sábado, 27 de marzo de 2021

Los bateleros del Danubio (ya) no temen al oso ruso

 

Hungría no considera que Rusia sea una amenaza directa para su territorio. Curiosamente, esas palabras fueron pronunciadas por el ministro húngaro de Asuntos Exteriores, Peter Szijjarto, en la última reunión de cancilleres de la OTAN celebrada en Bruselas.  

Szijjarto añadió que las autoridades de Budapest comprenden y respetan el hecho de que otros Estados miembros de la Alianza piensen de manera diferente. Sin embargo, Budapest prefiere distanciarse de la postura atlantista, que trata de reconvertir a Rusia en el principal enemigo de Europa. Szijjarto recordó que su país siempre había sido leal a sus aliados, contribuyendo a los para fortalecer el su flanco oriental de la Alianza y apoyando la seguridad de los Estados bálticos. 

Por otra parte, Hungría solicitó el amparo de la OTAN a la hora de defender los derechos de la comunidad húngara de Ucrania, sistemática y gravemente violados por las autoridades de Kiev

¿Y la desconcertante apuesta de Budapest por las vacunas COVID 19 fabricadas en Rusia y China? preguntaron los informadores. La contestación del ministro húngaro fue rápida y contundente: Ya es hora de que la campaña contra la vacuna no se rija por consideraciones de índole ideológica.

Lejos quedan los tiempos de la rebelión de Hungría de 1956, de la llegada de los tanques soviéticos, de las señales de emergencia lanzadas por el hereje reformista Imre Nagy, el comunista que dirigió el Gobierno revolucionario que intentó, sin éxito, plantar cara a Nikita Jrushchov, el sucesor de Stalin.

Huelga decir que el constante alejamiento de Budapest de la postura archiortodoxa de los miembros de la Alianza difiere mucho de las tomas de posición de los países bálticos y escandinavos, poco propensos a minimizar o descartar el peligro que supone la maquinaria de guerra rusa.

El 11 de marzo, la Agencia Sueca de Inteligencia de Defensa (FOI), publicaba un voluminoso informe sobre la capacidad de defensa de Occidente en el Norte de Europa frente a la amenaza que representa Rusia. El principal problema militar (de Occidente) es que Rusia disfruta de una mayor disponibilidad de sus fuerzas armadas y puede lanzar un ataque rápido en el flanco oriental antes de que la OTAN tenga tiempo de reaccionar, señalan los suecos.

 Rusia está mejor preparada para una guerra a gran escala en el norte de Europa que los estados miembros de la OTAN, constatan, evaluando la capacidad militar de los estados que tienen una frontera terrestre o marítima común con Rusia, o países dispuestos a hacer frente a una posible amenaza, como Francia y Gran Bretaña, o el contingente europeo de tropas estadounidenses, capaces de intervenir con suficiente rapidez en el teatro de operaciones del norte de Europa.

El documento del FOI analiza el nuevo rumbo de la política exterior estadounidense, que centra sus esfuerzos en Asia. Si Washington cambia sus prioridades a largo plazo, los aliados europeos deben asumir una mayor responsabilidad en la defensa colectiva, manteniendo un nivel adecuado de preparación para el combate en todos los entornos: terrestre, aéreo, naval, espacial y cibernético.  

Aparentemente, el argumento de la próxima contienda está servido. Una perspectiva ésta que no todos los europeos consienten o desean. Hay cada vez más voces que disienten de la óptica atlantista. ¿Una guerra con Rusia? ¿A quién le beneficia?  

Occidente necesita reconocer la importancia de Rusia, afirma el príncipe Michael de Liechtenstein, economista, empresario, fundador y presidente de Geopolitical Intelligence Services, consultora de relaciones internacionales con sede en Vaduz (Liechtenstein). Para el príncipe, que pertenece a la vieja aristocracia europea, Joe Biden no acertó al tildar a China de competidor serio y a Rusia de oponente.

