viernes, 8 de abril de 2011

¿Un Estado palestino? Sí, ¡gracias!


La espectacular oleada de revueltas que hacen temblar los cimientos de los arcaicos regímenes de Oriente Medio y el Norte de África ha logrado relegar en un segundo, véase tercer plano, los reñidos combates ideológicos que se están librando desde hace meses las diplomacias israelí y palestina. Durante las primeras semanas de enero, los medios de comunicación occidentales aún se hacían eco de la imparable ofensiva llevada a cabo por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para lograr el reconocimiento de facto del Estado palestino por los países latinoamericanos. La “operación sonrisa” surtió efecto: tanto Argentina como Brasil, gigantes del continente americano que, dicho sea de paso, cuentan con nutridas comunidades israelitas, optaron por dar luz verde al reconocimiento. Acto seguido, los emisarios de la ANP centraron su interés en algunos Estados de América Central – Honduras, Guatemala y El Salvador – países pequeños, pero muy activos e influyentes en las Naciones Unidas.

Pero, ¿qué pretenden los palestinos? El principal objetivo de estas maniobras consiste en lograr la aprobación por la Asamblea General de las Naciones Unidas de una resolución recomendando cuando no exigiendo la creación del Estado palestino. La Asamblea es, de hecho, el único órgano de la ONU donde los amigos de Israel – Estados Unidos y/o Inglaterra – no pueden ejercer su derecho de veto. Estiman los analistas políticos israelíes que la estrategia empleada por la ANP es correcta, ya que los palestinos han logrado ganar la ofensiva propagandística.

Subsisten, por supuesto, muchos interrogantes, como por ejemplo la actitud de la Unión Europea, hasta ahora muy propensa a poner en tela de juicio la oportunidad de declarar “unilateralmente” la independencia de los territorios palestinos. El frente de rechazo europeo está liderado por Inglaterra, Alemania y los Países Bajos, incondicionales de Israel. Sin embargo, hay quien estima que la cohesión de “los 27” podría romperse. El primer país “disidente”, es decir, dispuesto a apartarse de la línea de conducta común, sería España. Seguirán su ejemplo Eslovaquia y los Estados nórdicos – Suecia, Finlandia y Noruega, este último, no miembro de la Unión. A ello se suma, claro está, la postura muy firme de Rusia, heredera de la política meso-oriental de la Unión Soviética. El presidente Medvedev reiteró durante su reciente gira por Oriente Medio el apoyo de Moscú a creación del Estado palestino. Más aún: Rusia, que forma parte del Cuarteto para Oriente Medio, sigue barajando la opción de patrocinar una conferencia internacional sobre la paz en la zona.

Hoy por hoy, resulta sumamente arriesgado evaluar las repercusiones políticas de un posible voto positivo de la Asamblea de la ONU. Al parecer, la Cancillería israelí está considerando todas las opciones, sin descartar las más “catastróficas”, la peores para el Estado judío. Según el rotativo hebreo “Ha’aretz”, ha diseñado el mapa de un futuro estado palestino independiente. El borrador se limita a reconocer y aceptar el statu quo actual, concediendo a los palestinos un 40 ó 45 por ciento de los territorios de Cisjordania. Todo ello, dentro de unas fronteras provisionales, cuyo trazado definitivo se decidirá en consultas bilaterales.

Ante la amenaza que supone la avalancha provocada por la diplomacia palestina, las autoridades de Tel Aviv tratan por todos los medios de conseguir la anulación del informe Goldstone, redactado por un jurista sudafricano de origen judío, que condena la actuación de las tropas hebreas (aunque también, de Hamas) durante la invasión de la Franja de Gaza a finales de 2008 y comienzos de 2009. Pero Richard Goldstone, desprestigiado tanto en Israel como en las comunidades de la diáspora, no quiere dar su brazo a torcer. Claro que del “escamoteo” del informe depende el éxito o el fracaso de la contraofensiva diplomática de Tel Aviv en el palacio de cristal de Manhattan.

De aquí a septiembre, Israel jugará todas sus bazas. Esta vez, en un ambiente socio-político diferente. El Estado judío ya no puede enorgullecerse de ser la única democracia de Oriente Medio. Los vientos de cambio que soplan en la región deberían incitar al establishment de Tel Aviv a adoptar una postura más dialogante para con sus vecinos árabes. Guste o no al ala más conservadora de la clase política hebrea. Guste o no a los aliados incondicionales de Israel.