiento hacia el Kremlin. El cambio de rumbo de la política turca se debía, al menos aparentemente, a un episodio que los occidentales optaron por ocultar: la ayuda prestada por los servicios de inteligencia rusos al presidente Erdogan durante la intentona golpista del 15 de julio de aquel año, protagonizada por varias unidades del ejército, apoyadas por facciones de la policía nacional turca. La información de última hora facilitada por la inteligencia militar rusa sirvió para frustrar el golpe y salvar la vida del mandatario turco. Un Erdogan crecido y agradecido dirigió su afable mirada hacia el Kremlin.

Rusia acababa de ganar un aliado; se trataba nada más y nada menos que del presidente de uno de los baluartes de la Alianza Atlántica en la región, del país que albergaba el mayor depósito de ogivas nucleares estadounidenses ubicado en los confines con la antigua URSS. La luna de miel entre Moscú y Ankara se tradujo en la firma de numerosos acuerdos de cooperación cultural, comercial y tecnológica, aunque también en la adquisición por parte de Turquía de los sofisticados sistemas de defensa antiaérea S – 400 rusos, capaces de localizar y derribar los rápidos cazas de… la OTAN.  

Pero los tiempos cambian. En los últimos doce meses, Turquía se ha convertido en el mayor obstáculo para la expansión del poderío ruso tanto en la región mediterránea y Oriente Medio como en el Mar Negro, un “lago” en los mapas de los sultanes de Constantinopla. Los dos Estados han acumulado una serie de desacuerdos en los teatros de combate de Siria y Libia, así como en el conflicto que tiene por escenario el enclave de Nagorno Karabaj.

Los turcos no permitieron el aniquilamiento de la oposición siria, ansiado por Moscú. Por su parte, el Kremlin ha dejado claro a Ankara que su presencia e involucramiento en el conflicto del Cáucaso constituye una intromisión en la zona de influencia de Rusia.

Por su parte, las autoridades de Ankara no disimulan su malestar por el acercamiento de Moscú a las agrupaciones armadas kurdas de Siria o por el empecinamiento del Kremlin a la hora de exigir que sus vecinos reconozcan la soberanía de Rusia sobre la península de Crimea.

¿Crimea? Ese antiguo feudo greco bizantino cuya economía estaba regentada por comerciantes otomanos. Esa tierra habitada por tártaros, hermanos de sangre de las tribus turcomanas. Renunciar a Crimea presupone abandonar parte del legado del Imperio Otomano.

Sin embargo, las diferencias políticas, los roces, como se empeñan en llamarlas los diplomáticos, no impiden que Moscú y Ankara mantengan excelentes relaciones económicas. Los proyectos de gaseoductos Blue Stream y Turkish Stream, así como la central nuclear de Akkuyu, edificada por técnicos rusos, se han convertido en una especie de amortiguador que protege los lazos entre los dos países.  La cooperación va viento en popa. 

Con el paso del tiempo los gobernantes de ambos países aprendieron a dialogar, a dividir las trabas en dos categorías: las problemáticas, que podrían desembocar en la confrontación ¿bélica? y las mutualmente aceptables, que se solucionan mediante la cooperación. Ambos países entienden que el diálogo es necesario, ya que la congelación de las relaciones no conducirá a nada bueno. En definitiva, Moscú y Ankara tratan de emular el ejemplo de los zares y los sultanes otomanos, acostumbrados a apostar por la convivencia durante los períodos de calma entre… dos conflictos. 

martes, 3 de noviembre de 2020

¿Radicales o radicalizados?


Los últimos atentados perpetrados en suelo europeo deberían servir para recordarnos el mantra de nuestra clase política; todo se centra, cómo no, alrededor del llamado terrorismo islamista, una lacra difícil de aceptar o de combatir, una perversidad que no somos capaces de eliminar. Algunos dirán que el mero hecho de emplear el término terrorismo islámico constituye una digresión, un atajo políticamente incorrecto. Permítanme disentir: al escribir eses líneas no me refiero al terrorismo musulmán (¡sería un sacrilegio!), sino a los grupúsculos violentos que siembran la muerte y la desolación no sólo en el Viejo Continente, sino en todas las latitudes. La verdad es que lo llamaron terrorismo islámico poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Los asesores del entonces presidente norteamericano, George Bush, acuñaron este termino tras haber intentado la variante terrorismo árabe – mucho más ofensiva e imprecisa – y otras lindezas, que apuntaban en la misma dirección: la criminalización de un grupo étnico.

Recuerdo que ya en aquel entonces nos rebelamos contra la ligereza de los islamólogos (islamologists) de la Casa Blanca, quienes trataban de convertir el mundo árabe – musulmán en el nuevo enemigo de Occidente. La URSS había desaparecido y, aparentemente, el peligro rojo también. Sin embargo, no podíamos ni debíamos practicar la política del avestruz; obviamente, si el Islam no era el peligro, el terrorismo radical islámico, heredado de las cabezas pensantes de Al Qaeda, sí lo era.

¿Qué pasó exactamente? Tras la mal llamada guerra contra el terror, iniciada por Bush, el enemigo público número uno, Osama Bin Laden, abandonó su escondite afgano, refugiándose en Waziristan, la zona montañosa de Pakistán De allí emitió el mensaje dirigido a los Estados Unidos y a Occidente: el combate continúa.  Volveremos dentro de diez años.

En realidad, todo empezó en 1988, unos meses antes de la retirada de las tropas soviéticas acantonadas en Afganistán.  Bin Laden y su lugarteniente, Mohammad Atef, antiguo policía egipcio perteneciente a la Yihad Islámica, decidieron convertir la oficina de coordinación de las brigadas internacionales que combatían junto a los afganos en un organismo encargado de velar por la repatriación y/o reasentamiento de los guerrilleros islámicos.

Sin embargo, la supuesta ayuda para la repatriación de los excombatientes, principal objetivo manifiesto de la organización, serviría de tapadera para los designios de sus fundadores, quienes pretendían disponer de un auténtico ejército en la sombra, capaz de reactivarse mediante el envío de una simple consigna a células militantes o grupúsculos “durmientes”. Para garantizar la eficacia de la red, los comandos operativos debían contar con una compleja infraestructura logística: dirección militar, suministro de armas y documentación, transmisiones, fuentes de financiación, pisos francos, etc.

Después del 11 de septiembre, los servicios de inteligencia occidentales parecían centrar su interés en detectar y desmantelar las células que formaban la telaraña integrista financiada por el régimen del ayatolá Jomeini. Pocos hablaban de las demás redes de corte islámico que pululaban en Occidente. Tanto es así, que a la hora me mencionar la existencia de agrupaciones radicales o de lobos solitarios – termino usualmente empleado a sabiendas para minimizar la peligrosidad de dichas bandas, los investigadores utilizaban gustosamente la expresión se han radicalizado.

