miércoles, 31 de mayo de 2023

El incombustible sultán Erdogan

 

En noviembre de 2002, cuando el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) liderado por Recep Tayyip Erdogan, se alzó con la victoria en las elecciones generales convocadas en Turquía tras la crisis provocada por el desmembramiento de la coalición integrada por DSP-MHP-ANAP, agrupaciones políticas de distinto corte político, que defendían el carácter laico del país, el entonces presidente estadounidense, George W. Bush, se apresuró en enviar un mensaje a sus socios comunitarios, reclamando la rápida adhesión de Ankara a la Unión Europea.

El Sr. Erdogan en un islamista moderado, cuyo ingreso en la UE facilitaría nuestros intereses en la región de Oriente Medio, rezaba el mensaje del inquilino de la Casa Blanca. La misiva fue acogida con recelo en Bruselas. Para las altas instancias comunitarias, se trataba de una intolerable injerencia de Bush en los asuntos internos de la Unión. Y más aún, teniendo en cuenta que Erdogan, ex alcalde de Estambul, había sido inhabilitado por la Corte Suprema de Turquía por manifestaciones de apoyo al islamismo, incompatibles con la normativa jurídica del Estado laico fundado en 1923 por Mustafá Kemal Atatürk.

Por otra parte, el establishment de Bruselas se había familiarizado con el programa electoral del AKP, que contemplaba la remusulmanización de Turquía y la islamización de la diáspora. Una amenaza potencial ésta para los países comunitarios, que acogen alrededor de 4 millones de emigrantes procedentes de Anatolia.       

¿Una emigración islamizada? Aparentemente, el peligro es mínimo. La mayoría de los emigrantes turcos se rige por las normas de la moderación religiosa, es decir, poco propensa a interferir con las creencias de los países de inmigración. Sin embargo, el miedo al otro, al ser diferente, alimenta el discurso de las agrupaciones radicales. La preocupación real de los gobernantes es otra: se trata del desequilibrio de la balanza comercial entre los países comunitarios y el Estado turco. Un estado de cosas que provoca pavor en los círculos empresariales. Turquía en un competidor serio y temible.

En las dos últimas décadas, el moderado Erdogan logró convertirse en el fiscal del proteccionismo comunitario, detractor de las políticas de defensa de la OTAN, aliado y sostén le Kremlin, amigo de los ayatolás de Teherán, aliado de las monarquías del Golfo Pérsico que rechazan la hegemonía de Arabia Saudita, líder de una potencia regional que trata de resucitar y relumbrar la grandeza de las glorias de antaño, del resplandeciente Imperio otomano.

Después de la intentona golpista de 2016, ideada – según el sultán y sus secuaces – por los servicios de inteligencia occidentales, Erdogan se ha ido distanciando aún más de los miembros de la UE.

La decisión de Angela Merkel de congelar las negociaciones para la adhesión de Turquía a la UE fue interpretada como una auténtica declaración de guerra. Por si fuera poco, en la OTAN se oyeron voces reclamando insistentemente la salida de Ankara del sistema de defensa atlántico. Pero en este caso concreto, Washington se sintió obligado a calmar la revuelta. Turquía sigue siendo una pieza clave en la estructura de defensa de Occidente. Por otra parte, el papel de mediador ejercido por Erdogan en el conflicto de Ucrania le convierte en juez y árbitro del juego peligroso que opone la Casa Blanca al Kremlin.

Si bien Turquía tiene que hacer frente a una crisis económica sin precedentes, Recep Tayyip Erdogan ha aprovechado la campaña electoral para recordar los excelentes resultados obtenidos por la industria de defensa, que sale fortalecida del forcejeo entre Rusia y Occidente. Erdogan ha sido el político turco más poderoso durante las dos últimas décadas. Parece poco probable que cambie drásticamente de rumbo tras su reelección.

El Occidente, que ha apostado por el candidato kemalista Kemal Kilicdaroglu, jefe de fila del Partido Republicano del Pueblo, ha tenido que rectificar el tiro tras la victoria electoral de Erdogan. No cabe duda de que las capitales europeas hubiesen preferido tratar con las agrupaciones laicas capitaneadas por los kemalistas, predispuestas a un acercamiento con las posturas de Washington y de Bruselas.

