domingo, 23 de mayo de 2021

Israel - Palestina: una tregua no hace la paz


Belén, enero de 1988. Aquella tarde, la Plaza del Pesebre estaba abarrotada de vehículos militares. Soldados israelíes vigilaban los pórticos de la basílica de la Natividad, cerrados a cal y canto.

¿Desembarque militar? Pregunté, incapaz de disimular mi preocupación. Medidas de seguridad, contestó Rober, mi acompañante palestino, un cristiano nacido en El Salvador, quien regresó a la tierra de sus antepasados a finales de la década de los 60. Su familia regentaba un comercio de objetos religiosos. Somos ecuménicos. Tenemos género para cristianos, musulmanes y judíos. Belén es una especie de Torre de Babel. Antes era una ciudad cristiana; hoy en día, nuestros hermanos musulmanes representan más de la mitad de la población. Vivimos en paz. El único problema…

¿Los soldados? Pregunté.

No, los soldados nos preocupan menos que algunos grupúsculos islámicos; los radicales creados y potenciados por Israel. Los judíos quieren contrarrestar el peso de Al Fatah. Pero la idea de dar alas al radicalismo islámico nos parece un disparate. Algún día pagarán por ello…

Hamas, el Movimiento de Resistencia Islámica, se convirtió en un elemento distorsionante en la década de los 90, tras el regreso de la plana mayor de la OLP de su exilio tunecino. Tel Aviv no lograba controlar a los líderes islamistas de Gaza y Cisjordania. Los frecuentes enfrentamientos entre islamistas y laicos pertenecientes a las estructuras lideradas por Yasser Arafat, se convirtieron en un quebradero de cabeza para el establishment hebreo. Hamas se había convertido en un arma de doble filo.

Relegado a la Franja de Gaza, el movimiento de resistencia lanzó sus primeros ataques contra Israel a partir de 1994, al término de la primera intifada. Los islamistas se decantaron por los atentados suicidas, método empleado por otros grupúsculos radicales del mundo árabe.

Las incursiones terrestres del ejército israelí en Gaza de 2009 y 2014 se saldaron con miles de víctimas y una devastación masiva de edificios e infraestructuras civiles.

Mayo de 2021. Aislado por la Autoridad Nacional Palestina, ninguneado por Israel, Hamas aprovecha la celebración del Día de Jerusalén - una fiesta nacional judía –– para lanzar un sorpresivo ataque contra la Ciudad Tres Veces Santa. El nombre del operativo Saif al Quds – Espada de Jerusalén, irá asociado a la contrarréplica israelí Shomer Hahomot – Guardián de las Murallas. La avalancha de misiles disparados por Hamas – alrededor de 3.000 – fue contrarrestada por el dispositivo de defensa Cúpula de Hierro, que logró neutralizar un 90 por ciento de los disparos. Ello explica el desigual número de bajas: 232 víctimas palestinas frente a 12 víctimas israelíes.

La respuesta de Washington tardó en materializarse. El presidente Biden utilizó la expresión alto el fuego una semana después del inicio de los combates. Cierto es que Biden telefoneó ocho veces al líder del Likud, Benjamín Netanyahu, quien le aseguró que aún quedaba tarea por terminar. Pocas horas antes de anunciarse la tregua, el Secretario de Estado Antony Blinken lanzó la advertencia: el apoyo de Washington al operativo bélico no puede ser indefinido.

Para Yair Lapid, el político centrista encargado de formar el nuevo Gobierno israelí, la operación militar fue un éxito; el fracaso debe atribuirse a la clase política. Por su parte, los viejos generales israelíes estiman que, en caso de una intervención terrestre, podía haberse asestado un golpe más contundente a Hamas.

El veterano diplomático americano Dennis Ross, excelente conocedor de la región, estima por su parte que el alto el fuego no será duradero, puesto que Hamas aún cuenta con arsenales de misiles.

Finalmente, los analistas consideran que el proceso de normalización de las relaciones entre Israel y los países árabes del Golfo Pérsico – Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos – podría quedar estancado. Los partidarios de la apertura con Tel Aviv tendrán que ser más cautelosos. La mecha encendida por el último operativo bélico podría provocar un nuevo incendio en el mundo árabe musulmán.

