miércoles, 30 de marzo de 2022

Ucrania: ¿la luz al final del túnel?


Sucedió lo que algunos no dudarían llamar un milagro: los emisarios de Kiev y Moscú, reunidos en Estambul, dieron ayer luz verde a un anteproyecto de acuerdo que presupondría el cese de las hostilidades entre Rusia y Ucrania e, implícitamente, la firma de un tratado de seguridad.

Sucedió lo que algunos no dudaron en llamar una catástrofe: para Washington y Londres, el advenimiento de la paz sería a la vez prematuro e indeseable. El guion de los políticos anglosajones contempla probablemente más derramamiento de sangre, más sacrificio, más sufrimiento. La Casa Blanca le advirtió al presidente Zelensky que el acuerdo con Moscú parecía… inoportuno. Sin embargo…

El eterno candidato al cargo de mediador internacional, Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía y amigo personal de Vladímir Putin y Vlodímir Zelensky, tenía sobrados motivos para celebrar el éxito de esta ronda de consultas. Hacía más de un mes que los países neutrales de Europa habían apostado por los dotes de persuasión del sultán. De hecho, Turquía, potencia regional en auge, podía desempeñar la función de intermediario activo en el conflicto entre vecinos.

Para Erdogan, adalid del nuevo otomanismo, el papel de Turquía consiste en tratar de igual a igual con los zares del Kremlin, recordándoles la época en la que el Mar Negro – el Lago Turco – contaba con asentamientos otomanos en la península de Crimea y las orillas del Mar de Azov. Las ciudades arrasadas estas últimas semanas por el cuerpo expedicionario ruso fueron edificadas hace siglos por navegantes griegos y comerciantes turcos, armenios, tártaros, italianos. Se trata de una herencia cultural significativa para el Estado turco, para los nostálgicos del glorioso pasado del Imperio Otomano.

Tampoco olvida Erdogan su primer contacto con Ucrania, la recién independizada república exsoviética que organizó, en 2007, un sonado encuentro regional de agrupaciones nacionalistas, al que asistió como representante de Milli Görüs, conglomerado de grupúsculos políticos y religiosos de corte islamista inspirado en el ideario del Necmettin Erbakan. El sultán supo mimar a sus amigos ucranios…

En la reunión de Estambul, la delegación de Kiev exigió la apertura inmediata de pasillos humanitarios para la evacuación de los civiles que se hallan en las zonas del conflicto y la retirada de las tropas rusas. A cambio, Ucrania se comprometía a renunciar a la adhesión a la OTAN y de negociar sin prisas su integración en la Unión Europea.

La neutralidad y la seguridad del país serían garantizadas y supervisadas por ocho Estados: Francia, Alemania, China, Rusia, Estados Unidos, Polonia, Israel y Turquía. El tratado de garantías de seguridad sería muy parecido a la Carta de la OTAN, con un Artículo 5 análogo, aunque mejorado. Según la propuesta de Kiev, el acuerdo se implementaría a través de un referéndum, comprometiéndose los Estados garantes a proteger activamente a Ucrania ante cualquier agresión.  

En cuanto a la anexión de Crimea se refiere, las partes dejan constancia de la intención de resolver el problema por vía diplomática en un plazo de 15 años.

Por su parte, Rusia se compromete a reducir su presencia militar en las inmediaciones de Kiev y Chernihiv para fomentar la confianza en el porvenir de las consultas, abonando el terreno para la aprobación y la eventual firma de un futuro tratado de paz. Una perspectiva ésta, que no acaba de convencer a los partidarios de las últimas sanciones contra Rusia, quienes sueñan, muy probablemente, con el derrocamiento de Vladímir Putin y el derrumbe total del imperio exsoviético. 

martes, 22 de marzo de 2022

Biden a Putin: Venga, criminal de guerra ¡ataca!


Nunca se me había ocurrido que un ser normal, civilizado, acabaría echando de menos la fraseología empleada durante los primeros años de la Guerra Fría, las malsonantes palabras rojo, peligro comunista, oso ruso, conjura imperialista, trama belicista y un sinfín de otras lindezas a las que nos habían acostumbrado los servicios de propaganda instalados de ambos lados del Telón de acero. La Europa posbélica se dividía entre los buenos, es decir, nosotros, y los malos, nuestros enemigos, contrincantes, rivales ideológicos o detractores de nuestra fe. Un mundo polarizado, con un discurso cansino, poco convincente. Cansino, sí, pero muy civilizado en comparación con las esperpénticas diatribas que vomitan actualmente los medios de comunicación – intoxicación – desinformación al abordar los temas de la guerra de Ucrania, la represión en Rusia, el espectacular, aunque inquietante despertar de China. 