Al cumplirse cien años de la fundación del Estado moderno, Turquía recupera, merced a su política neo-otomanista del AKP, su pompa imperial. Mas el fasto de las celebraciones no logrará acallar las críticas de la oposición, que denuncia la constante erosión de las normas democráticas, la persecución de los disidentes, la discriminación de la comunidad LGBTI, la situación de la comunidad kurda. De hecho, Erdogan aprovechó su primer contacto telefónico con su rival Kilicdaroglu para exigir información detallada acerca del acuerdo firmado por los kemalistas con el partido kurdo. ¿Es cierto que os habéis comprometido a excarcelar a sus líderes? preguntó Erdogan, acérrimo enemigo de las agrupaciones paramilitares kurdas que operan en Turquía y Siria.

Tanto Erdogan como Kilicdaroglu se comprometieron a iniciar el proceso de repatriación de los refugiados sirios – alrededor de 3,5 millones de personas desplazadas – que perderán la protección de los organismos internacionales. Uno de los problemas más acuciantes es, sin duda, la escasez de viviendas en el país vecino, asolado por el terremoto del pasado mes de febrero, pero ante todo por la destrucción masiva provocada durante el conflicto interno. Un auténtico quebradero de cabeza para el sultán, que inicia su tercer mandato en un ambiente de crisis y desconfianza.

Pero en incombustible Erdogan seguirá gobernando Turquía cinco años más. Guste o no a la Casa Blanca; guste o no al club cristiano de Bruselas.

martes, 23 de mayo de 2023

Moldova: entre los hechizos de Mimi y las garras del Kremlin


Europa es Moldova - Moldova es Europa. El slogan coincidió con el aterrizaje en el aeropuerto internacional de Chișinău, la capital de la República Moldova, de un nutrido grupo de asesores comunitarios. No se trataba, al parecer, de expertos enviados por Bruselas, sino de los sherpas encargados de preparar la Cumbre de la Comunidad Política Europea, que se celebrará la próxima semana en el castillo de Mimi, auténtica joya arquitectónica que evoca los tiempos de gloria de Besarabia, el territorio arrebatado por los zares de Rusia al Principado de Moldavia en 1812.

El castillo de Mimi, escenario de la primera cumbre paneuropea organizada en suelo moldavo, no pertenecía a una adinerada cortesana afincada en esa tierra de viñedos. Su propietario fue el aristócrata Constantin Mimi, un empresario que ostentó el cargo de gobernador de la provincia en la época del imperio ruso. Después de la Primera Guerra Mundial, cuando Besarabia volvió a integrar el reino de Rumanía, el exgobernador Mimi recibió con todos los honores al rey Carlos II, soberano de los principados de Valaquia y Moldavia, quien no dudó en nombrarle presidente del Banco Nacional de Rumanía. No hay que extrañarse, pues, si después de proclamar su independencia, en 1991, Moldova, antigua república de la URSS, haya barajado la opción de una hipotética reunificación con la occidentalizada y conservadora Rumanía, país que se había decantado por una política más proamericana que pro europea. Pero no fue esta la opción de los poderes fácticos, partidarios de añadir una estrella a la bandera azul de la UE.

El pasado fin de semana, la presidenta Maia Sandu apareció ante las cámaras de la televisión estatal moldava para informar a sus compatriotas que la Cumbre de la Comunidad Política Europea es a todas luces una señal de solidaridad y apoyo de Europa con su país, destacando que la prioridad para Moldova sigue siendo la integración en la infraestructura de la UE. De hecho, la mandataria espera poder formalizar la candidatura de ingreso en el “club de Bruselas” antes de finales del año.

Sandu señaló que los 50 jefes de Estado y de Gobierno que confirmaron su presencia en este encuentro abordarán asuntos relacionados con la seguridad regional, temas relativos al suministro de energía, así como la elaboración de nuevos proyectos de cooperación transfronteriza.

El mero hecho de que esta cumbre se celebre en las inmediaciones de la frontera con Ucrania constituye en mensaje claro para nuestros pueblos – moldavo y ucranio – de que no estamos solos, manifestó la presidenta. Sin embargo, Maia Sandu prefirió eludir la respuesta a la pregunta del comentarista de la televisión: ¿Acudirá Zelensky?