Varios temas sin resolver siguen generando tensiones entre Occidente y Moscú. Entre ellos se encuentran la anexión de la península de Crimea por parte de Rusia, la guerra hibrida en el este de Ucrania y denuncias sobre las violaciones de derechos humanos. Sin embargo, las transgresiones del lado chino son peores, señala Michael de Liechtenstein. Beijing está cometiendo algo parecido a un genocidio contra los uigures (minoría musulmana) en el oeste de China y está forzando brutalmente la asimilación de los pobladores en el Tíbet. Está infringiendo la libertad y el estado de derecho en Hong Kong, persiguiendo a los cristianos y pisoteando los derechos civiles de sus ciudadanos.

Tanto Rusia como China desafían a Estados Unidos en el ciberespacio y están acusados de intentar influir en las elecciones estadounidenses, generalmente a través de la difusión de noticias falsas.

Es difícil comprender por qué Biden decidió atacar a Moscú. Hacerlo es probablemente un error geopolítico significativo. Moscú ha comenzado a alinear algunas de sus estrategias con las de Beijing, aunque no existe una alianza formal entre los dos. El Kremlin quiere evitar una asociación directa con los chinos y, por lo tanto, ha tratado de mejorar sus relaciones con otros países asiáticos, como Japón y Corea del Sur, indicaba la pasada semana el presidente del GIS.

Rusia y Occidente comparten algunos intereses comunes, como la lucha contra el islam radical, el desarrollo del comercio mundial, la necesidad de obtener acceso a los recursos naturales, recuerda Michael de Liechtenstein.

Por otra parte, conviene recordar que Occidente sigue siendo el lugar donde residen los mayores intereses geopolíticos de Moscú. Es necesaria una postura más abierta y respetuosa, pero aún firme, hacia Rusia. Tal posición apoyaría la integridad política y territorial de los vecinos de Moscú, pero también mostraría moderación retórica y respeto por el régimen…

Decididamente, el economista, politólogo, geoestratega y exponente de la vieja aristocracia europea no confía en que a Vladimir Putin podría barrerle una revolución de colores.


martes, 23 de marzo de 2021

Turquía abandona la Convención de Estambul – jaque al feminismo progresista

 

Turquía acaba de retirarse de la Convención de Estambul sobre los derechos de las Mujeres del Consejo de Europa, instrumento internacional que obliga a los Gobiernos a promulgar y acatar la normativa legal destinada a prevenir y combatir la violencia contra las mujeres y las niñas, incluida la violencia doméstica, que se ha intensificado durante la actual pandemia, el acoso sexual, la violencia psicológica, la violación conyugal, la mutilación genital y otras formas de abuso.

La decisión sorprendió a quienes recordaban que el propio presidente Erdogan asistió en 2011, en su calidad de primer ministro de Turquía en aquella época, a la solemne firma de la Convención. Pero el tiempo pasa y la coyuntura cambia. ¿La retirada de Ankara? Para la Ministra de Familia, Trabajo y Servicios Sociales, Zehra Zumrut Selcuk, la República Turca tiene, merced a sus leyes y disposiciones constitucionales, la potestad proteger los derechos de la mujer sin la necesidad de recurrir a la Convención.

Cabe preguntarse si el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) al que pertenece Erdogan, es realmente capaz de ofrecer el mismo tipo de protección contra la violencia machista, ¿cómo se justifica el elevado número de víctimas de las agresiones – 409 asesinatos en 2020 y no menos de 77 en lo que va de año?

El AKP es un partido de corte conservador - nacionalista que ha promovido constantemente, desde una perspectiva de género, una ideología de carácter islamista neotradicionalista, al estilo de los Hermanos Musulmanes, centrada en preservar los papeles de género tradicionales, añadiendo ligeros ajustes culturales. En otras palabras, el discurso del AKP sobre los derechos de la mujer es un tributo al "feminismo" islamista de antaño. En este caso concreto, la palabra neotradicionalismo trata de encubrir uno de los objetivos clave del programa del AKP: la remusumanización de Turquía. Una de las primeras manifestaciones de esta política fue la reconversión de la basílica de Santa Sofía en lugar de culto islámico. La desacralización de otros monumentos cristianos pasó, sin embargo, inadvertida.

Conviene recordar que la legislación del Estado turco reconoce y protege las confesiones no mahometanas. Pese a ello, miembros de las comunidades cristianas, hebreas o armenias denuncian el no cumplimiento de la normativa legal. Oficialmente, las violaciones denunciadas nada tienen que ver con la política gubernamental. 

