viernes, 26 de junio de 2020

Osama Bin Laden: ¿mártir o terrorista?


Osama Bin Laden: ¿terrorista, criminal o… mártir?  El Primer Ministro paquistaní, Imran Khan, sorprendió a propios y a extraños al afirmar ante los miembros del Parlamento de Islamabad que el jefe de Al Qaeda murió como mártir en 2011, cuando un comando de las fuerzas especiales estadounidenses asaltó su escondite de Abbottabad, situado a escasos kilómetros de la Academia Militar de Paquistán. La zona, estrechamente vigilada por el ISI – todopoderoso servicio de inteligencia militar – resultó ser un blanco excesivamente fácil para los “rambos” norteamericanos, que ejecutaron la misión en un cuarto de hora. Un operativo impecable, cuidadosamente preparado, que no encontró resistencia alguna por parte de los guardianes del edificio, combatientes de élite de la agrupación islamista capitaneada por el multimillonario saudí.

El jefe del Gobierno paquistaní provocó la ira de los parlamentarios al afirmar que los militares estadounidenses vinieron a Abbottabad para matar a Osama Bin Laden, para convertirle en mártir. Luego, el mundo empezó a maldecirnos, a hablar mal de nosotros (los paquistaníes), manifestó Khan.

Los líderes de los partidos políticos no dudaron en tildar al Primer ministro de amenaza para la seguridad nacional. Una actitud ésta muy acorde con la versión oficial de las autoridades, empeñadas en defender la tesis de que el ejército paquistaní  había combatido a los talibanes de Bin Laden.
  
Cierto es que después de la derrota de Al Qaeda en Afganistán, los militares paquistaníes combatieron contra los talibanes que cruzaron la frontera buscando un refugio seguro en el país vecino. Esa operación limpieza causó numerosas bajas en el seno del Ejército. No es menos cierto que a la hora de emprender su retirada estratégica, el saudí se decantó por las montañas de la vecina Paquistán. 

¿Pura casualidad? Bin Laden mantuvo buenas relaciones con la inteligencia militar de Paquistán. Cabe suponer que el ISI conocía su escondite. Más aún; que lo había protegido. Las versiones sobre su localización y ejecución varían. El afamado periodista norteamericano Seymur Hersh, premio Pulitzer, refutó la versión oficial de la Casa Blanca, que atribuyó el éxito del operativo relámpago de Abbottabad a la labor de la CIA. Hersh afirmó que los americanos recibieron un soplo de un oficial paquistaní, que suministró detalles a los servicios de inteligencia a cambio de una cuantiosa recompensa y un permiso de residencia estadounidense. 

Edward Snowden, el artífice de Wikileaks, asegura que Osama no murió en Paquistán. Fue trasladado, junto con su familia, a Bahamas, donde vive custodiado por un ejercito de agentes de la CIA. 

Más discretos, los familiares de Bin Laden confesaban en conversaciones privadas, que se les había informado acerca del paradero del líder de Al Qaeda, localizado por la inteligencia militar estadounidense en las montañas paquistaníes, cercado por unidades de élite, que garantizaban su integridad física.

¿Qué sucedió realmente? ¿Volverá a aparecer el caudillo de los talibanes? Su vida, al igual que su muerte, genera quebraderos en cabeza en Washington, Londres, París o Riad. El incidente de esta semana en el Parlamento de Islamabad podía haber pasado inadvertido si no fuera por la palabra tabú pronunciada por el Primer Ministro Imran Khan. ¡Shahid! – mártir. En la cultura musulmana, al shahid se le venera más que a un santo. Es el motivo por el cual la Administración Obama trató de borrar todas las huellas terrestres de Bin Laden.

¿Osama, shahid? La polémica está servida.

miércoles, 17 de junio de 2020

Usted no nos representa, señor Borell



La discordancia ha sido, desde siempre, el común denominador de la política exterior de los países miembros de la Unión Europea. Las políticas exteriores, mejor dicho, ya que los socios del club de Bruselas han sido incapaces de elaborar directrices unitarias para su actuación a escala mundial. Y ello, pese a la creación de la figura del Alto Representante de la Unión para Política Exterior, cargo desempeñado con mayor o menor éxito por funcionarios de alto rango de los Estados comunitarios, procedentes - en su gran mayoría -  de agrupaciones políticas de centroizquierda. ¿Ventaja o inconveniente? Difícil decirlo. Lo cierto es que a la hora de la verdad algunos de los tenores que llevan la voz cantante en las cancillerías europeas no dudan en censurar la actuación de los Altos Representantes con un rotundo y solemne no nos representan.