Cabe suponer que la contestación de la primera mandataria habría que buscarla en la cada vez más frecuentes alusiones a los intentos de desestabilización llevados a cabo – según las autoridades de Chișinău – por los servicios secretos de la Federación Rusa. El fantasma del golpe de Estado auspiciado por el Kremlin se ha convertido en el mantra de la clase política moldava. Aparentemente, la amenaza es real.

Desde la proclamación de la independencia, la República Moldova ha sido escenario de constantes luchas intestinas entre partidos proccidentales y agrupaciones políticas afines a la ideología del Kremlin. De hecho, para Vladimir Putin, la actual presidenta moldava, economista educada en Harvard, es la oveja negra que conviene neutralizar. Pero el dueño del Kremlin no parece muy propenso a decantarse por el golpe de Estado; sabe que puede recurrir a otras estratagemas.   

Si bien para los politólogos occidentales el problema clave de Chișinău estriba en la presencia del ejército ruso en el enclave secesionista de Transnistria, para el establishment moldavo el principal quebradero de cabeza se llama Gagauzia, la región autónoma cuya población de origen túrquico – unos 160.000 habitantes – suele beber de las fuentes de Moscú. De hecho, ya en 1991, tras el primer intento de golpe de Estado prorruso, los diputados gagaúzos se pronunciaron a favor de la permanencia de su región en la antigua Unión Soviética. La situación no ha variado desde entonces. La mayoría de los bashkan (gobernadores) de Gagauzia fueron partidarios de estrechar las relaciones con Moscú. En la última consulta popular, celebrada en la primera quincena de mayo, se alzó con la victoria la candidata del prorruso partido Shor, Evghenia Gutul. Se trata de una vieja conocida de las autoridades moldavas, muy reacias en entablar el diálogo con la minoría gagauza.

La nueva gobernadora ha abogado por mejorar los contactos con Moscú, contemplando incluso la apertura de una oficina de representación diplomática de Gagauzia en Moscú. Al día siguiente a la celebración de la consulta popular, la policía moldava irrumpió en la sede de la Comisión Electoral Central de la autonomía, tratando de incautar las papeletas destinadas a validar los resultados de las elecciones.

Las autoridades de Chișinău no quieren reconocer la victoria de la señora Gutsul, señalan los miembros de la Comisión Electoral, recordando que la Asamblea Popular (Parlamento) de Gagauzia ratificó la victoria de la representante del partido Shor. Los gagaúzos acusan al Gobierno de la República Moldova de intimidaciones e interferencia en el funcionamiento del sistema electoral.

Pero hay más: en los confines de Gagauzia se halla el no menos conflictivo distrito de Taraclia, hogar de la minoría búlgara de Moldova, donde se hallan numerosas instituciones culturales y educativas. El búlgaro es también uno de los idiomas de instrucción en la Universidad Estatal de Taraclia.

Semiindependiente del gobierno central de Moldova, la administración regional del distrito mantiene relaciones especiales con Rusia. En efecto, al igual de Gagauzia, Taraclia se considera un bastión de los partidos pro moscovitas. Debido al descontento con las políticas del gobierno central Chișinău, las tendencias separatistas se han intensificado en los últimos años.

Transnistria, Gagauzia, Taraclia. Sólo tres de los numerosos quebraderos de cabeza de Maia Sandu a la hora de contemplar la ansiada adhesión a la Unión Europea; a la hora de querer librarse de las garras del Kremlin. 

jueves, 18 de mayo de 2023

¿Hacia una autonomía estratégica global?

 

A Emmanuel Macron no se le puede echar en cara su… falta de sinceridad. Macron, ¿hipócrita? No, en absoluto. Pero lo cierto es que a veces sus verdades pueden resultar molestas para sus pares, los hombres y mujeres que dirigen los destinos del Planeta.  

El presidente galo afirmó recientemente que la victoria de Kiev en el conflicto con Moscú ha de ser el objetivo prioritario de las democracias occidentales, pero que los europeos tienen que idear una relación sostenible con Rusia. Si bien sus aliados comunitarios aplaudieron la primera parte del discurso – la victoria de Ucrania – consideraron que sería prematuro contemplar un hipotético restablecimiento de relaciones normales con el Kremlin.

Pero hay más; cuando Macron manifestó que el desequilibrio de fuerzas creado por la intervención rusa en Ucrania convierte a Moscú en un mero vasallo de China, logró abrir la caja de los truenos del Kremlin. El portavoz de Vladimir Putin le recordó al inquilino del Eliseo que las relaciones entre Rusia y China están basadas en el respeto mutuo y la cooperación fraternal, conceptos – según él – casi inexistentes en el vocabulario de la clase política occidental.  

