jueves, 28 de abril de 2022

Estamos en guerra


Estamos en guerra. Una guerra sin vencedores ni vencidos; una guerra que ninguno de los bandos tiene intención de perder. Sí, se trata de un conflicto mundial, de un enfrentamiento entre dos potencias - la OTAN y Rusia – que tiene por escenario un terreno supuestamente neutral y se libra a través de ucranios interpuestos.  

Perspectivas para la solución del conflicto: Lucharemos hasta el último ucranio, asevera Volódimir Zelensky, el cómico/presidente del país de los cosacos. Es una inversión que nos permitirá neutralizar a las fuerzas armadas de Rusia durante la próxima década, afirman formalmente los pragmáticos estrategas del Pentágono. Es un operativo de desnazificación del país vecino, aseguran los dueños del Kremlin. En realidad, todos los protagonistas tienen razón; cada cual, a su manera, y todos se equivocan. Y ello, por la sencilla razón de que nos hallamos ante una contienda inusual, llamada a modificar la obsoleta estructura de las relaciones internacionales vigentes desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

¿Una sorpresa? ¿Un mero accidente histórico? No, en absoluto; el choque se ha gestado durante décadas en las salas de operaciones de los Estados Mayores de distintos ejércitos, en las academias militares y los oscuros círculos de poder de las potencias nucleares. Finalmente, los duendes del dios Marte llegaron a la conclusión de que no sería aconsejable apostar por una confrontación directa, demasiado arriesgada para los súbditos de ambos imperios. Sin embargo, cabía contemplarse la opción de crear campos de combate/ensayo en países terceros. Y los generales apostaron por… ¡Ucrania!

Al evitar el conflicto directo entre potencias nucleares, Occidente se guardaba la baza de poder manipular a su guisa la información relativa al conflicto. Las campañas de desinformación, mejor dicho. Los centros neurálgicos de la propaganda, ubicados en los Estados Unidos y las islas británicas, orquestan ofensiva a nivel global, coordinan los mensajes e imponen una terminología común. El resto, la lectura e interpretación de la partitura, incumbe a los políticos y los organismos regionales que, con mayor o menor éxito, procuran trasladar el mensaje a la ciudadanía. Se trata de mensajes sencillos, muy parecidos a los empleados por ambos bandos durante la Guerra Fría. El enemigo es siempre el otro, el rival, el malo. Unos luchan para defender la democracia; otros, para ganarse su lugar en el paraíso. Ambos tratan de convencernos que su guerra es justa. Ambos tratan de ocultar los verdaderos motivos que les impulsan a librar esta batalla.

Trato de hacer memoria: Oradour-sur-Glane, Lidice, Sabra y Chatila, My Laï, Belgrado… La lista es muy larga. ¿Morir por la democracia? No, decididamente; las victimas poco tenían que ver con los cacareados ideales de la Civilización, de nuestras distintas y ¡ay! convergentes civilizaciones.

Pero, ¡recordad! Estamos en guerra. 

miércoles, 20 de abril de 2022

Huntington: os regalo un enemigo

 

El profesor Samuel Huntington, autor del famoso libro Choque de civilizaciones y adalid de la lucha contra el Islam radical, sorprendió a propios y a extraños una tarde de mayo de 1995 al entonar el mea culpa ante un nutrido auditorio de académicos y politólogos congregados en el salón de actos de la Universidad Complutense de Madrid.  

Creo que me he equivocado; dijo el profeta de la confrontación entre Occidente y el mahometismo, el verdadero peligro (para Occidente) no es el Islam, sino China. Habría que profundizar en el tema… Sus palabras causaron asombro; los asistentes esperaban un recital de retahílas contra el Islam. Mas vaticinar un peligro chino… De todos modos, la amenaza tardó en materializarse. Al igual que en el caso del Islam, Huntington no hacía más que adelantarse a los acontecimientos.

