sábado, 24 de octubre de 2020

Israel: de la diplomacia oculta al Acuerdo Abraham


 A comienzos de esta semana, los medios de comunicación israelíes facilitaron sorprendentes detalles sobre la diplomacia oculta del Estado judío. La información, procedente con toda probabilidad del Ministerio de Asuntos Exteriores, revelaba la existencia de representaciones diplomáticas encubiertas en dos países del Golfo Pérsico: Qatar y Bahréin. En ambos casos, las supuestas oficinas comerciales estaban dirigidas por funcionarios de alta categoría de la Cancillería israelí. Tras la reciente firma de los acuerdos de paz de con reino de Bahréin, las autoridades de Tel Aviv podían permitirse el lujo de levantar el velo del ocultamiento.

¡Once años de relaciones secretas con Bahréin! ¡Quién lo diría! Probablemente, aquellos que desconocen los rudimentos de la diplomacia secreta, práctica llevada a cabo por los países en conflicto, propensos a mantener contactos discretos o confidenciales con sus enemigos. De hecho, tanto el Kremlin como la Casa Blanca optaron por recurrir a este procedimiento durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Y después?

Teherán, noviembre de 1978. ¿Israel? Va usted a la embajada de Israel, ¿verdad?, pregunta el taxista. ¿Embajada de Israel? Efectivamente, la dirección que le había facilitado correspondía a la calle en la que se encontraba la inexistente embajada del inexistente Estado judío. Un secreto a voces para la SAVAK, la policía política del Sha, y sus innumerables confidentes, véase los taxistas.

La representación no oficial de Tel Aviv llevaba años funcionando en la capital iraní. Se encargaba supuestamente de asuntos agrícolas – sistemas de regadíos – y tecnológicos – ventas de armas al Ejército de Su Majestad Imperial. Sin embargo, el personal encargado de las relaciones externas pertenecía al cuerpo diplomático. Pocos periodistas extranjeros tuvieron ocasión de contactar con la discreta representación del Estado judío. Pero en aquellas fechas, durante los disturbios que precedieron a la caída del Sha, las visitas a la no embajada israelí se multiplicaron. Los informadores buscaban un enfoque diferente…

Tras la triunfal llegada al país del ayatolá Jomeini, los israelíes abandonaron precipitadamente Teherán. Unas semanas más tarde, el líder supremo de la revolución islámica entregaba el chalé-bunker de los asesores israelíes a… la OLP. La verdadera historia de aquellas enmarañadas relaciones aún no se ha escrito. Tiempo al tiempo…

Las revelaciones sobre los contactos diplomáticos recientes con el mundo árabe podrían deparar múltiples sorpresas. No, el modus operandi de las relaciones ocultas no ha cambiado: Israel sigue utilizando empresas tapadera, que emplean funcionarios públicos con doble nacionalidad. En el caso concreto de la oficina de Bahréin, pomposamente llamada Centro para el desarrollo internacional, el personal contratado se desplazaba por las capitales árabes con pasaportes sudafricanos, belgas, británicos o norteamericanos.  Oficialmente, ejercían la profesión de… consultores de empresas. Los contratos de asesoramiento en materia de tecnología médica, energías renovables, seguridad alimentaria o IT eran auténticos; se encargaban de su ejecución compañías israelíes.

Detalle interesante: la futura embajada del Estado judío en Manama ocupará los locales del Centro.

El patrocinador del plan embajadas, más conocido bajo el nombre de Acuerdo Abraham, es el actual inquilino de la Casa Blanca: Donald Trump, que logró neutralizar los planes de anexión de Cisjordania ideados por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ofreciéndole a cambio tratados de paz con sus archienemigos árabes. La extravagante manera de Trump de llevar la política exterior de Washington ha dado sus frutos: después de los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, Sudán ha mordido el anzuelo de Washington, anunciando a su vez su intención de poner fin al estado de beligerancia con Israel. A cambio de ello, el país que dio cobijo a Osama bin Laden entre 1991 y 1996 será eliminado esta semana de la lista negra de Estados patrocinadores del terrorismo elaborada por los Estados Unidos. ¿El precio? Además del reconocimiento de Israel, las autoridades de Jartum se comprometen a pagar la cantidad de 335 millones de dólares a las victimas estadounidenses del terrorismo islámico. Los sudaneses aceptaron el trato.