Por ende, cuando el primer mandatario francés se erigió en defensor de la autonomía estratégica del Viejo Continente, el secretario general de la OTAN se apresuró en recordarle la irremplazable importancia del paraguas nuclear estadounidense. Menos diplomática resultó ser la reacción de Donald Trump al enterarse, durante la cumbre de la Alianza celebrada en 2017 en Varsovia, del extravagante neologismo de Macron. La respuesta del entonces presidente norteamericano fue contundente: ¿Autonomía? Pague su cuota a la OTAN y procure incrementar su contribución.

Con el paso del tiempo, el concepto de autonomía estratégica adquirió un nuevo significado. Tras la invasión de Ucrania, la imposición de sanciones contra Moscú, los desequilibrios económicos y monetarios generados por la alteración de las reglas aplicables a los intercambios comerciales, muchos Gobiernos tratan de hallar otras vías para el desarrollo armónico de las relaciones internacionales. Rusia y China abogan en pro del surgimiento de un mundo multipolar, que acabe con el papel hegemónico de los Estados Unidos. Se suman a este proyecto los mayores productores de petróleo – Araba Saudita e Irán – así como algunas potencias regionales emergentes que pertenecen al llamado Sur Global. El objetivo de estos países es de crear nuevas estructuras para el desarrollo de una intensa cooperación política y económica a través de plataformas globales y regionales como BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) o la Organización de Cooperación de Shanghái. (OCS).

Una de las prioridades de Moscú y Pekín es la desdolarización de los intercambios comerciales y la paulatina sustitución de la divisa estadounidense por un sistema de pagos basado en la utilización de monedas nacionales o la creación de una nueva unidad monetaria común.

La esencia de este concepto (autonomía estratégica) es que una nación mantenga sólidas relaciones de alianza y, al mismo tiempo, cultive la capacidad de pensar de manera independiente y actuar en función de sus propios valores e intereses, señala el catedrático y economista Kerem Alkin, que ostenta en cargo de representante de Turquía ante la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Señala el profesor estambulí, partidario de nuevas posibles alternativas para la integración de su país en un amplio concierto internacional, que el concepto de autonomía estratégica no se limita a los países del Sur, ya que también está siendo debatido entre los miembros de la Unión Europea y… la Alianza Atlántica.

En un mundo donde el equilibrio político-económico se está desplazando del Atlántico a Asia-Pacífico, las naciones líderes están experimentando diferencias significativas, ideas contradictorias e intereses en conflicto con sus supuestos socios y aliados de los últimos 22 años, sostiene el representante de Ankara en la OCDE. 

Si bien en las décadas posteriores a la Guerra Fría, la mayoría de las economías de los países industrializados abrazaron el concepto de autonomía estratégica y la indispensabilidad de convertirse en naciones autosuficientes en materia de defensa, energía, agricultura. alimentación, salud, tecnología digital y logística, la cuestión que destaca actualmente es la escasa confianza en el sistema multilateral, la equidad e imparcialidad de los organismos internacionales o la transparencia de las decisiones tomadas por dichas organizaciones.

Apostar por el multilateralismo. ¿Acaso ello significa que Turquía está dispuesta a abandonar su viejo sueño europeo para acercarse progresivamente al perverso eje Pekín-Moscú? Lo cierto es que, en los últimos meses, el presidente Recep Tayyip Erdogan no disimuló su interés por concertar un posible ingreso de Ankara en este Club de los Emergentes.

El porvenir nos los dirá.


sábado, 13 de mayo de 2023

Después de Erdogan, ¿qué?

 

No nos vamos a dedicar, estimado lector, a analizar la supuesta injerencia de Rusia en las elecciones turcas ni a hacer una evaluación científica del incremento del precio de la cebolla en la cesta de compra de los pobladores de Anatolia. Cierto es que muchos analistas vinculan estas cuestiones con los resultados de la consulta popular que se celebra este fin de semana en Turquía, díscolo aliado de la Alianza Atlántica y eterno candidato al ingreso en la Unión Europea, cuya admisión ha sido pospuesta en reiteradas ocasiones tanto por las carencias en la aplicación de una normativa pro derechos humanos equiparable a la europea, como - y ante todo – por tratarse de un país musulmán que inundó los mercados comunitarios con productos muy competitivos. Amenaza cultural, pues, para la Europa cristiana; fuerte competidor comercial de las economías del Viejo Continente.

