Si
no se consigue aceptar la solución de los dos Estados, Israel corre el riesgo
de convertirse en un país del apartheid. Por muy extraño que
ello parezca, esas palabras fueron pronunciadas a finales de la pasada semana
en Nueva York por el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry. El jefe
de la diplomacia estadounidense se dirigía a un selecto grupo de políticos y empresarios
norteamericanos, europeos, rusos y japoneses, congregados en la moderna Torre
de Babel por la discreta Comisión Trilateral.
Detalle interesante:
hasta la fecha, ningún alto cargo de la Administración norteamericana había
pronunciado la palabra apartheid al aludir al conflicto israelo-palestino. Las
declaraciones de Kerry, supuestamente formuladas en una reunión a puerta
cerrada, causaron un gran revuelo en Israel, donde la clase política no tardó
en tacharle de traidor, pero también
en Washington, donde los portavoces del Departamento de Estado se apresuraron
en quitar hierro al asunto, asegurando que las citas fueron empleadas fuera del
contexto.
¿Sorpresa? No, en
absoluto. No hay que olvidar que la iniciativa de paz de Kerry, que contemplaba
la firma de un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos en un plazo de…
nueve meses, resultó ser una de las mayores excentricidades de la diplomacia
norteamericana.
Nueve meses para poner
punto final a uno de los conflictos más inacabables de la era moderna.
Obviamente, el autor de la iniciativa pecaba por su indescriptible inocencia o tal
vez, ignorancia. Para que israelíes y palestinos decidan sellar la paz, es
preciso contar con estrategias más complejas que las empleadas para el
desencadenamiento nada espontáneo de las malogradas primaveras árabes. Los hermanos
enemigos de Tierra Santa llevan décadas negociando, alternando el amor con
el odio, la convivencia con las sangrientas matanzas.
Israelíes y palestinos
cuentan con sus respectivos halcones y
palomas, con sus Nerones y sus
Ghandis. Cuando parece que las posturas se están acercando, que la paz está al
alcance de la mano, el ruido de las armas suele acallar los tímidos cantes de
concordia. Pero hagamos memoria: a
comienzos del mes de abril, cuando la Autoridad Nacional Palestina solicitó el
ingreso en quince organismos especializados de las Naciones Unidas, el Gobierno
israelí optó por cancelar la liberación de 26 presos palestinos, cuya
excarcelación estaba prevista por los acuerdos bilaterales. Más aún; el
Gabinete Netanyahu dio luz verde a la edificación de centenares de viviendas
los asentamientos de Jerusalén oriental. El anuncio generó la tímida y habitual
protesta de la Administración estadounidense, que había asimilado las proféticas
palabras del general Rabín tras el
primer incumplimiento de los Acuerdos de Oslo por parte de Tel Aviv: No hay fechas sagradas.
Otro acontecimiento sirvió
de detonante para ensombrecer aún más el panorama de las relaciones entre las
dos comunidades. Se trata de la espectacular reconciliación de las grandes facciones
palestinas, Al Fatah y Hamas, que se
comprometieron a formar un Gobierno de unidad nacional capaz de allanar la vía
para la celebración de elecciones generales en Cisjordania y la Franja de Gaza en
un plazo de seis a ocho meses. Una excelente noticia para el Presidente Abbas,
cuya popularidad había registrado un abismal descenso, así como para el líder
de Hamas, el gazatí Ismael Haniyeh, privado del apoyo de los Hermanos
Musulmanes egipcios tras el golpe de Estado del verano pasado.
Más la buena nueva se
tornó en un pretexto (¡otro más!) para que el Gabinete Netanyahu congele el ya
de por sí moribundo proceso de paz ideado por John Kerry. El primer ministro
israelí advirtió al presidente de la ANP que debía escoger entre la paz con Israel o la alianza con un grupo
terrorista – Hamas – que preconiza la destrucción del Estado judío. Conviene
recordar que hasta ahora Israel no reconocía la representatividad del Gobierno
de Abbas, alegando que este no contaba con el aval de la totalidad del pueblo palestino.
¿Simple alusión al divorcio entre Cisjordania y Gaza u… otro subterfugio?
Al escribir estas
líneas, el plan de paz de John Kerry tiene las horas contadas. El viejo
conflicto israelo-palestino acabó con el buenismo de un político incapaz de
comprender los entresijos de esa complejísima pugna. Queda pues, el rencor y la
amargura. Y unas declaraciones off the
record sobre el Estado del apartheid, que sólo servirán los intereses de
los halcones.
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