Algo muy parecido sucede con la legislación destinada a garantizar los derechos de la mujer. Hasta ahora, existía un supuesto solapamiento entre las normas de la Convención de Estambul y la legislación nacional; una normativa que promueve el feminismo neotradicionalista.  Este concepto, que algunos tildan de discurso anti-género, cuenta sin embargo con el apoyo de una organización progubernamental de mujeres – KADEM - cuya vicepresidenta es Sumeyye Erdogan, la hija del presidente.  

KADEM preserva los supuestos de masculinidad hegemónica y jerarquía social de género promovidos por los núcleos islamistas. Las campañas de KADEM contra la violencia doméstica no tienen en cuenta el aspecto legislativo y punitivo de la práctica patriarcal, sino solo el moralmente recomendable. El lema de sus campañas es: "Si eres hombre, ¡controla tu ira!” Las mujeres merecen el autocontrol de la ira (por no decir, el respeto) sólo si permanecen sumisas y no exceden los límites de sus tareas domésticas y maternas. 

Mientras no se cuestionen las premisas para justificar la desigualdad de género en la retórica islamista que pretende proteger los derechos de la mujer, decisiones como la retirada de la Convención de Estambul no tienen por qué sorprendernos. 

De hecho, la retirada de Turquía de la Convención de Estambul, considerada por algunos como “causa del aumento de la tasa de divorcios y estrategia subversiva para romper la familia tradicional, promoviendo el género y la orientación sexual”, explica el miedo de quienes pretenden seguir marginando a los segmentos de la sociedad turca discriminados actualmente.

Conviene señalar que paralelamente al Islam político que surgió dentro del neotradicionalismo, se desarrolló el feminismo islámico progresista. Este nuevo discurso contempla una lectura igualitaria del Corán y tacha la jurisprudencia que fundamenta la desigualdad de género de teoría islámica sociocultural elaboradas por juristas (hombres) de contraposición a los principios metafísicos y morales del Corán.  De hecho, los adeptos del neotradicionalismo prefieren sustituir la noción de igualdad por la idea de complementariedad de género y equilibrio en las obligaciones, considerando los que hombres y las mujeres son iguales ante Ala, pero que deben desempeñar papeles destinitos, claramente reflejados por la jurisprudencia musulmana.

El debate sigue abierto.

 


lunes, 22 de marzo de 2021

Washington y las superpotencias: cuando Joe Biden emula a Donald Trump

 

Poco menos de dos meses tardó el actual inquilino de la Casa Blanca en fijar las pautas para las futuras relaciones entre Washington, Moscú y Pekín. Ante la gran sorpresa de quienes confiaban en que el nuevo Biden iba a desterrar la agresividad verbal de su antecesor, el presidente hizo alarde de una retórica igual de contundente, o tal vez más, que la empleada por el multimillonario neoyorquino durante su mandato.  Si las palabras de Trump resultaron violentas, fuera de contexto para un jefe de Estado, las manifestaciones de Biden suenan más que belicosas. Vladimir Putin, ¡un asesino que recibirá su castigo! China, ¡una amenaza para la estabilidad global! Decididamente, la retorica de la Administración demócrata resulta más bien desconcertante.

Algunos politólogos estiman que los exabruptos de Biden deberían indicar a los aliados el tono que conviene emplear en el dialogo con Rusia y China. Unas pautas, reconozcámoslo, difícilmente aceptables por el conjunto de la diplomacia europea.

 En el caso concreto de Rusia, los ataques dirigidos contra el zar Putin sólo servirán para aglutinar a las distintas corrientes nacionalistas detrás del amo y señor de la Madre Rusia. Insultar a Putin presupone insultar a la Nación.      

Distinto es el caso de China, el gigante asiático que se ha convertido en la pesadilla constante del establishment norteamericano. La guerra comercial iniciada en 2018 por Donald Trump desencadenó una ardua contraofensiva por parte de Pekín. El aumento de los aranceles aduaneros y la elaboración de listas negras acabaron perjudicando los intereses de ambas partes. Con su proverbial paciencia, los chinos contrarrestaron los efectos inmediatos de las sanciones comerciales estadounidenses. Cabe suponer que el enfrentamiento será largo y el desenlace, incierto. 