En la lista de candidatos a la normalización de relaciones con Tel Aviv figuran también Arabia Saudita, Marruecos, Omán y Qatar. Todos y cada uno de los gobernantes han puesto precio a su reconocimiento de la hasta ahora llamada entidad sionista (durante décadas, la palabra Israel ha sido vetada en el vocabulario oficial del mundo árabe).

Los saudíes, que apoyaron la valentía de los Emiratos Árabes Unidos y de autorizan la utilización de su espacio aéreo por aviones israelíes. Públicamente, la dinastía wahabita da prioridad a la reanudación de las consultas israelo-palestinas. Extraoficialmente, esperan la reelección de Trump para formular sus exigencias respecto del proceso de normalización.

Por su parte, el rey de Marruecos intentará vincular la normalización de las relaciones con Tel Aviv al reconocimiento estadounidense de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental.

El sultanato de Omán, que ha mantenido relaciones discretas con Israel desde la década de los 90, reanudará sus contactos si el inquilino de la Casa Blanca se lo exige. Pero aparentemente, el recién entronizado sultán prefiere no precipitarse.

Por último, Qatar, que tiene una estrecha relación de amor odio con Israel, debido en parte a su cooperación estratégica y financiera con el movimiento islámico Hamas de la Franja de Gaza, sería el último obstáculo que la Casa Blanca tendría que sortear. Es una apuesta difícil, puesto que Qatar sigue siendo uno de los baluartes de Irán en la zona. Su enemistad abierta con los regímenes de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin dificulta la negociación.

De todos modos, el problema clave se halla en el lado palestino. La Autoridad Nacional sigue condenando cualquier iniciativa árabe de normalización de los contactos con Israel. Extraoficialmente, el Gobierno de Ramallah confía en que la Administración Biden modifique el rumbo de la política exterior americana, dando un nuevo enfoque a la actuación de Washington en la región.

¿Y Europa? Subsiste el interrogante: ¿serán capaces los europeos de asumir el reto del Acuerdo Abraham? ¿Será necesario preservar las viejas y socorridas herramientas de la eficaz diplomacia oculta? El porvenir nos lo dirá.

lunes, 19 de octubre de 2020

Nagorno Karabaj: el cauto silencio de Irán

 

Resulta sumamente difícil explicar a un europeo, a un español, qué se siente al estar involucrado – directa o indirectamente – en un conflicto bélico. Y más difícil aún, si se ejerce esta noble profesión de periodista, de reportero, de testigo, de notario.

Hace unos años, al regresar a Madrid después de una prolongada estancia en Oriente, me tocó esclarecer las dudas de una joven compañera que, después de la presentación de un libro sobre conflictos bélicos (he presenciado unos cuantos) estaba empeñada a obtener una respuesta clara y contundente a su pregunta: A su juicio, ¿quiénes son los buenos y quiénes los malos? Le sorprendió mi respuesta: En las guerras, no hay buenos ni malos; sólo hay combatientes. Mi comentario no la satisfizo; no nos volvimos a encontrar.

Los buenos y los malos… Me acordé de aquella apreciación – poco simplista a mi juicio – durante las largas temporadas dedicadas a cubrir la información en distintos frentes: guerras, revoluciones, conflictos intercomunitarios. Y me ratifico: en las guerras no hay buenos ni malos: sólo combatientes y… muchos intereses. Una infinidad de intereses.

El conflicto de Nagorno Karabaj, una guerra hibrida iniciada en 1991, es un ejemplo palpable de conflicto sin buenos ni malos. Si bien ambas partes tienen razón – cada cual a su manera – las dos se equivocan a la hora de tratar de solucionar la disputa territorial mediante una confrontación armada. Sobre todo, teniendo en cuanta los intereses poco altruistas de los actores externos: Rusia, Estados Unidos, Turquía, Francia, nuestra querida Unión Europea. Los grandes han introducido en esta pugna otros componentes: zonas de influencia, petróleo, bases militares, suministro de armas, etc. Sin embargo, hoy por hoy, los grandes prefieren no mover ficha: nadie quiere atizar el fuego.

El único país de la región que optó por quedarse al margen del conflicto fue Irán. La republica islámica mantiene buenas relaciones tanto con las autoridades de Bakú como con las de Ereván.

Por muy extraño que ello parezca, los lazos con Armenia son más estrechos que las hasta ahora accidentadas relaciones con Azerbaiyán, país musulmán ¡y chiita! que salió de la orbita de la ex Unión Soviética para apostar por una alianza estratégica con… los Estados Unidos. Pésima decisión esta, para un vecino del país de los ayatolás.