Se han radicalizado. Pero, ¿por qué no reconocer las evidencias? Se trataba de agrupaciones extremistas afincadas en Europa en el momento en que los servicios de lucha contra el terrorismo empezaron a confeccionar el censo de dichos grupúsculos y de fichar a sus miembros.

Durante décadas, el suelo francés fue utilizado por movimientos radicales argelinos (FIS, GIA), tunecinos (En Nahda), turcos (Kaplan) y un sinfín de organizaciones afines a la ideología y las cajas de caudales de la monarquía saudí. Los fondos y donativos procedentes de Riad y los emiratos del Golfo Pérsico – principalmente Qatar - fueron gestionados por la Federación Nacional de los Musulmanes de Francia, que actuaba bajo los auspicios de la Liga Islámica, ente-paraguas administrado por Arabia Saudí y Pakistán. 

Alemania federal, que cuenta con varios millones de inmigrantes de origen turco, aunque también bosnio y magrebí, se convirtió en feudo de los radicales de Milli Gorüs, Kaplan y Nurgiu, agrupaciones que apoyan, directa o indirectamente, a los islamistas de Turquía.

En Italia y Bélgica proliferan organizaciones de corte religioso convertidas en plataformas y apoyo logístico de organizaciones muy activas en los países limítrofes.

En España, el añorado Al Andalus, las asociaciones islámicas habían gozado, al menos aparentemente, de un estatus privilegiado en comparación con Francia, Alemania o el Reino Unido, países en que las dos grandes corrientes que propugnan el Islam radical, los iraníes y los saudíes, pugnaron para afianzar su presencia.

No hay que extrañarse, pues, al comprobar que la Comunidad Islámica de España, integrada por asociaciones musulmanas creadas en las últimas décadas en Andalucía, propugnaba en su acta fundacional que: “... la autoridad del último profeta, Muhammad (la Paz con él), debe ser reconocida sobre las formas anteriores de religión de Moisés y Jesús”. Más claro…

Sin embargo, los emisarios de Riad procuraban limitar su actuación al establecimiento de centros culturales, cuyo principal objetivo era la creación de una nueva hornada de españoles mahometanos, punta de lanza del Islam conservador en tierras del Califato (¡de Córdoba!).

Los paquistaníes, que actuaban a la sombra de la monarquía saudí, fueron los artífices de la puesta en marcha de estructuras económicas en zonas clave para la inmigración musulmana: Cataluña, Madrid y las Islas Canarias. Sin descuidar, claro está, Ceuta y Melilla.

Durante años, las autoridades españolas trataron de eludir cualquier comentario relacionado con la actividad de los grupúsculos y asociaciones de corte islámico. Sin embargo, los funcionarios encargados de supervisar los programas de lucha antiterrorista no ocultan su inquietud ante la constante proliferación de agrupaciones vinculadas al Islam conservador y radical.

Con razón: los atentados perpetrados en las últimas semanas en Europa no son los primeros ni serán los últimos. Culpar de los recientes estallidos de violencia a Al Qaeda, Estado Islámico, Irán o Turquía sería pecar de miopía. La gran telaraña ideada por Bin Laden se ha activado y es más dinámica que nunca.

Sería, pues, un error afirmar que sus integrantes se han radicalizado. No, en absoluto: los miembros de las células hasta ahora durmientes son radicales. Ocultar las evidencias no beneficia a nadie.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Y Macron mandó la flota

 

Es extraño, pero llevo varios días, tal vez semanas, preguntándome si vivimos en la Edad Media o si han vuelto a mi mente – voluntaria o involuntariamente - las viejas películas de corsarios y piratas, de batallas navales entre reinos e imperios, de soberbios monarcas de la Vieja Europa y megalómanos sultanes otomanos. Películas, eso sí, en blanco y negro, relatando la interminable pugna entre la Liga Santa y la Sublime Puerta, con un trasfondo de religión y de incitación a la cruzada, a la yihad o cualquier dislate digno de la mentalidad de los hombres o superhombres de los siglos XV o XVI. En resumidas cuentas, de un enfrentamiento irracional, como todos los incidentes o accidentes que ahormaron nuestra historia.

Los verdaderos protagonistas de esa ensoñación, tal vez debería decir, pesadilla, son dos personajes modernos: el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, y su homólogo turco, Tayyip Recep Erdogan.  Macron interpreta el papel del reverenciado Rey Sol, mientras Erdogan asume el rol del no menos admirado sultán Mehmed II. La trama podría ser el cerco de Constantinopla o bien la batalla de Lepanto, según se mire. Pero en este caso concreto, los dos rivales pugnan por… el control de los recursos energéticos del Mediterráneo.

Volvamos, pues, al siglo XXI. Durante meses, los despachos de agencias se hicieron eco de la disputa entre Atenas, Nicosia y Ankara por los aún no explotados yacimientos de gas natural detectados en las inmediaciones de las costas de Chipre. Unas reservas que tanto los griegos como los chipriotas consideran suyas. Pero la distancia entre la plataforma continental helena y las costas de Chipre es de… 1.100 kilómetros, mientras que Turquía se halla a unos escasos 64 kilómetros de la Isla de Afrodita (Chipre). Las autoridades de Ankara reclaman el derecho de explotar los recursos del mar patrimonial, la zona económica exclusiva situada en las inmediaciones de sus aguas territoriales. El Gobierno grecochipriota de Nicosia se opone, mientras que Atenas, además de protestar, envía sus fragatas a la zona. Ankara decide emular el ejemplo del archienemigo griego; las flotas de los dos países miembros de la Alianza Atlántica están en posición de combate cuando interviene el árbitro: la multinacional TOTAL, compañía de hidrocarburos francesa encargada de la prospección ce los yacimientos. De repente, el conflicto se internacionaliza. París manda una agrupación de aviones de combate Rafale a Chipre, infringiendo las normas del acuerdo de desmilitarización de la isla rubricado en vísperas de la declaración de independencia de la antigua posesión británica. Por otra parte, París decide aumentar su presencia naval en la región y aprovecha la oportunidad para renovar ¡cómo no! los acuerdos de suministros de armas a Grecia.

Turquía no tarda en acusar a los franceses de “matonismo”, invitando a los “valientes” galos a volver a su casa. El tono sube: el sultán Erdogan toma el relevo a sus visires encargados de defensa y asuntos exteriores. Por su parte, el rey Macron decide tomar cartas en el asunto. Alemania, la OTAN y la Casa Blanca se disputan el papel de salvavidas. El incendio está a punto de extinguirse, cuando entra en escena una publicación humorística parisina: Charlie Hebdo.