Hizo falta una década para poder identificar el mal llamado peligro chino. En aquel entonces, el imperio del centro del mundo era un país en desarrollo, que ofrecía una gigantesca cantera de mano de obra barata y, por consiguiente, numerosas oportunidades de negocios para las empresas occidentales. Es cierto que algunos politólogos franceses y norteamericanos advirtieron sobre el enorme potencial del coloso asiático. Pero sus advertencias cayeron en saco roto. El día en que el dragón empezó a echar fuego por la boca, las élites del primer mundo fueron incapaces de disimular su sorpresa.

A partir de aquel momento, los acontecimientos se precipitaron. El país que a comienzos de la década de los 70 del pasado siglo tuvo que librar batalla para ser admitido en el seno de los organismos internacionales - ONU, OMS, GATT, UNCTAD, OMM – acabó convirtiéndose en miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Todo ello, bajo la mirada condescendiente de las potencias occidentales, que equiparaban a la República Popular China a una de las Mecas del subdesarrollo. Recuerdo un incidente protagonizado en aquellos tiempos por un político europeo, quien manifestó abiertamente a su recién llegado interlocutor chino y comunista su animadversión hacia el sistema sociopolítico del país asiático.

No me sorprende que usted no comulgue con nosotros, Monsieur. Es normal. Pero el tiempo juega en nuestro favor. Sus hijos, sus nietos o sus tataranietos abrazarán nuestro ideario. Tal vez no se equivocaba.

Pero el idilio entre China y Occidente se desvaneció cuatro décadas más tarde, en 2010, cuando el milenario Imperio del Centro pasó a ser la segunda potencia mundial. Una potencia – república popular – que no renegaba del marxismo ni abandonaba los métodos autoritarios introducidos en la época de Mao Tse-Tung. Un país que encandilaba a los empresarios occidentales, pero que incomodaba a la clase política deseosa de hallar aliados que profesan su correctitud ideológica. Pero, ¡ay! lamentablemente, el reloj de Pekín no marcaba la hora de Washington, de Londres, ni de París. El reloj chino seguía a la hora del Kremlin, aunque se adelantaba…

Hay que reconocer que Rusia y China tenían (y tienen) intereses convergentes. No se trata de una mera sintonía ideológica, difícilmente definible según los politólogos europeos, sino más bien de la necesidad de complementarse tanto desde el punto de vista económico, energético, militar o tecnológico.

En el plano político, la alquimia entre Vladímir Putin y Xi Jinping, se sustenta en su común animosidad hacia Estados Unidos y Occidente, culpables – según ellos - de llevar a cabo una política de hostilidad y de imposición de sanciones contra sus respectivos países.

En 2014, China se convirtió en el mayor socio comercial de Rusia, por delante de Alemania.  De un promedio de 5 a 6.000 millones de dólares en la década de 1990, los intercambios comerciales alcanzaron 64.000 millones en 2015 y llegaron a duplicarse, alcanzando la cifra de 110,790 millones en 2019. Tanto Rusia como China apuestan por alcanzar los 200.000 millones de dólares en los próximos cinco años.

Los hidrocarburos, petróleo, gas natural y gas licuado, representan el 75% de las exportaciones rusas a China.

Las ventas de armamento - baterías de misiles S-400, cazas y otros aparatos para uso militar – ocupan el segundo lugar.  

En la industria petrolífera, la tecnología china se ha impuesto sobre la alemana. Por otra parte, el gigante de telecomunicaciones chino Huawei ha creado varios centros de I+D en Rusia.

A pesar de su aparente superioridad económica, China necesita la alianza con Rusia. Para fortalecer sus lazos comerciales, las dos potencias crearon, en junio de 2001, la Organización de Cooperación de Shanghái.

Pero qué duda cabe de que la Pax sinica es totalmente inaceptable para Rusia, ansiosa de diversificar los contactos, contar con otros socios asiáticos, como por ejemplo Japón, India, Corea del Sur, Paquistán. Sin embargo…

Los proyectos de expansión económica y geopolítica de Rusia y China iban viento en popa hasta finales del pasado año. Moscú se dedicaba a consolidar su presencia en el Árctico, sentando las bases de una nueva ruta marítima comercial ruso-china, mientras que Pekín ampliaba su red de bases militares y navales a Tayikistán y las Islas Salomón. Pero no se trataba sólo de colocar peones en el tablero; el juego era mucho más sutil.

