domingo, 21 de enero de 2024

Netanyahu - accidentado final de trayecto


Trato de hacer memoria. Sucedió hace tiempo; hace más de tres décadas. Jerusalén, 18 de octubre de 1988. El candidato del derechista Likud en las elecciones legislativas, Isaac Shamir, celebraba su enésima rueda de prensa anterior a la contienda electoral. Le preguntamos sobre iniciativa de la OLP de proclamar la independencia de Palestina. El proyecto coincidía, recordémoslo, con el innegable impacto mediático de la primera Intifada. ¿Un Estado Palestino? ¡No habrá jamás un Estado Palestino! aseveró el líder conservador.

Argel, 15 de noviembre de 1988. El Consejo Nacional Palestino (Parlamento de la OLP), reunido en la capital argelina, proclama la independencia de Palestina.  Las emisoras de los países árabes transmiten en directo los debates del Parlamento: …ejerciendo el derecho del pueblo árabe palestino a la autodeterminación, a la independencia política y a la soberanía sobre su territorio, el Consejo Nacional Palestino, en nombre de Dios y del pueblo árabe palestino, proclama la creación del Estado de Palestina sobre nuestra tierra palestina, con su capital en Jerusalén, al-Quds al-Sharif.

No hubo grandes festejos en el sector árabe de Jerusalén. Los pobladores palestinos de la urbe tuvieron que contentarse con esporádicos fuegos artificiales, disparados tras el paso de las patrullas del ejército israelí. La canción Biladi (mí país) convertida en himno nacional, sonó en algunos vecindarios nacionalistas. Mas había que enfrentar los hechos: la ciudad, capital eterna e indivisible de Israel, seguía bajo ocupación. Palestina contaba con su territorio - las tierras ocupadas por el Estado judío en la guerra de 1967 – pero sin soberanía internacionalmente reconocida.

Después de la euforia inicial, los pobladores de la ciudad Tres Veces Santa asistieron a la puesta en marcha de la implacable maquinaria de propaganda israelí, que no tardó en advertir a los países amigos de Tel Aviv sobre la temeridad de posibles actuaciones unilaterales. En este caso concreto, la temeridad consistía en el reconocimiento del Estado Palestino. A la ofensiva del Likud se sumó la voz del recién elegido Presidente de los Estados Unidos, George Bush, antiguo director de la CIA, que tenía sobradas razones para no enemistarse con el establishment israelí.

La proclamación del Estado Palestino fue el detonante de la puesta en marcha de las consultas que desembocaron en la celebración, en 1992, de la Conferencia de Madrid y las discretas negociaciones diplomáticas que llevaron a la firma de los Acuerdos de Oslo. El propio Isaac Shamir decidió corregir su discurso, pasando del no habrá jamás un Estado palestino al más presumible tal vez en un plazo de diez años. Una postura posibilista, que permitía a los sucesivos Gobiernos israelíes celebrar nuevas reuniones destinadas a vaciar de contenido los Acuerdos de Oslo y el Memorando de Wye Plantation. Todos los jefes de Gobierno conservadores - Shamir, Olmert, Sharon, Netanyahu – y sus relevos laboristas - Barak, Ben Ami - navegaron en la misma dirección. La extensión de tierras asignadas a la Autonomía palestina disminuyó considerablemente tras la creación de nuevos asentamientos judíos en Cisjordania. Por si fuera poco, tanto Ariel Sharon como Benjamín Netanyahu manifestaron que el Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, había dejado de ser un interlocutor válido en el accidentado diálogo con Tel Aviv. Curiosamente, los datos del problema cambiaron radicalmente después del ataque de Hamas del 7 de octubre del pasado año, cuando Washington y Tel Aviv llegaron a la conclusión de que el único elemento moderado al que podían recurrir era… Mahmud Abbas. Para conquistarlo, israelíes y norteamericanos optaron por recurrir tanto al coqueteo como al chantaje.