Los vínculos entre Teherán y Ereván nada tienen de atípico. El Irán imperial, por no decir, el antiguo Imperio persa, contaba con una nutrida colonia armenia. En la última época del Sha, los armenios gozaban de un estatuto privilegiado. Tenían su propia universidad, medios de comunicación – televisión y prensa – colegios, representación parlamentaria. Muchos iraníes tardaron en asimilar el sorprendente éxodo masivo de sus compatriotas armenios. Con el paso del tiempo, acabaron comprendiendo el porqué del fenómeno migratorio.  

En las últimas décadas, la República islámica trató de potenciar los intercambios comerciales con Armenia. Irán exportaba gas natural y recibía a cambio energía eléctrica producida por la central nuclear armenia de Metsamor. Por si fuera poco, Irán abrió sus puertos a la exportación de productos armenios; una asociación privilegiada no cuestionada hasta ahora por los radicales islámicos.

Distinto es el caso de Azerbaiyán, que debía aparecer como aliado natural del régimen de los ayatolás. Y ello, por varias razones. En primer lugar, porque los azeríes representan el mayor grupo étnico residente en Irán. Sin embargo, las autoridades azeríes se han visto obligadas a desmantelar recientemente varios grupos de corte islamista potenciados por Teherán, cuestionar el estatuto jurídico de la minoría azerí del vecino Irán, exigir la celebración de consultas bilaterales sobre la delimitación de las aguas territoriales del Mar Caspio o minimizar el impacto de escaramuzas protagonizadas por las fuerzas armadas de los dos países.   

A los gobernantes de Bakú les ha molestado siempre que el discurso iraní a favor de la defensa de los musulmanes oprimidos alude siempre a Palestina, Cachemira o los rohinga, pero hace caso omiso de la cuestión de Nagorno Karabaj.

¿Simple pragmatismo del régimen de los ayatolás? Irán no puede considerarse ajeno a un conflicto que constituye una amenaza seria para su propia seguridad. Desde sus inicios, Teherán se ha preocupado por la posible presencia de tropas extranjeras o mercenarios al otro lado de su frontera, así como por la necesidad de proteger a las poblaciones adyacentes a ella. Aunque Irán haya reiterado, diez días después del inicio de los combates de Nagorno Karabaj, su neutralidad en el conflicto, la declaración del Gobierno islámico hace hincapié en la integridad territorial de Azerbaiyán, lo que representa una toma de posición de facto a favor de Bakú. Un reconocimiento implícito, que trata de reforzar la tesis de que en las guerras no hay buenos ni malos. Sólo hay intereses…


domingo, 18 de octubre de 2020

¿Qué hacer por los "pobres" palestinos?

 

He estado en Riad para asistir a la entronización del rey Fahd. Le pregunté al nuevo jefe de la diplomacia saudí que podríamos hacer para aliviar la suerte de los pobres palestinos. Su respuesta me perturbó. ¿Los pobres palestinos? Mire excelencia, lo mejor que podría pasar es que los judíos los eliminen a todos, que acaben definitivamente con ellos. Nos quitarían un gran peso de encima…

Sucedió en una capital árabe, en septiembre de 1982, durante la invasión israelí del Líbano, baluarte – en aquel entonces – de la resistencia palestina. Mi interlocutor, alto cargo de una prestigiosa organización internacional, parecía desconcertado. ¿Podrías explicarme por qué hablan así? En realidad, creo que son los mayores donantes de la OLP, los que llenan las arcas de Yasser Arafat…

Le respondí que justamente ese era el problema; los saudíes, al igual que otras monarquías del Golfo Pérsico, se habían hartado de financiar a la OLP, que el monto de los prestamos (a fondo perdido) no parecían muy rentables para los supuestamente incondicionales defensores de la causa palestina.

Han sido muchos miles de millones de dólares que han ido a parar a manos de la cúpula de Al Fatah.  Mucho más dinero del que los “hermanos” podían haber imaginado hace unas décadas, cuando se comprometieron con el proyecto liderado por Arafat, me comentaba en su ostentoso apartamento parisino un fino intelectual árabe, ferviente defensor de la causa palestina, que conservaba el gramo de lucidez necesario para reparar los errores de los dirigentes de la OLP.