Algunos prefieren no emplear el vocablo guerra; les parece demasiado… ofensivo. Otros usan y abusan de esa palabra. Al igual que durante la Guerra Fría, el malo es, forzosamente, el enemigo.

Al cabo de una larga, demasiado prolongada, cura de intoxicación (hoy en día la llaman adoctrinamiento) me acordé de los antiguos guerreros, de los gentilhombres que protagonizaron la batalla de Fontenoy. Disparen, señores franceses, gritó el lord Hay, comandante de la guardia inglesa. Caballeros ingleses, disparen primero, replicó el conde de Auteroche. Los franceses ganaron aquella batalla; fue una victoria honrosa.  

Caballeros ingleses, disparen primero. Sucedió en 1745. Hoy en día, los epítetos son asesino, criminal de guerra o, en el mejor de los casos, corrupto. El último parte que nos llega desde Washington - la capital del imperio anglosajón de Occidente – atribuido a Joseph Biden, reza así: Putin está en un callejón sin salida. Está claro que Rusia está considerando el uso de armas químicas y bilógicas en Ucrania. Pero ¡cuidado! Esta decisión provocaría una severa respuesta por parte de Occidente.

Cierto es que en las últimas semanas circularon noticias sobre la existencia de varios laboratorios dedicados a investigar la posible creación de agentes biológicos, financiados por el Pentágono y otras entidades públicas estadounidenses. El Kremlin acusó a Washington de desarrollar programas militares en los confines de la Federación Rusa. Les puedo asegurar que eso es totalmente falso, dijo Biden durante una reunión con la flor y nata del empresariado norteamericano.

Ahora sabemos que Rusia ha formulado acusaciones falsas contra nosotros y que China parece propensa a avalar sus argumentos propagandísticos. Debemos monitorizar cualquier posible uso de armas químicas y biológicas en Ucrania, advirtió la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki. Eso sí, sin pestañar. Claro que el Congreso de los Estados Unidos fue informado de la existencia de dichos centros por una alta funcionaria del Departamento de Estado, pero aun así…

Por su parte, el presidente Biden resucitó el fantasma de un posible mega ataque cibernético ruso contra las infraestructuras estratégicas de los Estados Unidos.

Conviene señalar que a la habitual subida de tono en los monólogos con Moscú, se ha sumado, en las últimas horas, una poco amistosa advertencia a las autoridades chinas. Cualquier colaboración económica, ideológica o militar con Moscú podría llevar a la adopción de medidas de retorsión por parte de los Estados Unidos. Para empezar, la Casa Blanca contempla la limitación de visados para los miembros del establishment chino.

Obviamente, a los gobernantes de Pekín no se les puede tildar de criminales de guerra. Pero sí se les puede someter al chantaje que suelen ejercer las grandes potencias. En este caso concreto, los comentarios sobran.

domingo, 20 de marzo de 2022

La UE a Erdogan: cuidado con los malabarismos

 

Si se busca un común denominador de las relaciones entre la Unión Europea y Turquía, la palabra más idónea sería desconfianza. Desconfianza, desprecio, recelo son los términos que podrían emplearse a la hora de calificar los fluctuantes, cuando no, tormentosos vínculos entre los herederos del renombrado imperio Otomano y los eurócratas de la capital belga.

Los turcos no reniegan de su glorioso pasado; los máximos exponentes del club cristiano de Bruselas (Erdogan dixit) miran con recelo a los emisarios de esta nueva potencia regional, dispuesta a hipotecar parte de su reciente historia para convertirse, con el beneplácito de alemanes, franceses, italianos o portugueses, en un miembro más de la familia europea. De la hasta ahora opulenta familia, preocupada por su prosperidad.

Es cierto; los tiempos cambian. Turquía, que solicitó su ingreso en la CE/UE en 1987, sigue manteniendo su estatuto de aspirante a la adhesión. De eterno aspirante, al que se le ha contestado siempre con peros o evasivas. Los turcos saben que detrás de los argumentos esgrimidos por Bruselas: carencias del sistema democrático, violación de los derechos humanos, de la libertad de expresión, de la discriminación de la minoría kurda o la situación de la mujer, se oculta el verdadero motivo: la competitividad de las exportaciones hacia los países miembros de la Unión. Los europeos temen el dinamismo de la economía turca. En realidad, el hombre enfermo de Europa goza de buena salud.