Sucedió hace poco en Berlín, durante la reunión anual de los Embajadores alemanes, destinada a ultimar los preparativos para la presidencia germana de la UE. El pasado 25 de mayo, los diplomáticos de la República Federal escucharon estupefactos la intervención del español Josep Borell, alto representante de la UE para política exterior, interpretada por algunos como el  preludio al  declive de la supremacía estadounidense. Las tesis defendidas por el político catalán, muy parecidas a las del presidente galo, Emmanuel Macron, podrían resumirse de la siguiente manera:

· La UE debería adoptar una postura equidistante en el conflicto entre Estados Unidos y China, tratando de defender sus propios intereses.

· El Brexit constituye una bendición para el proyecto europeo.

· Las relaciones con Rusia deberían edificarse teniendo en cuenta los intereses comunes, sin descuidar los aspectos estratégicos clave para Bruselas y Moscú.

· Las relaciones bilaterales Europa - China deben estar basadas en la confianza, la transparencia y la reciprocidad, en la disciplina colectiva. 
 
En resumidas cuentas, unas líneas maestras un tanto sorprendentes. Y si los alemanes no se inmutaron (por algo son alemanes), sus vecinos de Europa oriental, miembros de la UE aunque también y ante todo de la OTAN, se mostraron consternados por la intervención de Borell.  ¿A quién se le ocurre hablar de intereses comunes con Rusia, de aspectos estratégicos convergentes? ¿A quién se le ocurre subestimar el peligro que reside en el flanco Este de la OTAN? Rumanos y polacos están allí para recordarlo, para advertirle con mayor o menor elegancia al catalán usted no nos representa.

Conviene señalar que uno de los temas que preocupa actualmente al establishment político de Europa central y oriental es la posible retirada de tropas estadounidenses acantonadas en suelo germano. La Administración Trump amenaza con llevarse alrededor de 10.000 (de los 34.500) soldados destinados en la RFA a bases de otros países. Ofrecimientos no faltan; al contrario.

Polonia ha expresado el deseo de acoger algunos de los efectivos que deben abandonar Alemania. El primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, se apresuró en recordarle a su amigo Trump que el verdadero peligro se halla en la frontera oriental y por consiguiente, el traslado de fuerzas estadounidenses hacia los confines con Rusia supondría el fortalecimiento de la seguridad para todo el continente europeo.

Morawiecki alega que la reciente expansión militar de Rusia a territorios de Georgia y Ucrania (Crimea y Dombass) justifica la creación de bases militares permanentes norteamericanas en su país.   
No menos compleja es la situación en Rumanía, otro aliado fiel del gigante transatlántico en el Viejo Continente, cuyo papel estratégico se ha visto reforzado a raíz del coqueteo de Erdogan con el Kremlin. Los rumanos, que sienten la misma animadversión hacia la madre Rusia que sus socios polacos, acaban de adoptar una nueva Estrategia de Defensa Nacional 2020 – 2024, que define a la Federación Rusa como estado hostil y amenaza para la región, cuyo comportamiento agresivo inquieta al estamento militar. Durante los últimos meses, las autoridades rumanas reclamaron un incremento sustancial de la presencia de efectivos estadounidenses, lo que irritó sobremanera a la cúpula castrense moscovita.

Rusia estima que la base militar norteamericana de Deveselu dispone de sistemas Aegis Ashore, capaces de disparar misiles de crucero Tomahawk. Deveselu se convierte, automáticamente, en blanco de la aviación rusa.

Pero hay más; los estrategas del Kremlin creen que la nueva Estrategia de defensa de Bucarest contempla también el aumento de la presencia naval de la OTAN y los Estados Unidos en el Mar Negro, el lago vigilado hasta ahora por la Marina turca. Con ello, la actuación de Bucarest contribuirá a aumentar aún más las tensiones en la región y la falta de confianza, aseguran los rusos.

Para las autoridades rumanas, se trata, pura y simplemente, de la adecuación de los planes de defensa al cambio del paradigma global, determinado por el deterioro de las relaciones entre la Alianza Atlántica y la Federación Rusa. El principal artífice de este nuevo enfoque es, sin duda, el actual inquilino de la Casa Blanca: Donald Trump.

No hay que extrañarse, pues, al comprobar que los politólogos bucarestinos – más atlantistas que europeístas - emulan a sus colegas polacos al afirmar: usted no nos representa, señor Borell. 

miércoles, 3 de junio de 2020

Turquía en Tierra Santa - La batalla por Jerusalén


Hubo una época – durante los dos primeros lustros de este siglo – en la que la nutrida presencia de instituciones turcas en Tierra Santa se había convertido en un destacado acontecimiento para los pobladores de la región. Nuestros nuevos amigos, los turcos, solían decir los políticos de Tel Aviv; han vuelto los otomanos, insinuaban los nacionalistas palestinos, nuestros nuevos aliados musulmanes, argüían los estrategas jordanos, orgullosos de poder participar en maniobras conjuntas con unidades del ejército de Ankara, segunda fuerza militar de la Alianza Atlántica.

