El Presidente rumano, Klaus
Iohannis, estaba solo en la celebración del Día de la Armada, que tuvo lugar
recientemente en el puerto de Constanta. Iohannis, antiguo inspector de
educación, decidió entremezclarse con un grupo de jóvenes exploradores,
exultantes ante la exhibición cuidadosamente preparada por las unidades navales
presentes en revista. Solo el estadista parecía preocupado. Con razón; la
última cumbre de la Alianza Atlántica le había encargado la coordinación de un
proyecto de gran envergadura: la creación de una Fuerza Naval de la OTAN en el
Mar Negro. En dicho proyecto, criticado de antemano por Moscú, sólo podían
participar buques de guerra de los países ribereños miembros de la Alianza:
Rumanía, Bulgaria y Turquía; los tratados de seguridad firmados tras el
desmantelamiento del Pacto de Varsovia prohíben la presencia de navíos de la OTAN
en el Mar Negro.
Sin embargo, parece que
el proyecto atlantista nació muerto. Bulgaria, que permanece fiel al concepto
de paneslavismo (solidaridad de los países eslavos de los Balcanes y Europa
oriental), se niega a formar parte de una agrupación militar cuyo común enemigo
sería… Rusia. Los recientes acontecimientos de Turquía y el subsiguiente
acercamiento entre Ankara y Moscú hacen suponer que la iniciativa quedará
relegada a las… calendas turcas. Aun
así, el Kremlin encontró razones para criticar la instalación en suelo rumano de
una gran base estadounidense que alberga un eslabón del llamado escudo antimisiles. Tras la cumbre de la
OTAN celebrada en Varsovia, el portavoz del Ministerio ruso de Asuntos
Exteriores afirmó rotundamente: Volvemos
a la Guerra Fría.
Curiosamente, los
atlantistas de las orillas del Mar Negro comparten este punto de vista. Mas
ello, por razones diametralmente opuestas. En las capitales del sudeste europeo
causó una gran preocupación la reciente instalación de misiles S-400 en la
península de Crimea, así como la decisión del Kremlin de dedicar unos 2.000
millones de euros a la modernización de la Fuerza Naval rusa, que tiene su
cuartel general en Sebastopol. A ello se suman las amenazas del Primer Ministro
ruso, Dimitri Medvedev, a las autoridades de Kiev, acusadas de haber enviado
comandos de saboteadores a Crimea. Para
rizar el rizo, Vladimir Putin presidió una reunión extraordinaria del Consejo
de Seguridad de Rusia en Crimea, territorio recién conquistado por Moscú.
¿Política de hechos consumados? Qué duda cabe.
Pero hay más; a las
maniobras de Crimea y la llamada guerra híbrida de Ucrania se suma la nueva ofensiva asiática de la Federación
Rusa. A la aproximación entre Moscú y Ankara es preciso añadir otro dato, no
menos relevante. Se trata del inesperado acuerdo con Teherán, que permite a la
aviación militar rusa utilizar las instalaciones estratégicas persas para las
incursiones contra los baluartes del Estado Islámico en Siria e Irak. El
Kremlin vuelve, pues, a la zona, con más fuerza y determinación que nunca.
Aviso a los navegantes y, ante todo, a quienes se dedicaron a enturbiar las
aguas del mundo musulmán.
La presencia cada vez más
agresiva de Rusia en el escenario internacional no se limita, sin embargo, al
reforzamiento de su poderío militar. En
efecto, durante la primera quincena de agosto, los dirigentes de Azerbaiyán,
Irán y Rusia acordaron sentar las bases para la puesta en marcha del Pasillo
de Transporte Norte-Sur, proyecto de transporte de mercancías entre Rusia y
la India, que implica un espectacular ahorro de tiempo y costes para las partes
interesadas. Al evitar el paso por el Canal de Suez, el viaje pasa de 40 a 16
días, mientras que los fletes acusan una disminución del orden de 35 por
ciento. El pasillo está integrado por un enlace por ferrocarril, una red de
carreteras y una ruta marítima de alrededor de 7.200 kilómetros.
Todo ello forma parte de
una ambiciosa iniciativa geoestratégica ideada y liderada por Moscú y Pekín, que
pretende convertir la región de Eurasia en
el pivote del mundo.
Quien
controle Europa del Este, dominará el pivote del mundo. Quien controle el
pivote del mundo, dominará el mundo, afirmaba a principio del
siglo pasado el politólogo inglés Halford John Mackinder. Pues eso: las cosas
claras. La Alianza Atlántica trata de ganar terreno en el Viejo Continente, acercándose
cada vez más hacia los confines de la Madre Rusia; el Imperio del zar Putin contraataca.
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