El chantaje se ha convertido en la principal baza del actual maratón diplomático meso oriental estadounidense. El Secretario de Estado Antony Blinken se empeñó en convencer al Presidente Erdogan sobre la necesidad de apoyar la postura de Israel en la pugna con los palestinos. ¿A cambio de la entrega de unos cazas F-16? Un error garrafal, teniendo en cuenta la trayectoria ideológica del político turco, hábil negociador y ferviente islamista. O de ofrecer un trato equitativo a Benjamín Netanyahu, persuadiéndole de que Arabia Saudita costeará los gastos para la reconstrucción de Gaza y normalizará sus relaciones con Tel Aviv a cambio del plácet israelí para la creación de un Estado palestino. Tropezó, una vez más, con la negativa rotunda del Primer Ministro hebreo, poco propenso a aceptar la existencia de este Estado, liderado por los elementos moderados de la OLP o por una coalición internacional integrada por saudíes, egipcios, palestinos y… norteamericanos. Netanyahu dejó las cosas claras en su último discurso: El día después de la era Netanyahu habrá un Estado gobernado por la Autoridad Palestina. Él, Netanyahu, no tiene intención alguna de claudicar.  Y ello, pese a la advertencia de Washington: La paciencia de Joe Biden se ha agotado. Aviso a los políticos noveles y las almas caritativas que acaban de descubrir la problemática del conflicto. No hay que tratar de amenazar con la opción de dos Estados ni con la imposición de un Estado creado por Occidente, por países que durante décadas hicieron suya la estrategia de la no intervención unilateral en los asuntos de la región.

En las últimas semanas, la Administración Biden trató de eludir los contactos con Netanyahu a la hora de sentar las bases para posibles soluciones del día después del operativo bélico, recurriendo al diálogo con otros políticos israelíes o representantes de la sociedad civil. Sin embargo, los altos cargos del Departamento de Estado reconocen que, al término del conflicto, alguien tendrá que reconstruir Gaza, alguien tendrá que gobernar Gaza, alguien tendrá que proporcionar seguridad en Gaza. Israel se enfrenta a decisiones muy difíciles en los próximos meses, estiman los jefes de la diplomacia estadounidense. ¿Simple constatación o advertencia? Pero Israel no es una república bananera.

Tampoco los palestinos parecen dispuestos a ceder: el precio pagado por los gazatíes desde el inicio de la operación militar ha sido demasiado elevado.

Subsiste, pues, el doble dilema: Netanyahu no tiene intención de dimitir; tiene cuentas pendientes con la Justicia israelí. El Estado judío no quiere claudicar; tiene cuentas pendientes con… Hamas.


jueves, 18 de enero de 2024

La otra guerra de Putin

 

¿Otra guerra auspiciada por el Kremlin? Pero no se trata, en este caso concreto, de un conflicto armado, sino más bien de una ofensiva de… desarme. De desarme económico y financiero; de un enfrentamiento entre gigantes de la economía global, de sistemas financieros diametralmente opuestos, por no decir, antagónicos.

A finales de octubre del pasado año, el presidente Biden advirtió que, a su juicio, la humanidad necesita un nuevo orden mundial para reemplazar al vigente en los últimos 50 años. Un orden que – según el actual inquilino de la Casa Blanca – había funcionado bastante bien, pero que de alguna manera se quedó… sin aliento. Es preciso crear un nuevo orden, basado, claro está, en las normas y las reglas establecidas por la economía dominante – la norteamericana – y supervisadas por sus fieles lugartenientes: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Añadió Biden, eso sí, sin ahondar en el tema, de que también Rusia es partidaria de crear un nuevo orden. La nueva estructura, promovida por Moscú y Pekín, se llama… BRICS. Es el acrónimo de los fundadores del movimiento: Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, creado en 2006 por potencias económicas emergentes dispuestas a contrarrestar la hegemonía estadounidense. En la última ampliación, acordada el pasado año, se sumaron al grupo otros seis países: Argentina, Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Etiopía. Tras la victoria electoral del populista Javier Milei, Argentina reconsideró su decisión de integrar los BRICS. Aparentemente, a Milei le apetece más una audiencia en  el Despacho Oval de la Casa Blanca que una foto en el Kremlin o la Gran Muralla china. Aun así, la deserción de Buenos Aires no parece preocupar sobremanera a los artífices de la multipolaridad. El ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, reveló que el bloque considerará este año las candidaturas de una treintena de Estados dispuestos a adherirse a BRICS.