La tregua no implica el final del enfrentamiento intercomunitario; el problema subsiste. Para algunos, su nombre es Palestina; para otros, es Eretz Israel.  


jueves, 20 de mayo de 2021

Priviet, Hamilton

 

A quienes desconocen los rudimentos de la lengua rusa o, pura y simplemente, prefieren no molestarse en consultar un diccionario, sea este un engendro de Microsoft, de Google o, con un poco de suerte, un viejo libro guardado en la biblioteca de un ex estudiante anarquista, la traducción de este estrambótico titular sería Hola Hamilton o Hamilton, se te saluda.


A la pregunta – muy licita, por cierto - ¿Qué tiene que ver Hamilton con la lengua rusa? la respuesta sería: ¿Qué hace una patrullera de la Guardia Costera estadounidense en las aguas del Mar Negro, a escasas millas de las aguas territoriales de Rusia, Ucrania o Georgia? Es lo que sucedió hace un par semanas, cuando la embarcación estadounidense cruzó el Bósforo, acompañando al crucero de la Armada norteamericana Donald Cook. Su misión: colaborar con los aliados de la OTAN en la región. Un poco lejos, eso sí, de las aguas territoriales de los Estados Unidos, o tal vez demasiado cerca de las instalaciones navales de Rusia, archienemiga de Washington – Joe Biden dixit - que reclama el control del Mar Negro.


Curiosamente, desde la guerra de Crimea (1853 – 1856), nadie dudó de la supremacía política y naval rusa en la región. Para la mayoría de los países ribereños, el Mar Negro se había convertido en un lago ruso. Antes había sido un lago otomano, un lago griego… Cuando el sultán de Constantinopla ordenó la anexión de la península de Crimea, se encontró con un territorio poblado por colonos griegos, asentados en tierras controladas por el Imperio romano de Oriente.


En la cumbre de la OTAN celebrada en 2016, el imperator Trump decidió que el Mar Negro debía pertenecer, al igual que el Báltico, a la nueva potencia mundial: los Estados Unidos. Tras la desaparición del Pacto de Varsovia, la protección de las nuevas conquistas incumbía a la… Alianza Atlántica. Los feudos de Europa septentrional serían defendidos por Polonia y sus vecinos ex soviéticos, Letonia, Estonia y Lituania; de la vigilancia del Mar Negro se encargarían Turquía, Bulgaria y Rumanía, aliados incondicionales de Occidente en la zona.


¿Aliados incondicionales? Bulgaria fue el primer país de la región en manifestar su disconformidad con los proyectos atlantistas de la Administración estadounidense. Apelando a su tradición y vocación paneslavista, Sofia se negó a participar en operativos bélicos dirigidos contra los hermanos rusos. Obviamente, la OTAN debía contemplar un… cambio de Gobierno en la rebelde Bulgaria.


Quedaban en liza Turquía y Rumanía. Sin embargo, la intentona golpista de 2016, que pretendía eliminar al presidente Erdogan, cambió el rumbo de la política de Ankara. El nuevo sultán inició un acercamiento estratégico a Rusia, vecino molesto de Turquía y enemigo de Occidente, con el cual convenía hacer las paces entre… dos conflictos.


La inesperada amistad entre Erdogan y Putín se convirtió en el quebradero de cabeza de la Casa Blanca y la OTAN. Ankara atesoraba demasiados secretos de la Alianza. Secretos y arsenales nucleares. El sultán supo utilizar a fondo esas bazas.


Rumanía, último aliado de Occidente en el Mar Negro, aprovechó al máximo esta situación privilegiada. ¿Por qué rechazar la presencia de cazas de la OTAN dispuestos a realizar vuelos de vigilancia en la región, la instalación de sofisticados sistemas electrónicos, el constante incremento de tropas desplazadas desde Alemania? En comparación con sus vecinos búlgaros, los rumanos sí son rusófobos. Pero su estado de ánimo no basta para solucionar el problema del lago ruso. Otros países ribereños, Georgia, Ucrania y la República Moldova, podrían sumarse próximamente a la lista de aliados incondicionales de la Alianza Atlántica.


Cuando la patrullera Hamilton cruzó el Bósforo, el crucero Moskva (Moscú) buque insignia de la Flota Rusa, abandonó su puerto de amarre para acercarse, con sus misiles de última generación y los sofisticados sistemas de vigilancia electrónica, a las embarcaciones de la OTAN dispuestas a competir por el control del lago ruso.  No cabe la menor duda de que el Moskva no traía el amistoso mensaje: Priviet Hamilton. Pero la historia de este encuentro aún no se ha escrito.

