Los recientes acontecimientos
de Kiev, esa segunda “revolución naranja” que logró eliminar el rojo,
sustituyéndolo por el azul, me recuerda extrañamente las operetas de Franz
Lehar, cuyos libretos estaban escritos en clave humorística. Amores y
desamores, intrigas palaciegas y golpes de Estado, situaciones tensas rozando
el dramatismo y ¡ay, siempre!… el final feliz. Si no fuera por el derramamiento
de sangre, demasiada sangre, la espectacular caída del oligarca Víctor Yanúkovich
podría hallar paralelismos en el breve y doloroso exilio de los reyezuelos de
opereta, en la tragicómica victoria del bien
(siempre relativo) sobre el mal (imaginario
y discutible).
El movimiento de la
plaza Maidán, auténtico crisol de genuinos indignados, liberales, radicales,
nacionalistas y xenófobos acabó, al menos aparentemente, con el autoritarismo
de los ex comunistas que cambiaron de piel, aunque no de costumbres. ¿Acaso
ello significa que Ucrania se está encaminando hacia la democracia? El que eso
escribe no pretende disimular su pesimismo.
Lo que el Primer
Ministro ruso, Dimitri Medvédev, llamó desde el primer momento un “motín
armado”, definición simplista que obedece ante todo a motivaciones meramente
ideológicas, tiene diferentes lecturas en clave geopolítica. En efecto, si
analizamos con detenimiento las posturas de Occidente ante la rebelión ucrania,
llagamos fácilmente a la conclusión de que Bruselas y Washington no hablan el
mismo idioma. Si bien para los norteamericanos el objetivo prioritario es el
aislamiento de Rusia, para la Unión Europea y, ante todo, para Alemania,
Ucrania representa a la vez un nuevo y apetecible mercado y… una cantera de
mano de obra barata. Un mercado que se puede conquistar a golpe de chequera. ¿El
precio? Una auténtica ganga: basta con un anticipito de alrededor de 20 – 25
mil millones de euros. Bruselas exigió, como contrapartida, la formación de un Gobierno legal en Kiev. Las nuevas
autoridades no tardaron en satisfacer su deseo.
El conflicto de
intereses entre los amos del Viejo y el Nuevo continente se refleja también en
la composición del Gobierno provisional de Ucrania, que dirigirá los destinos
del país hasta la celebración de las próximas elecciones generales. El nuevo
presidente, Alexander Turchinov, hombre de confianza de Julia Timoshenko,
cuenta con el apoyo incondicional de Washington. Detalle interesante: el nuevo
jefe de Estado formó parte del equipo de asesores electorales de Víctor
Yusénko, quien le nombró jefe de los servicios secretos del país. Buenas credenciales para darse a conocer
allende las fronteras.
Aunque la mayoría de
los miembros del Gabinete pertenece a la corriente liderada por Julia
Timoshenko, algunos de sus fieles aliados, como el ex boxeador Vitali Klichko, amigo personal de la Canciller germana
Angela Merkel, no figuran entre los elegidos. Klichko se compromete a librar
batalla en los próximos comicios. Frau Merkel, también. No hay que olvidar que
Alemania es, después de Rusia, el segundo socio comercial de Ucrania.
Pero hay más: los
alemanes esperan aprovechar los bajos costes de producción de un país donde la
mano de es, más barata que la china, la polaca o… la española. Un excelente
negocio para las empresas germanas, acostumbradas a descentralizar su
producción.
¿Y Rusia? Cabe preguntarse si el Kremlin puede
o debe permitirse el lujo de tener en sus confines un país que inicia su camino
hacia la democracia suprimiendo los
derechos de las minorías étnicas rusa y tártara y el carácter regional, es
decir, semioficial, de sus idiomas. La región autónoma de Crimea, que cuenta
con una mayoría rusófona, rechaza las leyes del Parlamento de Kiev. Algunos sectores
de la población reclaman incluso la protección de Moscú, cuando no la anexión
de esta provincia autónoma a la Federación Rusa. Extrañamente, Washington,
Berlín y la OTAN exigen a los gobernantes
del Kremlin que respeten la integridad territorial de Ucrania. ¿Mero altruismo?
No, en absoluto. Se trata de la condición sine
qua non para crear la pinza euro-asiática (UE – China) destinada a ahogar
al régimen moscovita. Este es, recordémoslo, de un viejo sueño de los
politólogos norteamericanos. Un sueño que podría materializarse si la Madre
Rusia se deja hechizar por el canto de sirenas de sus antiguos archienemigos occidentales.
Y eso, estimado lector,
nada tiene que ver con el libreto de una opereta vienesa…
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