A finales del pasado mes de septiembre, mientras el Gobierno liderado por
Recep Tayyip Erdogan, anunciaba la adopción de una serie de medidas
democratizadoras, aparentemente destinadas a cambiar la faz de la sociedad
turca, las miradas de los observadores occidentales se dirigían hacia el vecino
Kurdistán iraquí, donde se celebraba la primera conferencia nacional de la
nación kurda.
La minoría kurda de Turquía no había esperado la proclamación
de la nueva normativa legal de Ankara, calificada por algunos de poco novedosa
y generosa, para sumarse al proceso de reconstrucción
nacional propuesto por los organizadores del encuentro de Erbil.
¿Reconstrucción nacional? Pero, “nunca
existió un Estado kurdo”, dirán los tecnócratas que nos gobiernan, poco
propensos a sumergirse en los tratados de historia. De lo contrario, hubieses
descubierto (o redescubierto) la división del territorio poblado por la etnia kurda
en el siglo XVI, cuando los dos imperios de Oriente, el otomano y el safávida,
se repartieron el Kurdistán. El Tratado de Zuhab (1639) formaliza la partición
territorial.
Después de la Primera Guerra Mundial, las potencias que
redactaron el Tratado de Sevres (1920), se comprometieron a crear en la región
controlada por el decadente Imperio Otomano una serie de Estados étnicos. Se
trataba de Armenia y de Kurdistán. Conviene señalar, sin embargo, que ambos territorios
fueron conquistados por Mustafá Kemal Atatürk, fundador de la Turquía moderna,
quién obligó a los aliados a renegociar los trazados fronterizos en la
conferencia de Lausana (1923), en la que se desvanecieron los sueños independentistas
de los kurdos. Turquía se adueñó de gran parte del territorio kurdo (unos
190.000 kilómetros cuadrados), mientras que Irán, Irak y Siria heredaron las
tierras que se hallaban en sus confines.
Actualmente, la nación kurda cuenta con alrededor de 35 a 40
millones de personas. Las etnias que la componen forman un gran mosaico: hay
comunidades árabes, armenias, asirias, azeríes, judías, persas y turcas, cuya lengua
franca deriva de un dialecto persa.
En la conferencia nacional de Erbil participaron unos 600
delegados provenientes de las cuatro provincias kurdas de la región y representantes
de la diáspora, así como 300 invitados extranjeros. El líder de los kurdos
iraquíes, Massoud Barzani, resumió los objetivos del encuentro con las
siguientes palabras: “… se pretende es
elaborar una estrategia común de las corrientes políticas que actúan en las distintas
regiones del Kurdistán”. Sus
palabras causaron preocupación en las cancillerías occidentales. Y ello, por
dos motivos: el primer lugar, porque se reafirma la existencia del Kurdistán
como nación soberana, compuesta por territorios pertenecientes a los Estados de
la zona y, en segundo lugar, por la exigencia de diseñar y aplicar “estrategias
comunes”.
Para los analistas, las palabras de Barzani podrían ocultar el
deseo de potenciar el papel de las agrupaciones militares que apoyan a partidos
de corte nacionalista y/o de aunar esfuerzos a la hora de librar batalla contra
las comunidades nacionales de los Estados de la región. De hecho, las
relaciones entre kurdos y los demás pobladores de la región han sido y siguen
siendo conflictivas.
Recapitulemos: en Irak, la mayoría árabe critica abiertamente
el protagonismo de los kurdos tanto a nivel político como administrativo. Se
trata, al menos aparentemente, de una “compensación” ofrecida por los Estados
Unidos por el sufrimiento causado a la etnia por los esbirros de Saddam
Hussein. Sin olvidar, claro está, el factor clave: el suelo del Kurdistán
encierra los mayores yacimientos petrolíferos del país.
En Irán, los kurdos están perseguidos por el mero hecho de no
pertenecer a la mayoría chiíta. Se calcula que las regiones pobladas por los
kurdos cuentan con una tasa de desarrollo inferior al resto del país, mientras
que el paro supera el 50 por ciento.
En Turquía, la lucha armada contra las autoridades de Ankara,
iniciada en 1983 por los guerrilleros promarxistas del PKK, arroja un saldo de
decenas de miles de muertos.
En el año 2000, el PKK renuncia a la lucha armada. Pero la
decisión quedará revocada en 2003. En mayo de 2013, los movimientos de guerrilla
acuerdan deponer las armas e iniciar una retirada estratégica hacia el
Kurdistán iraquí. Sin embargo, los radicales de ambos bandos tratan de sabotear
el proceso.
En Siria, los integrantes del Partido de Unión Democrática
combaten las milicias jihadistas que propugnan la creación de “emiratos”
islámicos en el Norte del país. ¿El porvenir?
Gracias por el artículo, pues proporciona una información que no se recibe en los medios de comunicación habituales, permitiendo así una mayor comprensión de la problemática kurda y su difícil solución.
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