Rusia está preparando un ataque contra Occidente. La apocalíptica advertencia ocupa un destacado lugar en las
páginas del semanario estadounidense Newsweek,
publicación seria y fidedigna, que no suele hacerse eco de insensatos rumores.
En este caso concreto, la revista menciona las declaraciones del general Philip
Breedlove, antiguo comandante en jefe de la OTAN en Europa, quien hace hincapié
en la necesidad de adjudicar a Rusia el papel de peligro potencial para los Estados Unidos y sus aliados del Viejo
Continente, insuficientemente preparados – según él - para repeler una posible
intervención militar de Moscú.
Cabe suponer
que el general, al igual que muchos excompañeros de armas encuadrados en la
cúpula de las empresas de armamento norteamericanas, trata de incidir en las
políticas de defensa de los Estados miembros de la OTAN, reprendidos por no
incrementar sus respectivos presupuestos militares. Conviene señalar que la
maquinaria de propaganda atlantista no escatima esfuerzos a la hora de
denunciar la concentración de unidades motorizadas del ejército ruso en la
frontera occidental. Se califica a las maniobras aéreas y navales rusas de provocaciones cuando no de amenazas para la integridad territorial
de los nuevos socios orientales de la Alianza – Polonia, Rumanía, Bulgaria y
los Estados bálticos. La revista Jane’s, especializada en asuntos de
defensa e inteligencia militar, recomienda a los integrantes del flanco Este de
la OTAN que modernicen su armamento. Se trata de inversiones del orden de miles
de millones de dólares.
Apenas se
menciona en los artículos de la prensa occidental la presencia de tropas de la
OTAN en los confines de Rusia: aviones de combate, instalaciones del escudo antimisiles, carros blindados
provenientes de las bases de Alemania y Holanda, equipos de vigilancia
electrónica. Obviamente, la Alianza defiende sus fronteras. Algunos dirán,
empleando una gran dosis de cinismo, que el mérito de Barack Obama, Premio
Nobel de la Paz, es de haber ocupado la mitad de Europa sin pegar un solo tiro.
Pero tampoco hay que caer en la trampa de la excesiva simplificación de las
políticas geoestratégicas.
Cierto es que
este infatigable movimiento de alfiles y peones en el tablero de la vieja
Europa preocupa a los actuales inquilinos del Kremlin y la Casa Blanca. El
previsible cambio de rumbo de la política exterior estadunidense tras la
elección de Donald Trump obligó a Rusia a poner las cartas sobre la mesa.
Rusia no
necesita enemigos, declaró a primeros de diciembre el Presidente Vladimir Putin,
al presentar la nueva doctrina de la política exterior de su país. Añadió el
dignatario ruso que Moscú no tiene intención alguna de involucrarse en
confrontaciones geopolíticas, pero que la Madre Rusia – potencia mundial – no
dudará en defender sus intereses.
He aquí
algunas de las directrices recogidas en el memorándum sobre la nueva política
exterior del Kremlin:
• Luchar contra la presión
política y económica de EE.UU. y sus aliados, que desembocan en la desestabilización global;
• seguir colaborando con la UE, socio político e
interlocutor económico de Moscú;
• abrir el diálogo con Canadá sobre la
desmilitarización región del Árctico;
• lograr la estabilidad política en Oriente Medio y el
Norte de África;
• elaborar un tratado internacional sobre la
desmilitarización del espacio extraterrestre;
• frenar cualquier intento de injerencia en los
asuntos internos de Rusia;
• establecer, en la medida de lo posible, relaciones
de cooperación con la OTAN,
• incrementar la seguridad informática del país;
• considerar que el escudo antimisiles desplegado por
los Estados Unidos representa una amenaza para la seguridad de la Federación
rusa;
• negociar un tratado sobre la indivisibilidad de la
seguridad en el Atlántico Norte;
• reaccionar con fuerza ante cualquier acción hostil
de los Estados Unidos;
• fortalecer los lazos con los países de América
Latina y el Caribe; y
• desarrollar las relaciones con Ucrania.
Para las Cancillerías occidentales, los enunciados
tienen doble lectura. Doble o múltiple; es una de las reglas de oro de la
diplomacia.
Habrá que esperar unas semanas – pocas – para
descubrir los ases de la baraja de Donald Trump.
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