Resultó difícil explicarle a mi interlocutor occidental la compleja problemática de las relaciones de amor – odio entre los guerrilleros de Al Fatah y los príncipes del oro negro del Golfo Pérsico, comanditarios de la resistencia nacional palestina. A escasos metros de nosotros se hallaba el inexpugnable bunker en el que la plana mayor de la OLP pasó sus últimas horas en la capital libanesa. No, los judíos no los exterminaron a todos; los líderes de la central palestina se trasladaron a Túnez. Volverían a pisar la tierra de sus antepasados unos años más tarde, tras la firma de los Acuerdos de Oslo. Una de las condiciones impuestas por la Casa Blanca para autorizar su retorno fue un autoritario: Negociad con Israel.

Cuatro décadas después, la historia se repite. Durante su reciente gira por las capitales del Oriente Medio, el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, aterrizó en Riad con la firme convicción de poder sumar al reino wahabita a la lista de países dispuestos a hacer las paces con el Estado judío. En realdad, los tácitos acuerdos de cooperación entre Riad y Tel Aviv datan de finales del siglo pasado. Los saudíes prefieren guardar un cauteloso silencio a la hora de mencionar los lazos con la llamada entidad sionista; los israelíes, por su parte, han aprendido a abordar el tema con suma discreción y prudencia.

Pompeo se entrevistó en Riad con el príncipe heredero, Mohamed Bin Salman, y con el titular de Asuntos Exteriores, Faisal Ben Ferhne. Oficialmente, el tema de la normalización de las relaciones con Israel no figuraba en el orden del día de las reuniones. Sin embargo…

El jefe de la diplomacia estadounidense recibió una respuesta clara de otro de los pilares de la Casa Real, el príncipe Bandar Bin Sultan, exembajador del reino wahabita en Washington, cabeza visible de la corriente más proamericana de la familia real. Bandar aprovechó sus comparecencias en la cadena de televisión Al Arabiye para afirmar rotundamente que había llegado el momento de que los saudíes se preocupen más por sus problemas domésticos que por la cuestión palestina. Argumentó que las críticas formuladas por la Autoridad Nacional Palestina por la firma de los acuerdos de paz entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos o Israel y Bahréin se sumaban a los ataques de los presuntos enemigos de la nación árabe:  Irán y Turquía. También recordó la traición de Arafat durante la guerra de Golfo, cuando el rais palestino tomó partido por el despreciable Saddam Hussein. En resumidas cuentas, la perorata del príncipe podría resumirse en pocas palabras: los palestinos no son de fiar. ¡Qué negocien su futuro con Israel! Una recomendación ésta muy parecida a los ucases de la Casa Blanca o las aparentemente amables recomendaciones de la diplomacia europea, que prefiere desentenderse de la pugna entre el amigo Abu Mazen y el rival Netanyahu. De hecho, el lenguaje empleado por Bruselas resulta muy ambivalente. Lejos quedan los tiempos cuando la UE estaba empeñada a jugar afondo su carta mediterránea. En su última conversación con el presidente Abu Mazen, el alto representante de La UE para política exterior, Josep Borrell, advirtió que los palestinos no recibirán más financiación comunitaria si se niegan a aceptar las transferencias de aranceles recaudados por las autoridades de Tel Aviv. Se trata de unos 630 millones de euros, correspondientes a los derechos de aduana de productos palestinos, fiscalizados ilegalmente por Israel.

Huelga decir que tanto al inquilino de la Casa Blanca como a los eurócratas les molestó la decisión de la Autoridad Nacional Palestina de romper, tras la firma de los acuerdos con los Emiratos Árabes, los lazos con Israel, renunciando a la cooperación en materia económica, comercial y…de seguridad con Tel Aviv. La espantada molestó mucho más al actual inquilino de la Casa Blanca que a su aliado Netanyahu, partidario de congelar las relaciones con los palestinos. Sin embargo, Donald Trump, que se enorgullece por la puesta en marcha de su Proyecto de Paz Abraham, necesita la aceptación unánime e incontestable del mal llamado Acuerdo del Siglo.

Pero la verdad es que esta paz se negoció sin los palestinos; haciendo caso omiso de su existencia. Más aún; Benjamín Netanyahu presume de haber neutralizado los Acuerdos de Oslo, vaciándolos por completo de contenido. ¿Una victoria para el líder del Likud? Cierto es que algunas de las cláusulas de los acuerdos entre Israel y los países petroleros del Golfo aluden vagamente al proceso de paz israelí palestino. Al comentarlos durante la ultima reunión del Gabinete, el primer ministro manifestó que una amplia reconciliación entre Israel y el mundo árabe conducirá al avance de una paz realista con los palestinos. También es cierto que los tratados con Egipto y Jordania subrayan el compromiso de las partes de trabajar conjuntamente para lograr una solución negociada al conflicto intercomunitario, que cumpla con las legítimas exigencias y aspiraciones de ambos pueblos. En los últimos acuerdos con los Estados del Golfo, esta alusión brilla por su ausencia.