El principal objetivo de BRICS consiste en reemplazar el orden mundial unipolar (léase norteamericano) por un sistema multipolar, algo que ocultó en su discurso Joe Biden.

Los países miembros de BRICS, que aglutinan al 46% de la población mundial, representan el 29% del PIB del planeta, controlan el 22% de los intercambios comerciales, el 42% de la producción global de petróleo y el 55% de las reservas de gas natural, podrían convertirse en la piedra angular de un orden mundial emergente, en una pieza clave en el debate sobre el futuro de un mundo multipolar.

Rusia ostenta este año la presidencia rotatoria de BRICS, un ejercicio que permitirá al Kremlin organizar alrededor de 200 actos y una docena de reuniones ministeriales en suelo de la Federación Rusa. Una estrategia que pretende ofrecer una imagen de normalidad, fuera del conflicto de Ucrania.

Para Moscú, es importante ampliar la influencia de la asociación, convertir BRICS en un punto de encuentro y diálogo entre países con sistemas económicos y sociales diferentes, disponer de una herramienta jurídica capaz de neutralizar las sanciones arbitrarias, ilegítimas y unilaterales impuestas por los Estados Unidos y sus aliados. Los altos cargos del Kremlin advierten: Rusia es un banco de ensayo. Las sanciones se aplicarán mañana a China. ¿Política ficción? No forzosamente.

Otro frente importante es el de la desdolarización, la ofensiva destinada a acabar con la hegemonía del dólar en los intercambios comerciales internacionales. De momento, BRICS se centra en introducir los pagos en monedas nacionales. La creación de una moneda común, deseada por algunos socios, contemplada por los expertos del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, queda por ahora relegada a un segundo plano.


viernes, 5 de enero de 2024

Negociando sobre escombros


Resulta sumamente difícil, cuando no, imposible, tratar de analizar con calma y detenimiento la problemática real de nuestro mundo al comprobar que los hasta ahora insignificante rebeldes hutiés, que siembran el terror en las aguas del Mar Rojo, hacen caso omiso de las advertencias de Washington y ¡de Londres! que les instan a abandonar su postura belicosa frente a los mercantes que transportan fletes destinados a Israel, que el líder máximo de la revolución islámica iraní confunde a los terroristas del Estado Islámico con los agentes del Mossad, que los políticos del jardín de Occidente, que se merece las loas del diplomático jefe de la UE, Josep Borrell, achacan el constante deterioro de sus boyantes economías a la guerra de Putin (¿por qué de Putin? ¿Están en guerra con Rusia?), que los politólogos del universo postsoviético se hartan en escribir la palabra “Israel” con un extraño entrecomillado, que gobernantes inexpertos proclaman que la solución de la crisis de Gaza estriba en la proclamación de un Estado Palestino.

Resulta sumamente difícil, cuando no, imposible, pronunciarse sobre el somnambulismo político del actual inquilino de la Casa Blanca (término acuñado esta misma semana por los medios de comunicación transatlánticos), teniendo en cuenta los vaivenes de la Administración estadounidense. En efecto, parece incomprensible que un estadista que proclama su apoyo incondicional a Israel, exija a sus interlocutores que eliminen al enemigo con delicadeza, olvidado los trágicos episodios de las guerras de Vietnam, Afganistán, Irak o Siria. ¿Simple amnesia?