El semanario francés, conocido por su tono irreverente es, qué duda cabe, partidario de la acracia. Su primera incursión controvertida en el mundo de la política internacional se remonta al año 2011, cuando cambió su nombre en Charía Hebdo (ley coránica). Al año siguiente, publicó caricaturas en las que el Profeta aparecía… desnudo. El Gobierno francés tuvo que cerrar sus embajadas en los países musulmanes, por miedo a represalias. Pero la riposta de los radicales llegó en enero de 2015; en el atentado contra la redacción murieron 12 personas. Los franceses y los europeos condenaron el ataque. Desde entonces, subsiste el interrogante: ¿ajuste de cuentas de los radicales islámicos u ofensiva contra la libertad de prensa?  

En el último acto de este hilarante vodevil de reyes, sultanes e hidrocarburos, Charlie Hebdo se colocó del lado del rey Sol Macron, poniendo en jaque al sultán Erdogan, que aparece retratado en una postura completamente indecorosa, suscitando nuevamente la indignación y la ira del mundo musulmán. Emmanuel Macron trató de desvincularse de la actuación del semanario. Sin embargo, pocos musulmanes parecen dispuestos a aceptar sus explicaciones. A lo que algunos llaman una “bofetada al Islam” se contesta con campañas de boicot de las exportaciones francesas destinadas al mundo árabe.  

Pero sinceramente hablando: Charlie Hebdo no es responsable del envió de cazas franceses a la Isla de Afrodita. Ni tampoco… ¿la TOTAL?


sábado, 24 de octubre de 2020

Israel: de la diplomacia oculta al Acuerdo Abraham


 A comienzos de esta semana, los medios de comunicación israelíes facilitaron sorprendentes detalles sobre la diplomacia oculta del Estado judío. La información, procedente con toda probabilidad del Ministerio de Asuntos Exteriores, revelaba la existencia de representaciones diplomáticas encubiertas en dos países del Golfo Pérsico: Qatar y Bahréin. En ambos casos, las supuestas oficinas comerciales estaban dirigidas por funcionarios de alta categoría de la Cancillería israelí. Tras la reciente firma de los acuerdos de paz de con reino de Bahréin, las autoridades de Tel Aviv podían permitirse el lujo de levantar el velo del ocultamiento.

¡Once años de relaciones secretas con Bahréin! ¡Quién lo diría! Probablemente, aquellos que desconocen los rudimentos de la diplomacia secreta, práctica llevada a cabo por los países en conflicto, propensos a mantener contactos discretos o confidenciales con sus enemigos. De hecho, tanto el Kremlin como la Casa Blanca optaron por recurrir a este procedimiento durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Y después?

Teherán, noviembre de 1978. ¿Israel? Va usted a la embajada de Israel, ¿verdad?, pregunta el taxista. ¿Embajada de Israel? Efectivamente, la dirección que le había facilitado correspondía a la calle en la que se encontraba la inexistente embajada del inexistente Estado judío. Un secreto a voces para la SAVAK, la policía política del Sha, y sus innumerables confidentes, véase los taxistas.

La representación no oficial de Tel Aviv llevaba años funcionando en la capital iraní. Se encargaba supuestamente de asuntos agrícolas – sistemas de regadíos – y tecnológicos – ventas de armas al Ejército de Su Majestad Imperial. Sin embargo, el personal encargado de las relaciones externas pertenecía al cuerpo diplomático. Pocos periodistas extranjeros tuvieron ocasión de contactar con la discreta representación del Estado judío. Pero en aquellas fechas, durante los disturbios que precedieron a la caída del Sha, las visitas a la no embajada israelí se multiplicaron. Los informadores buscaban un enfoque diferente…

Tras la triunfal llegada al país del ayatolá Jomeini, los israelíes abandonaron precipitadamente Teherán. Unas semanas más tarde, el líder supremo de la revolución islámica entregaba el chalé-bunker de los asesores israelíes a… la OLP. La verdadera historia de aquellas enmarañadas relaciones aún no se ha escrito. Tiempo al tiempo…

Las revelaciones sobre los contactos diplomáticos recientes con el mundo árabe podrían deparar múltiples sorpresas. No, el modus operandi de las relaciones ocultas no ha cambiado: Israel sigue utilizando empresas tapadera, que emplean funcionarios públicos con doble nacionalidad. En el caso concreto de la oficina de Bahréin, pomposamente llamada Centro para el desarrollo internacional, el personal contratado se desplazaba por las capitales árabes con pasaportes sudafricanos, belgas, británicos o norteamericanos.  Oficialmente, ejercían la profesión de… consultores de empresas. Los contratos de asesoramiento en materia de tecnología médica, energías renovables, seguridad alimentaria o IT eran auténticos; se encargaban de su ejecución compañías israelíes.

Detalle interesante: la futura embajada del Estado judío en Manama ocupará los locales del Centro.

El patrocinador del plan embajadas, más conocido bajo el nombre de Acuerdo Abraham, es el actual inquilino de la Casa Blanca: Donald Trump, que logró neutralizar los planes de anexión de Cisjordania ideados por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ofreciéndole a cambio tratados de paz con sus archienemigos árabes. La extravagante manera de Trump de llevar la política exterior de Washington ha dado sus frutos: después de los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, Sudán ha mordido el anzuelo de Washington, anunciando a su vez su intención de poner fin al estado de beligerancia con Israel. A cambio de ello, el país que dio cobijo a Osama bin Laden entre 1991 y 1996 será eliminado esta semana de la lista negra de Estados patrocinadores del terrorismo elaborada por los Estados Unidos. ¿El precio? Además del reconocimiento de Israel, las autoridades de Jartum se comprometen a pagar la cantidad de 335 millones de dólares a las victimas estadounidenses del terrorismo islámico. Los sudaneses aceptaron el trato.

En la lista de candidatos a la normalización de relaciones con Tel Aviv figuran también Arabia Saudita, Marruecos, Omán y Qatar. Todos y cada uno de los gobernantes han puesto precio a su reconocimiento de la hasta ahora llamada entidad sionista (durante décadas, la palabra Israel ha sido vetada en el vocabulario oficial del mundo árabe).

Los saudíes, que apoyaron la valentía de los Emiratos Árabes Unidos y de autorizan la utilización de su espacio aéreo por aviones israelíes. Públicamente, la dinastía wahabita da prioridad a la reanudación de las consultas israelo-palestinas. Extraoficialmente, esperan la reelección de Trump para formular sus exigencias respecto del proceso de normalización.

Por su parte, el rey de Marruecos intentará vincular la normalización de las relaciones con Tel Aviv al reconocimiento estadounidense de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental.

El sultanato de Omán, que ha mantenido relaciones discretas con Israel desde la década de los 90, reanudará sus contactos si el inquilino de la Casa Blanca se lo exige. Pero aparentemente, el recién entronizado sultán prefiere no precipitarse.

