lunes, 26 de abril de 2021

Biden y el genocidio armenio: un acierto y una humillación

 

La Casa Blanca reconoció oficialmente esta semana el genocidio armenio, una masacre perpetrada hace más de un siglo – entre 1915 y 1917 – por el Ejercito del Imperio Otomano. Un reconocimiento tardío, que pone en tela de juicio la clarividencia del presidente Biden a la hora de abordar cuestiones clave para el equilibrio estratégico global. En efecto, tras haber tratado al gigante chino de peligro para los intereses de los Estados Unidos y al presidente ruso, Vladimir Putin, de asesino, el actual inquilino de la Casa Blanca pegó una patada diplomática (¡y moral!) al régimen de Ankara, afirmando que, si la decisión de emplear la palabra genocidio le desagradaba, podía retirarse de la OTAN o hacer lo que le plazca. Finalizada, pues, la era del apaciguamiento, de la política de guante blanco en las relaciones con los gobernantes turcos. El estilo Biden es/será, completamente distinto. ¿Reminiscencia de la etapa Trump? Quizás, aunque Joe Biden se comprometió a abandonar los modales de su predecesor.

En realidad, se esperaba que Biden informara al presidente Erdogan antes de anunciar públicamente la decisión de reconocer el genocidio armenio. Sin embargo, la llamada telefónica con Ankara se produjo mucho después.  Huelga decir que el ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Mevlut Cavusoglu, advirtió que cualquier medida de esta índole supondría un nuevo golpe a los ya de por sí frágiles relaciones de Washington con su aliado de la OTAN. Los altos funcionarios turcos llamaron la atención sobre el hecho de que el reconocimiento del genocidio por parte de Biden descarrilaría los esfuerzos de reconciliación entre Turquía y los representantes del pueblo armenio.  

Al parecer, muchos armenios prefieren olvidar la humillante derrota infligida en noviembre por Azerbaiyán, gracias a los drones y los asesores militares turcos y los mercenarios sirios en el disputado enclave de Nagorno-Karabaj.

Durante los combates, que se prolongaron 44 días, fallecieron 3.360 soldados armenios y 2.855 militares azerbaiyanos. También murieron cientos de combatientes sirios y decenas de civiles.

¿De qué reconciliación nos hablan? El sentimiento predominante entre los armenios es que hace 100 años los turcos querían exterminar nuestro pueblo, hacernos desaparecer de la faz de la tierra; hoy quieren hacer lo mismo, matarnos a todos, aseguran los armenios de la diáspora.

La decisión de Estados Unidos de reconocer el genocidio armenio se produce después de décadas en las que Turquía y sus lobistas de Washington chantajearon a Estados Unidos. Aparentemente, las amenazas de Ankara eran muy sencillas: si Washington usara el término  genocidio para un crimen perpetrado hace 106 años por un gobierno anterior al de la Turquía moderna, Ankara tomaría sanciones contra los Estados Unidos, cerrando sus bases militares, amenazando la seguridad de los ciudadanos norteamericanos, fortaleciendo los lazos con Irán, China y Rusia, enemigos de Washington.


Esta extraña amenaza es la que utilizó Teherán con respecto al acuerdo nuclear. Los países no occidentales aprendieron que la forma de tratar con los occidentales era aprovecharse de sus miedos. El intento de Ankara de mantener a los países del primer mundo como rehenes en relación con el genocidio armenio funcionó durante años, véase décadas. Evitó que muchos Gobiernos ofendan a Ankara al mencionar la palabra genocidio. Turquía fue mimada durante muchos años porque se vendió como clave para ayudar a Occidente en su enfrentamiento con la URSS. Cuando la Unión Soviética se desintegró, Turquía cambió su estrategia negociadora, afirmando que deseaba formar parte de la Unión Europea, de convertirse en puente entre Occidente y Asia, que al más mínimo enfado podría favorecer los designios del extremismo islámico.


De hecho, el AKP, partido capitaneado por Erdogan, que tiene sus raíces en el pensamiento islamista, podría haber culpado de las atrocidades a los gobiernos turcos anteriores. Pero no lo hizo; Occidente no comprende la mentalidad de los gobernantes de Ankara.