Los palestinos, que se autoexcluyeron del Acuerdo del Siglo de Trump, descubren su arrinconamiento. Me viene a la mente la pregunta formulada hace cuatro décadas por el alto cargo del sistema de las Naciones Unidas: ¿Qué podríamos hacer para aliviar la suerte de los pobres palestinos? 

lunes, 12 de octubre de 2020

Cercar a Rusia

 

Rusia está trayendo nuevos aliados al Mar Negro. Buques de guerra egipcios participarán en maniobras navales conjuntas en la región. La noticia, divulgada hace apenas unos días por el Departamento de Información de la Flota Rusa del Mar Negro, causó cierta preocupación tanto en los círculos atlantistas de Bruselas como en las Cancillerías de algunos países ribereños miembros de la Alianza Atlántica. ¿Qué hacen aquí – en el Mar Negro – los aliados de Rusia? Extraña pregunta, teniendo en cuenta que el cuartel general de la Armada rusa se encuentra en Sebastopol, en la península de Crimea. 

Un escueto comunicado del servicio de prensa de la marina rusa despejó la incógnita: navíos de guerra egipcios participarán, junto con los rusos, en las maniobras navales Friendship Bridge 2020 (Puente de la amistad), que se celebrarán en el Mar Negro. Las embarcaciones, que contarán con el apoyo de la Fuerza Aérea rusa, realizarán lanzamientos de misiles, tiros de artillería, ejercicios de rescate, desembarco de tropas y reabastecimiento de navíos, búsqueda y localización de barcos enemigos. En resumidas cuentas, seguirán un guion muy parecido, casi idéntico, al de los ejercicios navales organizados habitualmente por Turquía – miembro de la OTAN - con la participación de sus aliados: Estados Unidos, Inglaterra, Francia. Pero en el caso de Rusia, se trata de una inquietante novedad.   

Cierto es que los barcos de la Alianza Atlántica llevan años surcando en estas aguas. A veces, su presencia resulta demasiado inoportuna; en principio, el Convenio de Montreux de 1936 limita el acceso de barcos de guerra pertenecientes a países no ribereños en la zona. Sin embargo, durante las maniobras Cáucaso 2020, celebradas el pasado mes de septiembre en el sureste de la Federación rusa, la OTAN había movilizado un destructor y un navío para el desembarco de tropas de la Armada estadunidense, así como un barco francés de transmisiones marítimas, encargado de supervisar las comunicaciones radiofónicas de la región. En este caso, no se trataba de una primicia; las tropas estadounidenses, acompañadas por aliados de la OTAN participan, desde hace años, en maniobras conjuntas con el ejército de Georgia, antigua república soviética que solicitó su ingreso en la Alianza Atlántica después de la guerra de Osetia de 2008. Sin embargo, los estrategas occidentales estiman que la perspectiva de un nuevo enfrentamiento entre Tiblisi y Moscú desaconseja, por ahora, la integración del país caucásico en la OTAN. Los riesgos de un conflicto abierto con Rusia serían demasiado elevados.  

Otros países del universo postsoviético situados en los confines occidentales de la Federación rusa – Ucrania y la República Moldova – reciben periódicamente la visita de brigadas motorizadas estadounidenses. Las autoridades de Kiev desean apurar su adhesión a la Alianza, confiando en el hipotético blindaje de Occidente en un enfrentamiento con Rusia. Hoy por hoy, la OTAN prefiere no desoír las reiteradas advertencias de Moscú. Ucrania es, qué duda cabe, un manjar muy sabroso, pero ya se sabe: la avaricia…

Distinto es el caso de la República Moldova, donde los peones del Kremlin controlan las instituciones. Moldova adhirió a la Asociación para la Paz de la OTAN, pero la mayor parte de las decisiones estratégicas siguen tomándose en… Moscú. Los intentos de reunificación con Rumanía – uno de los baluartes del atlantismo en el Este europeo – fracasaron. Si bien los rumanos no dan por perdido en proyecto, son conscientes de la dificultad de superar los obstáculos impuestos por el Kremlin.