Por último, Qatar, que tiene una estrecha relación de amor odio con Israel, debido en parte a su cooperación estratégica y financiera con el movimiento islámico Hamas de la Franja de Gaza, sería el último obstáculo que la Casa Blanca tendría que sortear. Es una apuesta difícil, puesto que Qatar sigue siendo uno de los baluartes de Irán en la zona. Su enemistad abierta con los regímenes de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin dificulta la negociación.

De todos modos, el problema clave se halla en el lado palestino. La Autoridad Nacional sigue condenando cualquier iniciativa árabe de normalización de los contactos con Israel. Extraoficialmente, el Gobierno de Ramallah confía en que la Administración Biden modifique el rumbo de la política exterior americana, dando un nuevo enfoque a la actuación de Washington en la región.

¿Y Europa? Subsiste el interrogante: ¿serán capaces los europeos de asumir el reto del Acuerdo Abraham? ¿Será necesario preservar las viejas y socorridas herramientas de la eficaz diplomacia oculta? El porvenir nos lo dirá.

lunes, 19 de octubre de 2020

Nagorno Karabaj: el cauto silencio de Irán

 

Resulta sumamente difícil explicar a un europeo, a un español, qué se siente al estar involucrado – directa o indirectamente – en un conflicto bélico. Y más difícil aún, si se ejerce esta noble profesión de periodista, de reportero, de testigo, de notario.

Hace unos años, al regresar a Madrid después de una prolongada estancia en Oriente, me tocó esclarecer las dudas de una joven compañera que, después de la presentación de un libro sobre conflictos bélicos (he presenciado unos cuantos) estaba empeñada a obtener una respuesta clara y contundente a su pregunta: A su juicio, ¿quiénes son los buenos y quiénes los malos? Le sorprendió mi respuesta: En las guerras, no hay buenos ni malos; sólo hay combatientes. Mi comentario no la satisfizo; no nos volvimos a encontrar.

Los buenos y los malos… Me acordé de aquella apreciación – poco simplista a mi juicio – durante las largas temporadas dedicadas a cubrir la información en distintos frentes: guerras, revoluciones, conflictos intercomunitarios. Y me ratifico: en las guerras no hay buenos ni malos: sólo combatientes y… muchos intereses. Una infinidad de intereses.

El conflicto de Nagorno Karabaj, una guerra hibrida iniciada en 1991, es un ejemplo palpable de conflicto sin buenos ni malos. Si bien ambas partes tienen razón – cada cual a su manera – las dos se equivocan a la hora de tratar de solucionar la disputa territorial mediante una confrontación armada. Sobre todo, teniendo en cuanta los intereses poco altruistas de los actores externos: Rusia, Estados Unidos, Turquía, Francia, nuestra querida Unión Europea. Los grandes han introducido en esta pugna otros componentes: zonas de influencia, petróleo, bases militares, suministro de armas, etc. Sin embargo, hoy por hoy, los grandes prefieren no mover ficha: nadie quiere atizar el fuego.

El único país de la región que optó por quedarse al margen del conflicto fue Irán. La republica islámica mantiene buenas relaciones tanto con las autoridades de Bakú como con las de Ereván.

Por muy extraño que ello parezca, los lazos con Armenia son más estrechos que las hasta ahora accidentadas relaciones con Azerbaiyán, país musulmán ¡y chiita! que salió de la orbita de la ex Unión Soviética para apostar por una alianza estratégica con… los Estados Unidos. Pésima decisión esta, para un vecino del país de los ayatolás.

Los vínculos entre Teherán y Ereván nada tienen de atípico. El Irán imperial, por no decir, el antiguo Imperio persa, contaba con una nutrida colonia armenia. En la última época del Sha, los armenios gozaban de un estatuto privilegiado. Tenían su propia universidad, medios de comunicación – televisión y prensa – colegios, representación parlamentaria. Muchos iraníes tardaron en asimilar el sorprendente éxodo masivo de sus compatriotas armenios. Con el paso del tiempo, acabaron comprendiendo el porqué del fenómeno migratorio.  

En las últimas décadas, la República islámica trató de potenciar los intercambios comerciales con Armenia. Irán exportaba gas natural y recibía a cambio energía eléctrica producida por la central nuclear armenia de Metsamor. Por si fuera poco, Irán abrió sus puertos a la exportación de productos armenios; una asociación privilegiada no cuestionada hasta ahora por los radicales islámicos.

Distinto es el caso de Azerbaiyán, que debía aparecer como aliado natural del régimen de los ayatolás. Y ello, por varias razones. En primer lugar, porque los azeríes representan el mayor grupo étnico residente en Irán. Sin embargo, las autoridades azeríes se han visto obligadas a desmantelar recientemente varios grupos de corte islamista potenciados por Teherán, cuestionar el estatuto jurídico de la minoría azerí del vecino Irán, exigir la celebración de consultas bilaterales sobre la delimitación de las aguas territoriales del Mar Caspio o minimizar el impacto de escaramuzas protagonizadas por las fuerzas armadas de los dos países.   

A los gobernantes de Bakú les ha molestado siempre que el discurso iraní a favor de la defensa de los musulmanes oprimidos alude siempre a Palestina, Cachemira o los rohinga, pero hace caso omiso de la cuestión de Nagorno Karabaj.

¿Simple pragmatismo del régimen de los ayatolás? Irán no puede considerarse ajeno a un conflicto que constituye una amenaza seria para su propia seguridad. Desde sus inicios, Teherán se ha preocupado por la posible presencia de tropas extranjeras o mercenarios al otro lado de su frontera, así como por la necesidad de proteger a las poblaciones adyacentes a ella. Aunque Irán haya reiterado, diez días después del inicio de los combates de Nagorno Karabaj, su neutralidad en el conflicto, la declaración del Gobierno islámico hace hincapié en la integridad territorial de Azerbaiyán, lo que representa una toma de posición de facto a favor de Bakú. Un reconocimiento implícito, que trata de reforzar la tesis de que en las guerras no hay buenos ni malos. Sólo hay intereses…


domingo, 18 de octubre de 2020

¿Qué hacer por los "pobres" palestinos?

 

He estado en Riad para asistir a la entronización del rey Fahd. Le pregunté al nuevo jefe de la diplomacia saudí que podríamos hacer para aliviar la suerte de los pobres palestinos. Su respuesta me perturbó. ¿Los pobres palestinos? Mire excelencia, lo mejor que podría pasar es que los judíos los eliminen a todos, que acaben definitivamente con ellos. Nos quitarían un gran peso de encima…

Sucedió en una capital árabe, en septiembre de 1982, durante la invasión israelí del Líbano, baluarte – en aquel entonces – de la resistencia palestina. Mi interlocutor, alto cargo de una prestigiosa organización internacional, parecía desconcertado. ¿Podrías explicarme por qué hablan así? En realidad, creo que son los mayores donantes de la OLP, los que llenan las arcas de Yasser Arafat…

Le respondí que justamente ese era el problema; los saudíes, al igual que otras monarquías del Golfo Pérsico, se habían hartado de financiar a la OLP, que el monto de los prestamos (a fondo perdido) no parecían muy rentables para los supuestamente incondicionales defensores de la causa palestina.

