Hace tres lustros, tras la desaparición del imperio
soviético, los políticos occidentales empezaron a echar de menos la ausencia
del enemigo. De un peligro ideológico, de una amenaza justificada, que
permitiera cerrar filas en torno al adalid de una causa común: la lucha sin
cuartel contra… Pero, ¿contra quién? El oso
ruso acababa de entrar en un largo período
de hibernación, sus adláteres de Europa oriental se decantaban por las dichas
(¡jamás desdichas!) de la economía de
mercado, los enemigos de antaño se convertían en fieles seguidores del Nuevo Orden Mundial. Superada la etapa
de los enfrentamientos Este-Oeste, surgía el interrogante: ¿y el enemigo? Obviamente,
el ser humano no podía permitirse el lujo de vivir sin adversarios.
A finales de 1992, los politólogos y los estrategas militares
dieron un gran suspiro de alivio: Occidente había encontrado un nuevo contrincante:
el Islam. La aparatosa campaña mediática que se puso en marcha recordaba,
extrañamente, los viejos tiempos del anticomunismo visceral, de la demonización
del otro, de la cruzada contra el
ateísmo, de la victoria del bien sobre el mal. En realidad, no resultó difícil
convencer a la opinión pública que los vocablos Islam, árabe, infiel y terrorista eran… meros sinónimos. Los
atentados del 11 – S sirvieron de colofón de esta ofensiva. Con la destrucción
de las Torres Gemelas, símbolo de la opulencia de Occidente, los militantes de
Al Qaeda dejaron constancia de su odio
hacia el modelo de sociedad impuesto y liderado por el capitalismo
estadounidense. El enemigo sacó los
colmillos; era exactamente lo que se pretendía. Los habitantes del primer mundo abominaban el
Islam/islamismo radical/violencia/terrorismo; los pobladores del Dar al Islam llegaron
a aborrecer a Norteamérica/Occidente/colonialismo/materialismo/sionismo.
Extraña mezcolanza de conceptos que, metidos en el mismo saco, servían para
fabricar al enemigo.
Mas con el paso del tiempo, Oriente y Occidente
lograron superar el impacto primitivo de los estereotipos. Ni todos los árabes
eran terroristas, no todos los occidentales unos ateos materialistas.
Las mal llamadas primaveras
árabes, ejercicio de estilo ideado por politólogos estadounidenses,
tuvieron un impacto negativo en el mundo musulmán. Según el estudio Auge de inquietudes motivadas por
el fundamentalismo islámico en Oriente Próximo realizado
recientemente por el Pew Research Center, los pobladores de Líbano, Túnez,
Egipto, Jordania y Turquía se muestran más preocupados por la amenaza
fundamentalista que hace apenas doce meses. Con Al Qaeda, Hezbolá y
Hamas, en el punto de mira, la opinión pública árabe repudia las opciones radicales,
véase violentas.
Señala el informe del Pew Research Center que de
todos los grupos musulmanes encuestados, los cisjordanos y los gazatíes
albergan la opinión más favorable – el 26 por ciento - de Al-Qaeda, mientras
que sólo el 6 por ciento de los árabes israelíes se muestran partidarios del
engendro de Osama Bin Laden.
Mientras el 62 por ciento de los habitantes de Gaza
se muestra partidario de los atentados suicidas, en Cisjordania, el porcentaje queda
limitado al 36 por ciento de los encuestados. Curiosamente, Hamas cuenta (o contaba) con menos
apoyo que Hezbolá tanto en Gaza como en Cisjordania. ¿Será por la inmediatez?
Según los datos de Pew, se deduce que el
islamismo radical está de capa caída en el mundo musulmán. ¿Está? ¿Estaba?
Huelga decir que el estudio del centro se publicó el pasado 1 de julio, unos
días antes del inicio de la ofensiva israelí contra la Franja de Gaza. Un
operativo que, lejos de acabar con la violencia
terrorista, como afirma Israel, resucita el fantasma del odio y la
intolerancia. Los árabes, varones,
mujeres y niños, vuelven a desempeñar el papel de abominables terroristas, los
amigos de Israel, cómplices de la matanza de seres inocentes.
Si el objetivo final de Israel era fabricar un
enemigo, el mensaje subliminal puede resumirse en dos palabras: misión
cumplida. El odio de los palestinos se perpetuará durante generaciones. Pero a
lo mejor eso es justamente lo que desea la derecha sionista: librarse del estéril,
molesto y hasta peligroso dialogo con
los palestinos durante dos o tres generaciones. Misión cumplida.
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