En resumidas cuentas: con una Bielorrusia que sigue en la órbita de Moscú y una Moldova sometida a los ukases de la clase dirigente rusa, el cerco a la Madre Rusia ideado hace más de dos décadas por los politólogos de Yale no parece, hoy por hoy, materializable.

Después de la desintegración de la Unión Soviética, el cabio de rumbo de los países de Europa oriental y el inevitable desmantelamiento del Pacto de Varsovia, al Kremlin sólo le quedan cinco aliados: Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán y Turkmenistán, integrados, eso sí, en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO), la versión rusa de la OTAN. La organización pretende defender la política euroasiática de Putin, una original variante geoestratégica elaborada por la derecha nacionalista.

¿Los aliados de Moscú? En Bielorrusia soplan vientos de cambio, Armenia ha sido arrastrada, por obra y gracia de Ankara, en el conflicto con Azerbaiyán por el enclave de Nagorno Karabaj, Kirguistán tiene que hacer frente a una oleada de disturbios callejeros.  Los problemas de inestabilidad de los vecinos repercuten seriamente en la política del Kremlin.

Sin embargo, portavoz oficial de Vladimir Putin, Dimtri Peskov, trata de minimizar el alcance de los conflictos. ¿Hablar de un cerco a Rusia? ¡Eso parece absurdo! Existe un potencial de conflicto que se concentra alrededor de nuestras fronteras, pero la inestabilidad es un fenómeno generalizado, afirma Pleskov, recordando los problemas de Europa occidental después del Brexit, las protestas contra la discriminación racial en los Estados Unidos, la rebelión de Turquía contra sus aliados de la OTAN, la interminable batalla contra el coronavirus.  

¿Perspectivas? Es cierto que los repuntes pueden degenerar en una guerra mundial, el establecimiento de un nuevo orden planetario o… limitarse a pequeños terremotos, que permitirán reducir las tensiones y aliviar la situación. Pero por favor, no se les ocurra hablar del cerco a Rusia.  

¿Tan lejos queda el recuerdo del Pacto Molotov – Ribbentrop?


lunes, 5 de octubre de 2020

Al Aqsa – el próximo envite del sultán

 

Cantar loas a Masjid Al Aqsa, la mezquita más lejana del Islam primitivo, es una práctica común en el mundo islámico. Invocar la ansiada reconquista de este lugar de culto sagrado para los musulmanes forma parte del vocabulario moderno de los políticos y los doctores de la fe islámica. La primera exhortación para la liberación del Monte del Templo, para que la bandera verde del Islam vuelva a ondear sobre la cúpula de Al Aqsa, la oí allá por los años 70 del pasado siglo en Teherán, durante los últimos meses del reinado del Sha de Persia. El emperador tenía los días contados. En los anexos del Ministerio de Información, mejor dicho, en las oficinas de la inflexible Censura, los enviados especiales de los medios de comunicación extranjeros se deleitaban escuchando los mensajes del proscrito ayatolá Jomeini. Los funcionarios de la administración imperial nos facilitaron graciosamente traducciones a varios idiomas occidentales. Tenéis suerte; son fidedignas, me comentó con una sonrisa irónica uno de los cabecillas de la aún insignificante oposición al régimen.

¿La bandera verde del Islam en Jerusalén? ¿Qué le pasa a nuestro ayatolá?, preguntó aquella noche una famosa pintora iraní, ardiente musulmana, acostumbrada con glamurosos los eventos culturales de París, Londres o Los Ángeles. Me confesó, no obstante, que la idea le parecía más bien apetecible, pero… No hay que olvidarse; estamos hablando de Israel. Con el paso del tiempo, comprendí que los vaticinios de Jomeini podrían materializarse. Hoy en día, los peones de la República Islámica – y no meros predicadores, sino curtidos guerrilleros - se encuentran en Siria, Líbano o la Franja de Gaza. Su objetivo sigue siendo el mismo: colocar los símbolos del Islam en la cúpula dorada de la mezquita de Al Aqsa.

Poco sorprendentes resultaron, pues, las declaraciones formuladas el pasado fin de semana por el presidente turco, Tayyip Recep Erdogan, quien reclamó Jerusalén, el noble santuario del mundo musulmán, como herencia del brillante pasado imperial de los sultanes de Constantinopla. En esta ciudad, que tuvimos que abandonar llorando durante la Primera Guerra Mundial, todavía es posible encontrar rastros de la resistencia otomana. Así que… Jerusalén es nuestra, una ciudad nuestra manifestó el dignatario turco ante la Asamblea Nacional, las altas instancia de la Defensa, los representantes de la cultura y los enardecidos miembros agrupaciones islámicas turcas. El mensaje de Erdogan recuerda, curiosamente, las palabras de Jomeini. Los tiempos han cambiado, pero la reclamación del estadista turco, partidario de la restauración de la descomunal zona de influencia del desaparecido Imperio Otomano y la incitación a la yihad del anciano ayatolá son, en definitiva, dos mensajes convergentes.