Conviene señalar que los primeros viajes al extranjero de altos funcionarios de la Administración demócrata fueron a la región de Asia Pacífico. El secretario de Estado Antony Blinken, viajó a Tokio y Seúl, mientras que su colega de Defensa, Lloyd Austin, efectuó su primera escala en Hawái, cuartel general de las fuerzas estadounidenses para la región del Indo-Pacífico. Se trata de un ejército enorme, que cuenta con centenares de miles de soldados, 200 acorazados y 2.500 aviones.

Blinken y Austin optaron por mandar un mensaje al Estado problemático de la región: China. En un artículo de opinión publicado en el Washington Post, los dos miembros del Gabinete advierten: Estados Unidos no abandonará la región ni a sus aliados asiáticos. Washington se opondrá a la agresión o amenaza de Pekín, responsabilizando a China de la violación de los derechos humanos en Xinjiang y en el Tíbet, las acciones hostiles contra Taiwán o las reivindicaciones soberanistas en el mar de China Meridional que, según Washington, violan las normas de derecho internacional. 

La Administración Biden reitera su voluntad de entablar el diálogo con Pekín, pero sin renunciar a la política de Trump. De hecho, en el informe sobre los intereses comerciales de los Estados Unidos en la zona, publicado el 1 de marzo, el equipo del presidente retoma la mayoría de los agravios expresados por Trump para justificar la imposición de nuevos aranceles: robo de tecnología y propiedad intelectual, prácticas comerciales desleales, subsidios gubernamentales destinados a algunas industrias, etc. Estas prácticas denotan una política económica agresiva, diseñada para favorecer a China, fortaleciendo su condición de superpotencia económica.

La economía es, por tanto, un instrumento al servicio de las ambiciones de poder global de Pekín. Pero no el único: las autoridades chinas prestan también especial atención a otro factor que refleja las sus ambiciones expansionistas: el ejército.

La marina de guerra china se ha convertido en la mayor del mundo, habiendo logrado triplicar el número de sus barcos en los últimos veinte años. Los dirigentes chinos estiman que, para ser una gran potencia mundial, el país debe convertirse en una potencia naval. Recuerdan la máxima: Quien controla los mares controla el mundo.

Beijing solo puede aspirar al estatus de una gran potencia naval en la inmediación de sus aguas territoriales, donde tiene varios objetivos estratégicos: Taiwán, el Mar de China Oriental y el Mar de China Meridional. Taiwán disfruta de la protección militar y naval de los Estados Unidos. Cualquier intento de reconquistar la isla secesionista provocaría una respuesta contundente de Washington.

En el Mar de China Oriental, hay litigios sobre la delimitación de zonas económicas exclusivas con Japón y Corea del Sur, ambos aliados de los Estados Unidos.

El Mar de China Meridional, donde China tiene disputas con Filipinas, Vietnam y Taiwán, Pekín lleva años en un proceso de consolidación de su presencia militar mediante la construcción de islas artificiales convertidas en bases, organización de maniobras y creación de un arsenal de misiles capaces de contener a las embarcaciones estadounidenses. 

Pero los esfuerzos para modernizar y equipar las fuerzas armadas chinas no se limitan a la marina: hay inversiones significativas en tierra y, especialmente, en la fuerza aérea, equipada con docenas de aviones Chengdu J-20 de quinta generación. 

En realidad, parece poco imaginable que las dos superpotencias se decanten por un reinicio de sus relaciones bilaterales, haciendo borrón y cuenta nueva de la era Trump.

América ha vuelto, fue el mensaje de Biden dirigido a los europeos. PA los chinos, el inquilino de la Casa Blanca les advirtió: Estados Unidos está aquí para quedarse. 

sábado, 6 de marzo de 2021

¿Quién resucita los demonios de la guerra fría?

