sábado, 16 de enero de 2021

Turquía – Oriente: sueños de grandeza, temores, pesadillas (II)

 

Turquía, nuevo líder para un mundo diferente, se titulaba el ensayo que me envió hace más de dos décadas un amigo diplomático con el ruego de publicarlo en una revista especializada. Turquía, nuevo líder, Turquía, potencia regional emergente. Nadie imaginaba, en aquel entonces, que el Estado moderno ideado por Mustafá Kemal Atatürk iba a convertirse, en menos de un siglo, en un ejemplo a seguir para el mundo musulmán, en motivo de preocupación para los poderes fácticos de este mundo, en pesadilla para algunos de los vecinos y ex vasallos del extinto Imperio Otomano.

Recapitulemos los hechos: al final de la Primera Guerra Mundial, dos grandes potencias europeas – Inglaterra y Francia – pusieron todo su empeño en desmantelar las tambaleantes estructuras del gigante otomano, aliado durante la contienda del Reich alemán y del Imperio Austrohúngaro, colosos llamados a su vez a desaparecer tras la paz de Versalles. 

Turquía o, mejor dicho, el Imperio Otomano, vio su suerte sellada por los Tratados de Sèvres y de Lausana, que contemplaban la desintegración del Imperio, la abolición del sultanato, la creación de zonas de influencia italianas y francesas en Anatolia, así como el control del paso de los Estrechos por una comisión internacional. En enero de 1920, antes de la firma del Tratado de Sèvres, la Asamblea Nacional turca rechazó las condiciones leoninas dictadas por los occidentales. Sin embargo, su negativa resultó ser un gesto meramente simbólico. La Cámara quedó disuelta tras la aprobación del llamado Juramento Nacional, que se convirtió, con el paso del tiempo, en el dogma de las aspiraciones políticas del actual liderazgo en Ankara.

Curiosamente, los autores del Juramento Nacional apostaron por el factor tiempo y el tiempo jugó a su favor. En efecto, cien años después de aquella debacle histórica, Turquía y Rusia, los dos grandes imperios de Oriente vuelven a recuperar el protagonismo de antaño. El “zar” Putin y el “sultán” Erdogan actúan en plena sintonía. Ambos se aferran al poder hasta el punto de alcanzar manifestaciones dictatoriales; ambos aprovechan a fondo la baza del terrorismo; ambos promueven políticas nacionalistas y populistas que atraen a sus respectivos seguidores.

Desde la guerra de Georgia, la incursión en el Dombás y la anexión de Crimea, la Rusia de Putin ha comenzado a desvelar sus tendencias neoimperialistas.

Turquía aún no ha anexionado territorios. Por ahora, se limita a reforzar su posición internacional mediante la presencia militar en Siria y Libia, el despliegue naval en el Mediterráneo oriental y los confines con Grecia. 

Sin embargo, tras la llegada de Erdogan llegó al poder, los términos Nueva Turquía o  Gran Turquía, ansiada por los miembros de la Asamblea Nacional de 1920, se han vuelto recurrentes en los medios de comunicación cercanos al poder y, más recientemente, en las intervenciones de algunos parlamentarios. 

Hace apenas unas semanas, el diputado Metin Kulunk, miembro del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) fundado por Erdogan, abogó en pro del retorno a la Gran Turquía, publicando en sus cuentas de Twitter un mapa que incluye el sur de Bulgaria, incluida Varna, el norte de Grecia y las islas del Egeo oriental, Chipre, así como áreas de Armenia, Georgia, Siria e Irak.

El parlamentario turco se dirigió a sus vecinos griegos, invitándoles a recordar sus condiciones de vida durante los cuatro siglos de convivencia con los otomanos. “Pregunta a tus historiadores; te dirán que vivimos como hermanos”, reza el mensaje de Kulunk 

Es obvio que Turquía no podrá volver – a corto o medio plazo – a las fronteras de la Gran Turquía. Las posibilidades de materializar el sueño de los nacionalistas turcos son más probables en algunas áreas de Siria y especialmente en Irak, pero disminuyen drásticamente cuando se apunta a los Estados europeos miembros de la UE o de la OTAN. 

Ciertamente, el actual liderazgo turco no cuestiona la posible existencia de tales oportunidades a nivel internacional; lo que de verdad interesa es saber cuándo surgirán. Por eso, Ankara concede especial importancia a las relaciones con Rusia y China, estados que cumplen las dos condiciones deseadas por Turquía: ser potencias globales capaces de oponerse a los Estados Unidos y a la OTAN y naciones que no disimulan sus reivindicaciones territoriales, estando dispuestas a recurrir al uso de la fuerza para lograr sus objetivos.

Subsiste el interrogante: ¿está dispuesto Erdogan a actuar a nivel político, económico y militar para crear un clima propicio para alcanzar estos objetivos y actuar con valor y eficacia cuando la situación internacional lo permita?

De momento, los países limítrofes del Mar Negro – Bulgaria y Rumania – antiguos vasallos de la Sublime Puerta, apuestan por la presencia en su suelo de contingentes de la Alianza Atlántica, por los tratados de defensa firmados con Washington, por un hipotético cambio de rumbo de la política exterior de Ankara, por unas relaciones más justas (léase fluidas) con el Kremlin.   