Conviene señalar que en Turquía hay varias versiones del holocausto: distintas, contradictorias, complementarias.


La versión oficial, defendida por todos los Gobiernos del Estado moderno, se limita a la total negación de los hechos. El genocidio armenio jamás ha existido. Los operativos de mantenimiento del orden llevados a cabo a partir de 1915 se limitaron a acabar con grupos terroristas (cristianos, léase armenios) infiltrados a través de la frontera con el Imperio Ruso. El número de bajas causadas por el Ejército otomano jamás superó la cifra de 140-150 mil.


Otra versión, exhibida por algunos catedrático e investigadores, se remite a los hechos sin facilitar cifras concretas de las bajas. Las teorías varían: algunos afirman que no se trataba de una operación planeada, sino más bien de castigos ordenados por un comandante polaco ¡cristiano! convertido al Islam.


La tercera versión, vehiculada por los propagandistas negacionistas, niega la veracidad de los documentos elaborados por la Secretaría de la Sociedad de las Naciones, acusándola de parcialidad, al defender sola y únicamente los intereses de Gran Bretaña y Francia, principales beneficiarias del desmantelamiento del Imperio Otomano. La presencia en Anatolia de una misión de analistas y politólogos ingleses durante el inicio de los enfrentamientos está debidamente documentada.

 

Durante décadas, la exigua comunidad armenia residente en Anatolia tuvo que hacer frente, al igual de las demás agrupaciones étnicas o religiosas existentes en el país, a medidas discriminatorias de toda índole. Sin embargo, resulta muy difícil, por no decir, imposible, identificar la procedencia real de dichas medidas.


Entre 1985 y 2015, hubo un periodo de acercamiento, cuando armenios de la diáspora o de la recién proclamada República de Armenia regresaron a Turquía para tratar de encontrar sus raíces. Pero la situación experimentó un notable deterioro tras la intentona de golpe de Estado de 2016. La comunidad armenia abandonó la esperanza de la normalización de las relaciones con Turquía. Por su parte, el presidente Erdogan optó por engrosar – junto con Vladimir Putin, Viktor Orban y Nicolás Maduro - la lista de los autócratas.


No, el innombrable genocidio no volverá a repetirse. Pero las viejas heridas permanecen abiertas.


domingo, 18 de abril de 2021

El tío Joe y el “asesino”

 

Extraño titular éste para una columna dedicada a la política internacional, a la dificultosa marcha de nuestro mundo. Es lógico que le sorprenda, estimado lector, pero no se escandalice; en un mundo en que se derriban estatuas, se censuran las hazañas de filósofos, literatos o exploradores, se reniega de la música demasiado colonial de Mozart y de Bach, no conforme con el fascinante estilo de Dua Lipa (por cierto, ¿quién es Dua Lipa?), en un mundo donde todo vale, parece hasta cierto punto normal que los titulares periodísticos cambien. El autor de estas líneas se queda, pues, con el nada provocativo El tío Joe y el “asesino”.

 La semana se cierra con un inquietante incremento de la conflictividad; la paz mundial parece amenazada por la inhabitual concentración de tropas ¡rusas! en los confines con Ucrania. Washington, París y Berlín denuncian los propósitos belicosos de Moscú, que se dispone a llevar a cabo una agresión en los linderos de la OTAN. ¿Linderos de la Alianza Atlántica? Olvidados quedan los acuerdos de Praga, el compromiso de los occidentales de no trasladar unidades militares hacia los territorios del antiguo Pacto de Varsovia. En las últimas décadas, la Alianza se ha expandido al Este. Sus nuevos socios pertenecen a la región del mar Báltico o el mar Negro, Polonia y Rumanía se encuentran en la primera línea de frente. Su adversario, la Federación Rusa, les convierte en un hipotético blanco de los ataques del oso ruso, el espantajo de la Guerra Fría.

Por su parte, el Kremlin trata desdramatizar la situación: la presencia de sus tropas en la frontera con la región secesionista de Dombás nada tiene que ver con unos supuestos planes de agresión contra Ucrania, primer país del Este europeo que estrenó la moda de las revoluciones de colores.