Tampoco vamos a dedicar mucho espacio al fenómeno de la emigración turca, pujante en Alemania y Francia, las dos locomotoras económicas de la Unión Europea. Los hijos de Anatolia llegaron aquí para quedarse, integrándose en las estructuras sociales de los países de inmigración. Alemania es, sin duda, el mejor ejemplo de este mestizaje intercultural. ¿Un ejemplo para el porvenir interracial de Europa? Los franceses lo dudan; la palabra otomano sigue ateniendo connotaciones incómodas.

Pero, volvamos a Anatolia, donde se celebran unas elecciones presidenciales y generales que podrían acabar con los 20 años de gobierno de Recep Tayyip Erdogan. Este es, al menos, el deseo (y la esperanza) de la oposición liderada por Kemal Kiliçdaroglu, que aglutina a cinco agrupaciones políticas de distinto corte.    

Resulta difícil pasar por alto los paralelismos entre las elecciones de 2002, cuando el partido de Erdogan se alzó con la victoria, y las de 2023. En las primeras, el electorado se enfrentó a una inflación vertiginosa, políticas económicas dañinas y un coste de vida en aumento. En aquel entonces, una sociedad cansada de los viejos políticos reclamó un gobierno que pudiera centrarse en la economía, una mayor democracia y más libertades.

Em 2023, con la inflación en espiral y un coste de vida galopante, medidas económicas poco ortodoxas, claramente impulsadas por una política a corto plazo en lugar de un crecimiento a largo plazo, demandas de más democracia y libertades, exigen a los votantes hartos de polémicas y guerras culturales (religiosas) buscar un nuevo momento que pueda unir, sanar y garantizar mejores condiciones económicas para el conjunto de la sociedad.

El kemalista Kemal Kilicdaroglu, dirigente del Partido Republicano del Pueblo, aboga por el regreso a un sistema parlamentario fuerte, amnistía para los opositores y presos políticos, al multipartidismo democrático.  Asimismo, promete un regreso a políticas fiscales convencionales, un banco central independiente y un paquete de medidas destinadas a reducir la inflación.

 

La victoria de Erdogan supondría, según los analistas, la consolidación a largo plazo de un gobierno de partido único, lo que hará que Turquía esté mucho más cerca del modelo chino que de cualquier otro referente del mundo islámico. 

 

La situación actual de la economía turca es poco boyante. En los últimos 18 meses, la inflación ha pasado del 20% a más del 80%, aunque se estima que la tasa real podría superar el 100%. La depreciación de la lira turca y el repunte de la inflación han provocado un gran descontento popular.

 

Consciente del descenso de su popularidad, Erdogan anunció, una semana antes de la celebración de los comicios, una subida salarial del 45% para 700.000 funcionarios públicos. Actualmente, el salario mínimo mensual de los funcionarios asciende a 15.000 liras turcas (768 dólares). También está previsto un incremento del 10% para las víctimas del terrorismo o los empleados de larga duración.

 

Aunque la mala respuesta gubernamental de los catastróficos terremotos del sudeste de Turquía podría jugar contra el candidato-presidente, cabe suponer que la población de estas regiones, en su gran mayoría, religiosa y muy conservadora, seguirá apoyando al candidato Erdogan. No es este el caso de los jóvenes que votarán por primera vez – alrededor de 6 millones, es decir, un 7% ciento del electorado - que censuran las políticas restrictivas de Erdogan.

Una victoria de la oposición tendría un enorme impacto en Occidente. La Unión Europea debería responder reactivando el programa de liberalización de visados, mejorando el acceso de Turquía al mercado único y cooperando más estrechamente en materia de política exterior.

Otro asunto pendiente sería la renegociación del acuerdo migratorio con la Unión, aunque las peticiones del nuevo gobierno a Bruselas solo quedarían claras después de las elecciones.

La nueva administración turca mantendría la política equidistante de Erdogan en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Seguiría suministrando drones a Kiev, pero no se uniría a las sanciones contra Moscú, ya que depende demasiado de Rusia para la realización de sus proyectos energéticos y el mercado turístico.

