viernes, 17 de septiembre de 2010

Turquía: ¿entre Europa y la “república islámica”?


El Primer Ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, logró un sólido apoyo popular para el proyecto de reformas aprobado en consulta popular el pasado fin de semana. El efecto, el 58 por ciento de los votantes se pronunció a favor de los cambios constitucionales sugeridos por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), agrupación político-religiosa cuyo programa de gobierno hecho público antes de las elecciones generales de 2002 propugna la “remusulmanización de Turquía y la islamización de la diáspora residente en Occidente”. Curiosamente, los detractores de la opción ideológica defendida por Erdogan no escatiman esfuerzos para denunciar, véase condenar, la llamada “agenda oculta” de los islamistas turcos, dispuestos, según ellos, a convertir el país en… ¡una república islámica! Pero los partidarios del AKP insisten: “no hay conjura ni proyecto secreto; el programa de gobierno es transparente”.
Conviene recordar que el país otomano, eterno candidato al ingreso en la Unión Europea (uno de los más antiguos, por cierto, ya que los gobernantes de Ankara iniciaron las maniobras de acercamiento a las instituciones de Bruselas en… 1964) cuenta con un sinfín de detractores en el seno de la clase política europea. Si para el establishment de centro-derecha (conservadores, liberales, democristianos) la adhesión de Turquía no es deseable, por tratarse de un país… ¡musulmán! con una población de más de 70 millones, los partidos de izquierdas (socialdemócratas, socialistas, ecologistas, comunistas) alegan que los turcos siguen sin cumplir los requisitos básicos de las democracias occidentales: respeto de los derechos humanos, reconocimiento de la identidad de las minorías étnicas (léase, la poco minoritaria minoría kurda, que aglutina a 15 millones de personas). Los indecisos, que también los hay, se limitan a afirmar rotundamente “¿Turcos en la Unión Europea? ¡Jamás!”. Es una reacción visceral; los indecisos son incapaces de formular una respuesta coherente. Y es que en este caso concreto, los indecisos parecen muy… decididos.
Entre los 26 cambios constitucionales aprobados el pasado fin de semana destacan: la protección legal de los niños, huérfanos y viudas, la ampliación de los derechos laborales y sindicales de los funcionarios públicos, la modificación de las estructuras del Tribunal Constitucional y el Superior del Poder Judicial, la abrogación de la normativa legal que garantizaba la inmunidad de los militares artífices del golpe de Estado de 1980, la autoridad de los tribunales civiles a la hora de juzgar delitos perpetrados por miembros de las Fuerzas Armadas, etc.
Aunque la mayoría de los cambios van en “la buena dirección” (Bruselas dixit), algunos analistas estiman que el conjunto de medidas propuestas por el actual Gabinete de corte islámico puede interpretarse como un duro golpe contra las estructuras kemalistas de la República Turca, un intento de acabar con el sistema introducido por Kemal Atatürk en 1923 y con las correspondientes “válvulas de escape” que garantizan las estructuras laicas del Estado. Pero de ahí hasta resucitar el fantasma de la “república islámica” hay un verdadero abismo.
En los últimos años, el autor de estas líneas ha tenido ocasión de entrevistar a numerosos personajes públicos del país otomano, de contrastar sus pareceres respecto a este “Estado dentro del Estado” que es, para algunos, la cúpula castrense turca. “Hay que conseguir que los militares accedan en compartir en poder con los civiles”, confesaba un alto cargo del Ministerio de Asuntos Exteriores turco encargado de las negociaciones con Bruselas. “Por favor, que los europeos no toquen a nuestras Fuerzas Armadas. Hoy por hoy, los militares son el único estamento organizado, disciplinado, coherente, capaz de llevar a cabo una política basada en los intereses de Estado”, afirmaba el director de uno de los más prestigiosos centros de estudios sociales, un politólogo formado en las universidades occidentales. Opiniones para todos los gustos...
La victoria de Erdogan, aplaudida en Bruselas, ha polarizado a la sociedad turca. Mientras la mitad de la población estima que Turquía conserva la voluntad y la esperanza de lograr su meta: el ansiado ingreso en el concierto de las democracias occidentales, la otra mitad teme que los cambios de hoy podrían abrir la vía a otras reformas, menos amables, vinculadas a la “agenda oculta” de los islamistas del AKP. Mientras, los detractores del sueño europeo de los 72 millones de otomanos, prefieren concederle a Erdogan el… ¡beneficio de la duda! Los comentarios sobran.