Han sido muchos miles de millones de dólares que han ido a parar a manos de la cúpula de Al Fatah.  Mucho más dinero del que los “hermanos” podían haber imaginado hace unas décadas, cuando se comprometieron con el proyecto liderado por Arafat, me comentaba en su ostentoso apartamento parisino un fino intelectual árabe, ferviente defensor de la causa palestina, que conservaba el gramo de lucidez necesario para reparar los errores de los dirigentes de la OLP.

Resultó difícil explicarle a mi interlocutor occidental la compleja problemática de las relaciones de amor – odio entre los guerrilleros de Al Fatah y los príncipes del oro negro del Golfo Pérsico, comanditarios de la resistencia nacional palestina. A escasos metros de nosotros se hallaba el inexpugnable bunker en el que la plana mayor de la OLP pasó sus últimas horas en la capital libanesa. No, los judíos no los exterminaron a todos; los líderes de la central palestina se trasladaron a Túnez. Volverían a pisar la tierra de sus antepasados unos años más tarde, tras la firma de los Acuerdos de Oslo. Una de las condiciones impuestas por la Casa Blanca para autorizar su retorno fue un autoritario: Negociad con Israel.

Cuatro décadas después, la historia se repite. Durante su reciente gira por las capitales del Oriente Medio, el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, aterrizó en Riad con la firme convicción de poder sumar al reino wahabita a la lista de países dispuestos a hacer las paces con el Estado judío. En realdad, los tácitos acuerdos de cooperación entre Riad y Tel Aviv datan de finales del siglo pasado. Los saudíes prefieren guardar un cauteloso silencio a la hora de mencionar los lazos con la llamada entidad sionista; los israelíes, por su parte, han aprendido a abordar el tema con suma discreción y prudencia.

Pompeo se entrevistó en Riad con el príncipe heredero, Mohamed Bin Salman, y con el titular de Asuntos Exteriores, Faisal Ben Ferhne. Oficialmente, el tema de la normalización de las relaciones con Israel no figuraba en el orden del día de las reuniones. Sin embargo…

El jefe de la diplomacia estadounidense recibió una respuesta clara de otro de los pilares de la Casa Real, el príncipe Bandar Bin Sultan, exembajador del reino wahabita en Washington, cabeza visible de la corriente más proamericana de la familia real. Bandar aprovechó sus comparecencias en la cadena de televisión Al Arabiye para afirmar rotundamente que había llegado el momento de que los saudíes se preocupen más por sus problemas domésticos que por la cuestión palestina. Argumentó que las críticas formuladas por la Autoridad Nacional Palestina por la firma de los acuerdos de paz entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos o Israel y Bahréin se sumaban a los ataques de los presuntos enemigos de la nación árabe:  Irán y Turquía. También recordó la traición de Arafat durante la guerra de Golfo, cuando el rais palestino tomó partido por el despreciable Saddam Hussein. En resumidas cuentas, la perorata del príncipe podría resumirse en pocas palabras: los palestinos no son de fiar. ¡Qué negocien su futuro con Israel! Una recomendación ésta muy parecida a los ucases de la Casa Blanca o las aparentemente amables recomendaciones de la diplomacia europea, que prefiere desentenderse de la pugna entre el amigo Abu Mazen y el rival Netanyahu. De hecho, el lenguaje empleado por Bruselas resulta muy ambivalente. Lejos quedan los tiempos cuando la UE estaba empeñada a jugar afondo su carta mediterránea. En su última conversación con el presidente Abu Mazen, el alto representante de La UE para política exterior, Josep Borrell, advirtió que los palestinos no recibirán más financiación comunitaria si se niegan a aceptar las transferencias de aranceles recaudados por las autoridades de Tel Aviv. Se trata de unos 630 millones de euros, correspondientes a los derechos de aduana de productos palestinos, fiscalizados ilegalmente por Israel.

Huelga decir que tanto al inquilino de la Casa Blanca como a los eurócratas les molestó la decisión de la Autoridad Nacional Palestina de romper, tras la firma de los acuerdos con los Emiratos Árabes, los lazos con Israel, renunciando a la cooperación en materia económica, comercial y…de seguridad con Tel Aviv. La espantada molestó mucho más al actual inquilino de la Casa Blanca que a su aliado Netanyahu, partidario de congelar las relaciones con los palestinos. Sin embargo, Donald Trump, que se enorgullece por la puesta en marcha de su Proyecto de Paz Abraham, necesita la aceptación unánime e incontestable del mal llamado Acuerdo del Siglo.

Pero la verdad es que esta paz se negoció sin los palestinos; haciendo caso omiso de su existencia. Más aún; Benjamín Netanyahu presume de haber neutralizado los Acuerdos de Oslo, vaciándolos por completo de contenido. ¿Una victoria para el líder del Likud? Cierto es que algunas de las cláusulas de los acuerdos entre Israel y los países petroleros del Golfo aluden vagamente al proceso de paz israelí palestino. Al comentarlos durante la ultima reunión del Gabinete, el primer ministro manifestó que una amplia reconciliación entre Israel y el mundo árabe conducirá al avance de una paz realista con los palestinos. También es cierto que los tratados con Egipto y Jordania subrayan el compromiso de las partes de trabajar conjuntamente para lograr una solución negociada al conflicto intercomunitario, que cumpla con las legítimas exigencias y aspiraciones de ambos pueblos. En los últimos acuerdos con los Estados del Golfo, esta alusión brilla por su ausencia.

Los palestinos, que se autoexcluyeron del Acuerdo del Siglo de Trump, descubren su arrinconamiento. Me viene a la mente la pregunta formulada hace cuatro décadas por el alto cargo del sistema de las Naciones Unidas: ¿Qué podríamos hacer para aliviar la suerte de los pobres palestinos? 

lunes, 12 de octubre de 2020

Cercar a Rusia

 

Rusia está trayendo nuevos aliados al Mar Negro. Buques de guerra egipcios participarán en maniobras navales conjuntas en la región. La noticia, divulgada hace apenas unos días por el Departamento de Información de la Flota Rusa del Mar Negro, causó cierta preocupación tanto en los círculos atlantistas de Bruselas como en las Cancillerías de algunos países ribereños miembros de la Alianza Atlántica. ¿Qué hacen aquí – en el Mar Negro – los aliados de Rusia? Extraña pregunta, teniendo en cuenta que el cuartel general de la Armada rusa se encuentra en Sebastopol, en la península de Crimea. 