Los oficiales del reino hachemita ponían cara de póker cuando se les recordaba que se trataba, en realidad, de ejercicios de guerra tripartitos, en los que participaba también…Israel.  Sí, también hubo presencia judía en las maniobras, reconocían un tanto molestos por las inoportunas revelaciones de sus interlocutores occidentales. No se trataba de revelar secretos militares; las rotativas israelíes habían hecho hincapié en el carácter tripartito del ejercicio. Sin embargo, en la otra orilla del Jordán, la percepción era distinta. La prudencia desaconsejaba confundir el acercamiento entre Ammán y Ankara con una iniciativa estratégica de los… ¡aliados regionales de los Estados Unidos!

Ese extraño noviazgo se rompió el 31 de mayo de 2010, cuando unidades de élite del Ejército israelí atacaron los barcos de la llamada Flotilla de la Libertad, embarcaciones de la organización por palestina Free Gaza fletados por Turquía, que llevaban a bordo un centenar de militantes comprometidos con la causa palestina. La intervención israelí generó un sinfín de incidentes, que desembocaron en la congelación de las relaciones diplomáticas entre Turquía e Israel.  El Primer Ministro Erdogan exigió disculpas al Estado judío por el ataque, amén de unas cuantiosas compensaciones – 20 millones de dólares - por los desperfectos causados durante el operativo. En 2016, turcos e israelíes firmaron la paz. Sin embargo, los embajadores no volvieron a sus respectivos puestos. El conflicto continúa…

Al cumplirse diez años desde en incidente de la Flotilla de la Libertad, llegamos fácilmente a la conclusión de que Tel Aviv y Ankara no lograron recomponer el ambiente de cordialidad que reinaba a comienzos del siglo. Turquía abandonó la política de amistad con sus vecinos inmediatos – los países de la región mediterránea – mientras que Israel dirigió sus miradas hacia la UE y las monarquías del Golfo Pérsico – Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Bahréin – poco propensas a aceptar el papel de una Turquía neo otomanista, dispuesta a resucitar el pasado del Imperio otomano. Mientras, en Israel se están forjando nuevas alianzas estratégicas. Esta vez, con Grecia y Chipre, enemigos declarados del Gobierno de Ankara.

En enero de 2019, Israel pasó a formar parte del Foro del Gas del Mediterráneo Oriental, integrado por Grecia, Italia, Chipre, Jordania y la Autoridad Nacional Palestina, países que pretenden compartir los recursos gaseísticos ubicados en la Zona Económica Exclusiva de Chipre. Turquía, que ocupa la mitad norte de la isla, reclama a su vez acceso a los yacimientos, pero tropieza con la tajante negativa de los europeos, empeñados en no reconocer su soberanía sobre el territorio ocupado durante la invasión de 1974.

Por otra parte, Israel se ha adherido al acuerdo para la vigilancia de los drones turcos que sobrevuelan en Mar Egeo. Para las autoridades de Atenas y Nicosia, la presencia de dichos aparatos constituye un acto de piratería.

Más complicada aún es la situación que reina en Jerusalén, donde las organizaciones benéficas turcas se han ido adueñando de los locales situados en la Explanada de las Mezquitas. Bienvenidas en la época del coqueteo entre Ammán, Ankara y Tel Aviv, esas embajadas del islamismo turco se han convertido en un estorbo para las autoridades jordanas, que custodian los Santos Lugares musulmanes de Palestina. Hace años, cuando los palestinos introdujeron a los emisarios del Islam turco en la ciudad Tres Veces Santa, los jordanos aceptaron muy a regañadientes su presencia. Con el paso del tiempo, los turcos se fueron integrando en el Waqf, fundación islámica que administra los bienes religiosos jerosolimitanos, provocando más quebraderos de cabeza a los jordanos.

Tras la publicación del Plan de paz de Donald Trump, otra potencia islámica – Arabia Saudita – manifestó su interés en asociarse a la gestión de los bienes religiosos. Curiosamente, los saudíes venían de la mano de las autoridades hebreas, que llevaban décadas negociando un posible traspaso de la administración de la Explanada de las Mezquitas al reino wahabita. Lo que parecía imposible en los años 90 del siglo pasado, podría materializarse próximamente. Los jordanos estarían dispuestos a aceptar un simulacro de cogestión de la fundación islámica a condición de que Riad se comprometa a neutralizar la presencia turca en Jerusalén. Aparentemente, los Estados Unidos avalarían el proyecto; Arabia Saudita es uno de sus más fieles aliados de Washington en la zona y un firme valedor del Plan Trump. Además, la presencia saudí abriría la puerta a otros Estados del Golfo Pérsico, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, países propensos a reconocer a Israel.

¿Y Turquía? Qué duda cabe de que el sultán Erdogan, autoproclamado heredero de la relumbrante tradición imperial de los antepasados de la Sublime Puerta, librará batalla por la tercera Ciudad Santa del Islam: Jerusalén.