¿Agresión? De ninguna manera; Occidente está empeñado en provocar un conflicto fronterizo para entorpecer la vuelta de una gran potencia – Rusia – a la escena mundial, afirman los medios de comunicación moscovitas.

Del otro lado de la frontera, en la región que Washington no duda en llamar pomposamente el campo de la democracia, la percepción es completamente distinta. El presidente ucranio, Volodymyr Zelensky, evacúa consultas con la Casa Blanca, el Pentágono, la OTAN, los jefes de Gobierno europeos. Su mensaje es invariablemente el mismo: ante la amenaza rusa, urge la adhesión del país a la OTAN y la UE. No estamos dispuestos a quedarnos indefinidamente en la antesala de Europa, afirma Zelensky, aparentemente poco persuadido de que los procesos de adhesión suelen ser largos y (muy) penosos.

El líder ucranio cuenta con el respaldo de Emmanuel Macron, especialista en soluciones a la carta que poco tienen que ver con la normativa jurídica que rige la conducta de los organismos internacionales. De hecho, Macron quiere que Occidente actúe. Y ello, haciendo caso omiso de las recriminaciones de Zelensky, que le echa en cara su excesiva amistad con Vladimir Putin. Pero, ¿quién dijo que los estadistas no se comportan a veces como… niños?

A las escénicas salidas del presidente de Ucrania (actor de profesión) se suman las señales de emergencia emitidas por el estamento castrense de Varsovia y Bucarest, que reclama un sustancial incremento de la presencia militar de la Alianza en sus respectivos países.

El tono sube.  Si la disuasión falla, estamos dispuestos a responder a la agresión con todo el peso de la Alianza Alántica, afirmó el general Tod Wolters, Comandante en Jefe de las Fuerzas Aliadas en Europa, durante una audiencia en el Comité de Servicios Armados de Senado estadounidense. La OTAN sigue siendo el centro de gravedad estratégico y la base para la disuasión y la seguridad en Europa. Todo lo que hacemos es construir la paz, añadió el militar.

 

Por su parte, Rusia acusa también a Ucrania de preparar una ofensiva militar contra los separatistas del Dombás. Moscú advierte a las autoridades de Kiev que en este caso podría intervenir para apoyar a la población rusa en Donetsk y Lugansk, las provincias controladas por las fuerzas prorrusas.

 

Los estrategas de Washington reclaman planes de defensa concretos para el Mar Negro; las repúblicas bálticas, mayor presencia aliada.

 

Y aquí interviene el tío Joe, perdón, en presidente Biden, que se dirige a su homólogo ruso, Vladimir Putin, al que había tratado de asesino en una reciente entrevista televisiva. Como consecuencia, Moscú retiró a su embajador en los Estados Unidos, Anatoly Antonov, que aún permanece en la capital rusa. Privado de la presencia del representante diplomático, Biden se vio obligado a conversar directamente con el asesino.

 

Su propuesta: muy sencilla. Celebrar una cumbre en terreno neutral para hablar de todo: Ucrania, las relaciones comerciales de Rusia con Occidente, que tanto molestan a Washington, el espionaje informático, los intentos de desestabilización, Irán…


Biden apuesta por una postura constructiva por parte de su interlocutor. Mas apenas 48 horas después de efectuar esa llamada, la Administración estadounidense anuncia la adopción de nuevas sanciones contra Moscú. Una de cal…

 

Aparentemente, la Casa Blanca no comprende en silencio del Kremlin. El que eso escribe tampoco comprende la música de Dua Lipa…

 

martes, 13 de abril de 2021

Ucrania: nuestros fusiles están cargados

 

Concentración de tropas rusas en la frontera con Ucrania, destructores de la marina norteamericana penetran en el Mar Negro, el teniente general Ben Hodges, ex jefe de las tropas estadounidenses en Europa recomienda la inclusión de la República Moldova en los planes de la Alianza Atlántica para la seguridad en el Mar Negro, Turquía no reconoce la soberanía de Moscú sobre la Península de Crimea, el Gobierno de Kiev aprueba una nueva estrategia militar basada en la lucha del pueblo para la defensa del territorio nacional…

La lectura de las noticias provenientes de la otra extremidad del Viejo Continente me recuerda, extrañamente, las estrofas de la vieja canción patriótica interpretada majestuosamente por los coros del Ejército Rojo… “nuestros fusiles están cargados”.  Hoy en día, los fusiles vuelven a estar cargados en la vasta región del río Don, el Mar de Azov y el Cáucaso.  ¿Nuestros fusiles? No, en este caso concreto, los fusiles se han convertido en… misiles.