Un escueto comunicado del servicio de prensa de la marina rusa despejó la incógnita: navíos de guerra egipcios participarán, junto con los rusos, en las maniobras navales Friendship Bridge 2020 (Puente de la amistad), que se celebrarán en el Mar Negro. Las embarcaciones, que contarán con el apoyo de la Fuerza Aérea rusa, realizarán lanzamientos de misiles, tiros de artillería, ejercicios de rescate, desembarco de tropas y reabastecimiento de navíos, búsqueda y localización de barcos enemigos. En resumidas cuentas, seguirán un guion muy parecido, casi idéntico, al de los ejercicios navales organizados habitualmente por Turquía – miembro de la OTAN - con la participación de sus aliados: Estados Unidos, Inglaterra, Francia. Pero en el caso de Rusia, se trata de una inquietante novedad.   

Cierto es que los barcos de la Alianza Atlántica llevan años surcando en estas aguas. A veces, su presencia resulta demasiado inoportuna; en principio, el Convenio de Montreux de 1936 limita el acceso de barcos de guerra pertenecientes a países no ribereños en la zona. Sin embargo, durante las maniobras Cáucaso 2020, celebradas el pasado mes de septiembre en el sureste de la Federación rusa, la OTAN había movilizado un destructor y un navío para el desembarco de tropas de la Armada estadunidense, así como un barco francés de transmisiones marítimas, encargado de supervisar las comunicaciones radiofónicas de la región. En este caso, no se trataba de una primicia; las tropas estadounidenses, acompañadas por aliados de la OTAN participan, desde hace años, en maniobras conjuntas con el ejército de Georgia, antigua república soviética que solicitó su ingreso en la Alianza Atlántica después de la guerra de Osetia de 2008. Sin embargo, los estrategas occidentales estiman que la perspectiva de un nuevo enfrentamiento entre Tiblisi y Moscú desaconseja, por ahora, la integración del país caucásico en la OTAN. Los riesgos de un conflicto abierto con Rusia serían demasiado elevados.  

Otros países del universo postsoviético situados en los confines occidentales de la Federación rusa – Ucrania y la República Moldova – reciben periódicamente la visita de brigadas motorizadas estadounidenses. Las autoridades de Kiev desean apurar su adhesión a la Alianza, confiando en el hipotético blindaje de Occidente en un enfrentamiento con Rusia. Hoy por hoy, la OTAN prefiere no desoír las reiteradas advertencias de Moscú. Ucrania es, qué duda cabe, un manjar muy sabroso, pero ya se sabe: la avaricia…

Distinto es el caso de la República Moldova, donde los peones del Kremlin controlan las instituciones. Moldova adhirió a la Asociación para la Paz de la OTAN, pero la mayor parte de las decisiones estratégicas siguen tomándose en… Moscú. Los intentos de reunificación con Rumanía – uno de los baluartes del atlantismo en el Este europeo – fracasaron. Si bien los rumanos no dan por perdido en proyecto, son conscientes de la dificultad de superar los obstáculos impuestos por el Kremlin.

En resumidas cuentas: con una Bielorrusia que sigue en la órbita de Moscú y una Moldova sometida a los ukases de la clase dirigente rusa, el cerco a la Madre Rusia ideado hace más de dos décadas por los politólogos de Yale no parece, hoy por hoy, materializable.

Después de la desintegración de la Unión Soviética, el cabio de rumbo de los países de Europa oriental y el inevitable desmantelamiento del Pacto de Varsovia, al Kremlin sólo le quedan cinco aliados: Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán y Turkmenistán, integrados, eso sí, en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO), la versión rusa de la OTAN. La organización pretende defender la política euroasiática de Putin, una original variante geoestratégica elaborada por la derecha nacionalista.

¿Los aliados de Moscú? En Bielorrusia soplan vientos de cambio, Armenia ha sido arrastrada, por obra y gracia de Ankara, en el conflicto con Azerbaiyán por el enclave de Nagorno Karabaj, Kirguistán tiene que hacer frente a una oleada de disturbios callejeros.  Los problemas de inestabilidad de los vecinos repercuten seriamente en la política del Kremlin.

Sin embargo, portavoz oficial de Vladimir Putin, Dimtri Peskov, trata de minimizar el alcance de los conflictos. ¿Hablar de un cerco a Rusia? ¡Eso parece absurdo! Existe un potencial de conflicto que se concentra alrededor de nuestras fronteras, pero la inestabilidad es un fenómeno generalizado, afirma Pleskov, recordando los problemas de Europa occidental después del Brexit, las protestas contra la discriminación racial en los Estados Unidos, la rebelión de Turquía contra sus aliados de la OTAN, la interminable batalla contra el coronavirus.  

¿Perspectivas? Es cierto que los repuntes pueden degenerar en una guerra mundial, el establecimiento de un nuevo orden planetario o… limitarse a pequeños terremotos, que permitirán reducir las tensiones y aliviar la situación. Pero por favor, no se les ocurra hablar del cerco a Rusia.  

¿Tan lejos queda el recuerdo del Pacto Molotov – Ribbentrop?


lunes, 5 de octubre de 2020

Al Aqsa – el próximo envite del sultán

 

Cantar loas a Masjid Al Aqsa, la mezquita más lejana del Islam primitivo, es una práctica común en el mundo islámico. Invocar la ansiada reconquista de este lugar de culto sagrado para los musulmanes forma parte del vocabulario moderno de los políticos y los doctores de la fe islámica. La primera exhortación para la liberación del Monte del Templo, para que la bandera verde del Islam vuelva a ondear sobre la cúpula de Al Aqsa, la oí allá por los años 70 del pasado siglo en Teherán, durante los últimos meses del reinado del Sha de Persia. El emperador tenía los días contados. En los anexos del Ministerio de Información, mejor dicho, en las oficinas de la inflexible Censura, los enviados especiales de los medios de comunicación extranjeros se deleitaban escuchando los mensajes del proscrito ayatolá Jomeini. Los funcionarios de la administración imperial nos facilitaron graciosamente traducciones a varios idiomas occidentales. Tenéis suerte; son fidedignas, me comentó con una sonrisa irónica uno de los cabecillas de la aún insignificante oposición al régimen.

¿La bandera verde del Islam en Jerusalén? ¿Qué le pasa a nuestro ayatolá?, preguntó aquella noche una famosa pintora iraní, ardiente musulmana, acostumbrada con glamurosos los eventos culturales de París, Londres o Los Ángeles. Me confesó, no obstante, que la idea le parecía más bien apetecible, pero… No hay que olvidarse; estamos hablando de Israel. Con el paso del tiempo, comprendí que los vaticinios de Jomeini podrían materializarse. Hoy en día, los peones de la República Islámica – y no meros predicadores, sino curtidos guerrilleros - se encuentran en Siria, Líbano o la Franja de Gaza. Su objetivo sigue siendo el mismo: colocar los símbolos del Islam en la cúpula dorada de la mezquita de Al Aqsa.