 

Los protectorados de la OTAN

 

El que esto escribe recuerda que allá, por los años 90, un colaborador de Samuel Huntington, el autor del Choque de civilizaciones, nos aseguraba pomposamente que aún quedaban por definir los confines de Europa. Un argumento un tanto extravagante, proviniendo de un extraeuropeo. Sin embargo, no muy lejos del codiciado Mar Negro, en la siempre convulsa región de los Balcanes, asistimos a la representación de otra obra inspirada en el ideario de quienes pretenden redefinir las fronteras de Europa.


Durante la guerra de los Balcanes, la República Federativa Yugoslavia acabó dividiéndose en varios Estados, que reclamaron y lograron – merced a la generosidad de sus padrinos occidentales - su independencia.  Mas a los antiguos Estados – principados o repúblicas – se sumó un neonato: Kosovo, antigua provincia autónoma de Serbia, reconocida como Estado soberano por 90 de los 193 miembros de las Naciones Unidas, pero que plantea serios dilemas a los países comunitarios obligados a afrontar la cuestión de las minorías: España, Bélgica, Rumanía, etc. Decididamente, los confines de Europa aún quedan por definir.


A finales del mes de abril, el ministro alemán de asuntos exteriores, Heiko Maas, reveló la existencia de un extraño documento que circula en los despachos de la Comisión Europea. Se trata de una propuesta de modificación de las fronteras de los Balcanes Occidentales por razones étnicas y la creación de nuevos Estados: la Gran Serbia, la Gran Croacia y la Gran Albania, entidades geográficas diseñadas expresamente para resolver las tensiones nacionales que obstaculizan aparentemente la integración de los nuevos candidatos - Albania, Montenegro, Macedonia del Norte, Bosnia y Herzegovina, Serbia y Kosovo – en la Unión Europea.

 

La propuesta, enviada supuestamente por la presidencia de un Estado recién admitido en el club de Bruselas, ha sido rechazada por el jefe de la diplomacia germana, así como por otros dignatarios europeos. Alemania recuerda el error cometido por Bonn a comienzos de la década de los 90, cuando la República Federal se apresuró a reconocer la independencia de Croacia y Eslovenia, abriendo la vía al desmembramiento de Yugoslavia.


Otro error, aún más grave, fue la creación de la República de Kosovo, protectorado de la OTAN ideado por los estrategas del Pentágono y sus colegas del Departamento de Estado. Kosovo fue, y sigue siendo, el primer peón atlantista colocado en el tablero de la nueva Europa. El Báltico y el Mar Negro forman parte de las futuras jugadas de los impulsores de la aberrante política de protectorados.


miércoles, 12 de mayo de 2021

Las noches de Jerusalén

 

Tenía mis dudas. Empezar esta crónica con la muy socorrida y dramática frase los cohetes de Hamas cubren el cielo de Israel o recurrir a un titular más sencillo, más reposado como las noches de Jerusalén. Finalmente, me decanté por la segunda variante. En realidad, las buenas y malas nuevas siempre llegan de noche.

El 15 de noviembre de 1988, el Consejo Nacional Palestino, reunido en Argel, proclamó la independencia de Palestina. Poco antes de medianoche, los fuegos artificiales iluminaron el cielo de Jerusalén Este. Fue una celebración muy austera, casi clandestina, en aquella capital eterna e indisoluble del Estado de Israel. Al día siguiente, los amigos árabes intercambiaban un discreto Mabruk (enhorabuena). El proclamado Estado Palestino aún no existía, aún no existe.

El 20 de enero de 1996, poco antes de medianoche, un eurócrata trajeado y encorbatado penetraba en la oficina jerosolimitana de la Comisión que supervisaba las primeras elecciones generales del siempre inexistente Estado Palestino. Desapareció tras una breve y discreta conversación con el estadígrafo que comprobaba los resultados de la consulta.

Pazzzo! Este hombre está loco, estalló el informático italiano encargado de la supervisión de los datos. Me pide que manipule las cifras; que cambie el porcentaje de votos obtenidos por al Fatah.