 

La salida de Donald Trump de la Casa Banca coincidió, curiosamente, con un sorprendente recrudecimiento de las manifestaciones belicistas formuladas por los hasta ahora discretos aliados europeos de Washington. Al enunciado Rusia, nuestro viejo enemigo de Josep Borrell, Alto Representante para Política Exterior de la Unión Europea, acogido con una mezcolanza de sorpresa e indignación en el Kremlin, se sumó la no menos diáfana declaración de Jens Stoltenberg, secretario general de la Alanza Atlántica, quien añadió más leña al fuego con El diálogo con Rusia tiene que basarse en la fuerza y en la firmeza. Todo ello, en unos momentos en que el presidente Biden manifiesta su deseo de reactivar las relaciones de la Administración estadunidense con los aliados europeos ninguneados o humillados por el expresidente Trump.

Detalle interesante: las declaraciones de los políticos europeos parecen abonar el terreno para el inicio de la nueva cruzada de la Casa Blanca: la ofensiva global para la defensa de los valores democráticos. Nada sorprendente: Norteamérica suele movilizar sus ejércitos y, por supuesto, su opinión pública, utilizando el mantra democracia. Curiosamente, el único caso en el que Washington prefirió no emplear esta palabra fue la guerra contra Saddam Hussein. 

El resurgir de la amenaza de una guerra fría, argumento empleado ad nauseam por los políticos del Viejo Continente, no encuentra eco entre politólogos y estrategas de la nueva generación, quienes prefieren buscar respuestas más sosegadas a la vehemente argumentación de los pseudopacifistas empeñados en defender los valores tradicionales de Occidente.

Tratemos de llamar las cosas por su nombre: actualmente, el peligro de un enfrentamiento con Rusia es real. Los importantes cambios sociopolíticos y estratégicos registrados en las dos últimas décadas han desembocado en la modificación de las doctrinas militares, de los proyectos de defensa, de la configuración de los bloques y los confines. Quienes seguían con preocupación los avances de la carrera nuclear en las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo, difícilmente logran asimilar los cambios. Las amenazas se han multiplicado; los conflictos tradicionales han ido pasando en un segundo plano; la guerra moderna depende cada vez más de los avances tecnológicos, de la capacidad destructora de sofisticados artilugios creados por los humanos como respuesta a los desafíos de la última conflagración mundial. Hablar de tanques y misiles resulta, hasta cierto punto, anticuado. En las guerras modernas (o posmodernas, según como se mire), habrá que regirse por un nuevo concepto: contención. A ello se está dedicando la Red de Expertos UE-Rusia en Política Exterior, establecida en 2016 por el Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia y la delegación de la Unión Europea en Moscú.

Uno de sus últimos documentos de trabajo elaborados por esta red de expertos contempla cuatro posibles escenarios para la evolución de las relaciones entre Moscú y Occidente durante la próxima década: la asociación fría, la caída en la anarquía, al borde de la guerra y la comunidad de valores. Aparentemente, todas las hipótesis son válidas. Conviene, pues, analizarlas con detenimiento.

La asociación fría. La búsqueda de áreas de cooperación comienza con pequeños pasos. Para que este escenario se materialice, deben registrarse cambios tanto en la UE como en Rusia.

Cabe suponer que en 2030 la Unión Europea superará por completo la crisis económica provocada por la pandemia de Covid-19. Como consecuencia de ello, optará por la adopción de un rumbo de desarrollo económico independiente, que consiste en la no participación en la rivalidad entre Estados Unidos y China, así como el mantenimiento de buenas relaciones con ambas partes. Esto llevaría a la emancipación económica de la Unión, seguida de la emancipación estratégica. También consistirá en la negativa de algunos países de la UE miembros de la OTAN de aumentar su presencia militar en el Este y el incremento de gastos en políticas que podrían percibirse en Moscú como generadoras de tensiones. 

Esta evolución política de la Unión Europea irá acompañada por cambios en Rusia. En 2024, los rusos optarán por la salida de Putin de la presidencia y por el inicio de profundas reformas, principalmente en el ámbito de la digitalización de la administración y la lucha contra la corrupción, lideradas por Alexander Ogaryov, el joven sucesor del actual inquilino del Kremlin. El país estará sumido en el estancamiento y descontento general yla oposición comunista se ira fortaleciendo. Una política interna más prosocial, abierta a la presencia del capital extranjero facilitaría la estabilización del país y la reconstrucción gradual de la confianza de Occidente.

La cuestión de Crimea seguirá enfrentando a Europa y Rusia. En otras áreas, como por ejemplo Oriente Medio, Moscú adoptará decisiones "ad hoc", formando alianzas pragmáticas con los miembros de la UE.