El 15 de septiembre de 2021, Estados Unidos, Australia y el Reino Unido anunciaron la creación de una nueva alianza militar, la AUKUS, encargada del mantenimiento de la paz en la región del Indo-Pacífico. Si bien el primer país perjudicado por la nueva estructura de defesa parecía ser Francia, cuyos contratos de colaboración militar con Australia fueron cancelados, el verdadero adversario de los anglosajones era… China.

Curiosamente, Donald Trump abandonó la Casa Blanca sin despedirse de sus interlocutores de Pekín. Su sucesor, Joe Biden, reinició la relación con inesperadas salidas de tono. ¿Inesperadas? No, en absoluto; otro conflicto se gestaba a miles de kilómetros de Pekín, en Ucrania.

El repertorio del presidente Biden resultó ser bastante limitado. Tras amenazar a Xi Jinping con la aplicación de sanciones económicas y otras lindezas de su vocabulario, retomó el mantra de Huntington: China es el enemigo.

Biden, que aparentemente es incapaz de interpretar los matices del lenguaje diplomático de los orientales, volvió a la carga después de anunciar las sanciones contra Rusia por la invasión de Ucrania. Tropezó, como es natural, con la negativa de su interlocutor chino de condenar a Rusia. Pero antes de aceptar la derrota diplomática, el inquilino de la Casa Blanca encargo a sus socios europeos, Ursula von der Leyen y Charles Michel, la segunda fase de la ofensiva contra la argumentación de Pekín, que se resume a cinco palabras: Rusia no es nuestro enemigo. Tocaba, pues, recurrir a la subida de tono. El intérprete ideal resultó ser el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, que aprovechó la última reunión de los ministros de defensa para afirmar que la Organización del Atlántico Norte necesitaría tener en cuenta la creciente influencia de China en las políticas inclusivas y coercitivas en el escenario global, que plantean un desafío sistémico para nuestra seguridad y nuestras democracias. Por si no resulta claro, el ya tenemos enemigo: Rusia se convierte en el plural: ya tenemos enemigos: Rusia y China.

La airada reacción de China no tardó en llegar: no Pekín, sino la OTAN desestabiliza la seguridad mundial.

En este mundo de contrastes, faltaba la voz de los… servicios secretos. Poco después de la intervención de Stoltenberg, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) colocó en su página web abundante material sobre la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y China en la época de Richard Nixon. Interesante referencia para políticos noveles o desmemoriados.

Y ahora, ¿qué? Al rechazar China el papel que le habían asignado los politólogos estadounidenses – ser parte integrante de la operación tenazas contra la antigua URSS – los miembros de la AUKUS celebraron una reunión urgente para estudiar el tipo de armamento necesario para contrarrestar la hipotética amenaza china. La OTAN del Pacífico ya está operativa.

Con el fuerte deterioro de las relaciones entre Washington y Pekín, la pandemia y la invasión de Ucrania han llevado de forma natural al fortalecimiento de los vínculos entre Moscú y Pekín. Las sanciones económicas y financieras impuestas por Occidente a Rusia abrieron la puerta a la intensificación de las relaciones económicas y financieras con el vecino asiático.

En una reunión de expertos financieros asiáticos, el expresidente del Banco Popular de China, Zhou Xiaochuan, señaló que el SWIFT, sistema de transacciones interbancarias controlado por los países industrializados del que se expulsó a Rusia, no es insustituible. Su reemplazo requiere una planificación adecuada, en la que China lleva años trabajando.                        

Los pagos efectuados hasta ahora en dólares o euros, podrían estar sustituidos por transacciones en monedas nacionales – yuanes, rublos o rupias – tendientes a facilitar el desarrollo del comercio regional.

