lunes, 30 de julio de 2018

Viaje al secesionismo carpático


¿Qué sucede en Cataluña? Hace más de dos lustros, durante un viaje relámpago a Rumanía, un catedrático de ciencias políticas de la Universidad de Bucarest me formuló esa inesperada pregunta. ¿Qué sucede en Cataluña? Tuve que explicarle el funcionamiento del sistema autonómico español, sus pros y sus contras, sus ventajas y sus inconvenientes. ¿Más ventajas que inconvenientes?, preguntó. Quise averiguar los motivos de su innegable preocupación. Aquí en Rumanía tenemos un distrito – el país Székely – cuyos gobernantes se han propuesto seguir el ejemplo catalán. Pero… poco sabemos de lo que sucede en España y menos aún de la ideología del nacionalismo catalán. La conversación, muy útil y enriquecedora, duró varias horas. Al final, marché persuadido que mis anfitriones rumanos tenían que afrontar un grave problema: el renacer del nacionalismo de los años 30. Un auténtico quebradero de cabeza para un país que cuenta, al menos oficialmente, con… ¡62 minorías étnicas!

La minoría de origen magiar es la más importante. El país Székely, situado en el corazón de los Cárpatos, cuenta con un millón y medio de habitantes. Los distritos de Harghita, Covasna y Mures, antiguos condados pertenecientes hasta finales de la Primera Guerra Mundial a la Transilvania de los Habsburgo, pasaron a formar parte de Rumanía en 1920, tras la firma del Acuerdo de Trianon.  Tanto la minoría húngara como la alemana conservaron sus prerrogativas. Después de 1952, el Gobierno comunista optó por emular el ejemplo soviético, creando una Región Autónoma Húngara. Hubo que renunciar a este extravagante experimento hacia finales de la década de los 60. Los húngaros de Rumanía nada tenían que ver con los pobladores de las repúblicas soviéticas del Cáucaso.

Tras la caída del comunismo, los húngaros de Transilvania recuperaron sus señas de identidad. Más con la creación de los partidos políticos étnicos surgieron los problemas. La Unión Democrática de los Húngaros de Rumanía, partido bisagra capaz de formar parte de coaliciones de derechas o de izquierdas en el Parlamento de Bucarest, apuesta por el reformismo; los movimientos más radicales – el Partido Cívico o el Partido Popular Magiar – prefieren hablar de la… desobediencia.  Su radicalismo está fomentado por la derecha de Budapest. Detalle interesante: hace ya tiempo que los nacionalistas húngaros penetran en Rumanía a caballo, vistiendo uniforme de húsares y enarbolando la bandera de la Gran Hungría. Curiosamente, las protestas de las autoridades rumanas pasan casi inadvertidas. Mas cuando se trata de la actuación, poco diplomática, por no decir, agresiva, de los políticos de Budapest.

El Primer Ministro húngaro, Viktor Orbán, invitado de honor de la Universidad de Verano del país Széleky, criticó duramente este fin de semana la celebración del Centenario de la Gran Unión de los Principados rumanos minimizando la importancia del evento. Para nosotros, dijo Orbán, esa celebración nada tiene de festivo. Rumanía ingresó en la edad moderna hace cien años, pero es incapaz de solucionar el problema del millón de húngaros que viven aquí… Cuando toda Europa estará sometida al Islam, los székely, que llevan más de mil años en esta tierra, seguirán preservando su identidad”. 

Ni que decir tiene que la poco diplomática bofetada conmovió al establishment político rumano, acostumbrado, eso sí, a las salidas de tono de Orbán. Pero lo que de verdad molestó a los políticos rumanos fue la llamada de Orbán a mejorar las relaciones con Moscú, alegando que Rusia no suponía ningún peligro para la Unión Europea. Pura herejía en el suelo de un país (comunitario) que se considera uno de los más fieles miembros de la Alianza Atlántica e incondicional aliado de… ¡los Estados Unidos!

Volviendo a la tentación secesionista de los székel, conviene señalar que los partidos étnicos, crecidos por el apoyo de los nacionalistas húngaros, enviaron a finales de febrero una petición al Parlamento Europeo, solicitando que se les reconozca su… derecho a la autodeterminación. La respuesta de Bruselas no tardó en llegar: el artículo 1 de la Constitución rumana define el país como soberano, independiente, unitario e indivisible. Por consiguiente, cualquier autonomía territorial basada en principios étnicos sería inconstitucional. 