La caída en la anarquía. En este escenario, Rusia, severamente afectada por la crisis provocada por la pandemia Covid-19, logra estabilizar su situación interna con bastante rapidez, ayudada por el aumento de los precios del petróleo resultante del conflicto de Oriente Medio, que se acentuará entre 2021y 2022. 

Al igual que en el anterior escenario, Putin se marcha después de 2024, pero es reemplazado por un político que se muestra reacio a Occidente.

Rusia dependerá cada vez más de sus relaciones con China, pero Pekín, inmerso en una competencia estratégica con Estados Unidos, no aprovecha el cambio. Rusia conserva su potencial, pero la percepción de la Unión Europea es completamente diferente.

Una de las primeras víctimas de este cambio de rumbo sería la política oriental de la Unión. Algunos países, como Alemania, Italia y Hungría, querrán conseguir ventajas competitivas en el mercado europeo de hidrocarburos, utilizando su relación especial con Rusia. Las divisiones inter europeas se verán acentuadas por las maniobras de los Estados Unidos, país afectado por la crisis e instigando a la división de los europeos.

En la década 2021-2031, Ucrania no se recuperará de la crisis económica, a la que se sumará una fuerte polarización política. Rusia, aprovechando las divisiones de la sociedad ucraniana, intentará ejercer su influencia en el país vecino. Por su parte, Estados Unidos no estará dispuesto a involucrarse militarmente en Ucrania. Los separatistas ganarán terreno en la región de Járkov y establecerán un nuevo Estado, inmediatamente reconocido por Moscú.

Alemania querrá construir su relación especial con Rusia, independientemente de la opinión de sus aliados occidentales. Como consecuencia de ello, las divisiones en el seno de la UE se irán profundizando.

Al borde de la guerra. En esta variante, Putin liderará Rusia hasta 2030 y no se vislumbra su salida del escenario político. Los precios del petróleo se mantendrán bajos durante la próxima década, pero el Kremlin, que ha construido una economía fuertemente controlada por el Estado, logrará mantener la estabilidad política y social sin disminuir su capacidad para imponer una política de poder.

Europa saldrá fortalecida de la crisis. Las relaciones transatlánticas serán mejores, ya que Estados Unidos estará dirigido por una Administración menos crítica con los europeos que durante el mandato de Trump. 

La economía europea estará en pleno auge, lo que implicará el mejoramiento de sus relaciones con China e India.

La situación será completamente distinta en Rusia, que exporta materias primas y trigo, productos cuya demanda irá disminuyendo. 

Tras superar la crisis, Estados Unidos vuelve a la posición de líder mundial en crecimiento tecnológico. La relación de Washington con Pekín, tensa y poco amistosa, no evoluciona hacia la hostilidad. 

Los problemas internos surgen en China impulsados por la desaceleración del crecimiento económico y la perspectiva de una buena cooperación entre Washington y Delhi.

La OTAN está recuperando protagonismo; la presión conjunta de Estados Unidos y Europa sobre Rusia, incluidas las sanciones, está aumentando en intensidad. China, poco propensa a verse arrastrada a un conflicto entre las dos potencias, se aleja gradualmente de Moscú. 

Comunidad de valores. Es, según los expertos, el escenario menos realista, resultante del fortalecimiento de la Unión Europea después del Covid-19 y el debilitamiento significativo de Rusia, tanto desde el punto de vista económico como político.

En Rusia, la crisis va acompañada de una creciente oleada de separatismo regional, fenómeno que surge alrededor de 2027, la desaparición casi completa de la vieja élite del Kremlin, la parálisis del liderazgo político ante las dificultades internas y el desvanecimiento del sueño de recobrar el pasado imperial.

Estas dos tendencias, una Europa fuerte, unida y prudente en su política exterior y una Rusia debilitada y empobrecida con una nueva élite gobernante, podrían entorpecer la reconciliación y la cooperación entre los dos gigantes.  

La mayoría de los expertos de la Red UE-Rusia considera, sin embargo, que el escenario más plausible sería el primero: la asociación fría. Pero a nivel continental subsisten dos incógnitas: Polonia y Ucrania, países cuya evolución interna podría afectar seriamente las relaciones de Occidente con Moscú.