Curiosamente, ninguno de los presuntos contrincantes – Rusia, Ucrania, Turquía, Norteamérica o la OTAN – exhiben intenciones bélicas. Sin embargo, las elucubrantes estrategias de combate proliferan. Algunos gobernantes las tildan de meramente defensivas; otros hablan de movimientos de tropas rutinarios.  Todos se empeñan en acusar de antemano al posible agresor: el otro.

El informe sobre la nueva estrategia militar de Ucrania, aprobado a finales de marzo por el presidente Volodymyr Zelensky, hace hincapié en una amenaza existencial para el país, que se ve acentuada por el desequilibrio entre las fuerzas militares de Ucrania y… Rusia. Un desequilibrio casi insuperable, teniendo en cuenta la escasez de recursos financieros de las autoridades de Kiev. Pero los autores del documento insisten: la amenaza existencial es… ¡Rusia!

Para hacer frente a los zarpazos del oso de las taigas, los colaboradores de Zelensky recomiendan una solución global: involucrar a todo el pueblo ucranio en una guerra para la defensa del territorio nacional. La estrategia estaría basada en el desarrollo de un conflicto generalizado, recurriendo a los métodos tradicionales empleados por los estrategas a principios y mediados del siglo XX.  

Se contempla, asimismo, la creación una defensa territorial fuerte que, junto con el movimiento popular de resistencia, contribuiría a aumentar los niveles de protección del Estado, la cohesión social y la educación patriótica de los ciudadanos, garantizando la seguridad de las instituciones nacionales. Una misión ésta realmente imposible, si no cuenta con el apoyo de los países de la OTAN o, mejor dicho, de la estructura militar de la Alianza. Uno de los objetivos prioritarios sería, pues, la adhesión inminente de Ucrania a la OTAN, lo que implicaría o facilitaría forzosamente la presencia de tropas occidentales en su territorio.

No está claro la amenaza militar para la seguridad de Ucrania presupone una invasión armada, como sucedió en Dombás o Crimea. Sin embargo, la nueva estrategia contempla el inicio – en cualquier momento - de operaciones militares en ambas regiones.

El informe de los estrategas de Kiev parten del supuesto de que Ucrania puede poner fin (al conflicto) en términos favorables para el país con la ayuda de la comunidad internacional, es decir, con el apoyo político, económico y militar proporcionado por la comunidad internacional en el enfrentamiento geopolítico con la Federación Rusa.

Detalle interesante: el estamento castrense insiste en la necesidad de que Ucrania respete su el estatuto de país desnuclearizado, pero al mismo tiempo asegura que el ex territorio soviético estaría dispuesto a involucrarse en un conflicto armado en el que participarían Estados que disponen de armas nucleares.

Rusia sería, sin duda, uno de los posibles contrincantes. Subsiste el interrogante: ¿cuál sería en segundo?

 


domingo, 11 de abril de 2021

La Europa de los “civilizacionistas”

 

¿Los civilizacionistas? Se les conoce poco y se les quiere aún menos. Sin embargo, están aquí, entre nosotros, tratando de encontrar su lugar, de ocupar un espacio, su espacio presuntamente natural, en una sociedad en crisis, enferma y desconcertada, que busca desesperadamente, en esos tiempos de pandemia, los brillantes horizontes que se quedaron atrás. 

Hace un lustro, el autor de esas líneas tuvo ocasión de presenciar una reunión del grupo de Vysegrad, integrado por cuatro países del antiguo bloque comunista: Eslovaquia, Hungría, Polonia y la República Checa. Sus gobernantes, a los que se les tacha fácilmente de ovejas negras de la Unión Europea, no dudan en censurar la actuación de Bruselas, cuando no de contemplar una hipotética retirada del club de las naciones que conforman el núcleo duro de la opulencia de nuestro continente.