 Los Estados miembros de BRICS - Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica – agrupación económica de cooperación Sur-Sur creada en 2006, concentran a alrededor del 40% de la población mundial, generan el 20% del Producto Interior Bruto (PIB) del planeta y controlan un tercio de la producción mundial de cereales. Los economistas occidentales estiman que, en el año 2050, la agrupación podría convertirse en el segundo bloque económico mundial.                                                                                                            

Os regalo un enemigo, sugirió Samuel Huntignton en el encuentro de Madrid. ¿Enemigo o competidor? 

Vuelven a mi mente los vaticinios del diplomático chino que nos advertía con una sonrisa:  El tiempo juega en nuestro favor. Sus hijos, sus nietos o sus tataranietos abrazarán nuestro ideario…


domingo, 10 de abril de 2022

Para que Rusia no vuelva a levantar cabeza


 De cómo atenazar a Rusia. Este fue el extraño mensaje que recibieron los lectores de una prestigiosa revista de relaciones internacionales que se publica en Nueva York. Sucedió allá, a comienzos de la década de los 90 del siglo pasado, en pleno idilio entre Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov.

¿Atenazar a Rusia? Los tiempos habían cambiado y la percepción del mudable coloso ruso poco tenía que ver con los estereotipos empleados durante los primeros años de la Guerra Fría. En principio, el país de la glasnost y la perestroika gozaba de la aún embrionaria simpatía del mundo libre. Sin embargo…

Atenazar a Rusia. Eliminar al gigante soviético de la lista de las superpotencias mundiales. Fue éste el sueño de varias generaciones de mandatarios occidentales. El aliado de la Segunda Guerra Mundial debía tornarse, forzosamente, en enemigo de nuestra civilización, en adversario de nuestros valores. Aun así, aquel informe realizado por un equipo de politólogos de la Universidad de Yale resultó más bien desconcertante. ¿Eliminar a Rusia (soviética) en el momento en que Gorbachov parecía dispuesto a aceptar las exigencias de la Casa Blanca, a hacer un sinfín de concesiones? Obviamente, los autores del documento habían elaborado una estrategia a largo plazo. ¿Se trataba de relegar a Rusia al estatuto de simple potencia regional, como la calificó años más tarde Barack Obama? El proceso, que implicaba la creación de un cordón sanitario en las fronteras europeas y la asociación de China a la tenaza contra Moscú, estaba en marcha. La primera fase – el acercamiento de la Alianza Atlántica a los confines de la Federación Rusa – finalizó durante el mandato de Obama. La segunda – la conquista de China – no llegó a materializarse.

En el Viejo Continente, se daban las condiciones para un enfrentamiento con el oso ruso. Sin embargo, el Kremlin no movía ficha. Joe Biden, que ostentó el cargo de vicepresidente de los Estados Unidos durante el mandato de Obama, se estrenó en la presidencia empleando un lenguaje agresivo para con Vladimir Putin. Las poco diplomáticas descalificaciones se prolongaron hasta después de la cumbre celebrada en Ginebra en junio del pasado año, durante la cual el presidente ruso rechazó la propuesta de sumarse al proyecto globalista de los socios de Biden.

Obviamente, había que atenazar a Rusia. Para ello, hacia falta encontrar un anzuelo. ¿Por qué no… Ucrania? Un país vecino de Rusia, donde reinaba una corrupción galopante, donde el nacionalismo y la rusofobia hallaron carta de naturaleza, donde habían surgido, con el beneplácito de Occidente, movimientos neonazis, donde se hallaban doscientos asesores militares estadounidenses, donde funcionaban bio-laboratorios financiados por instituciones públicas y privadas norteamericanas. (Los nombres y la ubicación de estos proyectos figuraban, hasta la invasión de las tropas rusas, en la página web de la Embajada de los Estados Unidos en Kiev).

El Kremlin tardó en aceptar el reto de Biden, quien había fijado incluso la fecha de la invasión.

En 2004, durante la revolución naranja que propició la caída del Gobierno prorruso de Víktor Yanukóvich, la canciller alemana Angela Merkel se negó a avalar al conglomerado de agrupaciones políticas que protagonizaban el cambio. La identidad de los emisarios del movimiento Maidán no le inspiraban confianza. Ello explica las recientes críticas contra la excanciller formuladas por Volodímir Zelensky.