La buena noticia: la perspectiva del conflicto armado parece alejarse.  ¿Hasta cuándo?


miércoles, 3 de marzo de 2021

“América ha vuelto”, pero el mundo ha cambiado

 

“¡América ha vuelto!” fue el mantra del discurso de Joe Biden en la Conferencia Internacional de Seguridad celebrada en Múnich el 19 de febrero. El presidente norteamericano aprovechó su participación en este primer evento internacional para enfatizar una clara ruptura con el cliché de “América primero” de su predecesor, marcando el regreso de los Estados Unidos a la arena internacional como socio dispuesto a cooperar con sus aliados tradicionales.

En la capital bávara, Biden hizo especial hincapié en la asociación transatlántica y el papel desempeñado en la actualidad por la OTAN, insinuando que las futuras relaciones con Rusia y China serán el caballo de batalla de la nueva Administración. Al abordar el espinoso tema de Oriente Medio, el inquilino de la Casa Blanca no dudó en señalar que a Washington le interesa reanudar el diálogo sobre el acuerdo nuclear con Teherán.

A la Administración Biden le gustaría volver al statu quo existente antes de la ruptura escenificada por Donald Trump; sus aliados europeos le presionan para hacerlo, basándose más bien en sus propios intereses económicos en la región. Olvidan, sin embargo, que la situación ha cambiado en los últimos años y que los iraníes han podido comprobar que el acuerdo nuclear sólo ha resuelto parcialmente sus problemas económicos y estratégicos. Aprovechando la retirada estadounidense, Irán abandonó gradualmente los compromisos asumidos a través de este instrumento jurídico vinculante. Por mucho que a la Administración demócrata le gustaría resucitar el legado de Barack Obama, la condición sine qua non para el buen funcionamiento del tratado sería el cumplimiento estricto por parte de Irán de todas las disposiciones de dicho acuerdo que, de paso sea dicho, debería incluir nuevas cláusulas capaces de reforzar el marco jurídico de los compromisos contraídos por ambas partes. Queda por ver si la hasta ahora utópica ofensiva de apaciguamiento de Joe Biden llegará a dar frutos.  

Los primeros pasos de la administración Biden en el Medio Oriente marcan cambios significativos en la política exterior de Washington.  Los aliados clave a los que Donald Trump había dado prácticamente libertad de acción en la zona fueron tratados con inesperada frialdad.

El 17 de febrero, el presidente Biden llamó por primera vez al jefe del gobierno israelí, Benjamín Netanyahu. Sin bien el escueto comunicado de la Casa Blanca reza: El presidente Joseph R. Biden Jr. mantuvo hoy una conversación telefónica con el primer ministro Netanyahu, la versión facilitada por la Oficina de Prensa del Gobierno israelí no duda en incluir los términos diálogo cordial y temas de mutuo interés para los dos países.  

En realidad, el actual presidente de los Estados Unidos tiene bastantes razones para no simpatizar con el político israelí. Biden formó parte de la administración Obama, que desde un principio tuvo una relación muy compleja y complicada con Benjamin Netanyahu, como resultado de la férrea oposición del líder del Likud al acuerdo nuclear con Teherán

Pero hay más; Bibi incluso se permitió desafiar a Obama en marzo de 2015, cuando por invitación del presidente republicano de la Cámara de Representantes, John Bohner, pronunció un belicoso discurso anti iraní ante el Congreso, haciendo caso omiso de las normas protocolarias, que habrían requerido la aprobación de su embajada ante los congresistas por… la Casa Blanca. Por si fuera poco, Netanyahu también se equivocó al dudar en reconocer, durante diez días, la victoria electoral de Joe Biden en los comicios del pasado mes de noviembre.

Biden respondió con la misma moneda; dejó pasar casi un mes desde que asumió el cargo hasta que llamó a Netanyahu. Un plazo de tiempo inusualmente largo que no pasó desapercibido ni en Estados Unidos ni en Israel; Sin embargo, Washington insistió en que “no pasaba nada” puesto que Bibi fue el primer estadista de Oriente Medio contactado por el inquilino de la Casa Blanca.