Reconquistar Jerusalén. Hoy por hoy, parece disparatado imaginar un conflicto armado entre Turquía, país miembro de la OTAN y aliado (?) de Washington y el Estado judío, el portaaviones norteamericano en el Mediterráneo. Defender et tercer lugar santo del Islam – Al Aqsa - los Santos Lugares de Jerusalén y la causa del pueblo palestino, que Erdogan apoya firmemente, no requiere forzosamente el recurso a la violencia. El presidente turco encontrará otras vías para ejercer presiones sobre los mandatarios de Tel Aviv. Pero recuerdo las palabras de mi amiga persa: estamos hablando de Israel…

 Queda otra incógnita: en la ceremonia para la reislamización de la basílica de Santa Sofia, el presidente turco aludió al legado musulmán de Jerusalén – Al Aqsa – y… Al Ándalus (¡Córdoba!)  ¿Qué harán las autoridades españolas, tan propensas a mantener el obsoleto Diálogo de Civilizaciones (hispano-turco) concebido en su momento por José Luis Rodríguez Zapatero?   

Personalmente, confieso que me da pavor contestar. Me limito, pues, a dejarles la pregunta.


sábado, 3 de octubre de 2020

Nagorno Karabaj - una herida que no cierra

 

Los tanques recorrían las principales arterias de Tiflis, la capital de Georgia. La bandera de los Estados Unidos ondeaba encima del primer Abrams. No, no se trataba de una película de guerra rodada en los estudios de Hollywood; esos uniformados no eran actores. Como todos los años en estas fechas, los militares americanos, británicos y holandeses celebraban su participación en las maniobras conjuntas con el ejercito georgiano; una excelente ocasión para los habitantes de Tiflis de organizar manifestaciones de protesta contra la presencia rusa en las antiguas repúblicas soviéticas del Cáucaso.

Sucedió este verano, el 27 de agosto. A 224 kilómetros al sur de Tiflis, en la base militar de Guiumri, en la republica de Armenia, los soldados rusos se dedicaban al mantenimiento de sus carros de combate. ¿El enemigo? Aparentemente, nadie hablaba de enemigos. Los americanos estaban en Georgia, los turcos, en Azerbaiyán, los iraníes, a escasos kilómetros de los confines armenios. Pero a nadie se le ocurría pronunciar la palabra “enemigo” y menos aún, “guerra”.  Sin embargo…

El conflicto estalló un mes más tarde, el 27 de septiembre, cuando la avanzadilla de las tropas azeríes lanzó un primer ataque contra las instalaciones armenias de Nagorno Karabaj, el enclave que se había convertido en la manzana de la discordia en el conflicto entre las dos exrepúblicas soviéticas: Azerbaiyán y Armenia. Si bien la región forma parte oficialmente del territorio de Azerbaiyán, la nutrida población armenia que lo habita reclama sus derechos cívicos y, por qué no, la adhesión a la vecina República de Armenia. Otro conflicto territorial descuidado por la Rusia de los zares y… de Putin, convertido en foco de tensión por la intransigencia de las comunidades religiosas. Azerbaiyán es un país musulmán, mientras que Armenia se enorgullece de ser el único baluarte cristiano en la región. Los roces vienen de muy antiguo, aunque hay que reconocer que el imperio otomano llevaba una hábil política de tolerancia religiosa, que se desvaneció a comienzos del siglo pasado, durante el gobierno de los jóvenes turcos.

Los zares protegieron siempre a los armenios, sus aliados cristianos sometidos al poder de los sultanes. La alianza no acababa de gustar a los dignatarios de la Sublime Puerta, poco propensos a aceptar las injerencias de la archienemiga Rusia en las políticas del imperio otomano. Tal vez por ello, los gobernantes de ambos imperios optaran por dejar en suspense la cuestión de las etnias caucásicas. El régimen soviético y el nuevo estado turco de Mustafá Kemal tampoco hallaron una solución al conflicto intercomunitario.