Pero la guerra entre Washington y Moscú, la auténtica guerra de los globalistas contra los tradicionalistas, se libra en otro campo de batalla. Las divisiones de la Alianza Atlántica y los misiles nucleares de Rusia se desvanecen ante las sanciones impuestas a Moscú por Occidente. Se trata de un arma de doble filo, cuya utilización no coge desprevenido a Vladímir Putin. Hace tiempo que Rusia contempla la opción de llevar a cabo cambios sustanciales en la estructura económica y financiera del planeta.

Cambios económicos: tratando de resucitar y reactivar el bloque BRICS, compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que representa al 40 por ciento de la población mundial y genera gran parte del PIB de nuestro planeta. La decisión se produce una semana después de que el presidente Biden dijera que se establecería un nuevo orden mundial liderado por los Estados Unidos.

Cambio en el sistema financiero: para los dignatarios rusos, el abandono del dólar y el euro como principales reservas mundiales no parece un proyecto descabellado. Según ellos, un sistema financiero renovado debería basarse en la preponderancia de las monedas regionales – rublo, yuan, etc. – vinculados al patrón oro. Tanto Rusia como China utilizan este sistema de compensaciones, ante la gran desesperación de la banca tradicional, preocupada por la constante revaluación de dichas monedas.

Atenazar a Rusia. Cierto es que China no ha seguido el guion escrito por los politólogos de Yale. Y ello, pese a las concesiones de Washington a la hora de negociar nuevos acuerdos comerciales con Pekín, a las inevitables sanciones económicas, los intentos de soborno y, como no, la amenaza militar que supone la creación de la alianza militar AUKUS, que los chinos interpretan como un desafío directo.

La verdadera guerra será, pues, una guerra económica. Con vencedores y vencidos, inevitablemente. Cabe preguntarse qué pasaría si la estrategia de las tenazas no surte efecto. Es el dilema afrontan actualmente los economistas occidentales.   

miércoles, 6 de abril de 2022

Los horrores de la guerra vs. fake news

 

Recuerdo que hace unos años, al regresar de mis periplos por tierras de Oriente, recibí un extraño y, confieso, muy apetecible encargo de una universidad española. Se trataba de dirigir un seminario sobre Información y propaganda en el conflicto de Oriente Medio. Una cuestión relativamente sencilla para un conocedor en la materia, pero que implica un detenidísimo estudio, teniendo en cuenta el perfil de los participantes: jóvenes estudiantes con escaso conocimiento de las relaciones internacionales. Si bien el conflicto en sí requiere una explicación multidisciplinaria, la cuestión de la propaganda, de la argumentación de las partes, podría resultar espinosa, cuando no excesivamente árida.

Reconozco que había minusvalorado el potencial de mis estudiantes al abordar el tema del funcionamiento de los servicios secretos. Sí, los servicios secretos. Se me ocurrió aludir a un incidente registrado durante el verano de 1982, es decir, durante la guerra de Líbano, cuando en las aceras de una céntrica calle de Tel Aviv aparecieron varios legajos de documentos top secret extraviados por uno de los servicios secretos del Estado judío.

¿Qué significa “uno”, profesor? ¿Cuántos servicios secretos hay en Israel? Trece, contesté sin pestañar. ¿Trece? Pero si en mí país también hay trece, repuso un estudiante árabe, procedente, cómo no, de un país vecino de Israel. Finalmente, llegamos a la conclusión de que la mayoría de los Estados de la región contaba con sus doce o trece estructuras supersecretas que, en realidad, se espiaban recíprocamente. Se trataba de una tarea fácil, puesto que todos utilizaban los mismos métodos.