El primer cambio concreto en la política norteamericana en la zona está relacionado con la pugna entre Irán, principal potencia chiita de Oriente Medio, y Arabia Saudita, baluarte del Islam sunita: la guerra en Yemen. 

A comienzos de febrero, Joe Biden anunció que retiraba el apoyo estadounidense a la intervención saudí en ese país . Conviene recordar que en 2015 los saudíes atacaron a las milicias chiítas hutíes por temor a una alianza entre estas y el régimen teocrático de Teherán. Riad considera que Yemen forma parte de su área exclusiva de intereses, por lo que los iraníes nada tienen que ver en esta región.  

Recordemos que la guerra en Yemen es una de las iniciativas del heredero de la Corona saudí, Muhammad bin Salman. Con el aval de su padre, el monarca saudita, el príncipe revolucionó la política de Riad, tanto interna como internacional. Impuso una línea de fuerza en el exterior, que los miembros de la Casa Real hubiesen preferido evitar; potenció una apertura sin precedentes en las relaciones con Israel, con el que existe una cooperación discreta para limitar la influencia de Irán en la zona y reconoció el derecho a existir del Estado Judío.  Asimismo, Muhammad bin Salman inició un amplio proceso de reformas económicas y sociales diseñado para modernizar su país, convirtiéndolo en una potencia del siglo XXI. 

Sin embargo, Bin Salman no se distanció de los métodos empleados por los regímenes autoritarios de la región: eliminó a sus rivales, obligó a los saudíes más adinerados a ceder partes importantes de su riqueza y encarceló a los activistas que apostaron ingenuamente por su ficticia política de liberalización. El mayor escándalo fue el relacionado con el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi, por parte de los esbirros de Bin Salman, un asesinato que el propio príncipe ordenó. Durante el mandato de Donald Trump, la Casa Blanca “toleró” su actuación. El heredero de la Corona saudí tenía contactos directos con el primer mandatario norteamericano, gracias a su amistad con el yerno de Trump, Jared Kushner. 

La administración Biden no parece dispuesta a asumir esta relación. Tras la publicación del voluminoso informe de la CIA que lo incrimina directamente en la muerte de Khashoggi, el príncipe apeló a las monarquías árabes del Golfo exigiendoles la adopción de una postura política común frente a… los Estados Unidos.

Por último, aunque no menos importante, es el descuidado o deliberadamente olvidado proceso de paz israelo-palestino, relegado a un segundo, cuando no, tercer plano por Trump, Kushner y, por supuesto, el obstruccionista Netanyahu.

El presidente Clinton, valedor de la iniciativa, no logró persuadir a israelíes y palestinos a llevar a la práctica los Acuerdos de Oslo. George W. Bush y los neoconservadores que lo rodeaban imaginaron que podían exportar la democracia a la región manu militari, pero solo lograron alentar el radicalismo musulmán, abonando el terreno para el surgimiento del Estado Islámico. Barack Obama presenció el período de las grandes transformaciones protagonizado por la mal llamada Primavera Árabe, que no modificó las relaciones entre las dos comunidades: israelí y palestina.

El acuerdo nuclear con Irán no sobrevivió a la era Trump, y la retirada de tropas de Irak quedó neutralizada por la inesperada aparición del Estado Islámico. En cuanto a la presidencia de Donald Trump se refiere,  su gran legado debería haber sido tan cacareado plan de paz (Acuerdo Abraham), que nació muerto. Sólo los ingenuos podrían haber imaginado que tenía alguna posibilidad de éxito, incluso si Trump se hubiera quedado otros cuatro años en la Casa Blanca.

La historia muestra que los cambios impuestos suelen acabar muy mal en Oriente, lo que no significa, sin embargo, que no deban ser alentadas y apoyadas las iniciativas que surgen naturalmente. Sin embargo, para que se produzcan nuevos cambios, es sumamente importante que la región se mantenga estable. Y aquí el papel de Estados Unidos puede ser sumamente importante, especialmente en este período en el que otros actores buscan ejercer una mayor influencia en la región. En estos momentos, cuatro potencias están contribuyendo a la inestabilidad en la zona. Se trata de Rusia, Turquía, Irán y Arabia Saudita.

Decididamente, el mundo ha cambiado, míster Biden. El mundo está cambiando…