A buen entendedor…

martes, 17 de julio de 2018

El último gol de Vladímir Putin



Imaginemos el siguiente comentario criptodeportivo registrado en el último minuto de la inusual rueda de prensa celebrada el pasado lunes en la sede la de Presidencia de Finlandia: Putin pasa el balón del Mundial a Donald Trump. Trump se lo entrega  a  Melanie. Una jugada impecable… ¡¡¡Gooooool de Putin!!!
Una jugada simbólica, una jugada perfecta, que refleja el estado de ánimo de quienes tratan de impulsar el nuevo esquema de relaciones internacionales: la geopolítica del caos.
El actual inquilino de la Casa Blanca puede enorgullecerse de haber introducido un nuevo estilo en la diplomacia multilateral: un estilo basado en el chantaje y la amenaza. En efecto, antes de acudir a la cita con Vladimir Putin, el Presidente de los Estados Unidos se dedicó a leer la cartilla a sus socios de la OTAN, instándoles a duplicar su aportación al presupuesto de la Alianza (de lo contrario, Norteamérica se retira), acusó a la Canciller Ángela Merkel de llevar a cabo una política energética que había convertido a Alemania el “rehén de Rusia”, criticó a la Primera Ministra británica, Theresa May, por no haber… ¡demandado a la UE! en lugar de promover el Brexit, a la propia Unión Europea de haberse convertido en enemigo (comercial) de los Estados Unidos. A todas esas lindezas, propias del estilo donaldiano, se sumó la guinda de Helsinki, donde el mandatario estadounidense desautorizó públicamente los resultados de las encuestas sobre injerencia rusa en la campaña presidencial de 2016. Trump eludió la cuestión, señalando que no veía razones para que Rusia quisiera interferir en los comicios. Por si fuera poco, añadió: “El presidente Putin dice que no fue Rusia. No veo ningún motivo por lo que debería ser así”. Aparentemente, el zar del Kremlin logró ser más persuasivo que los mil y un funcionarios que velan por la seguridad de los Estados Unidos.
La respuesta provocó la ira de los servicios de inteligencia norteamericanos y también de veteranos miembros del establishment político de Washington, quienes no dudaron en pronunciar alto y claro la palabra impeachment” (destitución).
Al malestar que se apoderó de los medios de comunicación estadounidenses, incluso los más proclives a Trump, como la cadena de televisión FOX, se suma la preocupación de la prensa de Europa oriental, que no dudó en resumir la cumbre en pocas, aunque causticas palabras: El vencedor Putin y su portavoz Trump. Los comentarios sobran…
La verdad es periplo europeo de Donald Trump empezó con mal pie. Después de la deplorable escenificación de la OTAN, en enfrentamiento con la cúpula comunitaria, la “ruptura” diplomática con Alemania y el dislate con sus anfitriones británicos, nadie esperaba resultados positivos en la cumbre de Helsinki. Con razón: en el somero orden del día anunciado por el inquilino de la Casa Blanca figuraban todos los ingredientes de la geopolítica del caos: los conflictos congelados de Ucrania y Crimea, la situación en Siria, los acuerdos sobre limitación de misiles balísticos, el rearme nuclear, el acuerdo con Irán, los conflictos comerciales con China y la Unión Europea, enemigos estos últimos, al igual que Rusia, de la Administración Trump. Pero el Presidente no dudó en corregir los términos. Donde dije enemigos digo competidores. No es por nada, pero tenerlos a todos en contra…
En comparación con el multimillonario americano, Vladímir Putin llegó a la capital finlandesa con los deberes hechos. Entre las propuestas formuladas durante el encuentro figuran: la cooperación en la lucha contra el terrorismo, creación de grupos de trabajo entre las agencias de inteligencia, la ciberseguridad, encuentros de empresarios, contactos bilaterales entre expertos en defensa, diplomáticos, hombres de negocios y académicos. Aparentemente, a Trump le encantaron las propuestas. ¿Resultados concretos? Cabe suponer, pues, que los responsables de la diplomacia, los servicios secretos y los órganos de seguridad del Estado de ambos países cojan el relevo.
Mientras Trump se dedicaba a insultar y humillar a sus aliados, el Presidente ruso aprovechaba la final del campeonato de futbol para congregar en Moscú a los líderes de la futura alianza “euroasiática” diseñada por el Kremlin; los jefes de Estado y de Gobierno de Armenia, Abjasia, Bielorrusia, Moldova, Kirguistán, la Autoridad Palestina, Qatar, Osetia de Sud y Hungría. Se trata, en la mayoría de los casos, de miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái, una estructura intergubernamental creada en 1996 por República Popular China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán, a la que se sumaron en los últimos años Uzbekistán, India y Pakistán. Los integrantes del Grupo coordinan sus políticas en materia de seguridad, defensa, lucha antiterrorista, relaciones económicas multilaterales, explotación de los recursos energéticos – gas natural y petróleo -  y culturales – muestras de arte, festivales, etc. Una auténtica estructura paraestatal que podría convertirse, a medio o largo plazo en… enemiga de los intereses de Washington.   
El vencedor Putin tiene, pues, sobradas razones para frotarse las manos. Su regalo envenenado – el balón de Helsinki – le permitió marcar un magistral gol. 
El caos geoestratégico sigue.