Al día siguiente, nos enteramos que la agrupación capitaneada por Yasser Arafat se alzó con la victoria en la consulta popular. Años más tarde, Bruselas desmintió cualquier injerencia en el proceso electoral. Sin embargo, en 2006, el partido liderado por Mahmud Abas, fue incapaz de ganar las elecciones generales. El movimiento islámico Hamas, más arraigado en la Franja de Gaza, logró imponerse a los candidatos de la OLP. La inestabilidad política se instaló en la vida de los palestinos del siempre inexistente Estado Palestino. Al Fatah gobernaba en Cisjordania; Hamas creó su propia Administración en la Franja de Gaza. Detalle interesante: los gazatís que formaban parte del nuevo Gobierno palestino no podían desplazarse a Cisjordania. Las autoridades israelíes velaban por el… incumplimiento del acuerdo de libre circulación negociado en Oslo. La ruptura entre las dos entidades geográficas parecía inevitable. Se materializó con el paso del tiempo; Gaza acabó convirtiéndose en un satélite del islamismo chiita de Teherán, mientras que Cisjordania seguía la corriente de sus volubles filántropos occidentales: Norteamérica y la Unión Europea. Los múltiples intentos de reconciliación entre las partes fracasaron, gracias a la intervención de los peones de Washington, París, Londres o Bruselas. Sin olvidar, claro está, la corrupción que se fue adueñando a pasos agigantados de la abultada administración del inexistente Estado.

Los intentos de llevar el barco a su puerto – la independencia – fueron saboteados sistemáticamente por el establishment político y militar de Tel Aviv. Pero los grandes titiriteros estaban empeñados en velar por la supervivencia de la entidad palestina. Occidente, para no reconocer el fracaso de su política; Israel, para contar con la constante amenaza del terrorismo palestino.

La pantomima se prolongó durante lustros. La bomba de relojería, las bombas, mejor dicho, estallaron en el momento menos oportuno. El octogenario Mahmud Abas llevaba tiempo preparando su retirada de la vida política. Mas la jefatura del no Estado tenía/tiene demasiados pretendientes. Para librarse de la responsabilidad de una probable, por no decir, inevitable elección errónea, el rais optó por convocar nuevas elecciones. Unas consultas pospuestas durante 15 años. Pero el fantasma de Hamas, de una aplastante victoria del crecido movimiento islámico, volvió a ensombrecer el horizonte. El viejo militante de al Fatah educado en Moscú optó, pues, por una nueva retirada estratégica. ¿Aplazar las elecciones? ¡Por qué no! Los palestinos se habían acostumbrado a las maniobras dilatorias de su clase política. Sin embargo, en esta ocasión, la oposición reaccionó violentamente: Abas hace el juego de Israe; el único beneficiario de ese aplazamiento es… Benjamín Netanyahu. Y no se equivocaba.

Los frecuentes titubeos de Abas, debidos ante todo a las numerosas intrigas que acompañan su tortuoso final de reino, se habían convertido en una baza para los políticos hebreos, muy propensos a justificar su inacción en el terreno diplomático por la fluctuante situación en el campo palestino. Sin embargo, las exigencias de la Autoridad Nacional Palestina no habían variado. Mas Tel Aviv prefería hacer oídos sordos a las propuestas de incluir a los habitantes de Jerusalén oriental en las listas del censo electoral palestino o de celebrar consultas en el sector árabe de la ciudad. Las otras exigencias, derivadas de los Acuerdos de Oslo o el sinfín de documentos negociados y aprobados desde 1994, quedaron archivadas por la eficacísima labor de zapa del auténtico dinamitero del proceso de paz: Benjamín Netanyahu.

De hecho, el líder del Likud se halla en una situación muy embarazosa. Ante la imposibilidad de formar un nuevo Gobierno de coalición con las formaciones de centro-izquierda, el incombustible Bibi se vio obligado a tirar la toalla, pasando en relevo a políticos centristas, poco propensos a convertirse en sus encubridores ante una Justicia que pretende inculparlo por cuatro delitos de corrupción y malversación. La única salvación de Bibi, presidente en funciones del Gabinete hebreo, sería, pues, un conflicto que le llevara a asumir el mando de las operaciones militares.

La respuesta llegó el 10 de mayo, de la mano de la policía israelí, que protagonizó dos asaltos en la Explanada de las Mezquitas, causando más de 300 heridos entre los palestinos que participaban en el llamado Día Negro, que conmemora la anexión del sector árabe de Jerusalén por el ejército israelí. La violencia se extendió al recinto de la mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar sagrado del Islam. A ello se sumó el desalojo de decenas de familias palestinas del elegante barrio de Sheij Jarrah, donde residen habitualmente los notables palestinos. La crisis estaba servida; el movimiento islámico Hamas aprovechó la oportunidad para entrar en acción.

