Rusia siembra la discordia. Los niños de la Guerra Fría recordamos
con pavor aquellos malhadados años de confrontación ideológica, cuando
Occidente solía emplear la expresión peligro
rojo para designar a la URSS y a sus aliados, cuando los países de la órbita
de Moscú utilizaban invariablemente el cliché instigadores de la guerra para referirse a los Estados Unidos y los
miembros de la Alianza Atlántica. Luego vino la tregua, un frágil pacto de no
agresión que duró 30 años; un ciclo histórico.
Rusia siembra la discordia, pregonan los analistas políticos de
Washington, recordando que Moscú no sólo utiliza tanques, artillería pesada y tropas
para desestabilizar a Ucrania, sino
que recurre a su poder económico para financiar a partidos y agrupaciones occidentales
propensas a ofrecer versiones alternativas
del conflicto de Novorrusia. En
resumidas cuentas, que el Kremlin trata por todos los medios de… fracturar a la
OTAN.
Aparentemente,
ello justifica la prórroga de las sanciones occidentales contra Rusia, unas medidas
que, dicho sea de paso, no han logrado el hundimiento de la economía de este
país, ni han generado una oleada de descontento generalizado en el seno de la
población del gigante euroasiático. Poco aceptables parecen, según los heraldos
de la Administración estadounidense, las medidas de retorsión adoptadas por el
Kremlin. Una auténtica insolencia, añaden los ultrajados políticos occidentales que aplaudieron las sanciones
impuestas a Rusia.
Aprovechando
el conflicto de Ucrania o, mejor dicho, utilizando la crisis como mera coartada,
los Estados Unidos y la Alianza Atlántica anunciaron un importante despliegue
militar en los países del Este europeo - Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Bulgaria
y Rumanía – puntas de lanza de la OTAN en las inmediaciones de la Federación
Rusa. La Alianza trasladará al suelo de los nuevos
conversos 250 tanques, artillería pesada, así como una brigada de
intervención rápida compuesta por 5.000 efectivos.
Se trata del gesto más agresivo del Pentágono
y la OTAN desde el final de la Guerra Fría, afirman los estrategas rusos, haciendo hincapié en el
hecho de que Washington está llevando a rajatabla la estrategia de la pinza elaborada en la década de los 90 por los
asesores militares de George Bush (padre).
Pocas horas
después de darse a conocer las intenciones de la OTAN, el Kremlin anunció el
despliegue de misiles de corto alcance en el enclave de Kaliningrado, así como
la ampliación de su arsenal nuclear. Se trata, en realidad, de la adquisición
de 40 nuevos misiles balísticos intercontinentales, destinados a reemplazar los
cohetes fabricados en Dniepropetrovsk (Ucrania), inoperantes por falta de
mantenimiento.
Comentando la noticia, el secretario general de la OTAN, Jens
Stoltenberg, calificó la iniciativa del Kremlin de peligroso “ruido de sables”.
Para los miembros del Estado Mayor del ejército ruso, la presencia de armamento
pesado de la Alianza Atlántica en los confines occidentales de la Federación es
sinónimo de “ruido de tanques”. Para nosotros, los niños de la Guerra Fría, ello presupone una trágica regresión.
Es cierto: la historia no se repite. No por ello el panorama deja de ser
inquietante.
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