Estados Unidos continuará cooperando con Turquía profundizando las relaciones con el gobierno que elija el pueblo turco. Turquía es un aliado importante de la OTAN y desempeña un papel clave importante en muchos asuntos que preocupan a Estados Unidos, señala el portavoz del Departamento de Estado, recordando la participación activa de Ankara en la implementación de la Iniciativa de Granos del Mar Negro.

El Gobierno de Ankara, no ha disimulado su descontento con el aparente favoritismo de Washington por la oposición en este período preelectoral. De hecho, el embajador de los Estados Unidos en Turquía, Jeffry Flake, se reunió a finales de marzo con Kemal Kılıçdaroğlu, el candidato de la oposición, provocando la ira de Erdogan.

Sabido es que el Partido para la Justicia y el Desarrollo (Partido AK) de Erdoğan adopta una postura internacional que no es totalmente pro-occidental ni apoya firmemente a otras potencias atlantistas; el sentimiento antiestadounidense se hizo más visible en la opinión pública después de los comentarios de Joe Biden, quien, en una entrevista de 2020, dejó muy claro el apoyo de Estados Unidos a la oposición, provocando en rechazo de la clase política, que interpretó las palabras del inquilino de la Casa Blanca como una injerencia directa en los asuntos internos del país.

Subsisten, pues, los interrogantes: ¿Erdogan o Kılıçdaroğlu? ¿Continuismo o cambio? El autor de estas líneas recuerda que, allá por los años 60, el secretario general del PCE, Santiago Carrillo, publicó en el exilio un libro – poco conocido en España – titulado Después de Franco, ¿qué? En el caso del libro de Carrillo, hubo dos respuestas, que reflejaban la polarización de la sociedad española: Después de Franco, la democracia, decían algunos. Después de Franco, otro Franco, respondía el bunker.

Pues bien, y después de Erdogan, ¿qué?

 

 


martes, 9 de mayo de 2023

Y en eso llegó míster Xi…

 

Le pido un poco de paciencia y una gran dosis de comprensión, estimado lector. Sí, aparentemente, el título no guarda mucha relación con el contenido de este comentario, dedicado ante todo a uno de los países más satanizados del Cercano Oriente: Siria. Sin embargo, los cambios registrados en las ecuaciones geopolíticas nos obligan a desvelar la presencia de nuevas piezas en el tablero mundial.

China, la superpotencia silenciosa, tardó décadas en mover ficha en el endiablado mosaico del Cercano Oriente, región controlada desde el final de la Segunda Guerra Mundial por los estrategas de Washington y de Moscú. Las dos potencias coloniales que diseñaron el mapa de la zona – Francia y el Imperio Británico – se vieron eclipsadas por los nuevos amos del Planeta. Norteamérica quería adueñarse de los cuantiosos yacimientos de oro negro; Rusia pretendía expandir su influencia ideológica en una región convulsionada por la constante pugna entre corrientes revolucionarias – el marxismo y el nasserismo – y opciones tradicionalistas – las monarquías absolutistas y la Hermandad Musulmana, versión conservadora de un supuesto reformismo social. Los neocolonialistas, al igual que las antiguas potencias coloniales, se dedicaron a apoyar, por no decir, enfrentar a los lideres árabes, aplicando la archiconocida norma del divide y vencerás.

Divide y vencerás, enfrentado a las monarquías con las recién creadas repúblicas islámicas, despojadas de manto de la soberbia imperial, a los conservadores de corte europeísta con los acérrimos defensores de la shariá, a los ulemas del Islam sunita con los ayatolás chiíes. Pero, ¿a quién le beneficia la escisión? Obviamente, al titiritero.

Durante la mal llamada Primavera árabe, los cambios sociales registrados en algunos países musulmanes (no todos figuraban en la lista de los primaverales artífices), la mayoría de los regímenes autocráticos tuvieron que dar paso a nuevas estructuras teocráticas. ¿Los beneficiarios del proyecto? Aparentemente, Israel y los Estados Unidos. Mas sólo aparentemente; a la hora de la verdad, los inconvenientes eclipsaron las ventajas. El islamismo sin monarcas resultó mucho más difícil de controlar que las vetustas dinastías.

