A veces, el candor de los políticos nos
conmueve. Mas cabe preguntarse si sus
actos obedecen a la ingenuidad, pureza, honradez de esos personajes públicos, o
bien a su mala fe disfrazada de una delgadísima capa de buenismo. Lo cierto es que la vida de esos mal llamados gobernantes se caracteriza por el
zigzagueo y el titubeo continuos, por el deseo de complacer a seguidores y
detractores. Ello genera situaciones rocambolescas, que recuerdan los libretos
del género chico. Y sin embargo…
Hace apenas
unas semanas, después del atentado contra el semanario galo Charlie Hebdo, la Casa Blanca anunció la
celebración de una cumbre mundial sobre el terrorismo. Cierto es que la
Administración Obama no estuvo presente en la gigantesca movilización contra el
yihadismo, que congregó en la capital
francesa a medio centenar de jefes de Estado y de Gobierno. ¿Simple error de
cálculo?
En realidad,
el presidente de los Estados Unidos convocó la famosa cumbre contra el terror,
modificando, eso sí, los parámetros. En la reunión no se habló del yihadismo ni del terrorismo islamista, términos acuñados por la Administración Bush
después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, sino del… extremismo violento, eufemismo aplicable
a casi todas las situaciones conflictivas. Aparentemente, el deseo del presidente era
evitar el enfado de los musulmanes. Por ello, la cumbre no abordó el tema de
las guerras religiosas, los crímenes cometidos por el Estado Islámico o la
creciente influencia de la tentacular Al Qaeda en los países de Asia y África.
Al contrario, se habló de la necesidad de encauzar a países como Irak y Siria
por la senda que conduce a la democracia. ¿Loables palabras? ¿Frases huecas? De hecho, la mayoría
de los analistas norteamericanos estima que el problema no es el Estado
Islámico ni Al Qaeda; hay que identificar y analizar las raíces del malestar
que desembocó en el conflicto. Un malestar generado y alimentado por la
actuación de las grandes potencias occidentales.
Curiosamente,
en la cumbre de Obama asistió una nutrida delegación rusa, encabezada por
Alexander Bortnikov, director del Servicio Federal de Seguridad de la
Federación Rusa, heredero de la antigua KGB. El nombre de Bortnikov figura en
la lista negra de altos funcionarios moscovitas que acompaña las tan cacareadas
sanciones contra Rusia. Más extraño aún: el director del FBI no fue invitado a
la reunión. Algunos medios estadounidenses se hacen eco de un discreto
encuentro del vicepresidente Joe Biden con representantes de agrupaciones
islámicas norteamericanas acusadas de haber suministrado en el pasado, fondos a
movimientos radicales de Oriente Medio. ¿A eso se le llama en lenguaje
castrense cara feroce al enemigo?
Detalle interesante:
apenas unas horas después de finalizar la cumbre de la Casa Blanca, se
inauguraba en Riad una conferencia mundial sobre la lucha contra el… terrorismo islamista, patrocinada por
las monarquías del Golfo. Acudieron a la cita representantes de las Casas
Reales, políticos, catedráticos y ulemas (doctores de la ley mahometana),
dispuestos a dialogar sobre la posible, aunque poco probable erradicación de
los movimientos radicales de corte religioso. Sabido es que tanto Al Qaeda como
el Estado Islámico surgieron merced a las subvenciones
a fondo perdido de príncipes y jeques de la zona. En resumidas cuentas:
¿otra variante de la cara feroce al
enemigo?
Más cerca de
nosotros, en la Vieja Europa, los ánimos están caldeado por la decisión del
Primer Ministro húngaro, Viktor Orban, de recibir en suelo comunitario al
Presidente ruso, Vladimir Putin. El actual inquilino del Kremlin fue acogido
con todos los honores en un país miembro de la Unión Europea, que se había
comprometido, hace apenas un año, a congelar
las relaciones con Moscú tras la anexión de Crimea. Pero Putin venía a
hablar de negocios con las autoridades de Budapest; buenos negocios, como el
suministro de gas natural ruso y la posible edificación de una central nuclear diseñada
y financiada por Rusia.
El servicio
diplomático de la UE se vio obligado a manifestar su disconformidad con la
actuación de Orban. Pero el Primer Ministro húngaro no dudó en echar más leña
al fuego con su comentario: “Estamos
convencidos que dejar a Rusia fuera de Europa sería irracional”. Los socios
comunitarios dieron la callada por respuesta: no hay que olvidar que el 40 por
ciento del gas natural que consume Alemania procede de… la Federación
rusa. En resumidas cuentas: ¿por qué poner cara feroce al enemigo?
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