El pasado fin de semana, los gobernantes del primer mundo dieron un gran suspiro de
alivio al comprobar que la candidatura proeuropea se alzó con la victoria en la
elecciones generales celebradas en Ucrania. En realidad, si se analiza el
perfil de los candidatos, deberíamos hablar de una candidatura…
pronorteamericana. No cabe la menor duda de que los actuales dueños y señores
de Kiev nos deparan nuevas sorpresas.
Sin embargo, no todas las noticias procedentes de Europa
oriental son del agrado de la clase política europea o estadounidense. Algunos
de los países que hace un cuarto de siglo se independizaron de la tutela de
Moscú dirigen sus miradas hacia el Kremlin, alabando a veces la actuación del
equipo que dirige los destinos de la Madre
Rusia. Detalle interesante: se trata de Estados que pertenecen tanto a la
Unión Europea como a… ¡la OTAN! Algo inimaginable en aquellos años de euforia
generalizada, cuando los políticos occidentales pensaban acabar en menos de una
década con las férreas estructuras del mal llamado campo socialista.
La transición a la economía de mercado se hizo a pasos
agigantados, sin tener en cuenta los posibles efectos negativos de los cambios
sociales y estructurales. Los pobladores del Este europeo, que se habían
acostumbrado al paternalismo del Estado, descubrieron la cara más feroz del
capitalismo salvaje. Un encuentro que no resultó ser del agrado de muchos supervivientes
de la anterior etapa, que suplía la falta de libertades con… empleos para el
conjunto de los habitantes.
El camino hacia la democracia facilitó, sin embargo, la
aparición de movimientos extremistas de todo signo. Curiosamente, los
gobernantes occidentales no prestaron atención al resurgir de las agrup
aciones
de extrema derecha, cuyos slogans e ideología recordaban los años pardos del nacional socialismo y el
fascismo. Los politólogos solían aludir
a la famosa teoría del péndulo: después de los regímenes de extrema izquierda (¿izquierda?), tocaba
la resurrección de la derecha. Al igual que en algunos países de Europa
occidental, donde el fracaso de las instituciones democráticas dio pie a la
tentación totalitaria.
Pero las cosas cambian cuando algunos gobernantes del Este
europeo empiezan a hablar con nostalgia de la época del dominio soviético. Hace
apenas una semana, el “Washington Post” lanzó una advertencia a la
Administración Obama: ¡cuidado! los nuevos aliados centroeuropeos coquetean con
Moscú. Ejemplos concretos: el Primer Ministro húngaro, Viktor Orban, no duda en
calificar a Vladimir Putin de ejemplo político. Por su parte, el Primer
Ministro de Eslovaquia compara el posible despliegue de tropas de la OTAN en
Europa Central con… la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia en
1968. El ministro de defensa de Chequia considera, por su parte, que las
sanciones económicas impuestas por Occidente a Rusia son a la vez inviables e
ineficaces.
Serbia, candidata al ingreso en la Unión Europea a la vez
que baluarte del paneslavismo, invitó al presidente ruso a la
conmemoración del 70 aniversario de la
liberación de Belgrado por el… Ejército Rojo.
Los Parlamentos de Hungría y Bulgaria han modificado la
normativa legal en materia de energía para facilitar el tránsito del gasoducto
ruso South Stream por su territorio
sin tener que contar con el beneplácito de Bruselas. Rumanía teme la excesiva presencia de empresas petroleras rusas
en su suelo. Hace unos meses, los rusos anunciaron que tenían intención de
marcharse; mero subterfugio para afianzarse en el mercado rumano.
Ese estado de cosas provocó una reacción muy airada de
la Administración norteamericana. En efecto, la subsecretaria de Estado para
Asuntos Euroasiáticos, Victoria Nuland, criticó
públicamente a los líderes de Europa central, acusándoles de aprovecharse de las ventajas de su
pertenencia a la UE y la OTAN, haciendo caso omiso de los valores democráticos,
avalando al mismo tiempo la corrupción e entorpeciendo la buena marcha de la
justicia. En el caso concreto de Hungría, Washington adoptó una medida
espectacular, elaborando una lista negra de oficiales que no podrán pisar el
suelo norteamericano. Se trata de una decisión sin precedentes, ya que las medidas
de esta índole no se han aplicado hasta ahora a ciudadanos de la Unión Europea.
En mensaje de Washington es contundente:
si el Primer Ministro Orban no cambia su manera de pensar, ¡qué se marche!
Subsiste
el interrogante: ¿quién manda en Europa?
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