El 27 de septiembre, tras el inicio de la ofensiva de Nagorno Karabaj, tanto Rusia como las capitales europeas se encontraron con un déjà vu, con una repetición del enfrentamiento armado de 1988 – 1994, una guerra sin vencedores ni vencidos, que no satisfizo los deseos de los políticos de Bakú y Ereván. Un conflicto que facilitó, eso sí, la presencia de efectivos militares rusos en Armenia y, de paso, el acercamiento de los países miembros de la Alianza Atlántica – Estados Unidos, Inglaterra, Francia – a la región. El desfile de Tiflis es una muestra de ello.

El sistema de vigilancia y previsión de conflictos creado por la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), una especie de mini-pacto de Varsovia o, mejor dicho, una organización político-militar creada por Rusia, que congrega a los últimos aliados estratégicos  del Kremlin en la zona - Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, y Tayikistán – no ha logrado formular propuestas de alto el fuego convincentes. Ante el interrogante: ¿tomará en Kremlin cartas en este asunto?, las cancillerías occidentales se vieron obligadas a elaborar su propia estrategia. Con razón: los servicios de inteligencia de la OTAN apuestan de antemano por la victoria de Armenia sobre Azerbaiyán, es decir, de Rusia sobre Turquía – aliada y valedora de los azeríes – e Irán, el convidado de piedra que mueve los hilos del conflicto entre bastidores.

¿Se enfrentará Putin a sus principales aliados musulmanes – Turquía e Irán? Los estrategas occidentales descartan esta opción. En realidad, la mayoría de las potencias extrarregionales tienen mucho que perder en este combate.  

Para empezar, Rusia. Si bien el Kremlin no parece dispuesto a renunciar a la tradicional alianza con los armenios, la Federación rusa sigue siendo uno de los mayores suministradores de armas destinadas al ejército azerí. Es una opción irrenunciable impuesta por la política euroasiática de Putin. De donde la necesidad de mantener los lazos con Bakú.  Pero hay más; mucho más.

Azerbaiyán suministra el gas natural del Turkish Stream, el gasoducto ruso destinado a abastecer a los países de Europa meridional y central:  Bulgaria, Rumanía, Serbia, Hungría y Austria.  Antes de llegar al Mar Negro, la tubería atraviesa… Armenia.

Otro proyecto energético que involucra a Azerbaiyán es el gasoducto del Cáucaso Sur, en el que participan empresas británicas, noruegas, francesas, italianas, griegas y japoneses. Sin bien el punto de partida es Shajdeniz, un yacimiento situado a 40 kilómetros al norte de Bakú, y la meta, el puerto (también) turco de Ceyhan, las instalaciones del Cáucaso Sur transitan por… Georgia.

¿Pura casualidad? No, en absoluto. El mapa energético de Asia Menor no puede modificarse. Es una de las razones que incitan a Occidente a tomar cartas en el conflicto interétnico, reclamando la solución negociada del enfrentamiento que, según los estrategas, podría desembocar en una guerra generalizada.

Ankara y Moscú, que apoyan bandos distintos en el Cáucaso, también tienen puntos de vista opuestos en los conflictos de Siria y Libia. Conocida es la animadversión de los turcos por los armenios, que se traduce por el incondicional apoyo a los turcomanos de Azerbaiyán. 

Aunque las perspectivas de una solución pacífica del conflicto parecen más bien sombrías – tanto los armenios como los azeríes insisten en imponer su punto de vista en el campo de batalla - una posible mediación de Rusia, Estados Unidos, Francia, Alemania y Turquía podría persuadir a las partes para renunciar a la violencia.  Es lo que desean en estos momentos el Kremlin, la Casa Blanca y sus respectivos aliados, principales beneficiarios de las exportaciones de gas azerí.

Los mediadores podrían redactar un documento sobre la devolución simbólica – total o parcial – de las propiedades de los armenios de Nagorno Karabaj a los azeríes a cambio de un compromiso formal de renuncia a la violencia, algo difícilmente imaginable en las actuales circunstancias.

 No cabe la menor duda de que el conflicto del Cáucaso presenta muchas similitudes con los desequilibrios poblacionales registrados en la Europa de comienzos del siglo pasado, un autentico rompecabezas que la Sociedad de las Naciones fue incapaz de armar. Los viejos conflictos – los Balcanes, Europa central, los mares Egeo y Mediterráneo – siguen vigentes y nos recuerdan la ineficacia de los diplomáticos del Viejo Continente.

Malos augurios, pues, para la ya de por sí convulsa región caucásica.