Desde el punto de vista político, los neo-otomanistas de Ankara muestran una lucidez digna de los herederos de un gran imperio. En las últimas décadas, los turcos lograron resucitar o reactivar las relaciones con los países y territorios que pertenecieron al imperio Otomano, incrementando su presencia en los Balcanes, Asia Central, el Golfo Pérsico, el Cuerno de África. Sin olvidar, claro está, el siempre conflictivo espacio postsoviético: Rusia, Ucrania y los estados de la región caucásica.

Turquía firmó acuerdos de cooperación económica y estratégica con Rusia, que cubren la adquisición de sistemas de defensa antiaérea, instalación de centrales atómicas dotadas de tecnología rusa, maquinaría de construcción o productos agroalimentarios.

A Ucrania le suministró tecnología moderna para la fabricación de drones y vehículos militares; a los países de la antigua Yugoslavia, numerosas patentes industriales.

Como miembro fundador de la Alianza Atlántica (OTAN), Turquía tomó partido desde el primer momento a favor de Ucrania en el conflicto con Rusia, pero sin olvidar los compromisos contraídos con el Kremlin. Pese a las desavenencias surgidas durante la segunda guerra de Nagorno Karabaj, en 2020, la relación entre Recep Taiyp Erdogan y Vladímir Putin sigue siendo muy fluida. Bastante fluida, al parecer, para que los eurócratas decidan llamar a capitulo al rebelde presidente turco. 

La pasada semana, el embajador de la UE en Ankara, Nikolaus Meyer-Landrut, le trasladó a Erdogan la preocupación de Bruselas ante la supuesta ambigüedad de la política de Turquía, país que no se sumó a las sanciones decretadas por la UE, no prohibió las emisiones de la cadena de televisión rusa RT, no cerró su espacio aéreo a los vuelos de las compañías rusas, no… En pocas palabras, sugirió que Turquía, mero candidato a la adhesión a la UE, debía alinearse a la política comunitaria.

Turquía no podrá seguir haciendo malabarismos, advirtió Meyer-Landrut, diplomático de carrera germano, que se desempeñó como asesor principal para asuntos europeos de la canciller alemana Angela Merkel, una de las principales detractoras del ingreso de Ankara en el selecto club de Bruselas. ¿Malabarismos? Pero si Turquía no debe nada a los comunitarios…

Es cierto: el Gobierno de Ankara decidió mantener abierto su espacio aéreo para que los rusos residentes en la UE y los ciudadanos comunitarios pudieran seguir viajando a la Federación Rusa. 

Erdogan ha subrayado en reiteradas ocasiones que no tiene intención de renunciar a las relaciones con Kiev ni con Moscú. En deterioro de los contactos con Rusia podría tener consecuencias dramáticas para la política de su país. Por otra parte, el presidente turco criticó recientemente la respuesta de Europa a la invasión rusa de Ucrania, calificándola de caza de brujas dirigida contra el pueblo, la cultura y el arte rusos.

Por ende, conviene recordar que, en la guerra de Ucrania, Ankara ofreció sus buenos oficios como mediador. ¿Malabarismos? Ninguno.


lunes, 14 de marzo de 2022

El Sol Negro de Mariúpol

 

El deseo del Kremlin de desnazificar Ucrania fue uno de los principales argumentos esgrimidos por Vladímir Putin durante las primeras horas de la invasión del país eslavo que se enorgullece de haber sido la cuna del Estado ruso. En efecto, todo empezó aquí, en el rus de Kiev (pueblo de Kiev), fundado alrededor de 882 por el príncipe Oleg de Nóvgorod. Sus habitantes primitivos, vikingos que emigraron de Europa septentrional, fueron los primeros en abrazar el cristianismo, la fe que procedía de Bizancio…

Para los rusos, Kiev tiene el mismo significado que el Vaticano para los cristianos o Jerusalén para el pueblo judío. Kiev parecía intocable; atacarla equivaldría a un sacrilegio. La patria rusa que propugna Putin no puede, no debe quedarse huérfana.