Poco sorprendentes resultaron, pues, las declaraciones formuladas el pasado fin de semana por el presidente turco, Tayyip Recep Erdogan, quien reclamó Jerusalén, el noble santuario del mundo musulmán, como herencia del brillante pasado imperial de los sultanes de Constantinopla. En esta ciudad, que tuvimos que abandonar llorando durante la Primera Guerra Mundial, todavía es posible encontrar rastros de la resistencia otomana. Así que… Jerusalén es nuestra, una ciudad nuestra manifestó el dignatario turco ante la Asamblea Nacional, las altas instancia de la Defensa, los representantes de la cultura y los enardecidos miembros agrupaciones islámicas turcas. El mensaje de Erdogan recuerda, curiosamente, las palabras de Jomeini. Los tiempos han cambiado, pero la reclamación del estadista turco, partidario de la restauración de la descomunal zona de influencia del desaparecido Imperio Otomano y la incitación a la yihad del anciano ayatolá son, en definitiva, dos mensajes convergentes.

Reconquistar Jerusalén. Hoy por hoy, parece disparatado imaginar un conflicto armado entre Turquía, país miembro de la OTAN y aliado (?) de Washington y el Estado judío, el portaaviones norteamericano en el Mediterráneo. Defender et tercer lugar santo del Islam – Al Aqsa - los Santos Lugares de Jerusalén y la causa del pueblo palestino, que Erdogan apoya firmemente, no requiere forzosamente el recurso a la violencia. El presidente turco encontrará otras vías para ejercer presiones sobre los mandatarios de Tel Aviv. Pero recuerdo las palabras de mi amiga persa: estamos hablando de Israel…

 Queda otra incógnita: en la ceremonia para la reislamización de la basílica de Santa Sofia, el presidente turco aludió al legado musulmán de Jerusalén – Al Aqsa – y… Al Ándalus (¡Córdoba!)  ¿Qué harán las autoridades españolas, tan propensas a mantener el obsoleto Diálogo de Civilizaciones (hispano-turco) concebido en su momento por José Luis Rodríguez Zapatero?   

Personalmente, confieso que me da pavor contestar. Me limito, pues, a dejarles la pregunta.


sábado, 3 de octubre de 2020

Nagorno Karabaj - una herida que no cierra

 

Los tanques recorrían las principales arterias de Tiflis, la capital de Georgia. La bandera de los Estados Unidos ondeaba encima del primer Abrams. No, no se trataba de una película de guerra rodada en los estudios de Hollywood; esos uniformados no eran actores. Como todos los años en estas fechas, los militares americanos, británicos y holandeses celebraban su participación en las maniobras conjuntas con el ejercito georgiano; una excelente ocasión para los habitantes de Tiflis de organizar manifestaciones de protesta contra la presencia rusa en las antiguas repúblicas soviéticas del Cáucaso.

Sucedió este verano, el 27 de agosto. A 224 kilómetros al sur de Tiflis, en la base militar de Guiumri, en la republica de Armenia, los soldados rusos se dedicaban al mantenimiento de sus carros de combate. ¿El enemigo? Aparentemente, nadie hablaba de enemigos. Los americanos estaban en Georgia, los turcos, en Azerbaiyán, los iraníes, a escasos kilómetros de los confines armenios. Pero a nadie se le ocurría pronunciar la palabra “enemigo” y menos aún, “guerra”.  Sin embargo…

El conflicto estalló un mes más tarde, el 27 de septiembre, cuando la avanzadilla de las tropas azeríes lanzó un primer ataque contra las instalaciones armenias de Nagorno Karabaj, el enclave que se había convertido en la manzana de la discordia en el conflicto entre las dos exrepúblicas soviéticas: Azerbaiyán y Armenia. Si bien la región forma parte oficialmente del territorio de Azerbaiyán, la nutrida población armenia que lo habita reclama sus derechos cívicos y, por qué no, la adhesión a la vecina República de Armenia. Otro conflicto territorial descuidado por la Rusia de los zares y… de Putin, convertido en foco de tensión por la intransigencia de las comunidades religiosas. Azerbaiyán es un país musulmán, mientras que Armenia se enorgullece de ser el único baluarte cristiano en la región. Los roces vienen de muy antiguo, aunque hay que reconocer que el imperio otomano llevaba una hábil política de tolerancia religiosa, que se desvaneció a comienzos del siglo pasado, durante el gobierno de los jóvenes turcos.

Los zares protegieron siempre a los armenios, sus aliados cristianos sometidos al poder de los sultanes. La alianza no acababa de gustar a los dignatarios de la Sublime Puerta, poco propensos a aceptar las injerencias de la archienemiga Rusia en las políticas del imperio otomano. Tal vez por ello, los gobernantes de ambos imperios optaran por dejar en suspense la cuestión de las etnias caucásicas. El régimen soviético y el nuevo estado turco de Mustafá Kemal tampoco hallaron una solución al conflicto intercomunitario.

El 27 de septiembre, tras el inicio de la ofensiva de Nagorno Karabaj, tanto Rusia como las capitales europeas se encontraron con un déjà vu, con una repetición del enfrentamiento armado de 1988 – 1994, una guerra sin vencedores ni vencidos, que no satisfizo los deseos de los políticos de Bakú y Ereván. Un conflicto que facilitó, eso sí, la presencia de efectivos militares rusos en Armenia y, de paso, el acercamiento de los países miembros de la Alianza Atlántica – Estados Unidos, Inglaterra, Francia – a la región. El desfile de Tiflis es una muestra de ello.

El sistema de vigilancia y previsión de conflictos creado por la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), una especie de mini-pacto de Varsovia o, mejor dicho, una organización político-militar creada por Rusia, que congrega a los últimos aliados estratégicos  del Kremlin en la zona - Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, y Tayikistán – no ha logrado formular propuestas de alto el fuego convincentes. Ante el interrogante: ¿tomará en Kremlin cartas en este asunto?, las cancillerías occidentales se vieron obligadas a elaborar su propia estrategia. Con razón: los servicios de inteligencia de la OTAN apuestan de antemano por la victoria de Armenia sobre Azerbaiyán, es decir, de Rusia sobre Turquía – aliada y valedora de los azeríes – e Irán, el convidado de piedra que mueve los hilos del conflicto entre bastidores.

¿Se enfrentará Putin a sus principales aliados musulmanes – Turquía e Irán? Los estrategas occidentales descartan esta opción. En realidad, la mayoría de las potencias extrarregionales tienen mucho que perder en este combate.  

Para empezar, Rusia. Si bien el Kremlin no parece dispuesto a renunciar a la tradicional alianza con los armenios, la Federación rusa sigue siendo uno de los mayores suministradores de armas destinadas al ejército azerí. Es una opción irrenunciable impuesta por la política euroasiática de Putin. De donde la necesidad de mantener los lazos con Bakú.  Pero hay más; mucho más.