En resumidas cuentas, por la posibilidad de escoger entre los dos vecinos, entre dos males…


martes, 12 de enero de 2021

Turquía – Occidente: ¿pasar página o volver a empezar? (I)

 

Qué todo siga igual, pero que todo cambie, parece ser el mantra del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, en el umbral de la nueva década. Una meta difícil de lograr en circunstancias normales en países donde impera el cartesianismo, pero sin duda compatible con los sutiles matices de Oriente. Pero Turquía es, ante todo, un país oriental, donde la sutilidad y la diplomacia pueden lograr milagros. El primer mandatario turco lo sabe perfectamente y apuesta por soluciones portentosas en el embrollo de las relaciones internacionales.  

Entre los objetivos prioritarios de Erdogan figura la mejora de las relaciones con Washington, seriamente deterioradas durante los últimos años del mandato de Donald Trump, el multimillonario muy propenso a avalar las aventuras bélicas de Turquía en la región mediterránea – Siria, Libia – y el Cáucaso – Azerbaiyán, Armenia – pero inflexible a la hora de aceptar la afrenta de un miembro fundador de la Alianza Atlántica que se decanta por adquirir material bélico ruso. Después de todo, Rusia sigue siendo el enemigo de Occidente e, implícitamente, de la OTAN.

La Casa Blanca decidió, pues, imponer sanciones al régimen de Ankara, suspendiendo su participación en el desarrollo del programa del supercaza F-35. El Pentágono sospechaba que los turcos podrían servir de puente para la trasferencia de tecnología militar estadunidense a Rusia. Pese a la aplicación de las sanciones, el dialogo estratégico entre Washington y Ankara continúa.  

De hecho, el presidente Erdogan confía en que la nueva Administración demócrata decida adoptar un tono más dialogante, véase hacer borrón y cuenta nueva de los agravios de Trump. Quedan, sin embargo, otros aspectos conflictivos, como la negativa de Washington a conceder la extradición del clérigo turco Fethullah Gülen, ex aliado circunstancial de Erdogan y fundador de una gigantesca red de instituciones islámicas – centros culturales, colegios y universidades - con ramificaciones en decenas de países, o el apoyo estadounidense a la facción armada kurdo-siria YPG, socia de los estadounidenses en la lucha contra el Estado Islámico, pero que Ankara tilda de mera prolongación del movimiento marxista kurdo PKK, artífice de la interminable guerra civil que sacudió Turquía durante décadas.

A ello se añade, claro está, el apoyo del Gobierno Erdogan al régimen islámico de Teherán, archienemigo de mimada dinastía saudí, las buenas relaciones con el emirato de Qatar, donde Ankara cuenta con instalaciones militares, o la presencia de asesores turcos en Azerbaiyán. Un atentico quebradero de cabeza para la futura Administración estadounidense.

Sin embargo, Joe Biden, que ostentó el cargo de vicepresidente durante el mandato de Barack Obama, conoce la problemática de la región. Visitó Turquía en cuatro ocasiones y reiteró su deseo de mantener buenas relaciones con Erdogan.

Los americanos quieren pasar página, ha señalado el portavoz presidencial turco, Ibrahim Kalin, durante su primera comparecencia de 2021. Más aun; el equipo de Erdogan confía en que la Administración Biden podría resucitar, de manera directa o indirecta, el mortecino dialogo entre Ankara y Bruselas, ya que Washington había abogado en el pasado por el ingreso de Turquía en la Unión Europea.  El restablecimiento del diálogo diplomático con Grecia, así como los contactos de Erdogan con la presidenta de la Comisión Europea parecen haber creado una atmosfera positiva.

El enfrentamiento entre Turquía, Grecia y Chipre sobre la frontera marítima del Mar Egeo, véase la explotación de los recursos naturales del Mediterráneo oriental, la multiplicación de los incidentes navales y las amenazas de un posible recurso al uso de la fuerza enturbiaron aún más las tensas relaciones entre los Estados vecinos. Mientras el presidente Macron parecía propenso a apoyar las acciones militares greco-chipriotas, la Canciller Merkel desempeñó un papel moderador en el conflicto. Las aguas parecían haber vuelto a sus cauces hacia finales de diciembre, cuando Atenas, Ankara y Nicosia se decantaron por la celebración de consultas diplomáticas.

Otro escollo importante de las relaciones entre Turquía y la UE es la cuestión de la migración. En marzo de 2016, Bruselas y Ankara llegaron a un acuerdo para detener la migración irregular en el mar Egeo y mejorar las condiciones de vida de los dos millones de refugiados sirios residentes en suelo turco. La entrada en vigor del acuerdo ha logrado contener el flujo de refugiados hacia los países de la UE. Sin embargo, la tardanza de Bruselas en transferir los fondos comprometidos – alrededor de 6.000 millones de euros – ha suscitado un profundo malestar en Ankara. En Gobierno Erdogan amenazó en reiteradas ocasiones con la apertura de la frontera con Grecia, el gran coladero de la inmigración procedente de Oriente Medio.

También figura en la lista de agravios la no suspensión del visado comunitario para los ciudadanos turcos que viajan a la UE, proyecto que debía haberse materializado en 2013. Sin embargo, la decisión de Bruselas sigue relegada a… las calendas griegas.  

A esas incógnitas se suma otra, no menos importante y conflictiva: el porvenir de las relaciones de Turquía con sus vecinos asiáticos - Siria, Irak, Armenia y Georgia - y también europeos - Bulgaria, Grecia y Macedonia – territorios que formaban parte, al final de la Primera Guerra Mundial, de la Gran Turquía.