De
elecciones “carentes de interés” tildaron los politólogos occidentales la
consulta popular celebrada en Turquía el pasado fin de semana. Ni que decir
tiene que los analistas se adelantaron a los acontecimientos, dando por hecho
el triunfo del islamista Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP),
liderado por el Presidente Recep Tayyep Erdogan, que se había hecho con el
poder a finales de 2002, tras un largo período de inestabilidad institucional y
de escándalos de corrupción. La clase política tradicional había defraudado al
electorado, propenso a apostar por la baza religiosa. En definitiva, el
programa del AKP hacía hincapié en la honradez y la transparencia, conceptos
que brillaban por su ausencia en las altas esferas del Estado. Y los otomanos
ansiaban el cambio…
Pero la
opción política de Erdogan experimentó un espectacular desgaste durante los 13
años de gobierno. Su partido contaba con la mayoría absoluta en la Cámara, lo
que había permitido iniciar una serie de reformas bastante controvertidas en un
Estado laico. ¿Los motivos? El afán de Erdogan de remusulmanizar Turquía e islamizar
a la diáspora otomana. Ambos objetivos figuraban en la mal llamada plataforma electoral del AKP.
La batalla
por el uso del velo islámico en las universidades, que el AKP ganó en 2008, fue
uno de los primeros éxitos aparentes de la agrupación religiosa. Poco se ha
hablado de la islamización del lenguaje jurídico, del impulso a la creación de
escuelas coránicas, del establecimiento de organismos paralelos (asociaciones
empresariales, sindicales, etc.) que
compiten con las estructuras civiles del Estado.
En 2014,
cuando Erdogan reveló su intención de modificar la Carta Magna, convirtiendo al
país en una república presidencialista, la opinión pública empezó a movilizarse.
Los disturbios de la plaza Taksim – Gezi,
registrados durante el verano de 2013, pusieron de manifiesto el talante
autoritario del Presidente, su soberbia, su sectarismo.
Casi
paralelamente al enfrentamiento de Erdogan con
la sociedad civil, resucitó el fantasma del golpismo. La detención de
unos 90 altos cargos del ejército, acusados de intento de rebelión contra el
poder civil, finalizó con la puesta en libertad de los oficiales. La Justicia
no encontró pruebas irrebatibles de los supuestos designios golpistas.
Por si fuera
poco, a finales del pasado año, estalló un mega escándalo de corrupción que
involucraba a miembros del Gobiernos y familiares del Presidente. Los poderes
fácticos no tardaron en dar un carpetazo al “affaire”. Pero las dudas subsisten;
y no sólo las dudas. Algunos analistas señalan que la arrogancia del Presidente
desembocó en la polarización de la sociedad.
Aun así, en
vísperas de las elecciones generales de la pasada semana, Erdogan instó a los
miembros de su partido a lograr una mayoría absoluta aplastante, indispensable para llevar a cabo la reforma
constitucional. Antes de la celebración
de la consulta, el AKP contaba con 312 escaños parlamentarios. La meta de
Erdogan era de 400. Sin embargo, su agrupación cuenta actualmente con… 258,
perdiendo la envidiable mayoría absoluta de los últimos años.
“Es el
principio del final del AKP”, pregona el portavoz del derechista Partido de
Acción Nacionalista (MHP), que logra 80 escaños en el nuevo Parlamento. Sin
embargo, la derecha se perfila como único posible salvavidas de la agrupación
islámica. El Partido Republicano del Pueblo, heredero del ideario kemalista, o
el Partido Democrático de los Pueblos, creado por la minoría kurda, no tienen
interés alguno en rescatar al
AKP.
De todos
modos, el nuevo Parlamento tendrá que evitar, en la medida de lo posible, los
errores históricos que ensombrecen la historia de la Turquía moderna, como por
ejemplo las pugnas entre suníes y alevíes, turcos y kurdos, laicos y
religiosos. La presencia en el nuevo Legislativo de diputados kurdos, alevíes y
armenios, constituye una baza para diálogo y reconciliación.
No cabe duda
de que una hipotética alianza entre el MHP y el AKP – única previsible en estos
momentos - acabaría con el sueño de Erdogan de modificar la Carta Magna.
Sin embargo,
el “sultán” sigue ostentando la presidencia de la República. Ante una posible
desestabilización del país, Erdogan podría convocar nuevas elecciones
generales, confiando, eso sí, en el poder de recuperación de su partido.
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