Un solo país afectado por el huracán primaveral resistió a la ofensiva de los cambios propuestos (cuando no, impuestos) por los artífices del insólito operativo mesoriental: Siria. Un país laico, heredero de un gran legado civilizacional, con instituciones culturales en pleno auge. Pero sí; un país sometido a la férrea dictadura de un clan alauí: los al-Assad. Su fundador, Háfez al-Assad, un militar que participó en su juventud a la resistencia antifrancesa, se formó en las escuelas de guerra rusas. Su deriva hacia el laicismo resultó, pues, comprensible.

Su hijo, Bashar, cursó estudios de medicina en Damasco. Se especializó en oftalmología en Londres. En el 2000, cuando le tocó heredar el feudo de su padre, las embajadas norteamericanas en la zona recibieron el encargo de elaborar un perfil del nuevo presidente. Al parecer, la aportación más valiosa fue la del rey Abdallá de Jordania, quien trató de tranquilizar al amigo americano: Nos os preocupéis; Bashar y yo pertenecemos a la misma generación: la generación Internet. Sin embargo, el monarca hachemita hizo caso omiso de un detalle clave: Bashar era rehén de la vieja guardia del partido Baas, aupada al poder por su padre. El nuevo gobernante no fue capaz de llevar a cabo la revolución Internet. La primavera árabe complicó aún más las cosas. Durante los primeros meses de la revuelta popular, surgieron en Siria varios grupúsculos armados financiados y teledirigidos por Arabia Saudita, Al Qaeda, las facciones kurdas, la oposición pro occidental. Algo así como una docena de ejércitos, cuyos comanditarios poco o nada tenían que ver con el mapa político del país.

Durante los 12 años de conflicto, en el que intervinieron contingentes estadounidenses, rusos y turcos, que se saldó con más de medio millón de víctimas mortales y el éxodo de millones de civiles, Siria fue bombardeada por la aviación de Moscú y de Ankara, convirtiéndose al mismo tiempo en el blanco de los misiles lanzados por las Administraciones Obama, Trump y Biden.  

Las sanciones económicas impuestas por los Estados árabes y los organismos internacionales llevaron al aislamiento casi total del país. Sólo fueron levantados parcialmente tras los terremotos que azotaron Siria y Turquía en el mes de febrero. Una decisión excepcional; aquí pagan los justos por pecadores, afirmaba un voluntario sueco encargado de distribuir la ayuda humanitaria a los desplazados.

Siria fue suspendida de la Liga Árabe en 2011, después de reprimir las protestas populares contra el régimen de al-Assad. Curiosamente, los patrocinadores de esta medida, así como de los paquetes de sanciones económicas y políticas adoptadas contra Damasco fueron los países involucrados en la ofensiva militar contra Damasco. 

La configuración geopolítica de la región experimentó un cambio radical a comienzos de 2023, al registrarse los primeros roces económicos y estratégicos entre Arabia Saudita y Norteamérica. 

Y en eso, llegaron los chinos…

Los ministros de Asuntos Exteriores de la Liga Árabe, reunidos el pasado fin de semana en El Cairo, acordaron readmitir a Siria tras más de una década de suspensión para consolidar el impulso para la normalización de los lazos con Bashar al-Assad.

Tenemos la responsabilidad histórica de estar con el pueblo sirio para ayudarlo a pasar la triste página de su historia, declaró el titular de Exteriores egipcio, Sameh Shukri, artífice – junto con la Casa Real saudita - del acercamiento entre Damasco y las capitales árabes. Los saudíes, que acababan de reanudar las relaciones diplomáticas con la archienemiga República Islámica de Irán, parecen haber apreciado la postura conciliadora de Pekín. Si el diálogo facilita la convivencia entre los países de la región, bienvenido sea… 

El comunicado final de la reunión de El Cairo incluye las condiciones fijadas para el retorno de Damasco a la entidad panárabe. Estas deberían estar relacionadas con el retorno de los refugiados, esclarecimientos sobre la suerte de los desaparecidos y el compromiso de reactivar el comité conjunto Naciones Unidas – oposición, destinado a redactar la nueva Constitución del país, tarea que quedó en suspenso en las últimas décadas.

Y en eso llegó míster Xi… Cabe suponer que la diplomacia china nos deparará nuevas sorpresas. Ya le advertí, estimado lector; para comprender los cambios en el tablero de la geopolítica, hay que armarse de paciencia.