Un breve recorrido – nos limitaremos al siglo pasado – refleja la evolución de los términos empleados para definir las técnicas de propaganda de los servicios secretos. A comienzos del siglo XX, los espías propagandistas de la Francia republicana y el Imperio Prusiano apostaban por el vocablo intoxicación. En el período entre las dos Guerras Mundiales – los años 20 y 30 – solía emplearse la expresión propaganda o propaganda militar. Durante la guerra fría, se puso de moda la palabra información seguida, por contraste, por la desinformación. Difícil lenguaje, el de los propagandistas, resumido por el 45º presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, por la expresión simplista y populachera fake news (noticias falsas o mentiras).

Descubrí el significado de las llamadas fake news en el verano de 1974, durante la invasión de Chipre por el ejército turco. La misión del corresponsal de guerra resultaba difícil. Los combatientes de ambos bandos tenían el gatillo fácil; cruzar la línea verde era una autentica aventura. Los francotiradores emboscados en los cuarteles de la Guardia Nacional estaban esperando ansiosamente su momento de gloria. Matar a transeúntes, periodistas, diplomáticos, personal humanitario se había convertido en una broma inocente. Contarlo… Sí, he tenido esta suerte.

Aquella mañana de verano, un alto funcionario de la Presidencia del Gobierno turco destacado a la isla nos acompañó en el misterioso viaje hacia Famagusta; una travesía de veinte minutos que duró más de dos horas. Paramos en un descampado, junto a dos bulldozers custodiados por el ejército turco.

Hemos descubierto dos fosas comunes; aquí hay más de cien cadáveres de campesinos turcos (turcochipriotas) asesinados por los bestias del EOKA. Los bulldozers empezaron a desenterrar los cuerpos. Contamos ocho, diez, doce cadáveres: hombres, mujeres, niños. Nuestro acompañante nos aseguró que los militares identificaron más de cien cuerpos. El lúgubre espectáculo del desentierro de cadáveres – los mismos cadáveres - duró hasta la primera hora de la tarde, cuando apareció el noveno equipo de televisión de la BBC. Los bulldozers dejaron de funcionar; el show propagandístico había terminado. Los vivos y los muertos nos tomamos el merecido descanso.

Aquel día decidí titular la totalidad de mis crónicas chipriotas con el mismo encabezado: Los horrores de la guerra.

Volví a la isla veinte años más tarde. En el descampado se erige un memorial; el memorial de las víctimas de la barbarie del EOKA, equivalencia, si se pretende, del siniestro batallón ucranio Azov. Varias fotos de la época, amarillentas y de dudosa calidad, ilustran el trágico acontecimiento de aquel verano de 1974. Pero si ese eres tú, exclama mi compañero de viaje, un catedrático con excesivos conocimientos meramente académicos, sorprendido al reconocer a aquel joven con la mirada perdida, que dejó de ser un inocente periodista hace 48 años, en la Isla de Afrodita.

Los horrores de la guerra. Me acordé de aquel episodio de mi vida hace unos días, al descubrir en la pequeña pantalla de mi casa las impactantes imágenes de la masacre de Bucha. Esta vez, con la mirada del veterano informador, curtido en escenas de guerra, la vista de cadáveres, fosas comunes, victimas de atentados, de aberrantes combates y ejecuciones someras.

Sin querer, o tal vez voluntariamente, he asociado las expresiones horrores de la guerra y fake news. Qué los muertos me perdonen. 

viernes, 1 de abril de 2022

Biden y su Nuevo Orden Mundial, humillados por los príncipes del oro negro

 

Hay noticias que dan la vuelta al mundo y otras que, por inconfesables motivos, no logran circular. Curiosamente, se trata de informaciones complementarias, estrechamente ligadas a una cuestión clave. Sin embargo…

Va a haber un Nuevo Orden Mundial y tenemos que liderarlo. Y debemos unir al resto del mundo libre para hacerlo. El presidente Joe Biden pronunció estas palabras el 21 de marzo, primer día de primavera, ante un auditorio que congregaba a la flor y nata del mundo empresarial estadounidense. ¿Nuevo Orden Mundial? ¿Tenemos que hacerlo? ¿Liderarlo? ¿Otra conjura masónica o de los Illuminati?