El resto es harto conocido: centenares de cohetes fueron lanzados desde la Franja de Gaza. Sus objetivos: Jerusalén, Tel Aviv, Ashkelon y Ashdod. La mayoría fueron interceptados y destruidos por el sistema de defensa antimisiles Cúpula de Hierro. Pero al producirse las tres primeras bajas, Israel ripostó con ataques de misiles y bombardeos aéreos. La derecha israelí volvió a pedir la expulsión de los palestinos de sus tierras, su reinserción en los países árabes, la… limpieza étnica.

Las Cancillerías de las grandes potencias condenaron vehementemente la violencia. Palabras y frases que habíamos oído antes. Sin embargo, el Gobierno de Tel Aviv se apresuró en pedir a la Administración estadounidense que no tome cartas en la crisis.

La historia se repite. En las noches de Jerusalén, aguardan las mortíferas estrellas fugaces de Hamas.

domingo, 2 de mayo de 2021

La lista negra de Putin

 

Mientras el llamado “primer mundo” se está mirando el ombligo - mala costumbre adquirida durante siglos de autocomplacencia – en la otra punta del continente europeo se está gestando un singular combate estratégico. Se trata de la respuesta del Kremlin a los variopintos ataques de las Cancillerías  occidentales, que acusan al presidente de la Federación rusa de atentar contra la soberanía de Ucrania al concentrar tropas y blindados en los confines con la secesionista región del Dombás, de violar el ya inexistente statu quo de Crimea, la península ruso-turco-tártara anexionada por Moscú en 2014, de atentar contra la vida del opositor ruso Alexei Navalny, detenido en una cárcel de alta seguridad desde su regreso – en enero de este año – de Alemania, de intentos de influir en los resultados de la campaña presidencial estadounidense del pasado mes de noviembre, utilizando el espionaje electrónico, de…

La lista de acusaciones formuladas por el actual inquilino de la Casa Blanca y su ejército de asesores es excesivamente larga. De hecho, Biden amenazó a Putin con una nueva tanda de sanciones; otra más. Pero esta vez, el ruso dijo basta; ¡sanción con sanción se paga!

Siguiendo el mal ejemplo anglosajón, que consiste en designar cuando no infamar al enemigo, Moscú elaboró a su vez una lista negra de Estados hostiles, que no tardó en filtrar a sus amigos occidentales. Según las ONG europeas que promueven la democracia y defienden los derechos de los ciudadanos de la ex Unión Soviética, la famosa lista incluye los siguientes países: Estados Unidos, Polonia, República Checa, Lituania, Letonia, Estonia, Gran Bretaña, Canadá, Ucrania y Australia.

Detalle interesante: Alemania, principal beneficiario de las ventas de hidrocarburos rusos, no figura en la lista de Moscú. Tampoco aparecen dos países conflictivos ubicados en la orilla del Mar Negro – Bulgaria y Rumania - miembros de la Alianza Atlántica, cuya reciente agresividad verbal podría implicar un deterioro, ficticio o real, de sus relaciones con la Federación Rusa. De hecho, tanto Bucarest como Sofía expulsaron últimamente a agregados militares rusos acusados de espionaje. Si bien en el caso de Rumanía la enemistad es abierta y declarada, al igual que las llamadas de socorro dirigidas a la OTAN y el gran amigo norteamericano, la postura de Bulgaria, defensora a ultranza del paneslavismo, sorprendió a muchos observadores occidentales. Hasta ahora, los sucesivos gobiernos de Sofía se negaron a contemplar acciones dirigidas contra los hermanos rusos. Al parecer, la era Biden se parecerá más, por su agresividad y crispación, a la agitada presidencia de Barack Obama, el Premio Nobel de la Paz que se dedicó a cultivar un sinfín de conflictos bélicos.

Entre las medidas de retorsión adoptadas por Moscú figura también la prohibición de viajar a Rusia de ocho altos cargos de la UE, lo que provocó la explicable ira del establishment de Bruselas. La UE castiga, pero descarta el principio de reciprocidad.  

Fiel a su trayectoria antirrusa, el Alto Representante para Asuntos Exteriores de la Unión, Josep Borrell, volvió a atacar al Kremlin. Pero sus amenazas cayeron en saco roto; Moscú ya no teme al jefe de la diplomacia comunitaria.  La retórica de míster Europa es poco convincente.