Todo empezó con un
extraño e inesperado anuncio: los miembros del Estado Islámico de Irak y Siria
(ISIS), incapaces de hacer frente a la ofensiva del ejército regular de
Damasco, decidieron abandonar Alepo para adentrarse en suelo iraquí.
Curiosamente, la mal llamada retirada
estratégica desembocó en la espectacular ocupación de la mitad Norte de la
antigua Mesopotamia y la proclamación del Califato islámico, es decir, de una
entidad confesional que desconoce las limitaciones geográficas del mundo
moderno o, si se prefiere, los confines establecidos artificialmente a
comienzos del siglo XX por el acuerdo Sykes - Picot.
Los combatientes de
ISIS no dudaron en proclamar califa a
su líder, Abu Bakr al Bagdadi, un radical islamista nacido hace 43 años en la
localidad iraquí de Samarra. El califa, cuyo
verdadero nombre es Ibrahim bin
Awad bin Ibrahim al Badri al Radawi al Husseini al Samarra'i, anunció que iba a destruir la Kabba, la mítica piedra
situada en la Mecca y conquistar poblaciones saudíes para poder trasladar el
centro de operaciones del ISIS en la tierra de los wahabitas. Con esa
advertencia, al Bagdadi retoma el discurso de Osama Bin Laden, quien solía calificar
a la Casa Real saudí de excesivamente tibia
a la hora de aplicar los preceptos del Islam tradicional. Para el autoproclamado
sucesor de Mahoma por… voluntad de
Alá, el mundo musulmán tiene que volver a sus raíces, a la guerra contra el
infiel.
Al Bagdadi, declarado
en 2011 el hombre más peligroso del
mundo, dirige la agrupación religiosa más violenta del mundo islámico. Los
propios líderes de Al Qaeda censuran el fanatismo de ISIS y se desolidarizan de
sus acciones despiadadas. Por su parte, otros grupos de corte islámico critican
la decisión del Estado Islámico de proclamar el califato, considerando que aún no
se dan las condiciones objetivas para el establecimiento o, mejor dicho, el
restablecimiento de las estructuras teocráticas abolidas hace nueve décadas,
tras la desaparición del Imperio otomano. En realidad, los cabecillas de los
movimientos yihadistas que combaten en Siria no parecen muy propensos a rendir
pleitesía al nuevo califa, como lo exige la ley islámica. Para ellos, al
Bagdadi sólo es uno de los suyos, uno
más.
Curiosamente, la espectacular
ofensiva los combatientes de ISIS no provocó la ira (ni la preocupación) de la
clase política occidental. El actual inquilino de la Casa Blanca se limitó a
hacer oídos sordos a las llamadas de auxilio de las autoridades de Bagdad,
alegando que los Estados Unidos sólo intervienen en los conflictos cuyas
repercusiones suponen un peligro real y
directo para su seguridad. En este caso concreto, Irak, el país
bombardeado, ocupado y sometido por los duendes de la guerra transatlánticos
queda… lejos. Sin embargo, Washington no disimula su malestar cuando la fuerza
aérea iraquí recibe aviones de combate de fabricación rusa. Moscú, con más
criterio, hace todo lo que está en su poder para frenar el avance islamista.
Pero los norteamericanos exigen, como contrapartida, cambios radicales en las
estructuras de gobierno iraquíes. Mientras el primer ministro Nuri al Maliki se
niega a aceptar los ukases de Washington, el presidente del Gobierno Regional
de Kurdistán, Masud Barzani, coquetea con la vía secesionista. Razones no le
faltan. Y una, tal vez la más importante, es… el petróleo. ¡Qué duda cabe de
que se trata de un seguro de vida para muchas generaciones de kurdos!
A río revuelto… Los
combatientes del ISIS cuentan, al parecer, con apoyos variopintos. Según Daniel
Pipes, director de la publicación The
Middle East Quarterly, uno de los valedores del Estado Islámico sería el
Primer Ministro turco, Tayyep Recep Erdogan, quien se entrevistó en varias
ocasiones con el emisario del ISIS, Yasín al Qadi,. Siempre según Pipes, Turquía
habría pagado alrededor de 800 millones de dólares al Estado Islámico por
suministros de oro negro. Conviene
señalar que la cadena de televisión estadounidense CNN llegó a emitir un
reportaje titulado Las rutas clandestinas
de los contrabandos yihadistas a través de Turquía.
Norteamericanos,
turcos, árabes, europeos. Todos aquellos que contaban con la derrota de Bashar
el Assad y la desaparición del régimen baasista apoyaron o apoyan a los
grupúsculos yihadistas que combaten en Siria e Irak.
A
eso lo llamamos tirar piedras en el propio tejado, confesaba
recientemente un politólogo ruso, preocupado por el avance del radicalismo islamisico
en el Cáucaso. Es decir, en una posible, aunque por ahora hipotética región del
Califato de Bagdad.
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