¿Acabará convirtiéndose
el Viejo Continente en escenario de múltiples conflictos generados por
desigualdades económicas, roces étnicos, descenso de la natalidad o fragmentación de la estructura geopolítica de
la región? ¿Desaparecerá la Unión Europea? ¿Sobrevivirá la moneda común: el
euro? Los analistas del afamado think
tank estadounidense Statregic
Forcasting (Stratfor) no dudan en tildar de sombrío el porvenir de sus aliados transatlánticos de Washington.
En efecto, el escenario
esbozado por la flor y nata del establishment
político-militar de los Estados Unidos contempla la división de Europa en
cuatro centros de poder económico, ubicados en el Oeste, el Este, Escandinavia y
las Islas británicas. Ello presupone la disminución, cuando no desaparición de
la supremacía de Alemania, el aislamiento progresivo, aunque no total, del
Reino Unido, la aplicación de medidas llamadas a desembocar en una Europa a dos velocidades, deseada por quienes
parecen haber perdido el control de la tan cacareada locomotora comunitaria. En
resumidas cuentas, en el advenimiento de una Europa que se rige por simples acuerdos
bilaterales o multilaterales coyunturales, en su mayoría, de corta duración.
¿Los motivos de este
pesimismo? Los predecibles problemas que
afrontará Alemania, principal exportador de la zona euro, en caso de
acentuación de la crisis, del inevitable auge del euroescepticismo, fomentado
no sólo por movimientos ultraconservadores, sino también por decisiones
políticas precipitadas o poco acertadas, que facilitaron la llegada de un
millón y medios de inmigrantes en apenas doce meses, las reacciones xenófobas
registradas en algunos Estados de Europa oriental, poco propensos a acoger los
cupos de inmigrantes establecidos por Bruselas y por último, aunque no menos
importante, el deseo de trasladar los operativos de defensa global hacia las
fronteras orientales del Viejo Continente.
En ese contexto,
Washington contempla una reordenación total de sus intereses geoestratégicos.
En la próxima década, Norteamérica cuenta con el establecimiento de una
coalición antirrusa, integrada por Polonia, Rumania y los países bálticos, y capitaneada,
claro está, por la primera potencia mundial. Dicha alianza debería desempeñar
un papel clave para la redefinición de
las fronteras de Rusia y la reivindicación
de territorios perdidos a lo largo de la historia por los aliados de
Occidente. Se calcula que, tras la (hipotética) disminución del poderío ruso,
la alianza podría convertirse en una fuerza dominante no sólo en los confines
de Ucrania y Bielorrusia, sino en la región de Europa oriental. Para ello,
tanto Polonia como Rumanía deberían incrementar su poderío político y económico
en la zona; una meta que sólo lograrían alcanzar merced a la asociación
estratégica con… los Estados Unidos.
Obviamente, Washington tiene interés en el
desarrollo de la región, que se traduce, hoy por hoy en el establecimiento de
bases militares supuestamente relacionadas con el escudo antimisiles. Sin embargo, al juzgar por las características
del armamento almacenado en las nuevas instalaciones de Rumanía, el Pentágono
infringe la normativa del Tratado sobre misiles de corto y medio alcance,
negociado por la OTAN y el extinto Pacto de Varsovia. Rusia protestó
recientemente ante el despliegue de estos artefactos, pero la Alianza Atlántica
prefirió hacer oídos sordos.
Estiman los analistas
de Stategic Forcasting que si bien no
habrá una implosión en Rusia, es
decir, una revuelta contra el sistema político implantado por Vladimir Putin,
el impacto de las sanciones económicas impuestas por Occidente, la espectacular
disminución del precio del petróleo y el incremento de los gastos militares
desembocarán en la debilitación del poderío del Kremlin y la posible
fragmentación territorial de la Federación rusa. ¿Cabe especular con la posible
presencia de unidades de choque estadounidenses en algunos de estos nuevos territorios
independientes? Los analistas norteamericanos no descartan esta posibilidad.
Otro país que podría o
debería sumarse a la coalición contra Rusia es… Turquía. El país otomano necesita del apoyo de los Estados
Unidos en el por ahora embrionario aunque debidamente fomentado conflicto que
le opone al Kremlin. Si bien tanto Washington como Moscú dudan de la eficacia o
sinceridad de Ankara a la hora de combatir los movimientos islámicos radicales que
operan en Siria o en Irak, no cabe la menor duda de que Turquía tiene capacidad
e interés en convertirse en el próximo gendarme del Mar Negro. De este modo,
quedaría configurada la primera línea del
frente. Y eso nada tiene que ver con un escenario de política ficción.
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