Azerbaiyán suministra el gas natural del Turkish Stream, el gasoducto ruso destinado a abastecer a los países de Europa meridional y central:  Bulgaria, Rumanía, Serbia, Hungría y Austria.  Antes de llegar al Mar Negro, la tubería atraviesa… Armenia.

Otro proyecto energético que involucra a Azerbaiyán es el gasoducto del Cáucaso Sur, en el que participan empresas británicas, noruegas, francesas, italianas, griegas y japoneses. Sin bien el punto de partida es Shajdeniz, un yacimiento situado a 40 kilómetros al norte de Bakú, y la meta, el puerto (también) turco de Ceyhan, las instalaciones del Cáucaso Sur transitan por… Georgia.

¿Pura casualidad? No, en absoluto. El mapa energético de Asia Menor no puede modificarse. Es una de las razones que incitan a Occidente a tomar cartas en el conflicto interétnico, reclamando la solución negociada del enfrentamiento que, según los estrategas, podría desembocar en una guerra generalizada.

Ankara y Moscú, que apoyan bandos distintos en el Cáucaso, también tienen puntos de vista opuestos en los conflictos de Siria y Libia. Conocida es la animadversión de los turcos por los armenios, que se traduce por el incondicional apoyo a los turcomanos de Azerbaiyán. 

Aunque las perspectivas de una solución pacífica del conflicto parecen más bien sombrías – tanto los armenios como los azeríes insisten en imponer su punto de vista en el campo de batalla - una posible mediación de Rusia, Estados Unidos, Francia, Alemania y Turquía podría persuadir a las partes para renunciar a la violencia.  Es lo que desean en estos momentos el Kremlin, la Casa Blanca y sus respectivos aliados, principales beneficiarios de las exportaciones de gas azerí.

Los mediadores podrían redactar un documento sobre la devolución simbólica – total o parcial – de las propiedades de los armenios de Nagorno Karabaj a los azeríes a cambio de un compromiso formal de renuncia a la violencia, algo difícilmente imaginable en las actuales circunstancias.

 No cabe la menor duda de que el conflicto del Cáucaso presenta muchas similitudes con los desequilibrios poblacionales registrados en la Europa de comienzos del siglo pasado, un autentico rompecabezas que la Sociedad de las Naciones fue incapaz de armar. Los viejos conflictos – los Balcanes, Europa central, los mares Egeo y Mediterráneo – siguen vigentes y nos recuerdan la ineficacia de los diplomáticos del Viejo Continente.

Malos augurios, pues, para la ya de por sí convulsa región caucásica.


miércoles, 30 de septiembre de 2020

Bienvenidos a la nueva Era del Desorden

 

Hay palabras malsonantes, expresiones que no tienen sentido alguno, términos que pretenden ocultar aciagas realidades. La mal llamada “nueva normalidad” introducida recientemente por los poderes facticos que rigen los destinos del planeta Tierra procura ocultar perspectivas poco halagüeñas.

Sí, es cierto: nos inducen a pensar que “ya nada será como antes”, que la “nueva normalidad” nos coloca en el umbral de un largo período de transición, que el camino que toca recorrer será largo y sinuoso, que el mundo venidero será una amalgama de tecnología y ecología, de justicia y probidad. Un sistema social modélico, sólo imaginable en los cuentos de ciencia ficción escritos, allá por los años 30 ó 50 del siglo pasado, por cándidos autores que confiaban en la honradez, la bondad y la nobleza del ser humano. La quimera se desvaneció unas décadas después, cuando el Mal surgió de las tinieblas; nuestro bucólico Universo se tornó en un mosaico de señoríos antagónicos perpetuamente enfrentados. El Bien y el Mal compartían -al igual que en los modernos videojuegos- victorias y derrotas. No, decididamente; ya nada es como antes. Ni lo será a partir de ahora: en la “nueva normalidad” no encontraremos ideales ni… ética. Ni entusiasmo, ni afán de superación.

Afrontaremos resignados, pues, las malas nuevas engendradas por los cerebros binarios de los ordenadores, fríamente expuestas por grupos de ignotos expertos surgidos de las entrañas de sociedades acalambradas. Pero habrá que aceptar ¡qué remedio! sus catastróficas previsiones.  

Un ejemplo concreto de los previsibles descalabros que se avecinan lo hallamos en un voluminoso informe preparado por los analistas económicos de la Deutsche Bank, divulgado la pasada semana. Los expertos del mayor instituto financiero germano advierten que el mundo está en el umbral de un nuevo ciclo estructural, que no dudan en tildar de… “era del desorden”, una etapa en la que presenciaremos la drástica modificación de las estructuras económicas, de los sistemas políticos y, por ende, del modo de vida de los pobladores del Planeta.

El espectacular deterioro de los tejidos económicos y sociales registrado en los primeros meses de la actual pandemia se irá acrecentando. Tanto los Gobiernos como las grandes empresas industriales optarán por un mayor endeudamiento. La próxima década será decisiva para la vitalidad Europa, cada vez más aislada en un mundo “desglobalizado”, cuyos principales protagonistas serán los dos gigantes de la economía: los Estados Unidos y China. Las guerras comerciales se tornarán en el común denominador de las relaciones entre Estados. La propia Unión Europea corre el riesgo de atomizarse. Los economistas no descartan la creación de tres o cuatro subgrupos de países, cuyos intereses no serán forzosamente convergentes. Esta división incluiría los siguientes bloques: Europa central (Francia, Alemania, Bélgica, Países Bajos, Austria), Europa oriental (los países de Europa del Este y Rusia), Europa meridional (Italia, España, Grecia, Chipre y Malta), el Reino Unido y su aliada, Norteamérica.

El estudio de la Deutsche Bank hace hincapié en una serie de factores que condicionarían la “Era del desorden”, que podrían resumirse de la siguiente manera: 

 · El deterioro de las relaciones entre EE. UU. y China y la reversión de la globalización;  

· Un reto para la supervivencia de Europa;

· El incremento de la deuda, mayor “centrifugado” de capitales;

· La disyuntiva inflación o deflación;

· El incremento de las desigualdades, que podría generar reacciones violentas y cambios a nivel sociedad;

· El ensanchamiento de la brecha intergeneracional;

· El debate sobre el cambio climático;

· La revolución tecnológica o estancamiento

Conclusión de los expertos alemanes: No hay que extrapolar los tímidos pasos de la “nueva normalidad” con las tendencias pasadas, con la época de bonanza de las décadas de los 50 – 80, que acabamos de dejar atrás. Sería uno de los peores errores que el “hombre nuevo” podría cometer; ya nada será como antes.

Poco estimulantes perspectivas; ¿verdad, estimado lector?