Lo cierto es que tras el constante deterioro de la situación en Oriente Medio – eliminación del número dos de Hamas en la capital libanesa, el sangriento atentado de Kerman, el recrudecimiento de los ataques hutíes en el Mar Rojo – el Tío Joe (nada despectivo, simple homenaje a un gran literato -Mark Twain) decidió enviar a su criado Antony (homenaje a Shakespeare) a un viaje relámpago de cuatro días por países y territorios de la región, encargándole a defender una agenda que incluye  importancia de proteger las vidas de civiles en Israel, Cisjordania y Gaza, la liberación de todos los rehenes de Hamas, la entrega de asistencia humanitaria a los civiles en Gaza, el freno a las deportaciones forzosas de los pobladores de la Franja, la creación de  mecanismos para frenar la violencia y reducir las tensiones regionales  y evitar una escalada bélica en el Líbano.

En resumidas cuentas, una agenda de cuatro días que requeriría cuatro décadas para su implementación. ¿Arrogancia somnambulística o supina ignorancia?  

Lo cierto es que el periplo del jefe de la diplomacia estadounidense a la región coincide con el estado de alerta máxima decretado por las autoridades de Tel Aviv en la frontera con el Líbano. La plana mayor del Ejército judío no descarta la inminencia de un operativo bélico de Hezbollah en respuesta por la ejecución de Saleh al Aruri, el fundador de la Brigadas Izzadín al Qasem, brazo armado de Hamas, abatido en las dependencias beirutíes del movimiento islámico libanés.

La desaparición de Al Aruri presupone la apertura de un nuevo frente para Israel. Con la agravante de que, en este caso concreto, Irán podría involucrarse directamente en los combates, apoyando a sus aliados libaneses. De todos modos, ello no implica el abandono de la operación militar de Gaza, aunque…

Por primera vez, la prensa estadounidense se hace eco esos días de la dramática situación de los gazatíes, de la crisis humanitaria que afecta a alrededor del 90 por ciento de los habitantes desplazados y a los más de 2 millones de pobladores del territorio al borde de la hambruna. Cabe preguntarse, pues, ¿qué supondría para esta población afligida por los horrores de la guerra la creación de un Estado Palestino?

Cuando se trata de buscar soluciones para la posguerra, las opiniones divergen. Algunos miembros de la coalición de derechas de Benjamín Netanyahu han pedido lanzar una bomba atómica sobre Gaza, la aniquilación total del territorio como represalia por los atentados del 7 de octubre o el empobrecimiento de la población que se viera obligada a abandonar la Franja. Por su parte, la embajadora de Israel en Gran Bretaña manifestó en una entrevista radiofónica que la única solución para Israel sería arrasar las escuelas, las mezquitas y las viviendas para acabar con la infraestructura militar de Hamás.

Los altos mandos militares que supervisan el operativo de Gaza serían partidarios de entregar la gestión de la Franja a clanes tradicionalmente conectados con localidades o sectores específicos, es decir, a las familias de los viejos caciques gazatíes.  

La idea sería reemplazar a Hamás con grupos familiares que no hayan estado conectados con el movimiento terrorista y que se encargarían de controlar la distribución de alimentos, agua y otros suministros clave. Esto supondría un auténtico reto, ya que Hamás ha gobernado en solitario la Franja durante 16 años.

Los miliares hebreos no explican cuál sería el modus operandi, pero recuerdan que este modelo fue aplicado por los Estados Unidos en Irak y Afganistán después del derrocamiento de los regímenes enemigos.

Tampoco está claro cómo funcionará el nuevo operativo en el Norte de Gaza, dado que casi la totalidad de sus 1,4 millones de habitantes fueron evacuados al sur y se espera que la zona norte de Gaza, completamente arrasada. sea inhabitable durante un lustro.

 

Conviene señalar que los Estados Unidos y los países occidentales serían partidarios de contar con el sombrero de la Autoridad Nacional Palestina, algo a lo que el primer ministro Benjamín Netanyahu se resiste, aunque su futuro rival para el cargo de primer ministro, Benny Gantz, mantiene como opción abierta.

 

Otra alternativa sería contemplar una coalición de clanes locales con la Autoridad Nacional Palestina y otros países árabes de la zona - Arabia Saudita, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos - involucrados bajo algún tipo de paraguas de la ONU. Es decir, una especie de protectorado inviable, igual o peor que Kosovo.