Pero el dueño del Kremlin insiste: hay que desnazificar Ucrania. Alude Putin a grupos paramilitares de corte neonazi, a organizaciones fascistas, racistas, antisemitas o xenófobas.

Es un disparate, afirma el presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, quien se apresura en hacer hincapié en su origen judío y la adscripción de su abuelo al Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Dónde están los nazis?, pregunta irritado el actor Zelensky, que interpretó el papel de presidente en una obra de ficción antes de ostentar el cargo de primer dignatario de Ucrania.

En realidad, tanto Vladímir como Volodímir tienen razón. Y ambos se equivocan. Putin, al ofrecer una imagen distorsionada de la sociedad ucraniana; Zelensky, al negar la existencia de agrupaciones neonazis ofensivas y virulentas en el suelo de su país.

Es cierto; tras la independencia de Ucrania o, mejor dicho, tras haberse desvinculado de la extinta Unión Soviética, las agrupaciones políticas conservadoras, véase ultraderechistas, proliferaron en su territorio.

Además de los partidos supremacistas, que defienden la hegemonía de la raza blanca, inspirándose tanto en las doctrinas raciales de la Alemania nazi como en la ideología de la ultraderecha norteamericana, surgieron una serie de organizaciones paramilitares, que combatieron a los movimientos secesionistas prorrusos durante la guerra de Donbás. Una de las más conocidas y más polémicas es la Unidad de Operaciones Especiales Azov – el batallón Azov – autentico hervidero de elementos de extrema derecha, que justificó las afirmaciones de Vladímir Putin.

El emblema del batallón Azov incluye, además del sol negro, símbolo oculto empleado por la jerarquía nazi, emblemas parecidos a la parafernalia del  Tercer Reich, como el Wolfsangel, una esvástica negra sobre un fondo amarillo.

Los fundadores de Azov proceden, aparentemente, de las filas del grupo paramilitar nacionalsocialista llamado Patriotas de Ucrania. El ideario del batallón se basa en la naciocracia, un sistema de control desarrollado por los nacionalistas ucranianos de los años 30 y 40 del siglo pasado. Conviene señalar que los héroes con los que se comparan los combatientes de Azov no sólo lucharon durante la Segunda Guerra Mundial contra las tropas soviéticas; también fueron responsables de los asesinatos en masa perpetrados contra ciudadanos judíos y polacos.

Detalle interesante: en 2014, tras la firma de los acuerdos de Minsk, la agrupación paramilitar se integró en la Fuerza Nacional de Ucrania (Gendarmería) y estuvo involucrada en las batallas por la ciudad portuaria de Mariúpol, donde estableció su cuartel general. Algunos de sus comandantes fueron incluso condecorados por su bravura por las autoridades de Kiev.   

En junio de 2015, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una resolución destinada a bloquear el uso de fondos militares norteamericanos destinados a Ucrania para proporcionar adiestramiento o armas al batallón, que algunos congresistas tildaron de milicia paramilitar neonazi. Sin embargo, la prohibición se levantó al año siguiente, a petición de… congresistas judíos.

¿Contradicciones? Sí, a medias. Huelga decir que en el caótico país que surgió tras la independencia de Ucrania, en 1991, la proliferación de ejércitos privados acompaña la galopante escalada de la corrupción. Se involucran en el proceso políticos, empresarios, caciques locales. Algunos, con el beneplácito y la protección de las mafias. Otros, contando con el apoyo de grupos de presión extranjeros, interesados en convertir Ucrania en cabeza de puente en su ofensiva global contra el enemigo de siempre: Rusia.

El padrino y benefactor del batallón Azov y de otras tres agrupaciones paramilitares – Dniepr I, Dniepr II y Aidar – es el multimillonario Ihor Kolomoisky, antiguo gobernador de la región de Dnepropetrovsk, dueño de varias empresas de comunicación, bancos, complejos industriales. Kolomoisky vivió varios años en Israel, antes de trasladarse a Suiza. Tras la independencia y, sobre todo, el cambio de régimen de 2014, potenciado por la Administración Obama, Kolomoisky se acercó a los círculos de poder de Kiev, convirtiéndose en una figura indispensable para el funcionamiento de los engranajes del país. El empresario Kolomoisky controlaba el sector metalúrgico, la producción y distribución de petróleo, gas y electricidad; el banquero Kolomoisky, reinaba sobre un conglomerado financiero cuya estrella era el Privatbank, una entidad cuya quiebra, en 2016, causó muchos quebraderos de cabeza a los inversionistas ucranianos y… trasatlánticos.  Kolomoisky utilizo los activos del banco para comprar empresas y ¡rascacielos! en los Estados Unidos.

