Hace
apenas unas semanas, el Presidente Trump nos deleitó con su retórica al ensalzar
el apego del pueblo polaco por los “valores europeos”: tradición, religiosidad
y, ante todo, animadversión frente a Rusia. Trump no dudó en poner a Polonia
como “ejemplo” de la incondicional e indispensable defensa del legado del Viejo
Continente. Un extraño paradigma que, de paso sea dicho, no comparten ni avalan
los socios comunitarios de Varsovia.
Sin
embargo, conviene señalar la presencia en la tribuna de honor de oficiales de
los ejércitos Rumanía y de los Estados bálticos, así como de altos cargos de la
Alianza Atlántica destacados en la región. ¿Pura casualidad? No, en absoluto.
La visita del actual inquilino de la Casa Blanca a este país del Este europeo
tenía una finalidad muy concreta: la puesta en marcha de la “Iniciativa de los
Tres Mares”, un macro proyecto de independencia energética auspiciado por los
Estados Unidos. Sus beneficiarios: Polonia, Hungría, la República Checa,
Eslovaquia, Rumanía, Bulgaria, Lituania, Estonia, Letonia, Croacia, Eslovenia y
Austria. Es decir, todos los Estados que podrían o, mejor dicho, deberían
prescindir de las exportaciones de gas natural ruso, que inciden en las
relaciones entre Moscú y Occidente.
No se trata de un plan nuevo; la Iniciativa
fue ideada durante la presidencia de Barack Obama, cuando Washington se
comprometió a acabar con la dependencia energética de Europa occidental. Pero,
¿cómo? Las importaciones de gas natural norteamericano resultan demasiado
onerosas. Jugar la carta de los países del Golfo Pérsico parecía hasta cierto
punto arriesgado, cuando no disparatado. ¿Otras alternativas? ¡Cómo no! La
respuesta se hallaba muy cerca de los confines de la Madre Rusia. Washington
apostaba por… el gas natural noruego. Todo, con tal de desplazar al Kremlin. Y
todo, con tal de reabrir la brecha entre “viejos” y “nuevos” miembros de la
Unión Europea.
No
se trata, recordémoslo, de una meta de la Administración Trump. La estratagema
fue empleada en 2003 por el entonces Presidente Bush, para justificar el apoyo
de los nuevos aliados de la OTAN durante la intervención en Irak.
Conviene
señalar que, al igual que en aquella época, muchos políticos de Europa oriental
no dudan en sucumbir a los cantos de sirena de Washington. Tampoco hay que
extrañarse: las misiones diplomáticas estadounidenses en el Este europeo se han
convertido en cajas de resonancia de la política de Washington, velando también
por la “moralidad” política, la eficacia económica y los niveles de
transparencia de las autoridades de los nuevos Estados miembros de la UE.
“Si
hay que escoger entre la UE y la OTAN, digamos tres veces “sí” a la OTAN”,
afirmaba recientemente un asesor político del Presidente de Rumanía. Tres veces
OTAN, tres veces la Iniciativa de los Tres Mares, tres veces… Obviamente, la Casa
Blanca recurre, una vez más, a la táctica del “divide y reinarás”. Esta vez, el
objetivo no es la Rusia de Putin, sino la propia Unión Europea. Con Trump, el antieuropeísmo ha adquirido carta la naturaleza en la capital del Imperio.
“Polonia
es el corazón de Europa”, afirmaba el Presidente norteamericano en Varsovia.
Pero se vio obligado a añadir: “desde el punto de vista geográfico”.
Desde
el punto d vista meramente ideológico, a los europeos les preocupa la deriva
totalitaria de las autoridades polacas. El
país está lejos de aceptar las reglas de juego de la UE, de respetar el
concepto de Estado de Derecho. La reciente ley sobre la reforma del Tribunal
Constitucional, la mordaza a los medios de comunicación estatales, que permite nombrar
periodistas “a dedo”, la normativa sobre el embarazo y el aborto, la negativa a
admitir refugiados “no cristianos”, irritan sobremanera a la Comisión Europea,
que amenazó con retirar a Varsovia en derecho de voto y de limitar e incluso
suspender la concesión de fondos europeos.
¿El
“ejemplo polaco”? Hoy por hoy, los únicos dispuestos a seguir por esta senda
son los ultraconservadores húngaros, más propensos a aliarse con Moscú que aceptar
la disciplina comunitaria.
En
resumidas cuentas, la brecha entre las dos Europas corre el riesgo de
ensancharse.
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