¿Abandonar la Unión Europea? ¿Por qué no? Los países de Europa Oriental, que habían depositado grandes esperanzas en este universo de libertad, no dudaron en romper amarras con Moscú. Mas con el paso del tiempo llegó el desengaño… No, esta Europa no es la deseada, la ansiada por los pobladores del Centro y el Este del Viejo Continente.

Hace unos días, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, se reunió en Budapest con el primer ministro polaco Mateusz Morawiecky y el exministro de interior italiano, Marco Salvini, para sentar las bases de la alianza de la nueva derecha europea. Los tres políticos presumen haber hallado el elixir de la resurrección del conservadurismo, la herramienta necesaria para proteger los valores de la civilización occidental y luchar contra la desintegración de las estructuras políticas y sociales de Europa. Viktor Orban, que fue expulsado del Partido Popular Europeo, está empeñado en estrenar una nueva vía: la variante civilacionista. Un término éste perteneciente al intrincado vocabulario empleado por Donald Trump o John Bolton.

La nueva derecha… La copiosa memoria de los ordenadores, que sustituye con mayor o menor éxito las neuronas del cerebro humano, no tardó en ponerse en marcha. Lógicamente, la primera pregunta que hubo que contestar fue: ¿Estamos regresando a la sombría época de la década de 1930? Los politólogos del clan trumpiano nos aseguran que no es el caso. Es cierto que, en los últimos diez años, nuevos movimientos políticos de derecha han reunido a neonazis con conservadores que defienden las normas del libre mercado, conciliando ideologías políticas que en el pasado causaban alarma.

Pero no hay que preocuparse, asegura el politólogo estadounidense Daniel Pipes, experto en el mundo árabe y el Islam, consejero áulico de varios presidentes norteamericanos. Pipes, que comparte el ideario de la derecha israelí capitaneada por Benjamín Netanyahu, señala que la nueva derecha europea, que algunos tildan de extrema derecha, ofrece una mezcla de políticas de derecha (centradas en la cultura) y de izquierda (centradas en la economía).

Son patrióticos antes que nacionalistas: adoptan una línea política defensiva más que ofensiva, asegura Pipes, quien añade: el nacionalismo suele preocuparse por el poder, la riqueza y el prestigio. Los nacionalistas se centran en las costumbres, las tradiciones y la cultura. Aunque se les llame neofascistas o neonazis, los partidos populistas o civilizacionistas priorizan la libertad personal y la cultura tradicional. Sienten una intensa frustración al ver desaparecer su modo de vida. Aprecian la cultura tradicional de Europa y Occidente. Los partidos civilizacioncitas son populistas, antiinmigración y antiislamización. El "civilizacionismo" tiene la ventaja de excluir a aquellas agrupaciones que detestan la civilización occidental.

Huelga decir que el elenco de partidos populistas (civilizacionistas, según el término acuñado por el antiguo inquilino de la Casa Blanca) es bastante amplio.  Encontramos en ese listado al veterano FPÖ austríaco, fundado en 1956, y al nuevo Foro para la Democracia (FVD) holandés, fundado en 2016, agrupaciones políticas que, según sus aliados estadounidenses, llenan un vacío social y electoral. Es cierto que albergan a un número inquietante de extremistas antijudíos y antimusulmanes, racistas, arribistas, conspiranoides, revisionistas históricos y, por ende, nostálgicos nazis. Una mezcla explosiva que, siempre según los aliados estadounidenses, no hay que temer. Su llegada al poder no nos hará volver al siniestro decenio de los años 1930.

Dado que están creciendo inexorablemente, en alrededor de veinte años estarán ampliamente representados en los gobiernos europeos, influenciando tanto a conservadores como izquierdistas. Por ello, rechazar, marginar, aislar e ignorar a los civilizacionistas, confiando en su desaparición, es un ejercicio destinado a fracasar, asegura Pipes.  Y añade, para nuestra mayor tranquilidad: los civilizacionistas tienen algo que aportar a las élites europeas, pues poseen conocimientos realistas sobre el mantenimiento de los valores tradicionales y la preservación de la civilización occidental.