El agente teatral Kolomoisky fue el productor de las series televisivas protagonizadas por Volodímir Zelensky. El israelita Kolomoisky fue recibido con todos los honores por los integrantes del batallón Azov, a pasar de no ser un ario puro ni el típico exponente de la raza blanca. Pero sabido es: quien paga…

Y la verdad es que Ihor Kolomoisky pagó muchos sueldos, muchos honorarios. Según una investigación sobre Ucrania llevada a cabo en 2012 por el Centro de Acción Anticorrupción (ANTAC), una organización sin fines de lucro cofinanciada por el multimillonario George Soros y el Departamento de Estado, la compañía de gas ucraniana Burisma Holding, que tenía en nómina al hijo del senador y exvicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, era propiedad de… Ihor Kolomoisky.

Hunter Biden, que denunció las atrocidades cometidas en la guerra de Donbás por ciertos grupos paramilitares, percibía emolumentos de… un millón de dólares. Pero esa es otra historia. O tal vez… ¿no?


viernes, 11 de marzo de 2022

La otra cara de la invasión de Ucrania


Cometer perjurio ante el Congreso de los Estados Unidos se castiga con una pena de cinco años de cárcel. El castigo puede ser incluso mayor si el culpable resulta ser un funcionario público, que podría perder todas sus prerrogativas al ser expulsado definitivamente de la Administración. Un auténtico dilema para quienes llevan años ocultando verdades por el bien de la nación.

Es el caso de Victoria Nuland, Subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de la Administración Biden, quien tuvo que reconocer esta semana ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado que Norteamérica contaba con varios laboratorios de investigación biológica en Ucrania. La mayoría de los centros se financiaba con fondos estatales, provenientes del Pentágono o de institutos de virología adscritos a los organismos oficiales. Antes de la invasión de Ucrania, los nombres de dichos centros figuraban en la página web de la Embajada de los Estados Unidos en Kiev. Sin embargo, tras la entrada de las tropas rusas las menciones desaparecieron como por arte de magia de la web oficial.

¿Laboratorios de biología financiados por el Pentágono en los confines de Rusia?  Los congresistas querían saber si se trataba de hechos reales o de una campaña de desinformación llevada a cabo por los servicios del Kremlin. Optaron, pues, por solicitar la comparecencia de Victoria Nuland, una diplomática de lato nivel encargada durante la presidencia de Barack Obama de las relaciones con Europa e, implícitamente, de la coordinación del proyecto Ucrania. Nuland, personaje clave del embrollo ucraniano, conocedora, desde 2014, de los entresijos de la política estadounidense en el molesto vecino de Rusia, depositaria de secretos sobre las maniobras políticas, la financiación de organismos estatales y paraestatales, de la presencia de instructores militares americanos en suelo ucranio, de los proyectos de investigación científico-militar, parecía la persona idónea para iluminarlos.               

Y como ante el Senado de los Estados Unidos no se puede cometer perjurio, la depositaria de los secretos de varias Administraciones norteamericanas tuvo que reconocer: sí, los Estados Unidos está preocupado por la presencia de las tropas rusas, puesto que los laboratorios sí existen y lo que interesa en estos momentos es cooperar con las autoridades de Kiev para que los rusos no se hagan con el control de las instalaciones y descubran los detalles de la investigación biológica.

¿Se contempla el peligro de un accidente susceptible de generar un conflicto a gran escala? preguntó republicano Marco Rubio. Para Nuland, el peligro estriba en una provocación rusa, que convertiría el hallazgo en un complot de los ucranianos destinado a convencer a la opinión pública que Kiev y la OTAN manejaban la existencia de un arsenal bio-bacteriológico. Una maniobra muy corriente de los rusos para culpar al otro de sus propios planes, según ella.

Curiosamente, ni el Departamento de Estado ni el Pentágono respondieron a las solicitudes de información sobre las instalaciones de Ucrania.

Por su parte, Moscú asegura que dispone de información detallada acerca de los programas de investigación llevados a cabo en el país vecino. Una información que se hará pública en su momento, afirma el Kremlin.

¿Revelación de secretos militares o, pura y simplemente, campaña de desinformación?  El porvenir nos lo dirá…