En un país como los Estados Unidos, donde las sociedades supuestamente secretas proliferan, las tesis conspiracioncitas se difunden a velocidades supersónicas. El Imperator Biden lanza su cruzada globalista, insinúan los círculos ultraconservadores norteamericanos. Los europeos – algunos europeos – les siguen. Están acostumbrados a los zigzagueos de los inquilinos de la Casa Blanca. Pero no, no se trata de una mera ficción. El proyecto existe, pero tardará en florecer. Habrá que sortear muchos obstáculos, convencer a un sinfín de indecisos, o… fracasar.

Lo cierto es que la frase viral del presidente causó cierto malestar en las capitales europeas. Los políticos del Viejo Continente, más dados a valorar las medias tintas, miran con recelo los ataques de caudillismo de sus socios transatlánticos. Nada de frases tajantes ni de decisiones precipitadas. A veces, se les acusa de tibieza. Sin embargo, prefieren evitar las situaciones irreversibles. Con razón: Europa es un continente pequeño. El bombardeo de Belgrado, Dubrovnik o… Kiev producen secuelas incurables.

Si la noticia sobre el Nuevo Orden Mundial pregonado por Joe Biden se vivió casi en directo, poco trascendió sobre los discretos, cuando no, conflictivos preliminares, que desembocaron en la humillación del inquilino de la Casa Blanca y de su socio británico, Boris Johnson, empeñados en obtener el apoyo de los principales productores de petróleo en su cruzada contra la economía rusa. La verdad es que resulta sumamente molesto reconocer que tanto la Casa Real de Arabia Saudita como la dinastía de los Emiratos Árabes se negaron a contestar las llamadas telefónicas de Biden y las gestiones hechas in situ por el primer ministro británico. ¿El motivo? La Casa Blanca se había comprometido a suplir las exportaciones de gas y petróleo ruso destinadas a Occidente con productos norteamericanos o procedentes de países amigos de Washington. Pero a la hora de la verdad, los saudíes y los emiratíes prefirieron respetar sus compromisos con los demás miembros de la OPEP – Rusia incluida – que habían acordado no incrementar la producción de crudo hasta la primavera próxima. Biden trató de tocar a las puertas de sus archienemigos – Irán y Venezuela – pero tropezó con la negativa de éstos. Los príncipes del oro negro tienen un peculiar código de conducta.

¿Qué hacer con los excedentes de producción de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes? Aparentemente, compradores no faltan. China, que a la hora de la verdad tampoco quiere someterse a los ukases antirrusos de la Casa Blanca, se ofreció a adquirir petróleo saudí. El gigante asiático se ha convertido en el principal cliente de los wahabitas. Los chinos llevan seis años intentando persuadir a Arabia Saudí para que venda su petróleo en yuanes. Según el Wall Street Journal, la medida amenazaría seriamente el dominio global de los estadounidenses en el mercado petrolero y afectaría la supremacía del dólar.

Pero hay más: el acercamiento de los chinos al reino del desierto no se limita a la compra de petróleo. Los saudíes contaron con Pekín para la producción de sus misiles balísticos, el desarrollo del programa nuclear y las cuantiosas inversiones en los proyectos modernistas del príncipe heredero Mohammed bin Salman, gobernante de facto del reino.

Es cierto: los Estados Unidos se han comprometido a ofrecer apoyo estratégico a Arabia Saudita, pero la monarquía está descontenta con la falta de ayuda norteamericana en la guerra del Yemen, el interés de Washington en resucitar el acuerdo nuclear con Teherán o la caótica y mal explicada retirada de Estados Unidos de Afganistán. Y aunque nadie se pregunta abiertamente en Riad ¿qué hacer con amigos así? el interrogante queda en el aire.

A la humillación de Binen se suma la ira de Boris Johnson quien, tras haber intentado convencer a los saudíes y los emiratíes que no dejan de ser los socios internacionales clave de Occidente, se vio obligado a reconocer que en el recóndito universo de los hidrocarburos el fantasma de Rusia es omnipresente.

Sí, el orden mundial está cambiando. Es un hecho, no una frase viral.