Más claro…

 


viernes, 2 de abril de 2021

Ucrania trata de reavivar el conflicto del Donetsk

 

El ingreso en la Alianza Atlántica es, indudablemente, uno de los objetivos prioritarios de las autoridades ucranias. Coincide esta meta con la imperiosa necesidad de los estrategas atlantistas de consolidar su presencia en el vasto territorio europeo situado en los confines de la Federación Rusa.

Hasta aquí, nada nuevo.  La OTAN se pronunció a favor de la integración de los países limítrofes de Rusia – Georgia, Ucrania y Moldova – en el umbral del siglo XXI. Si bien en el caso de Georgia y de Moldova intervienen una serie de factores de índole geoestratégica que obstaculizan la integración de ambos países en la estructura de defensa liderada por Washington, la situación de Ucrania es mucho más ambigua. Cortejadas por la UE y por Norteamérica desde 2004, las autoridades de Kiev recibieron alrededor de 2.000 millones de dólares en concepto de asistencia de seguridad. Sin olvidar la presencia – muy molesta para Moscú - de instructores estadounidenses en el seno del ejército ucranio.

¿Romper definitivamente los lazos con Rusia? Misión imposible en el actual contexto internacional, aun teniendo en cuenta la anexión de la península de Crimea en 2014, el fracaso del movimiento de protesta en Bielorrusia o la guerra hibrida de Nagorno Karabaj, que finalizó en la noche en la que el Kremlin dijo basta. Cierto es que apenas 24 horas antes los politólogos barajaban la posibilidad de una intervención militar occidental bajo la bandera de… la OTAN. Obviamente, a Moscú le desagrada la presencia de extraños en el patio trasero del Cáucaso. El único invitado tolerado por el Kremlin fue Turquía, antigua potencia imperial administradora de los territorios turcomanos, que mantiene excelentes relaciones con la mayoría de las repúblicas ex soviéticas de Transcaucasia.   

Finalizadas las guerras psicológicas de Bielorrusia y el Cáucaso, las miradas de Occidente volvieron a dirigirse hacia Kiev o, mejor dicho, hacia las zonas conflictivas de Donetsk y Luhansk e inevitablemente, hacia Crimea. Aparentemente, algo había cambiado en la zona.

A finales de la pasada semana, algunos medios de comunicación europeos y transatlánticos se hicieron eco de la presencia de tropas y blindados rusos en la región fronteriza de Donetsk, levantando sospechas sobre la inminencia de una intervención militar en la zona. Moscú desmintió los rumores, indicando que se trataba de unas maniobras notificadas de antemano. Sin embargo, las autoridades ucranias no tardaron en lanzar señales de alarma, acogidas con inquietud por Washington.

Pese al mensaje apaciguador del Kremlin, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenski, advirtió sobre el riesgo de desafíos separatistas en la región rusa del país. Acto seguido, la Administración Biden advirtió a Rusia contra cualquier intento de intimidar a Ucrania. Estamos muy preocupados por la reciente escalada de los actos agresivos y provocaciones de Rusia en el este de Ucrania, manifestó el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, quien añadió:
Rechazamos cualquier acción agresiva destinada a intimidar o amenazar a nuestro socio, Ucrania.

Por su parte, el titular de Defensa ucranio, Andrei Taran, mantuvo una larga conversación telefónica con su homólogo estadounidense, Lloyd Austin, quien reiteró la disposición de Washington a apoyar a Ucrania en caso de una agresión rusa en el Este del país.

 El Ministro de Defensa ucranio señaló que el Pentágono fue informado sobre la situación político-militar en el frente y en los territorios temporalmente ocupados de Donetsk y Luhansk, Crimea y las inmediaciones de las fronteras de Ucrania.

Aparentemente, la nueva crisis se está gestando. Para que se convierta en enfrentamiento, hará falta un contrincante. Pero obviamente, Rusia no está por la labor.