No
debemos permitir que la muerte nuestros hijos se convierta en una coartada para
el combate (fratricida), manifestó hace apenas unos días Raquel
Fraenkel, la madre de Neftalí, uno de los tres jóvenes israelíes secuestrados y
asesinados por extremistas palestinos. Tomando la palabra ante los miembros de
un foro de las Naciones Unidas, Raquel se comprometió a entrevistarse con la
madre de Mohamed Abu Khdeir, el adolescente palestino quemado vivo por
ultraderechistas judíos. A quienes insinúan que se trata de una decisión
ingenua, de un gesto gratuito, Raquel les contesta: las madres pueden ganar la
batalla que perdieron los políticos.
Conviene recordar que tanto los artífices del triple
asesinato de Hebrón como los de la siniestra venganza de Jerusalén fueron
identificados y se hallan bajo custodia policial. Sin embargo, en esta ocasión
los crímenes no quedan circunscritos a una simple investigación de la brigada
de homicidios. La sangre de los estudiantes de la escuela talmúdica de la
milenaria ciudad cisjordana o del muchacho palestino de Shuafat reclama más
sangre. El círculo vicioso desemboca en la barbarie. La ultraderecha israelí exige
la expulsión de los palestinos de la Cuidad Santa de Jerusalén; el ala militar
de Hamás amenaza con una masacre, con un auténtico baño de sangre. Mohamed será vengado, aseguran los
cabecillas de las Brigadas Ezzedín al
Qassam, brazo armado de la agrupación islámica. No se trata de una mera
advertencia: en menos d 24 horas, los extremistas de la Franja de Gaza disparan
más de 160 cohetes y granadas de mortero contra el territorio israelí. El
Estado judío lanza la Operación Margen Protector, un espectacular operativo
destinado, según los portavoces militares, a lograr la eliminación física de
los dirigentes del movimiento islámico y acabar con las lanzaderas de misiles.
La fuerza aérea bombardea los locales de Hamás, aunque también las viviendas de
algunos militantes islámicos. El Primer Ministro Netanyahu pide a los militares
que no actúen con guantes de seda. Por
su parte, el Presidente palestino, Majmúd Abbas, reclama… contención. Su
discurso se parece como dos gotas de agua al artículo – manifiesto de Barack
Obama, publicado por el rotativo hebreo Haaretz.
¿Contención? En realidad, tanto Netanyahu como Abbas
tienen que hacer frente a la presión ejercida por los ultras de sus respectivos
Gabinetes. Durante la pasada semana, dos ministros pertenecientes a corrientes derechistas,
Naftalí Benet, titular de Economía y Avigdor Lieberman, titular de Exteriores,
protagonizaron el divorcio entre el Likud y sus socios ultraconservadores. Por
ahora, la crisis se limita a la ruptura del pacto de coalición; los ministros
no abandonan el Gobierno. Aun así, hay quien baraja la alternativa de un
adelanto electoral, la típica maniobra israelí destinada a… ganar tiempo.
En el caso de Majmúd Abbas, el conflicto no tiene dos vertientes: la
palestino-palestina y la palestino-israelí. A nivel interno, destacan las disensiones
entre los miembros de Al Fatah y Hamás que integran el nuevo Gobierno de unidad
nacional. Mientras los islamistas reclamaron mano dura después del asesinato de Mohamed Abu Khdeir, los
nacionalistas apostaron por la… reapertura del diálogo con Israel.
Las cosas se complican aún más a la hora de evaluar
el impacto de la crisis en las ya de por sí difíciles relaciones con Israel.
Sabido es que las autoridades de Tel Aviv tratan por todos los medios de acabar
con la coalición gubernamental palestina. Estiman que Hamás – agrupación terrorista, reconocida como tal por los
Estados Unidos y la Unión Europea - debe quedar relegada a la Franja de Gaza,
donde gobierna desde 2007, convirtiendo a Al Fatah en el único interlocutor con
el Estado judío. Abbas necesita, sin embargo, el apoyo de la corriente islámica
para afianzarse como presidente de todos por palestinos. Su credibilidad depende,
en gran medida, del acuerdo con los dirigentes políticos de la Franja de Gaza. Unos políticos a los que el
Gobierno Netanyahu tiene previsto… eliminar. El nombre del operativo es: Margen Protector.
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